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Comienza el espectáculo
Malcolm Lathrop se lanzó a la butaca del cine de sesión doble al lado de Pearsall poco antes de que el último tráiler terminara. Vestido informalmente con una camisa vaquera y unos tejanos, y con el pelo perfectamente engominado, el abogado parecía un ejecutivo de vacaciones en un rancho para turistas.
—Mañana voy a tener un día ajetreado, señor Pearsall —murmuró mientras en la pantalla aparecía el mensaje «SE RUEGA SILENCIO»—. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Quiero un anticipo. —La cola de maquillaje que sujetaba el bigote postizo de Lyman había empezado a derretirse con el sudor, y se lo colocó bien fingiendo que estaba alisándoselo—. Quinientos mil. Ahora.
Lathrop rio satisfecho.
—No ha encontrado un cajero, ¿verdad?
Lyman apretó la mandíbula retorciéndola como si fuera un tornillo. La película principal empezó: una cinta de colegas con Eddie Murphy que había fracasado estrepitosamente en taquilla. Sentados en la fila del fondo de la última sesión de una noche entre semana, Pearsall y Lathrop formaban más de la mitad del público.
—No tiene ninguna posibilidad sin mí —recordó el violeta al abogado.
—Exacto. Y por eso no puedo permitir que se escape a Sudamérica con su «anticipo». —Dedicó a Pearsall una sonrisa jovial—. Pero no se preocupe, amigo mío. Tendrá su dinero dentro de poco. Siempre que pueda hacer lo que dice, claro está.
Su expresión se ensombreció, y Lyman se miró las manos rechonchas.
—Ya lo creo que puedo. Recuerde lo que le dije de Avram Ries. Pero ¿y si decido no hacerlo?
El abogado se encogió de hombros.
—Usted conoce mejor el Cuerpo que yo. ¿Qué cree que le harán si no presta la declaración que ha prometido?
Lyman no dijo nada. Su peluquín parecía flotar en sudor.
—¿Le preocupa algo, señor Pearsall? ¿Hay algún problema?
—No. Ningún problema.
Los dedos de Lyman se anudaron entre sí como gusanos copulando. Los recuerdos de los últimos días desfilaban por su mente como descartes de una película mucho más larga. Se había marchado de la casa de Lakeport y se había dirigido al norte por la Ruta 29. Había parado a echar gasolina en Lucerne. Al otro lado de la calle había un complejo turístico, una colección de pequeñas cabañas… y luego estaba allí, en Los Ángeles, buscando una cabina de teléfono para llamar a Lathrop y concertar aquella cita con él.
Las lagunas de su memoria eran intencionadas; no quería saber lo que había pasado mientras tanto.
Lathrop soltó una risita.
—Bien. Si lo consigue mañana, tendremos el veredicto para finales de la semana que viene. Le ingresaré el dinero en su cuenta del extranjero y, por lo que a mí respecta, podrá irse a Río o a Bali o a Marte.
Se levantó para marcharse dando a Pearsall una palmada fraternal en el hombro.
—No se olvide de que el espectáculo empieza a las nueve en punto.
—Sí.
El abogado se abrió paso hasta la puerta de salida, dejando a Lyman en la oscuridad.
El violeta se llevó la mano al bolsillo del pecho de su arrugada chaqueta de sport, donde notaba el peso de la navaja en el corazón como si fuera un ancla. Al día siguiente se la pegaría al pecho con cinta por debajo de la camisa. Si los detectores de metal del juzgado la descubrían, diría que era un arma de protección personal.
No necesitas esa vieja navaja oxidada para llamarme, Lyman —dijo una voz dentro de su cabeza, como en respuesta a sus pensamientos—. Estaré aquí si me necesitas, amigo.
—¿Qué demonios…? ¿Qué estás haciendo aquí?
La única persona que había en el cine aparte de él, un gamberro con la gorra vuelta hacia atrás, se volvió y lo miró fijamente, y Pearsall bajó la voz para hablar en susurros.
—¡Te dije que no me llamaras! ¿Es que quieres estropearlo todo?
Tranquilo, amigo mío. Sé cuándo tengo que esfumarme.
—¿Y el juicio? Si apareces demasiado pronto en el SoulScan…
No te preocupes. Puedo visitar a… una vieja amiga antes de que me invoques. Mientras tanto, no te molestará mi compañía, ¿verdad, Lyman?
—No. Claro que no.
Pero Pearsall sabía que sus palabras no engañaban al detestable huésped de su cerebro, capaz de percibir su miedo. Al día siguiente, cuando tuviera el dinero, podría separarse de su gemelo siamés para siempre, se recordó Lyman. Después de su actuación en el juzgado.
Ciertamente, iba a ser todo un espectáculo.