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En su villa de Helwán, Abd el-Rahim Basha Isa despedía al último grupo de visitantes que habían ido a desearle buen viaje, poco antes de emprender su marcha hacia las tierras del Hiyaz al objeto de cumplir con el deber de la peregrinación…

—La peregrinación es un antiguo deseo que aún no se ha hecho realidad. Dios maldiga la política, que es lo que me ha distraído de este deber año tras año. Cuando un hombre llega al momento de la vida al que yo he llegado, debe ir pensando en el cercano compromiso con su Señor.

—¡Dios maldiga la política! —exclamó Ali Mahrán, el secretario del basha.

Este último miró alternativamente a Redwán y a Hilmi, con ojos apagados, pensativos, y continuó diciendo:

—¡Di lo que quieras! Sin embargo, en mi dedicación a la política hay una cuestión que considero principal, y que no olvido. Y consiste en que ha sido ella la que me ha distraído en mi soledad, pues los viejos solterones como yo buscamos estar en compañía de alguien, aunque sea en el propio infierno.

Oído lo cual, Ali Mahrán arqueó las cejas y preguntó:

—Y nosotros, basha, ¿no hemos cumplido con nuestro deber de entretenerte?

—Sin duda. Pero el día del soltero es muy largo… Tanto como las noches de invierno. El hombre no puede pasar sin un amigo. Confieso que la mujer es una necesidad perentoria. ¡Cuánto me acuerdo de mi madre en estos días…! La mujer es necesaria incluso para los que no muestran ningún amor hacia ella.

Mientras tanto, Redwán pensaba en otros asuntos… Y en esto preguntó al basha:

—Supongamos que el-Nahhás Basha cae… ¿No renunciarías en ese caso al viaje?

Entonces, el basha, irritado, hizo un gesto con la mano y exclamó:

—¡Pues que se aguante con su mala suerte, por lo menos hasta que yo regrese de la peregrinación…!

Y luego, moviendo la cabeza:

—Todos somos pecadores, y la peregrinación lava los pecados…

Tras lo cual, Hilmi Ezzat rio exclamando:

Basha, ¡eres un verdadero creyente! ¡Tu fe es de esas que dejan asombrado a cualquiera!

—¿Por qué? La fe es sinceridad. El hipócrita es el único que se atribuye la total inocencia. Es necedad que pienses que el hombre no comete pecados nada más que cuando se encuentra falto de fe, siendo estos, entonces, equiparables a los inocentes juegos infantiles.

Ali Mahrán suspiró tranquilizado, y exclamó:

—¡Ah, qué bellas palabras! Y ahora, permíteme una pregunta: Quisiera confesarte que he sido demasiado pesimista cuando me has hablado de que estabas resuelto a hacer la peregrinación, pues me preguntaba si acaso había llegado la hora del arrepentimiento… ¿Es que por lo que a nosotros respecta se ha terminado la alegría de la vida?

El basha se rio balanceando su cuerpo, y dijo:

—¡Eres un diablo! ¡Más que diablo! ¿Os entristeceríais realmente si os dijera que se trata del arrepentimiento?

A lo que respondió Hilmi haciendo aspavientos:

—¡Cómo una madre que viese a su hijo degollado sobre su regazo!

Oído lo cual, Abd el-Rahim Basha se rio una vez más y dijo:

—¡Oídme, bastardos! ¡Quien sinceramente sienta la necesidad de hacer penitencia como la siento yo, que se aleje de hermosos ojos y sonrosadas mejillas, y se acerque a los alrededores de la tumba del Profeta, sobre él la adoración y la paz!

—¡Ah, el Hiyaz…! —exclamó Mahrán con socarronería—. ¿Cómo te describiría yo el Hiyaz? Los que lo conocen me han contado algunas cosas sobre él: «¡Es como escapar de Caribdis para caer en Escila…!».

Tras lo cual, objetó Hilmi:

—Quizás se trate únicamente de una propaganda engañosa, como las propagandas inglesas. ¿Acaso hay en todo el Hiyaz un rostro como el de Redwán?

