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Las cartas que nos trae el correo

¡Estabas radiante! ¡Qué contento te pusiste cuando el correo te trajo aquel anónimo que llevabas tantos meses esperando!

Recibir anónimos, Eliacim, fue siempre un lujo difícil, algo que no todo el mundo puede permitirse, algo que a muchos está vedado. Tu pobre padre (q. D. h.) hubiera dado cualquier cosa por recibir algún anónimo, de vez en cuando, y poder decir en el club eso de la cobardía y eso otro de lo mejor es no hacer caso.

Tu anónimo, querido mío, era bello y gentil. Era también amenazador, suavemente, ligeramente amenazador. Es difícil —decía— llegar a ministro de Colonias o a presidente del consejo de administración de un banco, de una compañía petrolífera, de un gran trust. Pero también es difícil encontrarse una mujer desnuda comiendo hierba en una pradera, o vivir eternamente, o saber si un caballo es conservador o laborista. Los caballos son veleidosos y, a lo mejor, un caballo normando, harto de sudar horas extraordinarias en los docks, es laborista, y un caballo pura sangre, con un pedigree de almanaque Gotha y que se llevó ya dos veces el Derby, resulta conservador.

Recibir anónimos, hijo, es algo tan difícil, o casi tan difícil, como llegar a ministro de Colonias o a presidente del consejo de administración de un banco, de una compañía petrolífera, de un gran trust. Es, sin embargo, más fácil que encontrarse una mujer desnuda comiendo hierba en una pradera o que vivir eternamente o, al menos, por encima de los quinientos años.