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Sin respuesta

—¿Te preocupa algo? —preguntó Inez, desenrollando los cables de los electrodos del SoulScan.

Natalie se arrellanó en una de las sillas de la habitación del motel y se quitó la peluca y la cinta adhesiva de la cabeza.

—No. Es solo que ha pasado mucho tiempo.

—Pues espero que pase todavía más hasta que vuelvas a hacerlo.

La fiscal auxiliar arrancó unas tiras de esparadrapo de un rollo y se las pegó en las puntas de los dedos hasta que su mano izquierda quedó llena de tentáculos blancos. Usó esos tentáculos para conectar los primeros de los veinte discos pequeños a los puntos nodales del cuero cabelludo de Natalie.

Natalie se estremeció al notar el acero, pero no por el frío del metal. Pese a lo mucho que detestaba el SoulScan, ese día no se quejó, pues deseaba la seguridad adicional que ofrecía el botón del pánico.

Has crecido desde la última vez que te vi, dijo la voz áspera de Nora lascivamente en su cabeza. Vamos a conocernos mejor.

Natalie no le había contado a Inez que había ido a visitar a su madre al instituto; de hecho, había llegado tarde a su cita porque había estado meditando en su coche durante media hora, haciendo inspiraciones y espiraciones de yoga para olvidar el brillo homicida de los ojos de su madre. Sin embargo, era evidente que no había respirado lo bastante hondo, pues Inez percibió inmediatamente la inquietud que la distraía.

Tampoco había mencionado a su amiga la visita de Arabella Madison, pero Inez conocía perfectamente los riesgos que entrañaba desafiar la autoridad del Cuerpo. De ahí su decisión de reunirse en aquella habitación destartalada de un motel cercano al Aeropuerto Internacional de Los Ángeles y que olía a cigarrillos rancios y a ambientador de pino, y no en la oficina del fiscal del distrito.

Una vez que Inez hubo colocado el último electrodo, se puso a hurgar en su maletín abierto y sacó un puñado de tiras de plástico para esposarla.

Natalie negó con la cabeza y sacudió los cables aislados que le absorbían el cráneo como si fueran sanguijuelas.

—No te van a hacer falta.

Inez torció el gesto.

—Estamos las dos solas. Si algo sale mal…

—Ya puedo ocuparme yo. Y siempre tienes el botón del pánico.

La fiscal echó un vistazo al círculo de plástico rojo del panel de control del SoulScan colocado sobre la cómoda. Si lo apretaba, enviaría una descarga eléctrica al cerebro de Natalie, una sobrecarga de corriente que expulsaría al alma ocupante de sus neuronas.

—Eso está bien, suponiendo que tenga la oportunidad de apretarlo —dijo Inez—. Pero nunca se sabe lo que van a hacer las víctimas cuando se vuelven a ver en un cuerpo de verdad.

—Me hago cargo.

—Me sentiría mejor si tomáramos precauciones.

Natalie estaba a punto de repetir su negativa cuando se acordó de su madre hablando con la inflexión reptil del Castigador.

Vamos a conocernos mejor…

—Puede que tengas razón. Más vale prevenir que curar.

Inez asintió con la cabeza y se arrodilló a su lado, y sujetó las muñecas y los tobillos de Natalie a los brazos y patas de la silla con las esposas de plástico.

—Como en los viejos tiempos, ¿eh? —dijo riéndose entre dientes cuando la última cinta quedó bien ajustada.

—Demasiado.

Natalie movió los brazos y las piernas para asegurarse de que sus ataduras estaban apretadas.

—No debería llevarnos mucho tiempo. —Inez regresó junto a su maletín y sacó dos paquetes envueltos en papel de estraza blanco—. Estas son las piedras de toque que tenemos pensado darle a Pearsall en el juicio. No están en muy buen estado, pero… tú lo entiendes.

Natalie lo entendía, y no se sorprendió cuando Inez desenvolvió y desdobló la parte superior de un pijama de hombre, cuya seda cara estaba perforada por agujeros de perdigonazos y cubierta con una mancha en forma de continente del color de una costra vieja. Aunque cualquier artículo tocado por el difunto servía —un zapato, una llave de coche, un paquete de caramelos de menta—, los fiscales elegían inevitablemente artículos que tuvieran el máximo impacto visual y emocional sobre el jurado, objetos que despertaran lástima por las víctimas y subrayaran la violencia del crimen cometido contra ellos.