—¡Ni siquiera en el Paraíso…! —exclamó Abd el-Rahim Isa.

Luego, retomando la conversación:

—¡Pero… bastardos, volvamos al tema del arrepentimiento!

—Un momento, basha —dijo Ali Mahrán—. Un día me hablaste del asceta que hizo penitencia setenta veces. ¿Quiere eso decir que cometió setenta pecados?

—¡O cien! —exclamó Redwán.

E insistió Ali Mahrán:

—¡Yo me conformo con setenta!

Oído lo cual, el basha, con rostro resplandeciente, preguntó:

—¿Hay tiempo en la vida para más…?

—¡Que Nuestro Señor prolongue tu vida, basha! ¡Puedes decirnos con toda tranquilidad que este es tu primer arrepentimiento!

—¡Y el último!

—¡Fanfarronadas! ¡Si me desafías, cuando vuelvas de la peregrinación iré a recibirte con una belleza que ni todas las del mundo juntas…! ¡Y ya veremos entonces!

A lo que el basha respondió sonriente:

—¡Lo que veremos será como tu cara, so cara de castrado! ¡Eres un demonio, Mahrán; un demonio de mucho cuidado!

—¡Alabado sea Dios por ello!

—¡Alabémoslo…! —exclamaron Redwán y Hilmi casi al unísono.

Por su parte, el basha, ufano y alegre, dijo:

—¡Sois humanos…! ¿Qué es la vida si la privamos del afecto y la amistad? La vida es hermosa. La belleza es hermosa. La emoción es hermosa. El perdón es hermoso… Vosotros sois jóvenes, y veis el mundo desde un ángulo muy especial. La vida tiene mucho que enseñaros. Yo os amo, y amo el mundo. Y deseo que mi visita a la Casa de Dios sea para dar gracias, pedir perdón y buscar el buen camino…

—¡Qué hermoso es lo que dices! En verdad, derramas honestidad… —dijo Redwán sonriendo.

Y Ali Mahrán añadió con picardía:

—Pero un leve movimiento le hace derramar otra cosa… Sin duda, basha, ¡eres el sabio del siglo!

—¡Y tú el mismísimo espíritu del diablo, hijo de arpía! ¡Por Dios que si alguna vez soy llamado a rendir cuentas, señalarte con el dedo será suficiente!

—¿A mí? ¡Dios mío, soy víctima de una gran injusticia! ¡Yo no soy más que un esclavo, un mandado…!

—¡Más bien dirás un diablo!

—¡Pero del que no se puede prescindir…!

Y se rio el basha diciendo:

—¡Tienes razón, granuja…!

—A lo largo de tu próspera vida, he sido y sigo siendo cantor y melodía, rostro hermoso y bienestar renovado, y además, no olvides mis tiempos mozos… ¡Ah…, la dicha del embustero!

Ante lo cual el basha suspiró diciendo:

—¡Aquellos días…! ¡Hace tanto tiempo…! ¡Ay, amigos míos!, ¿por qué hemos envejecido…? ¡Tu sabiduría, mi Señor, es sublime y excelsa! Y como dijo el poeta:

Que no cede mi báculo ante traidor alguno

Sólo a la faz del alba y del atardecer rinde poderes.

—¿Ante traidor alguno…? ¿Querrás decir que no cede ante Mahrán?

—¡Hijo de perra! ¿No se corrompe el aire con tus disparates? No es justo que nos tomemos a broma el recuerdo de aquellos días maravillosos. A veces, las lágrimas son más bellas que las sonrisas, más humanas y más sabias. ¡Escuchad esto otro!:

No me ha reconocido ella.

Mas sólo mis canas y mis claros de pelo son los sucesos nuevos que desconoce…

—¿Qué os parece eso de «los sucesos»?

Y entonces Mahrán voceó al estilo de los vendedores de periódicos:

—¡«Los sucesos», «el-Ahraml», «el-Misrí»…!

El basha, desistiendo, dijo:

—No es tuya la culpa, sino… ¡Sino tuya!

