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El instinto del dinero

Es difícil el instinto del dinero, hijo mío, el instinto que encumbra a las gentes.

Nadie estudia para millonario, Eliacim, como nadie estudia para poeta: se estudia para economista o para profesor de preceptiva, pero se muere pobre y sin inspiración.

El poeta saca sonrosadas nubes de todo lo que toca; el millonario convierte las piedras en piedras de oro.

Es inútil proponerse llegar a millonario o a poeta. La vocación no basta. La inteligencia no es precisa. La aplicación es una virtud alocada como un pájaro sin ojos. Pero hace falta el instinto, los difíciles instintos de la poesía y del dinero.

El instinto del amor, hijo, es de otro orden. Ni tú ni yo lo tuvimos o lo tuvimos tan guardado que no nos sirvió para nada.

Fe, hijo mío, es creer lo que no se ha visto. Tú has visto ya el estío, pero no sé si lo has visto tal como es, tal como yo te aseguro que es.

Debes creer que en esto, como en todo, te digo la verdad y nada más que la verdad.