Kamal deambulaba por la avenida Fuad I. Estaban a punto de dar las diez de la mañana del viernes. Vio que la calle se encontraba atestada de personas, unas paradas, y otras caminando, hombres y mujeres. El tiempo, como la mayoría de los días de noviembre, era suave, e invitaba a pasear. Se había acostumbrado a esconder la soledad de su corazón entremezclándose con la gente en los días de fiesta, caminando absorto hacia adelante, sin rumbo fijo, y distrayéndose al ver la gente y las cosas. Casualmente, se encontró por el camino con algunos de sus alumnos más pequeños, que llamaron su atención levantando las manos sobre sus cabezas para dedicarle un grato saludo y sonreírle. ¡Cuántos alumnos tenía! Algunos trabajaban, otros aún estaban en la Universidad, y la mayoría de ellos cursaban primaria o secundaria. ¡Catorce años al servicio de la educación y la enseñanza no es poco tiempo!
Su aspecto tradicional apenas había cambiado: el traje elegante, los zapatos relucientes, el tarbúsh bien colocado, las gafas doradas, el bigote espeso… Incluso se mantenía en el nivel sexto después de catorce años de servicio, y ello a pesar de haberse difundido el rumor, atribuido a la intención del Wafd, de hacer justicia a los colectivos menos afortunados. Sólo una cosa había cambiado en él: su cabeza. Pues en sus sienes habían aparecido ciertos tonos plateados. Se mostraba feliz con los saludos de sus alumnos, quienes lo querían y veneraban. ¡Una consideración que no alcanzaba fácilmente ningún otro maestro! Pero él la había conseguido a pesar de su cabeza y de su nariz, y a pesar de las diabluras y travesuras que concebían los niños de aquellos días.
De pronto, caminando por el cruce de Imad el-Din con Fuad I, se encontró frente a Budur, cara a cara. Todos los miembros de su cuerpo temblaron como si se tratara de un sistema de alarmas que hubiera sido detonado en ese instante, y su vista se congeló por unos segundos. A continuación, él quiso aliviar, con una sonrisa, la embarazosa circunstancia. Sin embargo, ella retiró sus ojos de él, ignorándolo, y evitando que sus gestos mostrasen la más mínima condescendencia. Seguidamente, pasó de largo por su lado, viéndola caminar en compañía de un joven de cuyo brazo iba cogida. Se detuvo y la siguió con los ojos. No había duda de que se trataba de Budur, con su elegante abrigo negro. Y en cuanto a su acompañante, no menos distinguido, quizás no había llegado a los treinta. Necesitó emplear un gran esfuerzo para contenerse. Al momento, se preguntó, con gran preocupación, quién sería ese joven. No era su hermano, ni su amante, puesto que los amantes no van publicando sus amores por la avenida Fuad I, y mucho menos la mañana del viernes. «¿Será…?» Los latidos de su corazón se sucedieron sin piedad, siguiéndola sin vacilación, sin separar sus ojos de ambos. Perdió la conciencia del momento concentrando toda su atención en la pareja, hasta sentir cómo la temperatura de su cuerpo se encendía y le subía la tensión, a la vez que los latidos de su corazón se aceleraban anunciándole el final. Los vio detenerse frente al escaparate de una tienda de maletas. Lentamente, se aproximó a ellos, dirigiendo sus ojos hacia la mano derecha de la joven, hasta fijarlos en el anillo de oro. Una sensación ardiente lo abrasaba, como si sus entrañas y un intenso dolor fuesen la misma cosa. Habían pasado cuatro meses desde su último paseo por la calle Ibn Zaydún. ¿Acaso ese joven lo había estado acechando desde el extremo de la calle para poco después ocupar su lugar? ¿No era asombroso que cuatro meses hubieran sido tiempo suficiente para que el mundo se hubiera transformado de arriba abajo? Caminando un poco retirado de ellos, se detuvo frente a una tienda de juguetes, mirándolos, a la vez que simulaba su interés por los juegos. Aquel día, ella parecía más hermosa que cualquier otro día pasado; como una novia, en toda la extensión de la palabra. «Pero ¿qué significa toda esa ropa negra que lleva? Es cierto que en ella es usual llevar abrigo negro, aún más, es muy elegante. Sin embargo, ¿cómo es que también lleva negro el vestido? ¿Se trata de una