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El médico salió de la habitación, y Kamal lo siguió taciturno. Al darle alcance en la sala, lo miró fijamente con ojos interrogantes:

—Siento mucho comunicarle —dijo pausadamente— que sufre una parálisis general.

Al oír sus palabras Kamal experimentó una fuerte convulsión en su pecho:

—¿Es grave?

—¡Muy grave! Además, simultáneamente, le ha sobrevenido una inflamación pulmonar, por lo que se hace necesario inyectarle un calmante…

—¿No hay esperanzas de recuperación?

Tras unos momentos de silencio, el médico dijo:

—Sólo Dios dispone sobre nuestras vidas. El médico, dentro de los límites de su ciencia, sólo puede afirmar que en ese estado, su vida no puede prolongarse más allá de tres días…

Kamal recibió el anuncio de la muerte de su madre armado de valor. Condujo al médico hacia la puerta de salida, y volvió a la habitación. Allí se encontraba la madre, dormida, o aparentemente dormida… Cubierta por una espesa manta, sólo era posible ver su rostro lívido y su boca cerrada y algo torcida. Aisha estaba de pie frente a la cama y se dirigió hacia él para preguntarle:

—¿Qué tiene, hermano? ¿Qué ha dicho el médico?

Umm Hánafi, desde la cabecera de la cama, donde se encontraba, exclamó:

—¡No habla, señor! No ha dicho una sola palabra…

Y se dijo él para sus adentros: «No volverá a oírse su voz». Y a continuación, en respuesta a la pregunta de su hermana:

—Agotamiento, acompañado de un leve enfriamiento. ¡La inyección la calmará!

Aisha, como quien piensa en voz alta, dijo:

—Tengo miedo. Si permanece así, inmersa en ese sueño, durante mucho tiempo, ¿cómo podremos soportar la vida en esta casa?

Kamal se volvió hacia Umm Hánafi, preguntándole:

—¿Has avisado a los demás?

—Sí, señor. Enseguida vendrá Sitt Jadiga y Si Yasín. ¿Qué tiene, señor? Esta mañana se encontraba rebosante de salud y vitalidad…

¡Se encontraba, y él era testigo de aquello! Como acostumbraba hacer cada mañana, aquella vez había pasado por la sala antes de marcharse en dirección a la Escuela de el-Salihdar. Ella le había ofrecido una taza de café, y él la tomó diciéndole:

—No salgas hoy de casa. ¡Hace mucho frío!

Entonces ella sonrió amablemente, y dijo:

—¿Y cómo voy a tener hoy un buen día si no paso a visitar a tu Señor…?

A lo que él respondió:

—Haz lo que consideres mejor. ¡Ay, madre, qué obstinada eres algunas veces…!

—¡Que el Señor te proteja! —susurró.

Seguidamente, mientras él salía de la sala:

—¡Que nuestro Señor endulce tus días!

Estas fueron las últimas palabras que intercambió con ella estando consciente. Él se enteró del ataque que había sufrido su madre, cuando se encontraba a punto de salir de la escuela. Entonces, volvió con el médico que le había dado la noticia unos segundos antes: ¡sólo le quedaban tres días!

Y a él, ¿cuántos días le quedarían a él? Se aproximó a Aisha y le preguntó:

—¿Cuándo y cómo ha ocurrido?

Umm Hánafi respondió en su lugar:

—Estábamos las dos sentadas en la sala, cuando se levantó para ponerse el abrigo y salir, mientras me decía: «Cuando termine la visita a el-Huseyn iré a ver a Jadiga». Entró en la habitación e inmediatamente después oí un ruido extraño y sentí que algo había ocurrido. Me apresuré hacia adentro, y la encontré caída en el suelo entre la cama y el armario. Corrí hacia ella, llamando a la señora Aisha…

E intervino Aisha diciendo:

—Entonces vine rápidamente y la encontré ahí. La cogimos y la acostamos en la cama. Me puse a preguntarle qué le ocurría, pero no me respondía, no hablaba. ¿Cuándo hablará, hermano?

—Cuando Dios quiera… —respondió él apesadumbrado.

