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Compañeros
Ella estuvo a punto de echarle el café encima.
—Dios mío, Evan, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Te ha pasado algo…? —Señaló la silla de ruedas.
—Oh. —Él soltó una risita—. No, solo estoy viajando de incógnito.
—Y que lo digas.
Si él no hubiera hablado, Natalie no lo habría reconocido. No solo era la peluca rizada y la ropa ancha y vieja; su cara se había vuelto demacrada, y arrugas de cansancio surcaban su frente. Las manchas de color gris oscuro de alrededor de sus ojos podían ser maquillaje, pero probablemente no lo eran.
—¿Dónde has estado?
—Por ahí. —Él evitaba su mirada.
—Eso he oído. Sondra nos habló de tu pequeño plan de venganza.
—Era el plan de Sondra, no mío. Yo solo quería protegerte. Y sigo queriéndolo.
La seriedad de su voz, la conmovedora melancolía de su expresión… Por un momento, él resucitó al Evan que Natalie había conocido en la escuela.
—¿Por qué te dejas ver ahora? —preguntó ella, suavizando el tono de voz.
—Porque estás en peligro.
Un escalofrío recorrió la piel de Natalie.
—¿Qué te hace pensar eso?
Él echó un vistazo por encima del hombro. El hombre barrigón movía la cabeza con gesto de incredulidad ante lo que decía la presentadora de la CNN.
—¿Podemos hablar en otro sitio? —susurró Evan.
—No hasta que me digas lo que sabes. —Tras dejar su café en la barra, Natalie acercó una silla de una de las mesas y se sentó de cara a la silla de ruedas de Evan—. Han cogido a Clement Maddox. ¿Por qué sigo en peligro?
Él hizo girar su silla lentamente para obtener una visión mejor de la entrada del comedor y el vestíbulo situado más allá.
—Maddox no cometió los asesinatos. Al menos, no todos.
—Pareces muy seguro. ¿Cómo lo sabes?
—He leído sobre la bomba en los periódicos. —Recorrió la sala con la mirada como una cámara de seguridad—. Maddox es un electricista decente, pero quienquiera que fabricó esa bomba tenía formación especializada. Formación del gobierno. ¿Y quién mejor para tender una trampa e incriminar a Maddox que las personas que recogen las pruebas?
—Pero ¿por qué iba a querer matarnos el gobierno? Para ellos valemos más vivos.
—Quizá sí. Quizá no. Los federales han enterrado muchos cadáveres que los votantes ignoran. Nosotros somos los únicos que pueden traer a esa gente de vuelta y preguntarles lo que saben.
—Han hecho lo imposible para protegerme…
—¿Protegerte? ¿O tomarte como rehén hasta que puedan acabar contigo, como hicieron con Lucy?
—Si me querían muerta, ¿por qué sigo viva? Podrían haberlo hecho en cualquier momento.
—Tienen que conseguir que resulte creíble. Mientras puedan culpar a un psicópata solitario, los asesinatos no despertarán las sospechas de la prensa ni del público.
Natalie negó con la cabeza.
—Dan no formaría parte de algo así.
Evan arqueó las cejas ligeramente sorprendido.
—¿Dan Atwater? ¿El agente del FBI que milagrosamente se libró de una acusación de asesinato después de disparar a un hombre inocente? ¿El que insinuó por primera vez que Maddox era el asesino e hizo que le dispararan para que no pudieran interrogarlo?
—¡No!
Evan se dio unos golpecitos en los labios con el dedo índice.
—¿Sabes? Es curioso. Los federales no sabían dónde estaba Arthur hasta que tú llevaste al agente Atwater a que lo viera.
—¡No!
Natalie lo dijo lo bastante alto para que el hombre que estaba viendo la televisión girara la cabeza. Los ojos se le llenaron de lágrimas, y no pudo evitar echarse a temblar.
—Oye… puede que me equivoque —dijo Evan para tranquilizarla—. Lo único que digo es que deberíamos mantenernos escondidos hasta que descubra en quién podemos confiar.
Natalie se secó los ojos con la manga de su suéter. Al ver que ella no contestaba, Evan le cogió la mano.
—Desde que Sondra murió, he estado pensando mucho en el tiempo que pasamos en la escuela. —Entrelazó los dedos con los de ella—. He estado pensando que fue la única época buena de mi vida.
Ella intentó descifrar sus ojos cubiertos con lentes. ¿Cuántas veces había fantaseado durante los últimos ocho años que él volvía a aparecer de repente para confesar sus errores y proclamar su amor eterno? Ahora solo podía pensar en Dan.
Evan esbozó una débil sonrisa, tal vez al percibir que sus palabras no ejercían el impacto que él había esperado.