moda… o de algún luto? ¿Habrá muerto su madre?» No tenía costumbre de leer las necrológicas de los diarios, además, ¿qué le iba a él en ellas? lo que realmente le importaba era poner punto y final a la página de Budur en el libro de su vida. «¡Se acabó Budur!» Pero enseguida le volvía a la mente la aturullante pregunta: «¿Me caso o no me caso?» Ineludible la respuesta. ¡Buen provecho al sosiego después de la aflicción y el sufrimiento! ¡Cuánto deseaba que ella se casara, y acabar de ese modo con su agonía! «¿Se ha casado? ¡Por fin se acabaron los agobios!» Se preguntaba si el hombre que fuera a ser sacrificado experimentaría los mismos sentimientos que él soportaba en las circunstancias en que se encontraba. Las puertas de la vida se le cerraban ante su cara, tras haberse arrojado al otro lado de los muros… Más tarde los vio a ambos alejarse del lugar en el que se encontraban y acercarse hacia él. Pasaron por delante como si nada. Él los seguía con la mirada mientras ellos caminaban muy juntos. Pero se sintió decepcionado y dejó de seguirlos. Se detuvo delante del escaparate de juguetes mirando sin ver nada, observando hacia dónde dirigían sus pasos una vez más. Daba la impresión de que iba a brindarles la mirada del adiós. Ella se alejaba inexorablemente, apareciendo y desapareciendo por entre los peatones. Unas veces la veía por un costado, y otras la veía por el otro. Mientras, cada una de las venas de su corazón gritaba «¡adiós!», penetrando hasta el fondo de sus entrañas sentimientos de angustia acompañados de una voz triste que no le resultaba totalmente desconocida. Recordó entonces circunstancias semejantes ocurridas en el pasado. Una fuerza irrefrenable invadía su interior, seguida de recuerdos colapsados, a modo de un son enigmático y perturbador causante de un dolor que era al mismo tiempo un leve e indefinido placer. Solamente existe una clase de sentimiento en la que coincidan el dolor y el placer, del mismo modo que coinciden en el alba el borde de la noche con los filos del día. Ella se ocultó a sus ojos, quizá para siempre, igual que antaño desapareciera su hermana. Se preguntaba quién podría ser su prometido. No podía averiguarlo, mas cuánto le hubiera gustado, y deseó —en caso de que fuera un funcionario— que perteneciera a un nivel inferior al de profesor. Pero…, ¿qué significaban esas ideas infantiles? ¡Era una situación vergonzosa! En cuanto al dolor, más valdría, al que lo conoce, sosegarse, puesto que sabe que su destino, como el de todas las cosas, es desaparecer. Por primera vez prestó atención al escaparate de juguetes de esos por los que los niños se desviven: trenes, coches, balancines, instrumentos musicales, casitas, parques… Se sintió atraído por el escenario que se mostraba ante sus ojos, guiado por una fuerza extraña que al mismo tiempo disipaba de su alma la agonía. Durante su infancia, los juguetes nunca le habían inspirado ese paraíso, pues creció siendo un niño introvertido, dotado de un carácter insatisfecho, cuya última oportunidad de satisfacción había transcurrido sin pena ni gloria. ¿Qué sabrán esos que tanto hablan de la felicidad de la infancia? ¿Podría afirmarse, entonces, que fue un niño feliz? Por eso, ¡qué necedad es ese deseo pasajero y miserable que nos hace soñar en volver a ser niños, como ese muñeco de madera que juega en ese hermoso jardín imaginario! Realmente, es un deseo estúpido y melancólico al mismo tiempo. Tal vez, al principio, los niños son seres inconscientes a los que sólo su profesión le había enseñado a comprender y dirigir. Sin embargo, ¿cómo sería la vida si pudiéramos volver a la niñez, pero conservando los recuerdos y el camino andado en el desarrollo intelectual?