Se retiró al sofá y se sentó, entristecido, sin apartar la vista del rostro lívido y silencioso. Permaneció mirándola largo tiempo, pues sabía que poco después ya no podría hacerlo. Incluso la misma habitación cambiaría, cambiaría su peculiaridad, y cambiaría también el resto de las peculiaridades de toda la casa. Ya no se volvería a oír otro «¡mamá!». Él no había imaginado que su corazón pudiese soportar todo el dolor de su muerte. ¿Aún no se había habituado a la muerte? Sin duda alguna, mas la vida y la experiencia lo habían endurecido frente a las emociones. Sin embargo, el dolor agudo de la ausencia absoluta era intenso, y quizás, entre las cosas que se reprochara su corazón, se encontrara el hecho de que él, a pesar de que sufría profundamente, lo que en su corazón experimentaba era, en el fondo, indiferencia. ¡Cuánto lo amó ella, y cuánto los amó a todos! ¡Cuánto amó a todas las cosas del mundo! Sin embargo, ese carácter bondadoso no se tiene en cuenta más que a la hora de la muerte. En ese momento de fatalidad, se agolparon en su mente recuerdos de lugares, momentos, sucesos… que hacían estremecer su corazón. Mientras que su madre se debatía entre la luz y la oscuridad, confundiéndose en ella el azul del alba con el jardín de la azotea, el brasero de la tertulia del café con las lecturas de leyendas, el zureo de las palomas con los cantos dulces… «¡Ay, corazón ingrato…, ese era un maravilloso amor! ¡Quizás digas mañana, y con toda la razón, que la muerte te arrebató lo más querido! Y quizás tus ojos derramen lágrimas hasta que tus canas las enjuguen… Contemplar la vida como una tragedia no es más que una visión romántica e infantil, así que más te valdría adoptar una postura valiente, como ante un drama cuyo final feliz es la muerte. Después te preguntarás a ti mismo: "¿Cuándo se llevará el viento tu vida?" Tu madre morirá, pero no sin antes haber construido una obra completa. En cambio tú, ¿qué has construido tú?»

***

El ruido de unos pasos lo sacó de su ensimismamiento. Era Jadiga quien, con espanto, entraba en la habitación dirigiéndose hacia la cama llamando a su madre, y preguntando a los demás qué le había ocurrido. Su dolor se multiplicó hasta creer que no podría soportarlo. Salió de la habitación a la sala. No tardaron en llegar Yasín, Zannuba y Redwán. Lo saludaron, y él les informó acerca de la enfermedad sin entrar en detalles. Fueron hacia la habitación, y él se quedó solo, hasta que Yasín volvió para preguntarle:

—¿Qué te ha dicho el médico?

—Parálisis total e inflamación pulmonar —respondió taciturno—. Todo habrá acabado en tres días…

Yasín se mordió el labio, y dijo con tristeza:

—Dios tiene en sus manos todo el poder y la fuerza.

Luego se sentó susurrando:

—Pobre… ¡Todo nos ha cogido tan de sorpresa…! ¿No se había quejado de ninguna molestia en los últimos días?

—En absoluto. Tú sabes que a ella jamás se le ha oído una queja sobre sí misma. Sin embargo, algunas veces parecía algo cansada…

—¡Ojalá la hubieses llevado antes al médico!

—¡No había en el mundo otra cosa que ella detestase más que ir al médico!

Pasado un momento, Redwán se unió a ellos y dijo a Kamal:

—Pienso que deberíamos llevarla al hospital, tío…

Kamal respondió, agitando la cabeza tristemente:

—No hay razón para ello. El boticario enviará a una enfermera para que le ponga las inyecciones…

Taciturnos, y con los rostros elevados, buscaban refugio en el silencio. Entonces Kamal recordó algo que no podía ser pasado por alto, y preguntó a Yasín:

—¿Cómo está Karima?

—Dará a luz en el curso de esta semana, o al menos eso es lo que asegura la matrona…

—Nuestro Señor la ayudará… —susurró Kamal.

Y añadió Yasín:

—El niño vendrá al mundo mientras su padre se encuentra en prisión…

En ese instante sonó la campanilla. Era Riyad Quldus. Fue recibido por Kamal, quien lo hizo pasar hasta su despacho. Riyad le decía por el camino:

—Pregunté por ti en la escuela, y el secretario me dio la noticia. ¿Cómo se encuentra?

—Ha sufrido un ataque de parálisis. El médico me ha dicho que todo habrá acabado en tres días…

Riyad permaneció taciturno, hasta que preguntó:

—¿No hay solución?

Kamal, desesperanzado, respondió con un movimiento de cabeza, y dijo:

—Por fortuna o por desgracia, no ha vuelto a estar consciente, de modo que al menos no se dará cuenta de lo que le aguarda…

Seguidamente, en tono irónico, mientras se sentaban:

—Pero ¿acaso tenemos alguna idea, por mínima que sea, de lo que nos aguarda?

Riyad sonrió sin decir nada. Y Kamal continuó:

—Muchos opinan que lo más juicioso es tomar la muerte como un pretexto para meditar acerca de ella. Pero, en verdad, ¡más nos valdría tomarla como pretexto para meditar acerca de la vida…!

Oído lo cual, Riyad sonrió:

—¡Yo creo que eso sería lo mejor! De modo que ¡aprovechemos, ahora que estamos cerca de la muerte, sea la de quien sea, para preguntarnos qué hemos hecho con nuestras vidas!