Natalie ocultó un suspiro realizando una serie de profundas respiraciones.

—Está bien. Conéctamelo.

Rema, rema, rema en tu barca…

Repitió el mantra de espectadora mentalmente mientras Inez le colocaba el pijama sobre la palma abierta de la mano derecha. Un escalofrío eléctrico recorrió el cuerpo de Natalie cuando la seda le tocó la piel.

La vida no es más que un sueño…

Inez acercó una silla a la cómoda y se sentó junto al SoulScan, observando la tracería de líneas verdes que se desplazaban a través de su pequeña pantalla rectangular. Las tres líneas superiores mostraban las ondas cerebrales normales del patrón de pensamiento condicionado de Natalie; las tres líneas inferiores permanecían planas, a la espera de la llegada del alma invocada. La fiscal desplazaba la vista de la pantalla a Natalie una y otra vez, con la mano derecha posada cerca del botón del pánico.

Natalie cerró los ojos y dejó que su mente se sumiera en un estado de letargo, esperando a que el padre de Scott Hyland llamara. Con el ritmo hipnótico del mantra, el tiempo se transformó en un presente inmóvil, un presente eterno. De modo que se sorprendió cuando Inez la sacó bruscamente del trance.

—¡Eh! ¿Estás consiguiendo algo?

—No. —Natalie la miró parpadeando, malhumorada como una niña pequeña privada de su siesta—. ¿Por qué? ¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Una hora más o menos.

Inez tenía los ojos un poco llorosos de mirar fijamente la lectura del SoulScan.

—¿Una hora?

Algunas almas eran difíciles de invocar, pero Natalie no recordaba ninguna que hubiera tardado tanto.

—¿Estás segura de que no has conseguido nada?

—Nada de nada.

Inez carraspeó ruidosamente, como si el motor de su Subaru se hubiera negado misteriosamente a funcionar.

—A lo mejor deberíamos probar con la mujer.

Cogió la parte superior del pijama de la mano de Natalie y apartó la prenda, y a continuación arrancó el papel de estraza del segundo paquete. Con un golpe brusco de las muñecas, Inez sacudió los pliegues del camisón azul claro de Betsy Hyland. Su tejido de nailon transparente estaba cubierto de salpicaduras endurecidas de color rojo negruzco.

Una vez más, Natalie agarró la prenda y se concentró mientras Inez miraba detenidamente la pantalla del SoulScan. Esta vez Natalie incluso se aburrió y se impacientó, repitiendo inútilmente el mantra a solas en su mente.

Al cabo de otra hora, Inez se levantó y se estiró, encogiendo los hombros para aliviar la tensión.

—Tal vez debamos hacer una pausa. Podemos volver a intentarlo después de comer.

—Está bien. —Natalie reparó en la expresión de enfado de su amiga mientras Inez se arrodillaba para cortar las cintas de plástico con un cúter—. Lo siento.

—Oye, todos tenemos días malos. —Aunque trataba de aparentar despreocupación, la fiscal tenía el ceño fruncido—. Voy a buscar comida. ¿Te traigo algo?

Mientras reactivaba la circulación de sus manos y sus pies liberados masajeándoselos, Natalie le encargó un sándwich grande de pechuga de pavo —sin mantequilla ni queso, con todas las verduras—, e Inez se marchó. Natalie desenchufó el cable de los electrodos de la conexión del SoulScan y se paseó por la habitación con la hidra de cables serpenteando en su cabeza.

Cuando Inez volvió con la comida, las dos amigas se comieron sus sándwiches desganadamente, sorbiendo ruidosamente sus refrescos durante los tediosos silencios de la conversación. Natalie preguntó a la fiscal por sus tres hijos adultos y recibió sucintos comentarios sobre su progreso en la universidad y el departamento de graduados. Inez hizo los cumplidos de rigor sobre lo lista y guapa que era Callie, a los que Natalie respondió con humilde agradecimiento. Luego tiraron los vasos vacíos y los envoltorios de la comida, y Natalie dejó que Inez la sujetara a la silla otra vez.

