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Vivisección de Vincent

Sentada en una silla naranja de diseño retro que parecía sacada de los dibujos animados de Los Supersónicos, Natalie hizo clic en otro hipervínculo destacado en azul del buscador de Yahoo! y esperó a que el sitio web número 247 (de 11 819 sitios coincidentes) se cargara. Llevaba diez horas en aquel sofisticado café de internet, y los ojos se le habían quedado tan secos y pegajosos debido a la deshidratación de la cafeína que se había quitado las lentes de contacto. El café era una mala costumbre que había adquirido durante los últimos años, y el estrés no hacía más que debilitar su resistencia a él.

Parpadeó y se desplazó por el artículo archivado en el sitio número 247, pero no le dijo nada nuevo sobre Vincent Thresher que no hubiera descubierto gracias a la pila de libros que había en la mesa, todos con títulos tan escabrosos como Tapices de carne y Aguja, hilo y sangre. Para ocupar a un violeta que no fuera su madre, Thresher habría tenido que convertir a esa persona en una piedra de toque mediante alguna forma de contacto previo, pero Nora Lindstrom parecía el único canal relacionado con el caso del asesino del bordado.

Anteriormente, Natalie había evitado informarse sobre los crímenes de Thresher. Le bastaba con el dolor de las víctimas que experimentaba en su trabajo, y no tenía el más mínimo deseo de averiguar qué horrores habían hecho franquear a su madre el umbral de la cordura. Incluso ahora, los libros sobre crímenes reales, que narraban atrocidades con la ávida sordidez de los chismes de Hollywood la horrorizaban.

«El forense calculó que la figura del tigre hallada en el torso de Eberhardt estaba compuesta de más de cinco mil puntos —informaba el autor de Coser y matar: la historia real de los crímenes del bordado—. Todos los puntos habían sido realizados cuando la víctima estaba viva, la mayoría mientras estaba consciente. Puede que tardara días en morir».

Natalie deseó que el escritor pudiera sentir los cinco mil puntos de aquella chica como los sentía un violeta: las implacables perforaciones de los pinchazos y los ojales de piel tierna tensados con hilo, seguidos de la delicada tortura del sangrado y el picor que se experimentaba cuando las diminutas bocas de aquellas heridas de aguja chupaban las hebras que se negaban a dejarlas curar. Tal vez así no describiría la agonía de un ser humano como un colegial contando una historia de fantasmas alrededor de una fogata.

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No habría tenido el coraje para leer aquella porquería de no haber sido por Callie… y Dan. Esa mañana, cuando había dejado a su padre y su hija en la funeraria, Natalie había decidido desenterrar todos los datos que pudiera sobre Vincent Thresher. Sin embargo, cuando llegó a la librería del barrio, su urgencia se había tornado en aprensión, y se entretuvo. Una especie de temor agorafóbico le revolvía el estómago cada vez que se acercaba a la sección de crímenes reales, de modo que regresaba a la parte de delante de la tienda y se ponía a hojear revistas de moda y de espectáculos que normalmente no habría tocado ni en la sala de espera del médico. Cuando iba por la mitad de un ejemplar de Cosmopolitan, volvió a arrojar la revistucha al estante, maldiciéndose a sí misma.

Haciendo caso omiso de la dificultad para respirar que le nublaba la vista, Natalie se obligó a ir a la sección y coger el primer libro en rústica que encontró sobre los asesinatos del bordado. Hojeó las páginas como si estuviera barajando cartas, pero empezó a pasarlas más despacio al llegar a las páginas con fotografías del centro del libro. Allí, por primera vez, vio una de las «obras» de Vincent Thresher: el abdomen de una mujer bordado con un caballo negro delante de una puesta de sol.

En la página opuesta aparecía la foto de una joven que podría haber sido hermosa de no haber sido por su cabeza calva y la expresión prematuramente envejecida de su rostro. «Nora Lindstrom, un canal del CCUN que desempeñó un papel decisivo en la investigación sobre Thresher», rezaba el pie.

