La mina
El hombre de la mina, Eliacim, guarda sus pensamientos en el hondo poro del que sale, a diario, para llorar su asco sobre la luz de la tarde. Tú desapareciste muy joven, Eliacim, para darte cuenta perfecta de las cosas demasiado elementales, esas cosas que tienen su clave en la madurez.
Si alguna vez una señora en la mejor edad me preguntase, pongo por caso, ¿a su hijo Eliacim le interesa la cuestión minera?, yo le respondería, mirándole desafiadoramente a la cara lo ignoro; mi hijo y yo, señora, no solemos hablar de estos as, créame.
El aire de la mina, Eliacim, sabe a botica antigua o a hierro y también a mano que se ha tenido muchos años guardada en el arca. Tú desapareciste tan joven, Eliacim, que no llegaste a dominar la pequeña ciencia de los sabores, esa pequeña ciencia que tiene su cifra en la desilusión.
¡Ah! Pero si alguna vez una golondrina me preguntase, digamos, ¿a su hijo Eliacim le interesa la cuestión minera?, yo le respondería mirándole agradecidamente a la cara: sí, sin duda, mi hijo Eliacim me lo confesó un día que me tuvo cogida a mano más de media hora, en un cafetín de barrio.
El mineral de la mina, Eliacim, puede ser de tres clases diamante, oro, carbón. No es cierto que haya minas de estaño.