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—¡Se trata de la reputación de toda nuestra familia! Después de todo, él es vuestro hijo. ¡Dicho esto, sois libres para opinar!

Jadiga hablaba, al tiempo que sus ojos se desplazaban rápidamente de un rostro a otro, transmitiendo su desasosiego; de su esposo Ibrahim, sentado a su derecha, a su hijo Ahmad, en el lado opuesto de la sala, pasando por Yasín, Kamal y Abd el-Múnim…

Ahmad, bromista, dijo imitando su voz:

—¡Atención todos! ¡Se trata de la reputación de la familia! ¡Después de todo, soy vuestro hijo!

Ella le respondió con voz recelosa y llena de amargura:

—¿Qué es este desastre, hijo mío? No apruebas que nadie te juzgue, ni siquiera tu padre; rechazas los consejos aunque son por tu bien; siempre llevas la razón, y todos los demás están equivocados; dejaste de rezar y nosotros dijimos: «Que Nuestro Señor le indique el buen camino». Te negaste a ingresar en Derecho como tu hermano, y dijimos: «El futuro está en manos de Dios». Dijiste: «Trabajo como periodista», y dijimos: «Que trabaje como cochero»…

—¡Y ahora quiero casarme! —dijo sonriente.

—Casarte, todos nos alegramos, pero el matrimonio tiene unas condiciones.

—¿Y quién ha puesto esas condiciones?

—¡El sano sentido común!

—Mi sentido común ha elegido por mí…

—¿Ya no sigues pensando, como tras aquellos días, que no es razonable confiar tan sólo en tu sentido común?

—¡En absoluto! Los consejos son lícitos para todo, excepto para el matrimonio. ¡Es justamente igual que el alimento!

—¡El alimento! Tú no te casas con una chica y basta, sino con toda su familia; y nosotros, tu gente, por consiguiente, nos casamos también contigo…

Ahmad soltó una fuerte carcajada, y dijo:

—¡Todos vosotros! Esto es más de lo que puedo soportar. Mi tío Kamal no quiere casarse, y mi tío Yasín desearía a la novia sólo para él…

Todos se echaron a reír, a excepción de Jadiga. Seguidamente, Yasín repuso, sin que su rostro abandonara su aspecto risueño:

—¡Si esto fuera la solución del problema, yo estaría dispuesto para el sacrificio!

—¡Reíos! —gritó Jadiga—. Con vuestras risas, él se envalentona. Es mejor que le declaréis abiertamente vuestra opinión. ¿Qué pensáis del que desea casarse con la honorable hija del obrero impresor de la revista en que trabaja? Ya es penoso para nosotros que trabajes en la revista como «periodista», ¿cómo quieres también contraer lazos matrimoniales con sus empleados? ¿No tienes nada que opinar, señor Ibrahim?

Ibrahim Sháwkat arqueó sus cejas como si fuera a decir algo, pero permaneció callado.

Entonces, ella volvió a decir:

—Si llegara a ocurrir esta desgracia, tu casa se llenará la noche de bodas de empleados de la imprenta y de guardianes, de cocheros y ¡sólo Dios sabe de quién más!

—¡No hables así de mi gente! —repuso Ahmad excitado.

—¡Dios de los cielos! ¿Es que ignoras que esa es su clase?

—Me voy a casar sólo con ella, no con todos…

—No te vas a casar solamente con ella —repuso disgustado Ibrahim Sháwkat—. ¡Que Dios te inquiete como tú lo has hecho con nosotros!

Jadiga, animada ante la oposición de su esposo, añadió:

—Yo fui a visitarla a su casa, como impone la tradición, a ver a la novia de mi hijo, y los encontré instalados en un sótano, en una calle, toda ella de hebreos a ambos lados. La madre, por su aspecto, no se diferenciaba de las criadas profesionales; la propia novia no tenía menos de treinta años, y ¡Dios mío, si hubiera tenido un ápice de belleza que pudiera servirle de excusa! ¿Por qué quiere casarse con ella? Está hechizado, ella lo ha hechizado con alguna artimaña. Trabaja con él en la nefasta revista; tal vez lo pilló desprevenido, y le colocó algo en el café o el agua. ¡Id, mirad y juzgad! Yo renuncio, regresé de la visita casi sin poder distinguir el camino, de tristeza y pena…

—Realmente me estás irritando, no voy a perdonarte estas palabras.

—¡Perdón! ¡Perdón al más hermoso de los hombres! Es mi deber. A lo largo de mi vida he reprobado los vicios, y Nuestro Señor ha enviado sobre mis hijos todas las imperfecciones. ¡Dios Todopoderoso tenga compasión de mí!

—Por mucho que digas de ellos, ellos sí que no acusan falsamente a la gente como tú.

—¡Mañana oirás y verás! Dios te perdonará por haberme insultado.

—¡Si eres tú la que me ha insultado todo lo que has querido!

—Ella codicia tu dinero. Si tú no fueras tan idiota, ella no podría pretender nada mejor que un vendedor de periódicos…

—Es redactora en la revista en un rango dos veces superior al mío…

—¡Ella también es periodista! ¡Que sea lo que Dios quiera! ¿Es que sólo se emplean las muchachas descarriadas, feas y hombrunas?