Como había hecho antes, Natalie cogió la parte superior del pijama y el camisón por turnos y se abrió a la ocupación. Sin embargo, ahora la invadía una perversa ansiedad, pues incluso teniendo los ojos cerrados notaba cómo Inez la miraba.

A Natalie nunca le había resultado imposible invocar un alma. Nunca.

—Son las tres y media —anunció la fiscal finalmente—. ¿Tienes que recoger a Callie?

—Dentro de poco.

Natalie echó un vistazo al camisón azul claro. No podía haber una piedra de toque más potente para invocar a la mujer que había muerto con él puesto. ¿Por qué no había acudido?

La fiscal dobló las prendas de noche de las víctimas y las dejó en su maletín como si estuviera haciendo la maleta para irse de viaje de negocios.

—¿Qué crees que ha pasado?

—No lo sé. He oído que hay algunas almas que los violetas no pueden invocar, que van a parar a un sitio al que nosotros no podemos llegar.

No dijo que Dan le había confirmado la existencia del más allá.

Puedo sentirlo. Está esperando a los que están listos para irse.

Inez la sondeó lanzándole una mirada interrogadora.

—Tu teoría se podría aplicar a san Pedro o la Virgen María, pero ¿de veras crees que los Hyland han ido a ese sitio?

—Tal vez.

A Natalie tampoco le resultaba muy convincente la teoría.

—Toma… prueba con esto. —Inez desenvolvió un tercer paquete de papel y le entregó un sostén negro—. Lo encontramos atado al cuello de Samantha Winslow, la primera víctima de Avram Ries.

Pese a estar agotada por los esfuerzos en vano que había hecho, Natalie cogió el sujetador sin protestar y se concentró de nuevo, apretándolo con la mano como si quisiera escurrir la tela y extraer el alma de Samantha Winslow como si fuese agua. Nada.

Suspiró y devolvió el sostén a Inez.

—No consigo nada.

Como un médico que ha confirmado su peor diagnóstico, Inez reaccionó con una suerte de satisfacción sombría.

—Esa es la piedra de toque que Lyman usó para invocar a Winslow en el juicio de Ries —dijo mientras guardaba el sostén en el maletín—. Solicité al Cuerpo que hicieran que otro violeta la invocara, pero se negaron. Ahora sé por qué.

—¿Crees que Lyman… evitó que la auténtica Winslow declarara?

Inez desató a Natalie otra vez.

—Se me había ocurrido esa posibilidad, a menos que creas que Samantha Winslow se ha unido a los Hyland en el otro barrio.

—No lo creo.

Natalie sabía que era posible aprisionar la energía electromagnética del alma de una persona rodeándola de metal y material aislante; de hecho, el espíritu de su antigua compañera de escuela Sondra Avebury, la difunta amante del asesino de violetas, todavía estaba rabiando dentro de una jaula para almas en la comisaría del Departamento de Policía de San Francisco. Pero la idea de que alguien relegara el alma de una víctima de asesinato inocente a un pozo de aislamiento perpetuo le parecía una crueldad tan osada que quiso rechazarla.

Las manos le picaban a medida que la sangre le volvía a los dedos, y empezó a despegarse los electrodos de la cabeza.

—Supongamos que Lyman encerró su alma. ¿Cómo creó las lecturas del SoulScan en el juzgado? No pudo falsificarlas.

—Dímelo tú —replicó Inez—. Si Winslow no lo ocupó, ¿quién lo hizo?

Natalie recordó que Evan Markham, el asesino de violetas, había permitido repetidamente que Sondra lo ocupara.

—Lyman debe de tener un cómplice. Un cómplice muerto.

—Eso es lo que pensaba. Pero ¿quién? ¿Y cómo consiguió convencer a un fantasma para que le ayudara? ¿Qué pudo ofrecerle a cambio?

—No lo sé. ¿Tal vez la propiedad compartida de su cuerpo?

La fiscal levantó las manos.

—¡Genial! ¿Cómo voy a convencer al jurado de eso?

—Podrías hacer que al alma invocada se equivocara de alguna forma. —Natalie se frotó el cuero cabelludo, cuya piel le picaba por el adhesivo del esparadrapo—. Y yo podría ir al juzgado el día que Lyman suba al estrado y ver si descubro algún tejemaneje.