… Volver a jugar en el jardín de la azotea, con el corazón lleno de recuerdos de Aida; recorrer el-Abbasiyya del año 1914; mirar a Aida mientras jugaba en el jardín, sabiendo en ese preciso instante lo que ella iba a hacerle pasar en 1924 y posteriormente; o hablar con su padre y, con acento de niño, decirle que la guerra tendría lugar en 1939, y que terminaría con él en medio de uno de sus ataques. ¡Vaya ideas necias! Sin embargo, y pese a todo, eran mejores que obcecarse en el fracaso con el que se topaba ahora en la calle Fuad I, y mejores aún que pensar en Budur con su novio junto a ella. ¡Quizás él mismo cometió algún error en el pasado, que expiaba ahora sin saberlo! Pero ¿cómo y cuándo cometió ese error? Tal vez se tratara de un incidente casual, o de una palabra dicha inconscientemente, o de alguna situación a la que diera lugar… Fuera lo que fuese, él era el único causante de ese tormento que soportaba. Es necesario conocerse a sí mismo para poder ser feliz y salvarse de los sufrimientos. El combate aún no había llegado a su fin, ni tampoco era la hora de la rendición. Aunque tampoco le convenía que llegase, pues, sin duda, era él el único responsable de esa indecisión infernal que le hacía hervir la sangre mientras Budur paseaba cogida del brazo de su prometido. Le convenía recapacitar por segunda vez acerca de ese tormento interno mezclado con oscuro deleite. ¿No fue él quien lo había experimentado anteriormente en el desierto de el-Abbasiyya, al contemplar la radiante luz a través de la ventana de la alcoba nupcial? ¿Acaso esa indecisión acerca de Budur no había sido sino una estratagema para entregarse él mismo a una situación similar, con el fin de recuperar los antiguos sentimientos y embriagarse de sufrimiento y placer a un tiempo? Antes de mover su mano para escribir sobre Dios, el espíritu o la materia, más le habría valido conocerse a sí mismo, a su propio yo; es más, a Kamal Efendi Ahmad, mejor dicho, a Kamal Ahmad, Kamal a secas; hasta estar preparado para comenzar de nuevo. ¡Qué llegue la noche con el retorno del libro de las memorias para analizar el pasado! ¡Sería una larga noche de insomnio! Sin embargo, no sería la única. Pues tenía todo un tesoro de ellas que podría incluir en una obra bajo el título de Noches de Insomnio, y nadie podría decir que su vida hubiera sido en vano. ¡Pues a fin de cuentas, dejaría tras él un montón de huesos con los que quizá las generaciones venideras fabricasen un instrumento de diversión! Por lo que respecta a Budur, podía decirse que se había apartado de su vida para siempre. ¡Una verdad tan penosa como la música fúnebre! No había quedado recuerdo alguno de compasión. Ni un abrazo, ni un roce, ni una palabra dulce… Sin embargo, no volvería a sufrir de insomnio. Antaño se había encontrado solo, pero aquel día, por el contrario, todo aquello se reducía a un capítulo en el que se escondían la razón y el corazón. Después se dirigiría a ver a Atiyya, a la nueva casa de la calle Muhammad Ali, con el fin de continuar sus conversaciones interminables… La última vez que se había dirigido a ella fue para decirle con voz oprimida por la angustia:
—¡Qué bien nos llevamos los dos!
A lo que ella respondió con ironía estoica:
—¡Qué amable eres cuando estás angustiado!
Y él prosiguió:
—¡Qué pareja más feliz podríamos haber llegado a ser si nos hubiésemos casado!
—¡No me tomes el pelo —respondió ella—, pues me he convertido en una «señora» en toda la extensión de la palabra!
—Sí, sí. ¡Eres más deliciosa que la fruta en sazón…!
Y ella lo pellizcó burlonamente, diciéndole:
—¡Eso es lo que dices ahora! En cambio, cuando yo te pido un real más de lo que me ofreces, emprendes la huida…
—¡Lo que hay entre nosotros está por encima del dinero!
Ella le clavaba los ojos con mirada de protesta, diciéndole:
—¡Pero yo tengo dos hijos que prefieren el dinero por encima de lo que hay entre nosotros!
La irritación y la tristeza lo invadieron por completo, y reaccionó burlándose:
—¡Estoy pensando en hacer penitencia siguiendo como modelo a la señora Galila! ¡El día en que la castidad se apodere de mí, renunciaré por ti a mis riquezas!
—¡Cuando te llegue el momento de hacer penitencia —dijo ella riéndose—, despídete de nosotras…!
Él se rio estrepitosamente y dijo:
—¡Nunca ha sido el arrepentimiento causa alguna de perjuicio para las de tu clase!
¡En ese instante, volvía a su mente el temor al insomnio! A continuación se percató de que su parada frente al escaparate de juguetes se había prolongado. Entonces, se alejó de él y se marchó…