51

De pronto, al pasar junto al cruce de las calles Sherif y Qasr el-Nil, frente al café Ritz, Kamal se encontró delante de Huseyn Shaddad. Se pararon, y ambos se miraron fijamente a los ojos, hasta que Kamal exclamó: ¡Huseyn! Mientras que, a su vez, el otro gritó:

—¡Kamal!

Seguidamente, se dieron un efusivo apretón de manos a la vez que se reían de alegría y contento.

—¡Qué maravillosa sorpresa después de todo este tiempo…!

—¡Qué maravillosa sorpresa! Has cambiado mucho, Kamal. Pero, deja que te mire despacio, quizá exagere. ¡Tu mismo porte, tu mismo aspecto…! Pero ¿qué es ese bigote tan honorable…? ¿Y esas gafas tan antiguas…? ¡Y ese bastón! ¡Y ese tarbúsh, que ya no lleva nadie más que tú…!

—Y tú, ¡tú si que has cambiado! ¡Has engordado más de lo que podría haberme imaginado! ¿Es eso lo que se lleva en París…? ¿Dónde está el Huseyn de aquel entonces…?

—¿Y dónde está el París de aquel entonces…? ¿Dónde está Hitler y dónde Mussolini? ¡Cómo es la vida…! Yo me dirigía hacia el Ritz para tomar un té. Si no tienes nada urgente que hacer, vamos a sentarnos juntos un rato.

—¡Con mucho gusto!

A continuación se dirigieron hacia el Ritz y se sentaron en una mesa, tras la ventana de cristal que se alzaba sobre la acera. Huseyn Shaddad pidió té y Kamal pidió café. Acto seguido, volvieron a estrecharse las manos afectuosamente entre sonrisas.

Pues sí, Huseyn había engordado. Había crecido no sólo de alto, sino también de ancho. Pero ¿qué había sido de su vida? ¿Habría viajado por tierras y mares como él siempre había deseado…? Sus ojos, a pesar de las sonrisas, dejaban entrever una mirada opaca, como si la juventud se le hubiese convertido en vejez… Por lo que se refiere a Kamal, había pasado un año desde su último encuentro con Budur en la calle Fuad I, y entre tanto se había curado de recaídas de amor, y había vivido apartado de los Shaddad a base de olvidar. Sin embargo, la reaparición de Huseyn había despertado su alma del letargo, y fue como si el pasado hubiera extendido sus brazos, alegrando y reavivando sus esperanzas.

—¿Cuándo has vuelto del extranjero?

—Hace ya casi un año.

¡Y no había intentado verlo en absoluto! Pero ¿con qué derecho iba a hacerle reproches, cuando él había olvidado y había dado por terminada su amistad hacía un siglo…?

—Si hubiese sabido que habías vuelto a Egipto, habría intentado verte antes.

No le pareció que Huseyn se encontrara en un aprieto, ni confuso siquiera. Y dijo con toda tranquilidad:

—Volví para encontrar las tristezas esperándome. ¿Es que nadie te ha contado nada acerca de nosotros?

A Kamal se le cambió la expresión del rostro y, conciso y apenado, improvisó rápidamente:

—¡Claro que sí! He sabido de vosotros a través de nuestro amigo Ismail Latif.

—Pero él se fue a Irak hace dos años, según me dijo mi madre… Como acabo de decirte, viví unos momentos muy tristes. Luego no tuve más remedio que trabajar… ¡Trabajar día y noche!

«¡Este es Huseyn Shaddad, edición de 1944! El que consideraba el trabajo como un delito contra la humanidad. ¿De verdad habrá pasado por eso…? Quizá no tenga más prueba de ello que el latido de este corazón».

—¿Recuerdas la última vez que nos encontramos?

—¡Claro…!

Antes de que terminara de hablar los interrumpió el camarero, que llegó con el té y el café; si bien él no parecía muy entusiasmado con los recuerdos.

—Deja que te refresque la memoria… era el año 1926.

—¡Bravo por tu memoria!

Y seguidamente, pensativo, exclamó:

—¡Diecisiete años en Europa…!