Inez dejó de despegar el esparadrapo de los electrodos y la miró.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo?

Como si de un espejo parabólico se tratara, la severidad de la expresión de su amiga aumentaba la inquietud de Natalie. Las dos sabían lo que estaba en juego.

Nos la vamos a llevar de todos modos, ¿sabe?, había asegurado Arabella Madison. Lo único que necesitamos es un motivo.

Natalie estuvo a punto de retractarse de su oferta. Tenía que pensar en Callie. El problema era que tampoco podía evitar pensar en Avram Ries abrazando a su abogado y el alma de Marcy Owen, su segunda víctima, llorando por su bebé.

—Quiero ayudar —dijo al final.

Inez le dio las gracias asintiendo con la cabeza con expresión seria y luego sonrió para distender el ambiente.

—Con un poco de suerte, Lathrop solo nos está tomando el pelo. Puede que crea que la incapacidad de Pearsall para invocar a los Hyland sentará las bases de la duda razonable. Puede que piense que no podremos condenar a su cliente si las víctimas no están disponibles para declarar, pero se equivoca.

Acarició la sien descubierta de Natalie alegremente.

—Siento que te hayas afeitado la cabeza para nada.

—Yo también.

Natalie soltó una risita, pero se dijo que el pelo que le había tardado años en crecer era un precio irrisorio si todo salía bien.

• • •

Esa noche, por primera vez desde hacía años, volvió a soñar con el Castigador.

En la visión que tuvo aparecía sentada en la sala de arteterapia del sanatorio vestida con un camisón de hospital amorfo y unas andrajosas zapatillas azules. Aunque no podía verlo, sabía que detrás de ella había un gigantesco aparato SoulScan, transmitiendo sus ondas cerebrales a la sala. Notaba los electrodos succionándole el cráneo como las ventosas de los tentáculos de un calamar. Parecía que le extrajeran la voluntad, inmovilizándola de apatía.

La puerta se abrió, y Andy Sakei condujo a Callie hasta una silla colocada al lado de ella. Sonrió con jovialidad profesional.

—¡Mira quién ha venido, Natalie! Es tu hija.

Ella no respondió. El esfuerzo necesario para hablar parecía imposible.

Callie se sentó en una silla, con los pies balanceándose un par de centímetros por encima del suelo. Brillantes de la preocupación, sus ojos violeta no dejaban de mirar más allá de Natalie, como si observaran la pantalla del SoulScan.

—¿Mamá? ¿Estás bien?

Natalie se moría por gritar, por saltar de la silla y estrechar a su hija entre sus brazos, pero la parálisis del sueño solo le permitía abrir la boca como un pez encallado.

La boca de Callie se encogió al coger un libro de tapa dura de debajo del brazo. Era Horton escucha a quién.

—He aprendido a leerlo. ¿Quieres oírlo?

Esperó una respuesta. Al ver que no obtenía ninguna, Callie abrió el libro sobre su regazo. Solo leyó las dos primeras páginas, deteniéndose para pronunciar algunas palabras.

Alzó la vista para ver la reacción de su madre, y su mirada se clavó en un punto situado detrás de Natalie. Callie negó con la cabeza, arrugando la cara.

—No, mamá… ¡No le dejes pasar!

Echando mano de toda su voluntad, Natalie se giró lentamente para mirar detrás de ella. En el lugar donde esperaba que estuviera el monitor del SoulScan con sus líneas verdes onduladas, una cara con la forma de la pala de un sepulturero la miró lascivamente con unas rajas negras de cólera por ojos y boca. Los aguijones metálicos que confundió con los electrodos eran en realidad las agujas de los dedos del Castigador, inyectándole su esencia en la cabeza.

A Natalie le entraron arcadas, pero no podía gritar. El Castigador disminuyó de tamaño hasta desaparecer introduciéndose en ella, y de repente Natalie se convirtió en el Castigador, incapaz de detenerse cuando se giró y extendió sus brazos como ramas y sus dedos hipodérmicos hacia su hija que gritaba…

Se despertó sacudiéndose entre las sábanas y contrayendo los músculos abdominales mientras respiraba con dificultad.

—No es real —susurró Natalie a la habitación oscura, repitiendo las palabras como si fueran un mantra de protección—. No es real.