29
El impostor
—Te lo aseguro, era él… ¡Ah!
Tumbada en la mesa de reconocimiento, Natalie se sobresaltó cuando la doctora tiró con fuerza del hilo de otro punto. Al parecer, la anestesia local no conseguía eliminar la extrañeza de la sensación.
La doctora, una interna llamada Grimes, volvió a clavar su aguja quirúrgica en la piel del estómago de Natalie.
—Ya casi está —aseguró.
Dan se frotó el mentón.
—¿Estás segura de que lo que has oído era…?
—Un mantra. Sí.
—¿No podría otra persona… otro violeta… tener el mismo mantra?
Los ojos de Natalie centellearon.
—¡No! Verás…
Grimes dejó de suturar.
—No se mueva, por favor.
La paciente gruñó de frustración y a continuación volvió a relajar los músculos abdominales.
—Es posible que dos violetas tengan el mismo mantra, pero normalmente distintos mantras funcionan para distintas personas. Un mantra es cualquier fragmento de lenguaje repetido que te ayuda a concentrarte, a mantener tu personalidad intacta y conectada con tu cuerpo. Para Arthur, eran los koan budistas; para Jem, los himnos afroamericanos. Y para Evan, las tablas de multiplicar. Por eso oí al vagabundo del aeropuerto y al hombre de la sala de espera repitiéndolas.
—Pero hablamos con Evan después de que desapareciera. Russell Travers lo invocó. Evan explicó cómo lo atrapó el asesino, y un SoulScan lo confirmó todo.
—El SoulScan solo pudo confirmar que Russell había invocado a alguien… no que fuera Evan.
—¿Estás diciendo que un alma muerta se hizo pasar por Evan?
—¿Por qué no? Un alma muerta se hizo pasar por mí.
Dan notó que la cara se le teñía de rubor al recordar cómo se había dejado engañar.
—Pero ¿no has hablado con Evan? Después de lo que me has contado, me imaginaba que…
—No. —Natalie apartó la vista y apretó la boca—. Tenía miedo. Creía que él me llamaría, pero no lo hizo. Ahora sé por qué.
Dan eligió sus siguientes palabras con cautela: no quería que ella se enterara de lo mucho que le deprimía la perspectiva de que Evan estuviera vivo.
—Natalie, ¿no crees que pueden ser ilusiones?
Los tendones del cuello de ella se tensaron.
—Tenéis grabado el testimonio de Evan, ¿no?
—Sí…
La doctora Grimes cortó con las tijeras el hilo del último punto.
—Con esto debería bastar. —Señaló la línea de rayas paralelas que recorrían el vientre de Natalie como diminutas vías de tren—. Puede que le quede una pequeña cicatriz aquí, pero no será grave. Y no debería dejarse perforar el ombligo en un futuro próximo.
Natalie se rio entre dientes.
—No se preocupe por eso.
Grimes untó ligeramente la herida suturada con una pomada antibacterias y pegó encima una gasa cuadrada con esparadrapo.
—Manténgala limpia y vendada. Dentro de tres semanas debería poder quitarse los puntos. De momento, puede marcharse.
—Gracias. —Natalie se bajó de la mesa de reconocimiento de un salto y se puso la camiseta que le entregó Dan—. Vamos a ver ese vídeo.
—Lo que tú digas.
Él mostró su agradecimiento a la doctora Grimes con un gesto de la mano y siguió a Natalie para reunirse con Yee y Mfume en la sala de espera.
• • •
A Dan no le sorprendió encontrar a Earl Clark esperándolos cuando llegaron al palacio de justicia. Tampoco le sorprendió encontrar allí a Sid Preston, que parecía muy enfadado.
Clark suspiró.
—Agente Atwater, ¿sería tan amable de devolver su coche a este caballero?
Dan sacó las llaves del Honda de su bolsillo y las balanceó delante de Preston con el dedo índice y el pulgar. El reportero le arrebató el llavero de la mano con un movimiento brusco digno de la pinza de un cangrejo.
—Me debe otra, agente —escupió el reportero, y salió del edificio dando fuertes zancadas.
—¿Quiere decirme cómo acabó con él? —preguntó Clark una vez que Preston se hubo marchado.
—Creo que Dios me está castigando —contestó Dan, bromeando solo a medias—. Pero me dio un número de matrícula que nos podría ser útil.
—Bueno, espero que le haya sacado algo. —Clark ladeó la cabeza en dirección a Yee y Natalie—. Stu. Señora Lindstrom, me alegro de ver que sigue sana y salva. Usted debe de ser la señora Mfume. —Estrechó la mano a la recién llegada—. Buen trabajo. Estamos analizando el bolso de deporte.
