Tus papeles secretos
Cuando mi desgracia quiso, amor, que tu cuerpo se oscureciese en el delicado llanto de la mar, yo revolví tus papeles secretos con el corazón en la garganta. ¡Qué días!
Yo he sido, hijo, la única culpable de tu timidez. Amaste mucho todo lo que yo te enseñé a amar, y te sobrecogió la idea de seguir amando. Yo pude haberlo sospechado.
Tú, hijo, ya es hora de decírtelo, te hiciste tímido en la adolescencia, cuando te cambió la voz. (Te ruego que no insistas sobre las causas de tu timidez con esa ya inútil crueldad.) ¡Qué gran tristeza, hijo mío! Haz un verdadero esfuerzo para no culparme.
En otra ocasión (tampoco te lo aseguro) seguiré con tus papeles secretos, ahora no puedo hacerlo.