Los sucesos
Hay gentes muy importantes, Eliacim, gentes de una real y no fingida y tolerada importancia, que se desviven por los sucesos, los atropellos, los descarrilamientos, los raptos, los asesinatos.
Yo me explico, hijo mío, que esto sea así. Los sucesos son como el cemento que cura las caries que miran las sencillas almas de los contribuyentes. Sin los sucesos, hijo, sin su benéfica presencia, miles y miles de hombres se sentirían desfallecer a diario, arrullados por el tenue y cotidiano relincho conyugal, por el tenue y cotidiano relincho filial.
Tú, hijo, que en tu día fuiste también suceso, aunque, ciertamente, no más que suceso colectivo, puedes apuntarte en tu haber muchos, muchísimos latidos de complacencia.
Hay gentes de no dudosa importancia, Eliacim, gentes conocidas y respetadas y que ocupan, con mayor o menor justicia, puestos directivos y de responsabilidad, que se desviven por los sucesos, los envenenamientos, los naufragios, los atracos espectaculares, los delicados y casi químicos asuntos de espionaje.