—¡Cuéntame algunas cosas de tu vida allá!

Huseyn meneó la cabeza, en la que no le habían envejecido más que las sienes, y dijo:

—¡Diecisiete años en Europa…!

—¡Cuéntame…!

—Deja eso para más tarde. Ahora escucha esto, y confórmate por el momento con los titulares: algunos años viajando feliz como en un sueño; amor y matrimonio con una francesa de elevada alcurnia; la guerra y el exilio en el sur; la bancarrota de mi padre; el trabajo en el negocio de mis suegros; la vuelta a Egipto sin la esposa, con el fin de disponer para ella una vida estable. ¿Qué más se puede pedir?

—¿Has tenido hijos?

—¡Qué va!

Como si no quisiera hablar de ello… Pero… ¿qué quedaba de la antigua amistad, por la que sentir añoranza? A pesar de todo, Kamal sintió un fuerte deseo de llamar a la puerta del pasado, y preguntó:

—¿Y en qué quedaron tus antiguas filosofías?

Huseyn pensó largo rato, al cabo del cual soltó una risa de mofa, y dijo:

—Desde hace años y años me encuentro inmerso en el trabajo… ¡No soy más que un hombre de negocios!

¿Dónde había ido a parar ese espíritu del Huseyn Shaddad que vivía continuamente flotando en una espesa nube de felicidad espiritual? Ya no existía en ese gran hombre. Quizá permanecía en Riyad Quldus. Pero él no lo conocía, y no relacionaba con él sino un pasado desconocido, un pasado del que deseaba en aquel momento haber conservado una imagen viva, no una sola y gélida fotografía.

—Y ahora, ¿a qué te dedicas?

—Un amigo de mi padre me ha colocado en un puesto de vigilancia, donde trabajo desde medianoche hasta el amanecer. En ese tiempo me dedico a hacer traducciones de periódicos europeos…

—¿Y cuándo dejas de trabajar?

—Raras veces. Pues el hecho de que no haré volver a mi esposa hasta haber conseguido una vida adecuada para ella, me hace más liviano el trabajo. Pertenece a una honorable familia, y desde que me casé con ella me cuento entre la gente de dinero…

Dicho eso se rio como si bromeara consigo mismo, y Kamal sonrió en tono de corroboración de su arrojo y esfuerzo. Mientras, se decía para sus adentros: «Afortunadamente para mí, perdí el contacto contigo hace tiempo, pues de no haber sido así, habría llorado por ti desde el fondo de mi alma».

—Y tú, Kamal, ¿a qué te dedicas?

Y seguidamente, rectificando:

—Recuerdo que eras un apasionado de la cultura… ¿No es verdad?

Era digno de agradecimiento que recordara todo aquello. Por lo que a él respectaba, había muerto, del mismo modo que por su parte también había muerto el otro. Y nosotros morimos y vivimos varias veces al día… Kamal le respondió:

—Soy profesor de inglés.

—¡Profesor! Sí…, sí. Recuerdo algo de eso. Tú deseabas llegar a ser escritor… «¡Ah, los deseos frustrados!»

—Publico algunos artículos en la revista el-Fikr, y quizás reúna algunos de ellos en un libro dentro de poco.

Huseyn sonrió afligido por la melancolía, y dijo:

—Tú eres feliz, entonces; pues has conseguido hacer realidad los sueños de la adolescencia. Sin embargo, yo…

Se rio una vez más. Y a Kamal la frase «tú eres feliz» le sonó extraña a los oídos, siendo lo más extraño en ella el disimulado tono de envidia con el que fue pronunciada. Y se sintió, por una vez, feliz y envidiado. Pero… ¿por quién? ¡Por un Shaddad…! Sin embargo, dijo cortésmente:

—Tu vida de trabajador es la más noble que existe.

Y respondió el otro sonriendo:

—No tengo otra elección. Mi único deseo es recuperar algo del pasado…

Reinó un prolongado silencio, mientras que Kamal dirigía una mirada escrutadora a Huseyn. Una imagen del pasado renacía al fijar su vista en él, y sin darse cuenta, se vio preguntando:

—¿Cómo está la familia?

