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Exhibición de diapositivas

—Díganos lo que estamos viendo —ordenó desde el otro lado de la mesa de conferencias Clark, cuyas gafas reflejaban la imagen proyectada del cuerpo destripado de McCord.

Dan parpadeó con sus ojos privados de sueño y dirigió su puntero láser hacia la pantalla que tenía detrás.

—Bueno, es evidente que el asesino preparó el cuerpo para humillar y dominar a la víctima. Colocado con los pies hacia la puerta, el cadáver estaba dispuesto en busca del máximo impacto emocional de quien entrara en la habitación. Al poner las manos de McCord dentro de su incisión abdominal, el asesino demuestra su dominio sobre la víctima. El círculo… —Se aclaró la garganta—… el círculo formado por el intestino delgado hace pensar que el autor concibe el asesinato como una especie de sacrificio ritual, posiblemente para obtener algún tipo de poder místico.

Pulsó el mando a distancia con la mano izquierda y aprovechó la oportunidad para lanzar una mirada a Natalie mientras la diapositiva cambiaba. Ella había optado por ponerse una peluca de cabello moreno liso hasta el cuello y unas lentes de contacto que teñían sus ojos de un intenso tono marrón chocolate. Apenas lo había mirado durante toda la mañana e incluso entonces se hallaba sentada con los ojos cerrados. Quizá se había quedado dormida, o quizá simplemente no soportaba los horrores de la exposición de diapositivas.

La última foto era un primer plano de las palabras grabadas en el pecho de McCord. El forense había colocado una regla en la imagen para mostrar el tamaño exacto de las letras.

—Con el humor grotesco del juego de palabras «puerta abierta», el asesino degrada todavía más a su víctima. También parece indicar que, al cometer ese sacrificio ritual, está estableciendo una conexión con el mundo del más allá: una conexión que antes poseía el canal fallecido.

Clark se recostó en su silla y formó un arco con los dedos.

—¿Y cuál sería su perfil del sujeto?

—Por lo que Natalie vio de los recuerdos de la víctima, al parecer McCord trató de quitar la máscara al asesino. Aunque no lo consiguió, vio una parte suficiente de su cuello para hacernos pensar que el asesino es un varón caucásico que ronda los treinta con la barbilla totalmente afeitada. ¿No es así?

Ella levantó la cabeza el tiempo justo para asentir.

—El hecho de que pudiera dominar a McCord, un hombre mucho más corpulento y pesado, hace pensar que el asesino está en buena forma. El forense no ha encontrado ninguna señal de abuso sexual en el cuerpo, y el sujeto desconocido no ha mostrado preferencias en materia de raza, edad o sexo a la hora de elegir a las víctimas. Por lo tanto, la satisfacción sexual no parece ser el principal motivo del crimen.

»Más bien, el sujeto parece ser un individuo que conoce bien a los violetas y alberga una intensa ira hacia ellos, posiblemente debido a una envidia irracional de su capacidad para comunicarse con los muertos. Al matarlos, pretende demostrarse a sí mismo que es superior a ellos. Puede que también crea que está acumulando el poder de sus víctimas. Eso explicaría por qué extrajo los ojos.

Dan pulsó el mando a distancia, y un primer plano de la cara de McCord apareció en la pantalla, con sus cuencas vacías, rojas y enormes, y regueros de sangre y fluido vítreo corriéndole por las mejillas.

Las arrugas del ceño de Clark se hicieron un poco más profundas.

—¿Por qué ahora? —Apuntó con la mano hacia la cara profanada de la pantalla—. ¿Por qué esto? Antes no nos dejaba encontrar los cadáveres. Y ahora los está decorando para impresionarnos. ¿Por qué?

Dan dejó el puntero y el mando en la mesa.

—Los asesinos en serie suelen aumentar la violencia de sus crímenes. Su ira se alimenta de sí misma, y con cada asesinato, se vuelven más audaces, más ansiosos por intensificar sus fantasías violentas. Es posible que ese tipo necesitara «practicar» con unas cuantas víctimas antes de tener el valor de exhibir su obra.

»La buena noticia es que cuanto más atrevido se vuelve el asesino, más nos permite saber de él. Las incisiones que usó para formar las letras en el pecho de McCord parecen haber sido hechas de izquierda a derecha, lo que hace pensar que el sujeto es diestro.

Clark puso los ojos en blanco.

—Eso reduce las posibilidades a un poco más de la mitad de población masculina blanca. ¿Ha descubierto usted algo, Yolena?

Sentada enfrente de Natalie, la detective García negó con la cabeza.

