Animales en libertad
¿Te imaginas, hijo mío, los animales del monte en libertad, las alimañas dañinas y las mansas y sentimentales bestezuelas, el lobo y la garduña, el gamo y el rebeco, la víbora y el jilguero?
¿Te imaginas, hijo mío, la saludable algarabía del monte con todos sus animales en libertad, con todos sus corazones latiendo sin compás?
En el fondo del mar, hijo mío, los peces gozan aún de una libertad mayor, de una libertad más silenciosa, más íntima, más de ellos mismos.
Quisiera ser sucio pulpo del abismo, hijo mío, para poder abrazarte, para poder decirte al oído: ahora ya no te podrás escapar jamás. Aunque sé bien que no me habías de oír, que siempre te hiciste el sordo a las palabras de tu madre, Eliacim.
Y también quisiera, ¡qué vana pretensión!, ser sirena del acantilado, hijo mío, para poder recitarte a Homero o, al menos, para poder gustarte un poco.