—Por lo que a mí respecta, yo no he hecho nada con la mía. Eso es precisamente en lo que estaba pensando…

—Por tu parte, tú estás todavía a mitad de camino…

«Tal vez. Sin embargo, siempre es bueno que el hombre se incline hacia sus sueños. En virtud de lo cual, el ascetismo es una huida, del mismo modo que la fe ciega en la ciencia es otra forma de huida. Así pues, la acción es indispensable, y para la acción es indispensable la fe. Por tanto, la cuestión se reduce a saber cómo dotarnos de una fe adecuada a la vida».

—¿Tú crees que yo he satisfecho mis deberes para con la vida —dijo— dedicándome por entero a mi ocupación de profesor y escritor de artículos filosóficos…?

Riyad respondió con un cumplido:

—En cualquier caso, es indudable que has satisfecho al menos uno de los deberes…

—¡Pero he vivido con la conciencia torturada como corresponde a un traidor!

—¿Traidor?

Kamal suspiró para proseguir diciendo:

—Déjame que te cuente lo que mi sobrino Ahmad me ha dicho cuando he ido a verlo a la celda de la comisaría antes de su traslado al campo de confinamiento…

—A propósito, ¿hay alguna noticia de ellos?

—Sí. Han sido conducidos, junto con otros muchos, al campo de el-Tur, en el Sinaí.

—¿Tanto el que reverencia a Dios como el que no lo reverencia? —preguntó Riyad con una sonrisa.

—Si quieres vivir en paz, a quien debes reverenciar en primer lugar es al gobierno…

—En cualquier caso, la prisión es menos grave, en mi opinión, que el procesamiento…

—Es una opinión. Pero ¿cuándo acabará este pesar? ¿Cuándo va a ser suprimido el estado de excepción? ¿Cuándo va a volver el poder a reconocer el derecho natural y la Constitución? ¿Cuándo van a ser tratados los egipcios como seres humanos?

Riyad se puso a juguetear con su alianza de casado, que llevaba en el dedo de la mano derecha, y asintió tristemente, diciendo:

—¡Sí! ¿Cuándo? Pero, a lo que ibas, ¿qué te ha dicho Ahmad en su celda?

—¡Ah, sí! Me dijo: «¡La vida es trabajo, matrimonio y deber para con la humanidad! Mas no es este el lugar ni el momento de hablar acerca de los deberes del individuo en relación a su profesión o a su cónyuge. En cuanto al deber hacia la humanidad, consiste en la revolución permanente, lo cual no significa otra cosa que el cumplimiento continuo de la voluntad de la vida, encarnada en su progreso hacia los ideales…».

Tras un instante de reflexión, Riyad acabó diciendo:

—Su punto de vista es noble, pero deja la puerta abierta a cualquier tipo de interpretación.

—Sí. Esa es precisamente la causa por la que su hermano Abd el-Múnim lo aprueba. Y también es la causa por la que yo lo considero como una llamada a la fe, sin entrar en distinciones de objetivos ni tendencias, y la causa, en fin, por la cual atribuyo mis pesares a los remordimientos de conciencia propios de un traidor. ¡Puede parecer fácil vivir inmerso en el propio egoísmo, pero, de ese modo, es difícil encontrar algún bienestar, si se es un hombre digno de ser así llamado!

A pesar de la tristeza del momento, el rostro de Riyad se iluminó, y dijo:

—¡He aquí el presagio de una gran transformación!

A lo que Kamal respondió desconfiado:

—¡No me tomes el pelo! Por lo que a mí respecta, el problema de la fe aún está sin resolver. ¡Y la única cosa en la que encuentro consuelo es el hecho de que el combate aún no ha terminado! ¡Ni terminará jamás, a no ser que sólo me quedaran tres días de vida…, como le sucede a mi madre!

Luego, tras suspirar, continuó diciendo:

—¿Sabes qué dijo también? Dijo: «Yo tengo fe en la vida y en los hombres. Así pues, me considero a mí mismo obligado a creer en sus ideales en tanto crea que están en lo cierto, pues ignorarlos sería huir como un cobarde. Mas, igualmente, me considero obligado a combatir esos mismos ideales, desde el momento en que creo que son una aspiración vana, pues ignorarlo sería traición. ¡Ese es el significado de la revolución permanente!».

Riyad se quedó en silencio, agitando la cabeza. Sobre Ramal aparecían signos de pesadumbre. Entonces dijo Riyad:

—Tengo que irme. ¿Qué te parece si me acompañas hasta la parada del tranvía? Dar un paseo quizás te calme los nervios.