Dan respiró hondo para intentar mantener su expresión lo más insulsa posible.
—¿Han encontrado el vídeo de la declaración de Evan? —preguntó Natalie.
—Sí. —Clark hizo un gesto para que todos le siguieran por el pasillo contiguo—. La hemos encontrado, pero no sé lo que espera ver usted. A mí me parece Evan Markham.
—Puede ser, pero quiero asegurarme.
Cuando Clark giró en dirección a la puerta de un despacho, Yee se separó del grupo.
—Earl, voy a ver si los del departamento forense han encontrado algo. Os alcanzo luego, chicos.
—¡Espera! Antes de que te vayas… —Dan arrancó la hoja del número de matrícula de su libreta y se la entregó al detective—. Mira a ver si puedes averiguar quién es el dueño de esta matrícula.
—Claro.
Yee se guardó el trozo de papel en el bolsillo y siguió avanzando por el pasillo mientras Clark hacía pasar al resto a una sala de reuniones, donde había un televisor y un vídeo sobre un carrito con dos estantes.
Mientras Dan y las dos mujeres se sentaban en un semicírculo formado por sillas plegables ante el televisor, Clark encendió los aparatos y cogió el mando a distancia del vídeo. A continuación advirtió a Natalie con una mirada.
—¿Está lista?
Ella se frotó los brazos como si quisiera evitar un escalofrío y dio su consentimiento.
Clark pulsó el botón de reproducción del mando a distancia, y el azul plácido de la pantalla de televisión se deshizo en un estallido de nieve en blanco y negro conforme el vídeo se ajustaba al rastreo de la cinta. Cuando la imagen se aclaró, vieron un primer plano de perfil de Russell Travers, con su cabeza calva llena de electrodos y cables. Dan se removió en su asiento al ver la cara gacha con gafas de culo de botella; naturalmente, había visto la cinta antes, pero no desde que aquel hombre muerto había intentado seducirlo con el cuerpo de Natalie.
Los subtítulos de la parte inferior de la pantalla indicaban el nombre de Travers y el de Evan Markham, el testigo que estaba invocando. Un inserto situado en la parte derecha de la pantalla mostraba la lectura en tiempo real del SoulScan; cuando las ondas cerebrales verdes se elevaban confirmaban la presencia del alma ocupante. Evidentemente, Clark había situado la cinta en el momento de la ocupación, pues Travers se encorvó hasta colocarse en posición fetal, mientras levantaba los brazos como si quisiera protegerse de una paliza. Sostenía con sus puños surcados de venas azules una cadena de plata de la que pendía un colgante circular de metal. El colgante giró hacia la cámara y dejó ver dos serpientes entrelazadas que formaban el símbolo del infinito, cada una de ellas con la cola en la boca de la otra.
Natalie se puso rígida. Era la pareja del colgante que ella tenía en su piso. Dan recordó el dolor que había visto en sus ojos cuando la había visto cogerlo.
«Pero ya no puede echarlo de menos —insistió en silencio—. No después de anoche…».
En el vídeo, la postura de Travers se fue relajando a medida que cedía el control al testigo invocado. Miró a su alrededor entornando los ojos a través de los gruesos cristales de las gafas, dejó el colgante en la mesa delante de él y se repantigó en su sillón con la actitud desafiante de James Dean.
—¿Quién es usted? —preguntó una voz femenina fuera de cámara. Dan sabía que la entrevistadora era Karen Spence, una de sus colegas en Quantico.
El hombre que lucía la cara de Travers adoptó un rictus sonriente.
—Evan Markham. ¿No soy a quién estaban esperando?
—¿Puede contarnos cómo murió, Evan?
Al hombre pareció divertirle la pregunta. Sin duda Evan había hecho de canal en muchas entrevistas, y ahora tenía que contestar las mismas preguntas que había oído docenas de veces en el pasado.
—Alguien me rodeó el cuello con un alambre y tiró. —Imitó la acción con una macabra destreza—. La presión aumentó en mi cabeza hasta que noté como si todas las arterias del cerebro explotaran, y me morí. ¿Le queda lo bastante claro?
Dan lanzó una mirada a Natalie para calibrar su reacción, pero ella seguía contemplando la pantalla con una mirada de determinación.
En la cinta de vídeo, el tono indiferente de Spence no se alteró.
—¿Vio al individuo que lo hizo?
—¿Bromea? ¿Después de lo que le hizo a Sondra? Si lo hubiera visto, ahora mismo estarían hablando con él y no conmigo.