A lo que el otro respondió sin poner interés:

—Bien…

Kamal dudó durante unos segundos, y luego preguntó:

—Tenías una hermana pequeña…, no recuerdo su nombre… ¿Qué ha sido de ella?

—¿Budur? Se casó el año pasado…

—¡Cómo pasa la vida…! ¡Nuestros pequeños se casan…!

—Y tú, ¿no te has casado?

«¿Es que ya no recuerda nada…?»

—¡Qué va!

—¡Pues date prisa…, si no, se te escapará el tren…!

Y respondió riendo:

—Ya se me escapó… ¡Y a varias millas!

—Posiblemente te cases cuando menos lo esperes. Créeme, el matrimonio no estaba incluido en mis planes, sin embargo, aquí me tienes casado desde hace más de diez años…

Kamal se encogió de hombros con indiferencia, y dijo:

—¡Cuéntame…! ¿Cómo encuentras la vida aquí después de haber estado tanto tiempo en Francia?

—Mi vida en Francia, después de la ocupación, no era ningún motivo de alegría. Aquí la vida es más fácil en comparación con la vida de allí.

Seguidamente, con nostalgia:

—Pero París, ¿dónde… dónde está París?

—¿Por qué no te has quedado en Francia?

A lo que Huseyn respondió rotundamente:

—¡Vivir siempre a costa de mis suegros! Ni hablar. Antes había una excusa, pues las circunstancias de la guerra me impedían el viaje. Pero después de aquello, ¡era inevitable que volviera!

«¿Es que no ha cambiado nada de la arrogancia de antaño?» Después, Kamal se sintió abocado a correr un riesgo peligroso y agradable a la vez. Y preguntó con astucia:

—¿Qué sabes de nuestro amigo Hasan Selim?

El otro le asestó una mirada recelosa durante unos segundos y a continuación respondió apresuradamente:

—No sé nada de él.

—¿Cómo es eso?

Y, al mismo tiempo que dirigía su mirada a través del cristal, respondió:

—Hace unos dos años que terminó lo que había entre nosotros.

Y dijo Kamal con asombro que no pudo esconder:

—¿Quieres decir que…?

La sorpresa lo embargó, de modo que no pudo terminar sus palabras. ¿Volvería Aida de nuevo a el-Gamaliyya? ¿Una mujer divorciada? Pero dejando a un lado ese tema por un momento, dijo con tranquilidad:

—Que se iba a Irán fue lo último que Ismail Latif me contó acerca de él.

Huseyn intervino, ostensiblemente afligido:

—En ese viaje, mi hermana sólo permaneció junto a él durante un mes, y luego se volvió sola…

Seguidamente, en voz baja:

—¡Dios la tenga en su gloria!

—¿Eh? —exclamó Kamal con una voz que se oyó en las mesas de alrededor.

Huseyn lo miró, interrogante, y le preguntó:

—¿No lo sabías? ¡Murió hace un año!

—¿Aida?

Como única respuesta, Huseyn movió la cabeza afirmativamente, al mismo tiempo que Kamal quedó confundido al pronunciar su nombre con una voz que se le quedó dentro de los oídos. Sin embargo, sólo permaneció en aquella situación un breve instante. Las palabras se dispersaron perdiendo su significado, y sintió un torbellino girando en su cabeza. En su corazón no había tristeza ni dolor, sino confusión y miedo. Finalmente dijo:

—¡Qué noticia más triste! ¡Resignación!

A lo que Huseyn respondió:

—Volvió de Irán sola, y permaneció con mi madre por espacio de un mes. Luego contrajo matrimonio con Anwar Bey Zaki, inspector general de lengua inglesa. Pero solamente vivió con él durante un par de meses. Enseguida enfermó, y murió en el Hospital Copto.