Un acceso de repugnancia hizo que Natalie dejara el libro y corriera al servicio con unas arcadas incontrolables.

Derrumbada en el rincón de uno de los cubículos, se tragó el sabor agrio de la garganta e invocó a Dan pensando: «Ven, por favor. Ven, por favor. Ven, por favor».

—Después de lo de Disneylandia, esto es un pequeño chasco —murmuró él con la voz de ella, mientras se levantaba y contemplaba el entorno.

Sí, lo siento, pensó ella, repentinamente avergonzada. No sabía con quién más hablar.

Le habló del asesinato de su madre y del Castigador, el hombre que había sido el monstruo en el armario de la cabeza de Natalie desde su infancia.

No sé si podré enfrentarme a él, dijo. A lo mejor debería dejárselo al Cuerpo

—No puedes huir de ese tipo siempre. Si no lo encuentras, él te encontrará a ti. O a Callie.

Dime algo que no sepa. Aquel pensamiento no hizo más que aumentar la culpabilidad que sentía por su propia cobardía. Pero Thresher… Mi madre era una de las mejores violetas que había, y él llegó hasta ella. ¿Qué puedo hacer yo?

—Aborda el caso como cualquier otra investigación. Olvídate de que ese Thresher es el sospechoso y de que tu madre fue la víctima.

Para ti es fácil decirlo.

—No es fácil, pero vale la pena. «La verdad os hará libres». Créeme.

Ella sabía que Dan se estaba refiriendo a su reconciliación póstuma con el hombre inocente al que había matado por error.

Lo intentaré, dijo, pero la promesa sonó débil incluso para sí misma.

—No lo intentarás. Lo harás. —A Natalie le resultaba tranquilizador oír su propia voz imbuida de la serenidad de Dan—. No vas a permitirle que te haga lo que le hizo a tu madre. Tú eres más fuerte que ella. —Notó la sonrisa de él abriéndose paso en su cara—. Eres más fuerte que ninguna de las personas que he conocido.

Una huella de aquella sonrisa permaneció allí cuando él se marchó.

• • •

Haciendo caso omiso de las miradas de extrañeza del resto de las mujeres del servicio, que sin duda se preguntaban por qué estaba hablando sola en un cubículo del baño, Natalie volvió a la sección de crímenes reales de la librería y escogió todos los libros que encontró sobre los crímenes del bordado. Había ido a aquel café de internet para complementar la información de los libros con artículos seleccionados de la red, examinando con detenimiento la documentación en busca de pistas que le dijeran cómo había regresado Thresher del olvido… y cómo volver a mandarlo allí.

Vincent Thomas Thresher, leyó, había nacido en San Diego, California, el 12 de noviembre de 1951, hijo de Margaret Alice Thresher. No se sabía nada del padre de Thresher (el apellido pertenecía a la familia de Margaret), pero fuera cual fuese la relación que el desconocido había tenido con la madre de su hijo, le había dejado un odio virulento por los hombres que le duraría toda la vida. Algunos de los escritores más sensacionalistas insinuaban que Margaret podía haber sido víctima de incesto, pero no existía ninguna prueba que apoyara esa conjetura.

Según numerosas entrevistas psiquiátricas realizadas a Thresher antes y después de su condena, el asesino pasó los primeros doce años de su vida como si fuera una niña. De hecho, Thresher dijo que el primer recuerdo que conservaba era el de su madre cepillándole los enredos de su pelo moreno hasta los hombros y llamándolo «Vanessa». Decidida a no tener ningún hombre más en casa, Margaret hizo todo lo posible por adoctrinar a su «hija» en la feminidad, hasta el punto de matricularlo como niña en la escuela primaria del barrio.

A pesar de sus esfuerzos, dijo Thresher, él siempre supo que no se «sentía cómodo con vestido». Quería llevar tejanos y armar jaleo con los chicos en el recreo, pero los profesores lo castigaban y su madre le pegaba cada vez que se atrevía a meterse en una pelea en el patio de recreo. Aunque poseía un coeficiente intelectual posteriormente estimado en más de 140, nunca destacó en el colegio y se le consideraba un estudiante problemático y un alborotador.

