Los cactos
Las flores del cactos no se mojaron con las aguas del Diluvio Universal. Dicho de otra manera: las flores del cactos guardan, con la misma devoción con la que pudieran guardar una reliquia, el denso polvo del Viejo Testamento.
Me sobrecoge la idea de que Dios me castigue, por mis varios pecados, convirtiéndome en carnosa y erizada hoja de cactos, en perenne y solitaria hoja de cactos.
Si así fuera, hijo mío, ofrecería todo lo poco que tengo y soy para que un cataclismo como jamás se recordara me llevase, aunque fuera en pedazos, hasta el fondo del mar.
Si no, no. Más vale lo malo cuya maldad se conoce, lo malo cuya maldad llega a sernos familiar.
Las flores del cactos, Eliacim, viven sumergidas en un limbo que ignora el llanto.