El agua de la fuente
Tú entraste con muy firme paso, Eliacim, y dijiste: con el agua de la fuente se pueden hacer verdaderas maravillas. Ah, sí, te respondió aquella muchacha algo tísica con la que coqueteabas (me refiero a Miss Stadford, la hermana del capitán Stadford). Sí, verdaderas e insospechadas maravillas. ¿Cuáles? Se lo voy a decir: abluciones, gárgaras. ¡Ah, creí que se refería usted, Eliacim, a los juegos de agua de las fuentes! Sí, también, a los juegos de agua de las fuentes también me había querido referir, lo que sucede es que no me dio usted tiempo. Perdón. Está usted perdonada. ¿Podría preguntarle una cosa, Eliacim? Tú, hijo mío, sonreíste con una gran dulzura para decir que no.
(Sería empachoso seguir con la historia, tan al por menudo, de vuestro flirt.)