—¿Mía? ¡Al lado de los tuyos, mis pecados no son nada! ¡Cuando te conocí, te encontrabas en una situación que haría al diablo morderse las uñas de envidia…! Pero no permitiré que me alejes del bienestar que hallo en mis recuerdos. Sí, escuchad esto también:

Dejé mi juventud toda lozana como del tronco caen cortadas ramas.

Al escuchar esto, Mahrán preguntó turbado:

—¿Del tronco, basha?

El basha miraba alternativamente a Redwán y a Hilmi, que se morían de risa:

—¡Vuestro amigo es un pedazo de carne que no experimenta la menor sensación al oír un poema! Pero pronto le tocará suspirar, cuando todo lo bello se haya vuelto poco menos que agua pasada.

A continuación, volviéndose hacia Mahrán:

—¿Es que has olvidado a los viejos amigos, hijo de arpía?

—¡Ah! ¡Vayan con Dios! Fueron la belleza y los buenos modales por excelencia.

—¿Qué sabes de Shákir Sulaymán?

—Era viceministro del Interior y títere de feria en manos de los ingleses, hasta que tomó la jubilación anticipada en el segundo ministerio de el-Nahhás, o en el tercero, no recuerdo con exactitud. Y creo que ahora se encuentra gozando de su retiro en su finca de Kum el-Hamada…

—¡Lo recuerdo perfectamente…! Y de Hámid el-Nagdi, ¿qué sabes?

—De nuestra camarilla, él es el que peor suerte ha corrido. ¡Perdió hasta la camiseta, y ahora se dedica a recorrer los urinarios públicos todas las noches…!

—Era muy vivaracho y simpático. Pero también era jugador y pendenciero. ¿Y Ali Ráfat?

—Consiguió, «gracias a su esfuerzo», llegar a ser miembro del consejo de administración de varias compañías y, según dicen, su reputación le hizo perder la oportunidad de llegar a ministro…

—No creas todo lo que dice la gente. Han llegado a ministros algunos cuya reputación ha sobrepasado los límites del reino. Por el contrario, lo que sí es un deber honorable para todos nosotros es, de acuerdo con la opinión que os expuse hace tiempo, honrarnos con las virtudes universales por encima de los demás. Y creedme cuando os digo que si seguís mi consejo, no mereceréis reproche alguno después de todo. Pues si en tiempos gobernaban Egipto los mamelucos, hoy son sus descendientes los que siguen dándose la buena vida y disfrutando del honor y la fortuna. ¿Y qué es ser mameluco…? Pues eso, mameluco… Os voy a contar una anécdota que encierra un gran significado.

El basha se mantuvo en silencio durante unos segundos como si estuviese poniendo en orden sus ideas, y luego dijo:

—En aquel entonces yo era presidente de un tribunal, y ocurrió que me tocó someter a juicio un proceso civil acerca de cierta herencia muy controvertida. Antes de considerar el caso, me presentaron a un joven apuesto, que tenía la misma cara que Redwán, y el porte de Hilmi… —y a continuación, señalando a Mahrán— y la gallardía de este perro en sus buenos tiempos. Nos había unido una gran amistad, sin que yo hubiera tenido idea alguna de sus intenciones. Hasta que llegó el día de la vista. ¡Qué sorpresa me llevé cuando me di cuenta de que él, en pie ante mí, era una de las dos partes en litigio! ¿Qué creéis que hice?

—¡Vaya situación! —balbució Redwán.

—¡Rehusé llevar a cabo la vista del caso sin dudarlo un instante!

Redwán y Hilmi no ocultaron su asombro. Mahrán, por su parte, preguntó:

—¿Y eso le hizo perder el caso?

A lo que el basha respondió con indiferencia:

—Y no sólo eso, sino que también perdió el aprecio que yo le tenía, a causa de su falta de ética. En mi opinión, no hay duda de que la gente sin ética no vale nada. Los ingleses no son el pueblo más inteligente, pues tanto los franceses como los italianos, son más listos que ellos. Sin embargo, si son los señores de la ética, y por consiguiente, los señores del mundo. Por eso yo rechazo la belleza banal y vil.

