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El argot

Si supiera hablar bien el argot, nadie sería capaz de escucharme una sola palabra fuera de él.

Si pudiera encanallar mi lengua, jamás la volvería a mover para la virtud.

El argot, hijo mío, es un poco ese pariente tarambana a quien todos envidian y todos fingen despreciar.

Yo hubiera querido para ti, Eliacim, una vida de argot.

(Tampoco me hagas mucho caso: quizá sea cosa que decimos las madres cuyos hijos murieron, gloriosamente, en el cumplimiento de su deber.)