—Que Dios te perdone…

—¡Qué te perdone a ti el suplicio que nos estás haciendo pasar!

En aquel momento, Yasín, que había seguido la conversación sin dejar de retorcerse el bigote con la mano, repuso:

—Escúchame, hermana. No provoques una discusión. Hablaremos francamente con Ahmad de lo que conviene decirle, pero es inútil reñir…

Ahmad se levantó iracundo, diciendo:

—Con vuestro permiso, tengo que vestirme para irme a trabajar…

Cuando se fue, Yasín se dirigid al lado de su hermana e inclinándose hacia ella, le dijo:

—Reñir no va a llevar a nada; nosotros no mandamos en nuestros hijos; ellos se ven a sí mismos mejores y más inteligentes que nosotros. Si el matrimonio es inevitable, que se case. Si es feliz, que esté con ella, y si no, es responsable de sí mismo. ¡Yo no estuve más tranquilo en una casa que con Zannuba, como ya sabes! Quizá lo que ha elegido sea lo mejor. La razón no nos la dan las palabras, sino la experiencia.

Luego, rectificó riendo:

—¡Aunque no sean ni las palabras ni la experiencia las que me han dado la razón a mí!

Kamal aprobó lo que dijo Yasín diciendo:

—Lo que dice mi hermano es verdad…

Pero Jadiga, con una mirada de reproche, contestó:

—¿Es eso todo lo que vas a decir, Kamal? El te quiere; si le hablaras confidencialmente…

—Saldré con él y le hablaré —dijo Kamal—, pero ya basta de discusiones; es un hombre libre y tiene derecho a casarse con quien desee. ¿Es que puedes impedírselo, o te propones romper definitivamente con él?

—La cuestión es bien simple, hermana —dijo sonriente Yasín—: Se casa hoy y se divorcia mañana. Somos musulmanes, no católicos…

Ella apretó sus pequeños ojos, y dijo, con la boca casi cerrada:

—Naturalmente. ¿Qué otro abogado sino tú lo defendería? Lleva razón quien diga que es el perfecto sobrino de su tío.

Yasín dio una gran carcajada, y dijo:

—¡Que Dios te perdone! Si se dejara a las mujeres a merced de las propias mujeres, nunca se casaría una de ellas.

Luego ella, señalando a su esposo, dijo:

—Su madre misma, que en paz descanse, fue la que me eligió.

—Y he pagado el precio, ¡Dios tenga compasión de ella y la perdone! —dijo Ibrahim sonriente y con un suspiro.

Pero ella despreció su comentario, y añadió con pesar:

—¡Si fuera bonita! ¡Él está ciego!

—¡Como su padre! —dijo riendo Ibrahim.

Enfadada, se volvió hacia él diciendo:

—¡Eres un ingrato, como todos los hombres!

—¡Pero somos resignados y el paraíso será para nosotros! —contestó tranquilamente el hombre.

—¡Si llegaras a entrar en él —le gritó ella— será gracias a mí; a mí, que te he enseñado tu religión!

***

Kamal y Ahmad abandonaron el-Sukkariyya juntos. Respecto al proyecto de esta boda, mantenía una actitud vacilante e indecisa. No podía acusarse a sí mismo de salvaguardar las estúpidas tradiciones, ni de relajarse frente a los principios de igualdad y humanidad. Pero la realidad social, dejando a un lado su horrible fealdad, auténtica y real, no puede ser ignorada por el hombre. Hace tiempo, él mismo anduvo una época deseando a Qámar, la hija de Abú Sari, el de las pipas, y casi —a pesar de su atractivo— estuvo a punto de provocarle un complejo por el fastidioso olor de su cuerpo. Sin embargo, pese a todo, admiraba al muchacho. Envidiaba su coraje, su fuerza de voluntad y otras cualidades de las que él estaba privado, como, ante todo, la fe en las cosas, y la disposición para el trabajo y el matrimonio. Se diría que Ahmad hubiese surgido en la familia para redimirla de su apatía y pasividad. ¿Qué es lo que hacía al matrimonio tan importante desde su punto de vista, mientras que para los demás no pasaba de ser un simple saludo?

—¿Hacia dónde vas, muchacho?

—A la revista, tío. ¿Y tú?

—A la revista el-Fikr, para tener una entrevista con Riyad Quldus. ¿Has pensado un poco antes de dar este paso?

—¿Qué paso, tío? ¡De hecho, ya estoy casado!

—¿De verdad?

—De verdad. Teniendo en cuenta la crisis de la vivienda, me instalaré en el primer piso de nuestra casa…

—¡Es una pura provocación!

—Sí, pero ella estará en la casa sólo en los momentos en que mi madre duerma…

Tras reponerse de la impresión de lo dicho, Kamal le preguntó sonriente:

—¿Te vas a casar según la tradición de Dios y su Profeta?

Ahmad se echó a reír también, y contestó:

—Naturalmente. El matrimonio y el enterramiento, según la antigua tradición de nuestra religión; pero en la vida, actúo según la religión de Marx.

Luego, despidiéndose:

—Tío, te gustará mucho, verás y juzgarás por ti mismo. Es una persona extraordinaria en todos los sentidos…