Los puros de La Habana
Cuando acabaste tu carrera, incluso después del año de prácticas, cuando ya verdaderamente y sin lugar a ningún género de dudas acabaste tu carrera, me llevaste al parque y en un banco de madera que hay al pie del viejo nogal «El gusano de la suerte», me dijiste, poniendo un gesto tan trascendente que, por un momento nada más, bien es cierto, pensé en una declaración de amor.
—¿Estás contenta de mí, querida madre?
Yo estaba mirando fijamente para unos dibujos alegóricos que otra mujer y otro hombre, otro día ya pasado, habían grabado en la corteza del nogal a punta de navaja, yo, la verdad, no supe qué contestarte. Me cogiste un poco desprevenida.
Quise rectificar porque pensé: mi hijo, que tenía puestas todas sus ilusiones en este trance, se merece que lo trate con mayor dulzura, con más amoroso ademán. Entonces te dije:
—¿Sabes cuáles son los puros de La Habana más aromáticos, más deleitosos, mejor formados?
Tu vista fue detrás de la mía y juntas se posaron sobre un corazón atravesado por una flecha que aquellos amantes del otro día dejaron sobre la corteza de «El gusano de la suerte», el viejo nogal, el muro de las lamentaciones.