—No mucho. Las huellas ensangrentadas tomadas en el suelo de la tienda coinciden con las del jardín de Gannon.

—Lo que significa que nos estamos enfrentando a un solo hombre.

—No necesariamente. Esas huellas no coinciden con las marcas que encontramos en la alfombra de la habitación de Laurie Gannon, así que o bien el autor se cambió de zapatos o hay alguien más.

—Estupendo. ¿Qué hay de las balas de la pistola de McCord?

—Por fin hemos encontrado las dos balas, pero no hay rastro de sangre en ninguna de ellas. —Estelle Blair, la técnica encargada de la escena del crimen, consultó su carpeta sujetapapeles—. Todas las muestras que tomamos del suelo son del grupo sanguíneo de McCord, aunque las hemos mandado para analizar el ADN, por si acaso. Desgraciadamente, parece que McCord erró el tiro.

—Ajá. ¿Y cómo encaja todo esto con el atentado de la bomba en la escuela?

Dan encendió los fluorescentes del techo de la sala de conferencias. La luz inundó de blanco la pantalla del proyector a excepción de los hoyos oscuros de los ojos de McCord.

—Otro acto violento contra los violetas. El asesino quiere proclamar algo, y todas las víctimas tienen vínculos con la escuela. En mi opinión, es muy probable que o trabajaba allí o conocía a uno de los alumnos que estudió allí. Tal vez, un amigo o un miembro de su familia.

—Una idea de lo más alentadora. Por si le sirve de algo, ya hemos conseguido los expedientes de los empleados de la escuela de los últimos veinte años. —Clark empujó una pila de carpetas de manila sobre la mesa en dirección a él—. Unas cuantas faltas y delitos juveniles, pero nada de antecedentes penales. Son exigentes con las personas que contratan. ¿Qué hay de los amigos de McCord que mencionó?

—McCord dijo que solo un puñado de personas sabía dónde estaba escondiéndose del cuerpo. Los únicos que quedan vivos son Lucinda Kamei, su hermano pequeño Simon… y Natalie.

Ella no reaccionó. Ahora tenía los ojos abiertos, pero parecía que estuvieran mirando hacia dentro, ajenos a la reunión que tenía lugar en la sala de conferencias.

—Hum. ¿Cree que esas personas podrían saber algo? —preguntó Clark.

—Puede que sepan quién más podría encontrar a McCord. Y podrían ser los próximos objetivos del asesino.

—¿Dónde están?

—Kamei está en San Francisco, y Simon McCord en Seattle. Los dos están bajo protección policial. Pensé que si intercambiaban impresiones con Natalie, podríamos descubrir algo.

—Está bien, pónganse con ello. Pero tenga el teléfono móvil a mano por si los necesitamos.

Clark, García y Blair se levantaron para marcharse, pero Natalie siguió repantigada en su silla.

—Supongo que eso significa que tenemos que volver a volar —murmuró.

A Dan le tranquilizó oír que se quejaba y sonrió. Sin embargo, cuando se quedaron solos se hizo otro silencio tenso. Dan se metió la pila de carpetas de manila debajo del brazo, y Natalie lo acompañó a la puerta de la sala de conferencias sin pronunciar palabra.

Él la detuvo en la puerta.

—Oye, respecto a lo que pasó…

—No fue culpa tuya. —Ella evitó su mirada—. No estaba preparada para Russell. Lo siento. No volverá a pasar.

—No te preocupes. Solo quería que supieras que yo no… Ya sabes, que no pasó…

—Lo sé. —Esta vez ella lo miró a los ojos y le tocó el brazo—. Ojalá no me hubieras visto así.

Mentalmente, Dan oyó a Russell Travers provocándolo con la voz de Natalie. «Tú le gustas. Lo sabes…».

Él apretó las carpetas contra su costado.

—No sé tú, pero yo me muero de hambre. ¿Puedo invitarte a comer? Nada de comida rápida, te lo prometo.

La melancolía que empañaba el rostro de ella se desvaneció ligeramente.

—La verdad es que tengo un poco de hambre, ahora que lo dices.

—Estupendo. —Él le abrió la puerta—. Por cierto… ¿te han dicho alguna vez que te queda bien el pelo moreno?

Las comisuras de la boca de ella se curvaron hacia arriba.

—Últimamente no.

Dan se hizo el sorprendido.

—¡Espera! ¿No es una sonrisa eso que veo en tu cara? Tú no puedes ser Natalie. ¿Quién eres?

Ella se rio.

—Ten cuidado, Dan, o desearás que no sea yo.