Luego llegó la enseñanza secundaria y la clase de gimnasia, donde «Vanessa» tuvo que desnudarse delante de sus compañeras. Al verlo, las chicas salieron gritando del vestuario, y el escándalo resultante le costó a Vincent la expulsión del centro. Poco después, él y su madre se mudaron a una caravana de dos habitaciones en Palmdale, al norte de Los Ángeles, donde Margaret educó a «Vanessa» para evitar que entrara en el sistema escolar público.

Sin embargo, con la pubertad llegaron una serie de conflictos que Margaret Thresher no pudo sortear. Ahora Vincent sabía que no era una chica, un hecho que se hacía más patente cada día que pasaba. Consiguió su primer trabajo de media jornada como reponedor en un supermercado Safeway y aprovechó la oportunidad de ser un chico por primera vez. («Ni siquiera supe mi verdadero nombre hasta que solicité la tarjeta de la Seguridad Social», le dijo al psiquiatra del estado). Cada día, cuando se iba de casa al trabajo, se cambiaba la blusa y la falda en secreto por una camiseta y unos tejanos, se ataba el largo cabello moreno en una coleta y adoptaba un contoneo a lo James Dean.

Un día su madre pasó casualmente por aquel supermercado para comprar unos productos para la cena y vio lo mucho que su hijo había llegado a parecerse a su padre. Esa noche cogió el cuchillo de trinchar más grande de la cocina y le dijo a Vincent que se quitara las bragas, murmurando que era lo que deberían haber hecho desde el principio. Le había obligado a hacerlo muchas veces en el pasado, de modo que él la obedeció. Sin embargo, esa vez ella llevó a cabo su amenaza. («La tiró por el retrete como un pez muerto», recordó Thresher, expulsando entre risas el humo de un cigarrillo por la nariz).

Después de estar a punto de morir desangrado esa noche, Vincent se volvió mucho más cuidadoso a la hora de llevar ropa de hombre. Abandonó el empleo en el supermercado y aceptó una serie de trabajos variopintos, con lo que adquirió rápidamente conocimientos de fontanería, cableado eléctrico y reparación de automóviles. Empleando lo que su madre le había enseñado sobre pelucas, maquillaje y vestuario, Vincent también perfeccionó una habilidad para cambiar de aspecto y de voz que se haría tristemente célebre en su posterior vocación.

Al final se volvió tan competente y tan audaz que entraba disfrazado en el salón de peluquería donde trabajaba su madre y le preguntaba cómo encontrar el cine más próximo. Ella le daba las señas sin mostrar el más mínimo atisbo de reconocimiento. Envalentonado, empezó a usar sus disfraces para cometer pequeños robos… y para seguir a mujeres. La discapacidad que le había causado el cuchillo de Margaret no apagó su creciente deseo por el sexo opuesto ni la frustración que le generaba.

A veces, dijo, elegía a una chica que le gustaba y la seguía toda la tarde vestido de hombre hasta que ella empezaba a lanzarle miradas lascivas. Al día siguiente se vestía de mujer y seguía a la misma chica por la ciudad, la abordaba en un servicio de señoras y cruzaba con ella unas palabras cordiales.

Cuanto más se provocaba a sí mismo de ese modo, más se enfurecía con la imposibilidad de consumar su deseo. Una idea fue cobrando forma en su cabeza: si no podía penetrar a una mujer del modo habitual, encontraría otra forma: una forma de pincharla una y otra vez. Las lecciones de su madre también le sirvieron a ese respecto.

A principios de 1978, cuando unas cuantas prostitutas desaparecieron en West Hollywood, nadie tenía motivos para sospechar del hijo adulto que vivía con su madre en Palmdale. Unos cuerpos desnudos aparecieron en el Bosque Nacional de Los Ángeles, a veinticinco kilómetros escasos de distancia, y los torsos de las mujeres lucían bordados como los de las muestras que cubrían las paredes del salón de Margaret Thresher, pero nadie se planteó buscar al asesino en Palmdale, puesto que las víctimas eran de Los Ángeles. Thresher era lo bastante listo para saber que no debía cazar en su propio jardín.