Se levantaron juntos, y al salir de la habitación se encontraron con Yasín, que había permanecido junto a la puerta del primer piso, pues sólo conocía a Riyad superficialmente; y Kamal lo invitó a acompañarlos. Él les pidió que le concedieran unos segundos al objeto de volver a ver a su madre. Pasó entonces a la habitación y la encontró tal y como la había dejado, en el mismo estado de inconsciencia. Jadiga estaba sentada en la cama junto a sus pies. Sus ojos se habían enrojecido a causa del llanto y su rostro seguía cubierto por la aflicción desde que el brazo del gobierno se había extendido hasta sus hijos. Por su parte, Zannuba, Aisha y Umm Hánafi se habían sentado en el sofá, en silencio. Aisha, frenética y apresurada, se fumaba un cigarrillo, a la vez que sus ojos recorrían el lugar sin poder calmar su nerviosismo.

—¿Cómo está? —preguntó Yasín.

Aisha, revelando su pesadumbre y su lamento, respondió en voz alta:

—¡No quiere volver en sí…!

Casualmente, Yasín fijó sus ojos en Jadiga e intercambiaron una larga mirada, que reflejaba triste compasión y resignación compartida. No pudo hacer otra cosa que salir de la habitación y unirse a sus dos compañeros…

Caminaron lentamente por la calle y atravesaron el-Saga camino de el-Guriyya, en completo silencio. Y al llegar a la altura de el-Sanadiqiyya, se encontraron casualmente con el sheyj Mitwali Abd el-Sámad quien, apoyándose en su bastón, pues se había quedado ciego y le temblaban las piernas, venía hacia el-Guriyya con paso endeble, preguntando a todo lo que le rodeaba en voz alta:

—¿Por dónde se va al Paraíso…?

Un transeúnte le respondió riéndose:

—¡La primera a la derecha!

Entonces Yasín preguntó a Riyad Quldus:

—¿Me creerías si te dijera que ese hombre tiene casi ciento diez años?

A lo que Riyad respondió riendo:

—En cualquier caso, ya no es un hombre…

Kamal miraba compasivo al sheyj Mitwali, pues el verlo le evocaba el recuerdo de su padre. Además, lo consideraba un elemento caracterizador e inseparable del barrio, tanto como pudieran serlo la mezquita Qalawún o el adarve de Qírmiz. Si bien era cierto que encontraba mucha gente que le demostraba piedad, sin embargo, el anciano no se salvaba de la maldad de algunos mozos que se ponían a silbarle a la cara y a remedar sus movimientos.

Acompañaron a Riyad hasta la parada del tranvía y esperaron con él hasta que se subió. Luego volvieron juntos hacia el-Guriyya. De pronto, Kamal se paró en la acera, y dijo a su hermano:

—Ya es tu hora de ir al café…

—En absoluto —dijo Yasín decidido—. Me quedo contigo…

Kamal, que era el mejor conocedor del carácter de su hermano, insistió:

—No hay razón para ello…

Yasín se colocó ante él, y le replicó diciendo:

—¡Ella es mi madre igual que lo es tuya!

Súbitamente, Kamal sintió miedo por Yasín. Era verdad que él caminaba repleto de vida, alto y fuerte como un camello. Pero ¿hasta cuándo soportaría su vida, rebosante de pasiones? Su alma se colmó de desolación. Sin embargo, de pronto, su mente voló hacia el-Tur, hacia el campo de confinamiento. «Yo tengo fe en la vida y en los hombres —había dicho—. Me considero a mí mismo obligado a creer en sus ideales en tanto crea que están en lo cierto, pues ignorarlos sería huir como un cobarde. Mas, igualmente me considero obligado a combatir esos mismos ideales, desde el momento en que creo que son una aspiración vana, pues ignorarlo sería traición». Se preguntaba qué era lo verdadero y qué lo vano. Sin embargo, quizá la duda fuera un modo de huida como el misticismo o la fe ciega en la ciencia. ¿Es posible ser profesor ejemplar, esposo modelo y revolucionario permanente?

Al pasar por la tienda de el-Sharqawi, Yasín se detuvo diciendo:

—Karima me encargó que comprase algunas cosas que necesitará el bebé. Con tu permiso…

Entraron en la tienda, y Yasín se dispuso a coger todo lo que necesitaba: unos pañales, una táqiya y un pijama. En esto, Kamal recordó que la corbata negra que el año anterior había llevado en el entierro de su padre estaba vieja, y que necesitaba otra nueva para el triste día que se aproximaba. Y cuando Yasín hubo terminado su compra, le dijo al hombre:

—¡Una corbata negra, por favor!

Tras lo cual, cada uno cogió su paquete y salieron de la tienda, caminando el uno junto al otro, de vuelta a casa, mientras el crepúsculo destilaba apacibles tonos cobrizos…

FIN