Dicho lo cual Ali Mahrán preguntó riendo:

—Entonces, dado que tú aprecias mi amistad, ¿puedo deducir de ello que yo tengo ética…?

El basha respondió señalándolo y diciéndole seriamente:

—Existen diversos tipos de ética: del juez se espera imparcialidad y justicia, del ministro se espera que cumpla con su misión y que sea consciente de su responsabilidad para con los demás, del amigo se espera sinceridad y lealtad… Y tú, Mahrán, eres un pendenciero sin lugar a dudas, y un simple en muchas ocasiones. Sin embargo, eres leal y honesto.

—Espero no haberme ruborizado…

—Dios no exige a nadie más de lo que puede ofrecer. Y yo, la verdad es que me conformo con lo bueno que tienes… Además, tú eres esposo y padre, lo cual es otra cualidad a tu favor, y una felicidad que sólo puede valorar quien ha sufrido el silencio de la casa vacía, y eso sin contar el silencio del aislamiento que supone el suplicio de la vejez.

De lo que discrepó Redwán:

—¡Yo pensaba que en la vejez se apreciaba la tranquilidad…!

—Las ideas que tienen los jóvenes acerca de la vejez son disparatadas, mientras que las de los viejos acerca de la juventud se van en suspiros. Dime cuál es tu opinión acerca del matrimonio, Redwán.

Redwán frunció el ceño, dijo:

—Ya te he explicado en anterior ocasión lo que pienso acerca de ese tema, basha.

—¿No hay esperanzas de que cambies de parecer?

—No creo.

—¿Por qué?

Redwán vaciló unos instantes, y finalmente respondió:

—Es algo extraño, cuya razón última no alcanzo a comprender. Sin embargo, la mujer es un ser que provoca en mí aversión…

De pronto, en los ojos del basha apareció una mirada triste, y dijo:

—¡Es una pena! ¿No ves que Ali Mahrán está casado y tiene hijos, y que tu amigo Hilmi es partidario del matrimonio? Yo lo siento por ti. Y lo siento doblemente, porque yo me encuentro en la misma situación. ¡Cuántas veces me he asombrado de lo que leía y oía acerca de la belleza de las mujeres…! Sin embargo, me mantenía en mis trece defendiendo a porfía mi opinión, y la veneración que sentía hacia el recuerdo de mi madre. Yo la quería con locura. Ella entregó su espíritu entre mis brazos, mientras mis lágrimas caían sin parar sobre su frente y su mejilla. ¡Ay, Redwán, cómo me gustaría que superases esas penas que te afligen!

Entonces Redwán, esquivo y serio, respondió:

—El hombre puede vivir sin mujer. ¡No hay ningún problema!

—El hombre puede vivir sin mujer. Sin embargo, ¡sí que hay un problema! Quizá no te importe lo que la gente se pregunte, pero ¿no te importa lo que te preguntas tú? Dices que las mujeres provocan en ti un sentimiento de aversión, pues muy bien; sin embargo, ¿por qué no provocan ese mismo sentimiento en los demás hombres…? Por tanto, creo que te domina un sentimiento enfermizo, cuyo remedio desconoces, y a causa del cual te apartas del mundo. Es un mal compañero en la soledad. Y quizás, después de todo, el haber desdeñado a las mujeres te avergüence y, a pesar de ello, te veas obligado a seguir despreciándolas aunque no quieras.

Ali Mahrán hizo entonces un gesto, a través del cual se adivinaba su desesperanza, y exclamó:

—¡Yo había acariciado la esperanza de que esta sería una noche digna de una despedida…!

—¡Sólo que se trataba de la despedida de un peregrino! —exclamó Abd el-Rahim Basha riéndose—. ¿Qué sabes tú de las despedidas de los peregrinos…?

—Ahora te despediré con mis mejores deseos, pero a la vuelta te daré la bienvenida con flores y mejillas… ¡Y ya veremos cómo te las arreglas!

El basha dio varias palmadas, y exclamó:

—¡Lo dejo todo en manos de Dios y de Su magnificencia!