Incapaz de encontrar pistas, la policía local solicitó ayuda a la Unidad de Apoyo a la Investigación del FBI con sede en Quantico, Virginia, donde Nora Lindstrom se había convertido en una de las violetas más destacadas que trabajan en casos de asesinatos en serie. Ella invocó de una en una a las víctimas del asesino del bordado, pero lo que ellas revelaban confundía a las autoridades todavía más. Dependiendo de los recuerdos que uno creyera, el asesino era alto o bajo, delgado o corpulento, viejo o joven, hombre o mujer, rubio o moreno, con los ojos marrones o azules. Solo había un dato en el que coincidieron más de una víctima: el asesino conducía una furgoneta Volkswagen blanca con el guardabarros delantero del lado izquierdo abollado.

Trabajando a partir de las descripciones que Nora Lindstrom les daba, los artistas forenses trataron de deducir los principales rasgos faciales del asesino basándose en aquellos aspectos que no podía alterar con el maquillaje, como la estructura ósea. Realizaron bocetos del sospechoso con diferente cabello y color de ojos y los distribuyeron, junto con la descripción del vehículo, a los departamentos de policía local de todo el sur de California. Basándose en el leitmotiv oculto de los bordados del asesino, el FBI también propuso que las iniciales V. T. podían ofrecer una pista de la identidad del asesino.

Al cabo de pocas semanas, un par de agentes de policía de Lancaster localizaron una furgoneta Volkswagen blanca con un guardabarros abollado aparcada en la calle delante de la caravana oxidada de Margaret Thresher. Comunicaron el número de matrícula y descubrieron que el vehículo estaba matriculado a nombre de Vincent Thresher, quien se la había comprado a un viejo hippy por mil pavos. La coincidencia de las iniciales del dueño despertó sus sospechas, y los agentes llamaron a la puerta de la caravana.

Según el informe que redactaron más tarde, una joven abrió la puerta: alta, poco agraciada y «huesuda», vestida de forma conservadora con un jersey de manga larga y una falda de punto hasta los tobillos. Cuando la policía la interrogó sobre el coche, afirmó que no sabía de quién era. Los agentes le preguntaron si vivía sola, y ella contestó que compartía la casa con su madre, que casualmente se encontraba trabajando en ese momento. Dijo que se llamaba Vanessa Smart, sonreía mucho y los invitó a tomar café. Ellos declinaron la oferta, pero antes vislumbraron varias labores de costura en las paredes situadas detrás de ella.

Esa noche, cuando su madre volvió a casa del salón de peluquería, Vincent Thresher le cortó el pescuezo, frio su lengua y se la comió en un sándwich con salsa para carne, y metió el cadáver en la parte trasera de la furgoneta. Más tarde, la furgoneta fue descubierta abandonada en un área de descanso de la I-10, a las afueras de Phoenix, pero no hallaron el cadáver de Margaret Thresher.

A lo largo de los dos años siguientes, Vincent Thresher desapareció. Durante ese tiempo vivió bajo múltiples disfraces y mató a gran cantidad de personas —los cálculos más desorbitados sitúan la cifra en más de cien—, robando el dinero que necesitaba para sobrevivir a sus víctimas. Podría haber evitado que lo atraparan indefinidamente, pero el FBI creó unos retratos robot que mostraban el aspecto que tenía Thresher tanto de hombre como de mujer y los distribuyó a los medios de comunicación más importantes. Una de esas fotos, difundida en America’s Most Wanted, condujo finalmente a la detención de Thresher cuando estaba haciendo la compra vestido de mujer en unos grandes almacenes de Albuquerque, Nuevo México.

Incluso entonces Vincent Thresher podría haber sido declarado inocente en el tribunal, ya que la acusación no tenía ninguna prueba física contra él y ninguna de sus víctimas podía identificarlo con seguridad… salvo una. Nora Lindstrom invocó a Margaret Thresher en el tribunal, y la estridente denuncia de la madre transformó a su hijo acusado, normalmente engreído y sardónico, en un niño gimoteante. Natalie sabía que esa humillación, más que su condena y su ejecución definitivas, era el motivo por el que Vincent Thresher había decidido torturar a Nora más alla de la muerte.

