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La soledad

Hace ya tiempo, hijo mío, pensé que la soledad rigurosa podría reflejarme tu sombra sobre los objetos. Pero no fue verdad. Tu sombra, a veces, se presentaba, sí, pero de una manera borrosa, desvaída, vacía de todo encanto.

A ti, hijo, a tu recuerdo, consigo apresarlo mejor entre los hombres, los animales y las cosas, entre los minerales, los pájaros del monte y los vegetales del jardín. Quizá no te parezca mal. Te podría jurar que todo lo hago para poder sentirte más cerca de mí, más encima de mí.

La soledad, hijo mío, no es buena madera para poder pasar las yemas de los dedos sobre la huella de tu nombre, Eliacim.