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«Music Hall»

Tú, al entrar, dijiste:

—¿Dónde está Genoveva, la mulata argelina? ¿Dónde se ha metido la condenada Genoveva? Me han dicho que se tiñó el pelo de gris. ¿Saben ustedes algo de esto?

Nadie te contestó. Una señora, algo vieja, que estaba conmigo y que, según me dijo, era esposa de un coronel de húsares que se había distinguido considerablemente en Dunquerque, me preguntó:

—¿Conoce usted a este apuesto joven? Bueno, ella no dijo apuesto.

—Sí, es mi hijo, mi único hijo, se llama Eliacim.

—¡Chistoso, chistoso! —añadió ella.

Perdóname, hijo, pero tuve que asentir a todo lo que me decía aquella señora. No te lo repito porque, sin ser nada excesivamente malo, tampoco era agradable —lo que se suele decir agradable— para ti.

Después, como un triunfador, te fuiste hacia el bar. Yo pensé ¡ya estamos!, pero no, por fortuna, no.

La mujer del coronel de húsares estaba dicharachera y locuaz. Era vieja, como te digo, pero tenía unos encantadores ojos verdes, rebosantes de promesas que ya se habían cumplido.

—Mi marido se llama Epifanía. ¿No cree usted que es un nombre eufónico y hermoso? Mi marido bebe ojén —una bebida española muy estomacal— y está operado de fimosis. ¿Y el suyo?

—El mío está muerto. De joven también tuvo que ser operado de fimosis. Cuando falleció, le hicimos un entierro de segunda clase porque no estábamos en situación demasiado holgada. Él, el pobre, bien lo sintió. Poco antes de morir, no hacía más que preguntarme: ¿tú no crees que pidiéndole algo de dinero al señor del segundo, que siempre estuvo tan propicio, Podríamos juntar para un entierro de primera? Como usted comprenderá, mi buena amiga, yo hice a todo oídos de mercader; usted, que es mujer casada, sabrá entenderlo.

Tú, bebiendo whiskey, hacías bastante buen efecto, con tu corbata nueva naranja y azul bien anudada y esos ojos que has heredado, sin duda, de aquel que siempre se mostraba, al decir de tu pobre padre, tan propicio y que, de habérselo yo pedido, a buen seguro que hubiera puesto lo que faltaba para que tu pobre padre tuviera, como se merecía e incluso era su última voluntad, un entierro de primera, preferente, A.