¿Cómo podía coordinar en su cabeza estas desgracias a esa velocidad demencial con la que se le presentaban? Anwar Bey Zaki, el más alto cargo dentro de su cuadro docente. Incluso puede que se hubiera sentido honrado al charlar con él en algunas ocasiones, siendo ya, entonces, el marido de Aida… ¡Señor…! En ese instante recordó que hacia un año había tenido que asistir al entierro de la esposa de su superior… Entonces, era ella… ¡Aida! Sin embargo, ¿cómo no se encontró con Huseyn?

—¿Estuviste presente en su última hora?

—No. Falleció antes de que yo volviera a Egipto.

Y, moviendo la cabeza con asombro, dijo Kamal:

—¡Asistí a su funeral sin saber que era tu hermana!

—¿Qué estás diciendo?

—Aquel día, en la escuela, me enteré de que la esposa del inspector general había muerto, y que el cortejo fúnebre partía de la Plaza de el-Ismailiyya. Entonces fui con algunos compañeros profesores sin haber leído las necrológicas de los periódicos. Caminamos entre el cortejo fúnebre hasta la mezquita Guerkes. Hace de eso un año…

Huseyn sonrió entristecido, y dijo:

—Vuestro acto fue digno de agradecimiento…

Si esta pérdida hubiese tenido lugar en el año 1926, se habría vuelto loco o se habría suicidado. Sin embargo, en esta ocasión, tomó la noticia como cualquier otra, sintiéndose ahora asombrado de haber asistido a su entierro sin saberlo siquiera; a pesar de que en aquel momento aún continuaba atado a la amargura de los momentos que había dejado atrás cuando el compromiso matrimonial de Budur. La imagen del féretro a hombros daba vueltas en su cabeza a la vez que se le estampaban en la mente detalles de Budur y su familia, sin dejar de pensar en el día del entierro, cuando se acercó a Anwar Bey Zaki para expresarle su condolencia, antes de sentarse entre los asistentes. Entonces, se oyó: «¡En pie!». Y aparecieron las parihuelas y, sobre ellas, un hermoso féretro coronado de sedas tan blancas que uno de los compañeros susurró: «Es como una novia…, la segunda esposa del profesor…, y ha fallecido víctima de una neumonía…». Entonces se despidió del ataúd sin saber que era su pasado a lo que decía adiós… ¿Y quién había sido su esposo? Un hombre de más de cincuenta años, con esposa e hijos. ¿Cómo iba a sentirse satisfecho de aquellos tiempos, habiéndola considerado por encima del matrimonio, cuando ella había sido sometida al repudio y luego se había conformado con el puesto de segunda esposa?

«Pasará largo tiempo antes de que la furia de este pecho se tranquilice, no del dolor y la tristeza, sino del asombro y la confusión, de la falta que hay en el mundo de los gozos soñados, de la pérdida de la alegría del pasado mágico para siempre; pues, aunque estés triste, sin embargo, no estás todo lo triste que deberías…»

—¿Y qué más sabes de Hasan Selim?

Huseyn movió la cabeza con desdén, y dijo:

—El idiota se enamoró de una empleada de la legación belga en Irán, de modo que la difunta le pidió el divorcio…

«¡En tal situación, un hombre es capaz de hacer que los Teoremas de Euclides dejen de ser axiomas absolutos!»

—¿Y sus hijos?

—Con su abuela paterna…

«Y ella… ¿Dónde estará ella? ¿Qué habrá ocurrido durante este año? ¿Seria posible que Fahmi, el señor Ahmad Abd el-Gawwad o Naíma la conocieran?»

En ese instante, Huseyn Shaddad se puso en pie diciendo:

—Es hora de marcharme. ¡Déjate ver por aquí…! Yo suelo tomar algún que otro té en el Ritz.

Kamal también se levantó, y mientras ambos se daban la mano, dijo:

—Si Dios quiere…

Entonces se despidieron, y al separarse, pensó que no se volverían a ver más; que él no tenía ningún interés en verlo, ni el otro tampoco a él. Enseguida abandonó el café, diciéndose para sus adentros: «Estoy triste, Aida, porque no he derramado todas las lágrimas con que debería haberte llorado»…