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Una bolsa de goma para calentar los pies

Te la compré cuando acabaste el bachillerato, porque no me parecía bien que un bachiller anduviese con sabañones. Los hijos de Esperanza, que eran tímidos y ojerosos, podían andar llenos de sabañones porque ya lo esperaba la gente, pero tú, hijo, tú no.

Tú me dijiste: es hermosa la bolsa, ¿te costó mucho dinero? Entonces la vida aún no había subido tanto, pero la bolsa, sin embargo, era una bolsa cara, una bolsa de primera calidad.

Cuando venía con ella hacia casa le hice una poesía. No la recuerdo muy bien, sólo sé que empezaba así:

Bolsa de goma que calentarás, los pies de mi hijo querido,

de mi hijo amado y mil veces amado,

de mi hijo que, ¡aún hace tan escaso tiempo!, se graduó de bachiller,

¿le calentarás siempre con dulzura, mimosamente?

Ya sabes, Eliacim, que cuando se trata de tus cosas me torno muy sentimental.

Seguramente habrá en el mundo, e incluso en nuestra propia ciudad, gentes innobles que no creerán en la pureza de mi pensamiento. Nada me importa; yo sé de sobra cuál es el camino que he de seguir y cuáles son las palabras que debo decirte al oído para levantar tu ánimo, deprimido algunas veces.

También sé qué clase de ejemplos son buenos para la juventud y qué clases de ejemplos son malos para la juventud.