Decía un amigo mío, Claudius van Vlardingenhohen, verdugo de Batavia, que había que intentar todos los caminos, asomarse a todos los mares, llamar a todas la puertas. ¿Qué camino —decía— nos lleva a la felicidad? ¿Por qué mar nadará el tiburón que menos nos hará sufrir? ¿Detrás de qué puerta se estará peinando la mujer que nos mirará sonriente?
Mi amigo era un hombre de una seriedad tremenda; cuando hablaba parecía que se iba a tragar los labios y el bigote. Había estado ordenado de diácono protestante, pero las vicisitudes de la vida…