—¿Le atacó por detrás, entonces?
—¿Usted qué cree?
—Tomaré eso por un sí. Después de la desaparición de la señora Avebury, usted se escondió por su cuenta, contraviniendo los consejos del cuerpo…
—¡Querían encerrarme en uno de sus malditos pisos francos! —Se quitó las gafas para enjugarse las lágrimas de rabia de los ojos—. La mujer que quería acababa de ser masacrada. ¿Se suponía que tenía que llorarla en una cárcel?
Natalie hizo una mueca.
—Debió de ser terrible para usted. —El tono de Spence se tornó más compasivo—. Queremos castigar al asesino tanto como usted. Por eso necesitamos su ayuda. ¿Dónde estaba usted cuando lo encontró?
Dejó a un lado las gafas y volvió a hundirse en el sillón.
—En Virginia Beach. Era uno de los lugares de vacaciones favoritos de Sondra.
—¿Sabe cómo lo encontró el asesino allí?
—No.
—¿Tiene alguna idea de adónde llevó su cuerpo?
—¿Cómo demonios voy a saberlo? Entonces estaba muerto, por si no se acuerda…
Natalie se puso tensa.
—¡Pare! Rebobine un poco.
Clark arqueó una ceja sorprendido y pulsó el botón de rebobinado del mando a distancia. Travers desdijo sus últimos comentarios en el modo de búsqueda hacia atrás, y Clark dejó que la cinta volviera a avanzar.
—… uno de los lugares de vacaciones favoritos de Sondra.
—¿Sabe cómo lo encontró el asesino allí?
—No.
—¿Tiene alguna idea de adónde llevó su cuerpo?
—¿Cómo demonios voy a saberlo? Entonces estaba muerto…
Natalie se levantó de su silla de un brinco.
—¡Ahí! ¡Párelo!
Clark congeló la imagen y capturó a Travers con la boca abierta en medio de una frase.
Situándose a un lado de la pantalla de televisión, Natalie señaló el brazo izquierdo de Travers.
—¿Ven cómo se pasa la mano por detrás de la oreja y de la cabeza? Es la costumbre de alguien que tenía el pelo largo. Lo sé porque yo misma lo hago incluso cuando no llevo puesta una peluca. Evan casi nunca llevaba peluca, y cuando la llevaba, era siempre un postizo muy corto. Además, Evan es diestro, y esta persona se ha quitado las gafas con la mano izquierda.
Dan y Clark se cruzaron una mirada interrogativa.
—Eso no es todo —añadió Mfume—. Retroceda hasta el principio.
Clark rebobinó la cinta hasta el momento de la ocupación: Travers se relajó en su sillón y miró a su alrededor con los ojos entornados.
—Fíjense en cómo mira el collar que tiene en las manos antes de lanzarlo a la mesa —comentó Mfume—. Eso es porque necesita ver cuál es la piedra de toque. Necesita ver en quién tiene que convertirse.
A Dan le dio un escalofrío; la temperatura de la habitación parecía haber descendido casi diez grados.
—Pero aun así el muerto habría tenido que tocar el collar en algún momento de su vida. Así es cómo funciona la piedra de toque, ¿no? ¿Cuántas personas podrían haber entrado en contacto con él además de Evan?
—No muchas. —Natalie rozó la imagen del colgante con las puntas de los dedos—. Era nuestro secreto.
La melancolía de su voz hizo que Dan apretara los dientes.
—¿Sabes de alguien más a quien pudiera habérselo enseñado?
La cara de Natalie se puso tensa.
—Sondra, supongo.
—Ella había sido formada para trabajar de incógnito —mencionó Serena de pasada—. Era un as de las imitaciones.
Todos la miraron con la boca abierta.
—Trabajamos juntas una temporada en el departamento de inteligencia del cuerpo. —Sonrió—. Es confidencial, por cierto. Si se lo cuentan a alguien, tendré que matarlos.
Dan miró a Natalie.
—¿Crees que es ella?
Señaló a Travers, que estaba repitiendo sus respuestas al interrogatorio mientras la cinta volvía a reproducirse.
—No lo sé. Pero quiero averiguarlo.
Clark paró el vídeo y apagó la televisión.
—Es evidente que tenemos que volver a enfrentarnos a ese impostor. El único problema es cómo vamos a conseguir que diga la verdad. ¿Qué podemos usar para amenazar a alguien que ya está muerto?
La expresión de Natalie se volvió dura y fría.
—Lo mismo que usan con alguien que sigue vivo: el encarcelamiento.