Natalie cogió el pequeño bloc que había junto a los libros sobre crímenes reales y lo abrió por el dibujo que había hecho de la falsa enfermera que había matado a su madre, tratando de comparar sus rasgos con los de los violetas que conocía. Dudaba que el asesino fuera una mujer. La voz que había oído en el recuerdo de su madre sonaba masculina, y Thresher era conocido por sus disfraces de mujer.

Tras sacar Aguja, hilo y sangre del montón de libros, Natalie lo abrió por las páginas centrales, donde había sido reproducido el retrato robot de Thresher junto a una versión inalterada de una foto del asesino de joven: perversamente atractivo con su firme mentón y sus delicadas facciones de muchacho. Meditó un rato acerca de las fotografías y luego arrancó el dibujo de la enfermera del bloc y lo dejó a un lado.

Con una hoja en blanco delante de ella, eligió un carboncillo de la caja que había llevado y empezó a dibujar de nuevo el retrato del asesino de Nora, quitándole el maquillaje y el pelo y añadiéndole unos puntos nodales tatuados en la cabeza. Si bien sus dotes artísticas no le habían permitido trabajar con Da Vinci en la sección de artes visuales del Cuerpo, le servían a la perfección para el trabajo policial.

Mucho antes de que acabara el retrato, notó que el cabello incipiente de debajo de su peluca se le erizaba de temor. Mantuvo firme la mano y añadió un bigote poblado al dibujo.

La cara de Lyman Pearsall la miraba con el ceño fruncido.

—Santo Dios. —Natalie se tapó la boca con la mano, y algunos universitarios de los ordenadores de alrededor le lanzaron miradas de curiosidad.

Dejó el cuaderno a un lado, volvió al teclado y escribió «Vincent Thresher Lyman Pearsall» en la ventana del buscador de Yahoo! Pulsó el botón ENTER, y el termómetro horizontal visible en la pantalla se llenó poco a poco de color azul para indicar la búsqueda en curso. Esta vez apareció un solo hipervínculo, el sitio web 1 de 1 encontrados, con los nombres que ella había marcado en negrita:

Descubierta una posible víctima del asesino del bordado

La policía de Sangus ha rescatado… el asesino del bordado ejecutado VINCENT THRESHER. Descubiertos por unos excursionistas… al canal del CCUN LYMAN PEARSALL para que colabore…

Natalie hizo clic en el enlace como si estuviera abriendo la trampilla de un desván prohibido. Un pequeño artículo a una columna del L. A. Times apareció en pantalla.

DESCUBIERTA UNA POSIBLE VÍCTIMA DEL ASESINO DEL BORDADO

La policía de Sangus ha rescatado los huesos de una joven que pudo ser víctima del asesino del bordado ejecutado Vincent Thresher.

Descubiertos por unos excursionistas en el Bosque Nacional de Los Ángeles, los restos óseos no presentan restos de ropa, joyas ni otros artículos, lo que indica que la muerte de la mujer no fue accidental, según un portavoz de la policía. Durante el verano de 1979, los cadáveres desnudos de al menos ocho víctimas de Thresher fueron hallados en los jardines del parque o en las inmediaciones.

Condenado en 1982 a la cámara de gas en San Quintín, Thresher murió sin confesar sus crímenes. Acusado de doce asesinatos, está implicado en las muertes o desapariciones de más de cincuenta personas.

Al cadáver recién descubierto le falta el cráneo, lo que imposibilita la identificación dental de la víctima. La policía ha llamado al canal del CCUN Lyman Pearsall para que colabore en la investigación.

Natalie tomó nota de la fecha del artículo: enero del año pasado. Unos seis meses antes del juicio de Avram Ries.

—Dios mío, Lyman —dijo con voz entrecortada—, ¿qué has hecho?