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El comercio

Desde niños pequeños, hijo mío, algunos hombres distinguen, entre mil olores, el delicado y persistente olor del comercio. Es una habilidad como cualquier otra de las habilidades precoces.

El joven comerciante, cuando en su corazón empieza ya a florecer el matorral que da los frutos que se compran y se venden, adivina remotas, difíciles, complejas señales que le conducen, como un sonámbulo o como un iluminado, hasta las metas más elásticas y variables, aquellas que pocas veces se alcanzan.

En las familias, cuando nace un comerciante, se pintan los cielos rasos de verde, para que la ciudad entera conozca el acontecimiento, y se da un pienso extraordinario a las palomas mensajeras que, cansadas de ir y venir, se refugiaron en el campanario como fantasmas.

En nuestra casa, hijo mío, nunca se pintaron los techos de verde. Tu pobre padre (q. D. h.) tenía muy comunes y adocenadas ideas sobre el color de las habitaciones. Y así nos fue.