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El reloj de arena

Resulta entretenido ver pasar el tiempo por el cuellecito del reloj de arena.

Cuando escribo estas líneas en tu recuerdo, Eliacim, es lunes. El reloj de arena no marca los días de la semana, es un reloj de arena muy pequeño, pero yo sé que es lunes, a mí me consta que es lunes, y nadie podría quitarme de la cabeza que en este momento es, exactamente, lunes.

A veces me siento morir, los lunes sobre todo, invadida por un inconcreto y fortísimo deseo de vivir tres o cuatro días más adelante, el jueves o el viernes, por ejemplo. Entonces me digo: hoy sin duda alguna es jueves ya. Aunque deseo vivir el jueves y estoy casi segura de que lo consigo, me figuro que es lunes, pero que esa figuración mía no pasa de ser un error. Entonces miro el calendario y la cabecera del periódico y veo que el calendario y la cabecera del periódico sufren la misma equivocación, la misma alucinación que yo. Salgo a la calle y a una señora bien parecida que veo le pregunto: ¿sería usted tan amable, señora, que me indicase qué día de la semana es hoy? La señora entonces me responde: muy gustosa; hoy, amiga mía, es lunes, es lunes todo el día; mañana será martes; pasado, miércoles; al otro, jueves; y así sucesivamente.

Está muy extendida la común creencia de pensar que todos los lunes son lunes. Sería más hermoso que parte de la humanidad defendiese firmemente que algunos lunes son jueves. Quizá si la ONU ordenase construir relojes de arena públicos, capaces de marcar los días de la semana y los meses del año, esto pudiera llegarse a conseguir.

Mientras no se tome una determinación heroica y casi revolucionaria, yo seguiré atenazada al duro banco del no poder decidir por mí misma en qué día de la semana vivo y en qué día de la semana quiero vivir.

Esto, hijo mío, no es el libre albedrío.