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El hombre sin cara

Agachado detrás del cobertizo de madera para las herramientas que había junto a la valla trasera, el hombre observaba a la niña de cabello rubio cobrizo que jugaba en el jardín. El tejido informe del velo negro que le ocultaba la cara estaba manchado de sudor, y las manos le sudaban bajo los guantes de látex al doblar los dedos.

Hacía casi seis meses que no llovía en Los Ángeles, y la neblina formada por el humo acumulado arrojaba un manto de color ámbar sobre el bungaló y su pequeño jardín. La ola de calor de los últimos días de septiembre había secado la hierba hasta convertirla en agujas amarillas quebradizas, y el césped estaba salpicado de porciones de tierra árida. Una piscina hinchable decorada con personajes de Winnie The Pooh se hundía en el centro del jardín, y la niña se hallaba sentada en cuclillas en su agua poco profunda, ataviada con un bañador de una pieza con Tigger escrito en la parte delantera. El cabello fino le caía en forma de coletas enmarañadas sobre su cara pecosa mientras hacía nadar a su Barbie desnuda en grandes círculos a su alrededor.

El hombre empezó a respirar más deprisa; el aire resultaba caliente y sofocante bajo su máscara de crepé. La madre de la niña estaba trabajando, y la canguro había entrado en la casa hacía más de veinte minutos. Era la primera vez en tres días que el hombre veía a la niña sola. Aun así, vaciló.

Entonces vio que ella empezaba a moverse nerviosamente.

Soltó la muñeca en el agua y se tapó los oídos con las manos.

—¡Alguien llama! ¡Alguien llama!

El hombre se puso tenso y pronunció unas palabras moviendo los labios mudamente. Se imaginó que podía oír como los silenciosos susurros penetraban en el cráneo de la niña.

La habían encontrado.

La niña salió de la piscina dando traspiés, apretándose las sienes, mientras sacudía la cabeza como si estuviera en pleno ataque.

—¡Alguien llama! ¡Alguien llama!

El hombre lanzó una mirada de recelo en dirección a la puerta trasera de la casa y se abalanzó hacia ella.

Al verlo, la niña se puso a gritar y echó a correr haciendo eses hacia la casa. Él le cerró el paso, pero ella esquivó sus manos y retrocedió, avanzando con dificultad en dirección a la puerta del jardín. Cuando él le impidió el acceso, la niña fue corriendo en dirección a la valla metálica que bordeaba el jardín de sus vecinos, metió los dedos entre la alambrada para sacudirla y lanzó un grito.

Sin embargo, cuando él la agarró de los hombros, un repentino agotamiento pareció apoderarse de ella y se dejó caer contra la valla. Con la cara demacrada de la concentración, susurró las letras del abecedario como un rosario.

A-B-C-D-E-F-GH-I-J-K-L-M-N-Ñ-O-PQ-R-S-T-U-V

Su voz se fue apagando. El contorno de su cara se alteró sutilmente, al tiempo que su expresión se ensombrecía.

Su pequeño cuerpo recobró la fuerza, y de repente se dio la vuelta gruñendo y arañó la tela de la máscara del hombre, tratando de arrancársela de la cara. Previendo que ella haría eso, la agarró de los brazos y se los bajó.

—¿Quién eres? —La voz de la niña resonó con una autoridad digna de un adulto—. ¿Por qué nos estás haciendo esto? —Le lanzó una mirada colérica con sus relucientes ojos violeta.

Las cavidades lisas y superficiales de su cara emmascarada no revelaban la más mínima emoción, pero el hombre tembló visiblemente. Sujetando con el brazo extendido a la niña mientras forcejeaba, le agarró la cara con sus manos enfundadas en goma y le hizo una caricia casi tierna.

Y entonces, con un solo giro enérgico, le partió el cuello.