—¿Te acuerdas de cuando la señora Osgood llevó a nuestra clase al arcedo a cazar bichos? Nos pasamos toda la hora besándonos detrás de un árbol. ¡Creo que volvimos a clase con un escarabajo asqueroso en medio de los dos!
—Sí. —Natalie se rio entre dientes, pero el recuerdo le pareció tan carente de vida como los que cruzaban su mente cuando algún difunto la llamaba—. Si esa época fue tan buena, ¿por qué ni siquiera me llamaste? Debí de escribirte un millón de veces, y tú no me contestaste nunca.
—Porque creía que era mejor que te olvidaras de mí. —Evan le apretó la mano hasta hacerle daño, y su rostro perdió el color—. Me alegro de que no te mandaran a Quantico. Era todavía peor de lo que había oído.
—Puedo soportarlo, Evan —contestó ella un tanto duramente—. Me gano la vida así.
—No de esa forma. —Él se quedó mirando un abismo invisible, y sus hombros se encorvaron con el agotamiento de los condenados—. Reviviendo atrocidades un día tras otro. Crímenes con tortura, asesinatos con violación… No se lo desearía a mi peor enemigo.
—Pero no te importó tener a Sondra contigo.
Él se rio; un sonido como el de alguien que expulsa un trozo de carne sin masticar.
—Sí, Sondra. Nos quisimos como dos presidiarios que comparten la misma celda.
—¿Quieres decir que no la elegiste a ella en lugar de a mí?
—¿Elegir? Nunca he tenido elección. —Apretó la mano de ella entre sus palmas—. Hasta ahora.
Ella lo miró como si la hubiera confundido con otra mujer.
—¿Qué esperas que haga yo, Evan?
—Ven conmigo.
Él apartó la mirada hacia el hombre barrigón, que había perdido el interés por las noticias y salía sin prisa de la estancia.
—Conozco un sitio seguro.
El café turbio del vaso de Natalie había dejado de humear. Deseó poder beber más para despejarse la cabeza. ¿Y si Evan tenía razón acerca del peligro? Si pudiera hablar con Dan…
—Escucha, déjame hacer una llamada rápida…
—¿A él? —Las palabras de Evan sonaban afiladas como la punta de un estilete—. ¿Por qué no llamas directamente al cuerpo y eliminas al canal?
—Muy bien, se acabó. Adiós, Evan.
Natalie se levantó para marcharse, pero él le aferró la mano.
—Por favor, no te vayas.
Su cara solitaria y asustada suavizó la ira de Natalie, pero no su determinación, y se soltó a la fuerza.
—Lo siento.
—Yo también —dijo él con voz áspera cuando ella se apartó.
Natalie oyó que la silla de ruedas chirriaba, y se giró a tiempo para ver cómo Evan se levantaba de un salto. La pistola eléctrica emitió un destello en dirección a ella antes de que pudiera gritar y le apagó el conocimiento como si fuera una mecha.
• • •
Evan cogió su cuerpo pesado y lo subió al asiento de la silla de ruedas vacía. Tras volver a guardarse la pistola inmovilizadora en el bolsillo, se quitó la peluca morena que le llegaba hasta los hombros y la colocó sobre la cabeza inclinada de Natalie para tapar su postizo castaño rojizo. Se pasó la mano por la corta peluca morena que todavía llevaba para asegurarse de que no se le había movido, y a continuación se encorvó para colocar los pies de Natalie en las plataformas de la silla de ruedas.
—¿Va todo bien?
Al alzar la vista vio que la recepcionista había aparecido en el arco del comedor. Lo miró frunciendo el ceño con cara de no querer problemas.
Él le dedicó una sonrisa alentadora mientras se levantaba.
—Sí, estamos bien. —Dio una palmadita a Natalie en el hombro—. Está un poco cansada, nada más.
Las córneas de Natalie se movieron bajo sus párpados, y un suave gemido brotó de sus labios.
Forzando la sonrisa todavía más, Evan empujó la silla de ruedas hasta el vestíbulo.
—Pobrecita. Será mejor que me la lleve a la cama. ¡Buenas noches!
Se despidió alegremente de la recepcionista con la mano, y ella sonrió de alivio y les deseó que descansaran.
Natalie gemía y balanceaba la cabeza mientras él la empujaba por el pasillo y doblaba una esquina en dirección a una de las salidas laterales del motel. Tan pronto como se situaron fuera del campo visual del vestíbulo, Evan volvió a dispararle con la pistola eléctrica. Ella se sacudió una vez y se quedó inmóvil.
Murmurando tablas de multiplicar, la sacó por la puerta de salida y la llevó hacia la furgoneta que tenía aparcada en el exterior.