Kamal se sentó entre los estudiantes de la clase de lengua inglesa de la Facultad de Letras, prestando atención a la lección que el profesor inglés estaba explicando. No era la primera vez que asistía a esa clase, y le parecía que no iba a ser la última. No había encontrado ninguna dificultad considerable al solicitar permiso para asistir, como oyente, a las clases de la tarde que se impartían tres veces a la semana, cuantas veces quisiera, pues el profesor le dio la bienvenida al enterarse de que era profesor de lengua inglesa. Claro que era un poco insólito que estuviera interesado en seguir estas clases a finales del curso académico, pero él se explicó ante el profesor con la excusa de la realización de un estudio que exigía seguir estas conferencias a pesar de las que ya habían pasado. Se había enterado de la asistencia de Budur a esta clase por vía de Riyad Quldus, quien, a su vez, lo sabía por su amigo secretario de la Facultad. Su aspecto, con su elegante traje, sus gafas doradas, su altura, su delgadez, su espeso bigote, las canas que brillaban a ambos lados de su gruesa cabeza y su gran nariz, atraía las miradas, especialmente al estar sentado entre un reducido número de tiernos jóvenes. ¡Cuántos eran como inquisidores, y cuántos clavaban en él unas miradas que no le agradaban! Hasta tal extremo, que creyó oír las observaciones y comentarios que daban vueltas en sus espíritus, de los que tenía bastante conocimiento e información. Él mismo estaba maravillado por el insólito paso que se había atrevido a realizar, sin importarle las dificultades y los apuros que tendría que pasar. ¿Cuáles eran los verdaderos motivos de este paso y su objetivo? No lo sabía con certeza, pero apenas vislumbró el destello de una luz en la oscuridad intensa de su vida, cuando se dispuso a seguirla, sin importarle nada, empujado por la poderosa fuerza de la desesperación, los deseos y la esperanza, sin prestar atención a los tropiezos en un camino rodeado de puritanismo y tradiciones por un lado, y de una juventud dispuesta a la burla por otro. Él había estado inmerso en la desesperación y el aburrimiento, así pues, apesadumbrado, había corrido tras ese algo, convencido de que seria un consuelo, ¡y qué consuelo!, y una vida, ¡y qué vida! Le bastaba con saber que había vuelto a interesarse por el tiempo, a aspirar a una ilusión y a tener esperanza en la felicidad; es más, ahí estaba su corazón palpitando cuando antes había estado muerto. Se sentía agobiado por el tiempo, pues el curso académico se acercaba a su fin inexorablemente, aunque su esfuerzo no iba a llevárselo el viento, pues Budur lo miraba como los demás. Tal vez ella participaba en los murmullos que había a su alrededor, de tal forma que sus ojos se encontraron más de una vez. Tal vez ella hubiera leído en sus ojos el interés y la admiración que ella encendía en su persona, ¿quién sabe? Además de todo esto, al volver, tomaban el tranvía de Guiza juntos, y a continuación el de el-Abbasiyya. A menudo se sentaban en el mismo lugar; ella volvió a conocerlo bien; un éxito nada despreciable para una persona tan alejada de su barrio, especialmente cuando él era un profesor que tenía en gran estima su profesión, y la corrección y la dignidad que esta comportaba. En cuanto a lo que perseguía con todo esto, no le resultó difícil hacerlo realidad. La vida se le había insinuado tras haber estado inanimada, y ahora la deseaba ardientemente. Con toda la fuerza de su alma torturada, él anhelaba que volviera aquel hombre, cuyos sentimientos se agitaban en su conciencia, cuyas ideas flotaban en su mente, y cuyas ilusiones se hacían evidentes en sus sentidos; y anhelaba abandonar por esta fascinación su hastío, su languidez y su confusión ante unos enigmas sin solución; como si ella fuera algo semejante al alcohol, pero con un placer más profundo y unas consecuencias más agradables. La semana pasada ocurrió algo que emocionó su corazón, y ¡menuda fue su emoción! Supervisar los ejercicios de gimnasia en la escuela de el-Salihdar le había impedido llegar a tiempo a la Facultad, por lo que entró en clase tarde. Los ojos de ambos se encontraron cuando él entraba caminando de puntillas para no hacer ruido. Sus ojos se cruzaron en un instante fascinador, e inmediatamente ella bajó los párpados como ruborizada. No fue pues la simple mirada de unos ojos imparciales que se encuentran. Era probable que ella sintiera algo de vergüenza, porque ¿habría sucedido esto si el ardor de sus ojos se hubiera desperdiciado inútilmente? La pequeña se había sonrojado ante sus miradas. Tal vez había empezado a darse cuenta de que no eran miradas inocentes guiadas por el azar. Aquello suscitó en el alma de Kamal una infinidad de recuerdos, y evocó muchas imágenes hasta hallarse a sí mismo recordando e imaginando a Aida. Pero no sabía por qué, pues Aida nunca había bajado los ojos sonrojada ante él. Tal vez fuera otra cosa lo que él recordaba de ella, un gesto, una mirada o ese misterio fascinante que llamamos espíritu. Antes de ayer sucedió otra cosa que también tuvo su importancia, «¡observa cómo la vida ha vuelto a ti! Antes, nunca nada era importante, o la importancia sólo se prodigaba a esos enigmas inútiles como la voluntad en Schopenhauer, lo absoluto en Hegel o el impulso vital en Bergson. Toda la vida ha sido anodina, sin importancia. ¡Observa ahora cómo una mirada, un gesto o una sonrisa hacen temblar toda la tierra!». Ocurrió aquello cuando iba para la Facultad poco antes de las cinco de la tarde, atravesando el parque de el-Ormán; súbitamente allí estaban Budur y tres chicas observándolo desde el banco donde esperaban la hora de la clase. Sus ojos se encontraron en una mirada intensa como había sucedido en el aula. Hubiera deseado saludarlas al aproximarse, pero el paseo por el que caminaba se desviaba lejos de ellas, como si quisiera negarse a participar en este imprevisto complot sentimental. Mientras se alejaba un poco, se volvió hacia atrás y las vio murmurar en su oído, risueñas, al tiempo que ella reclinó la cabeza sobre sus manos; ¡parecía que ocultaba su rostro! ¿Qué significa esta insólita escena? Si Riyad Quldus estuviera con él, le haría la mejor de las explicaciones y los comentarios, pero no necesitaba la destreza de Riyad. No había duda de que ellas le habían susurrado algo relacionado con él, que le hizo ocultar su rostro ruborizada. ¿Había otra explicación? Tal vez sus ojos habían traicionado su amor; tal vez rebasara el límite, sin saber que se convertiría en rumor. ¿Qué ocurriría si el rumor se hiciera evidente, y se corriera entre los estudiantes del diablo? Pensó seriamente en dejar la Facultad. Pero aquella tarde, la encontró sentada a su lado en el tranvía de el-Abbasiyya como sucedió el primer día que la siguió. Acechaba el momento en que ella se volviera a su lado para saludarla, pasara lo que pasase; pero, al prolongarse un poco su espera, él mismo se volvió, aparentando sorprenderse al verla sentada junto a él y susurró con educación:
—Buenas tardes.
Como asombrada, ella miró hacia él —Aida no le había dejado ningún recuerdo de afectación femenina, cualquiera que fuese su naturaleza—. A continuación, ella murmuró:
—Buenas tardes.
Dos compañeros que se intercambian saludos; eso está a salvo de objeciones. Con su hermana no tuvo ese atrevimiento, pero ella era mayor, y él, pequeño e ingenuo.
—¿Según creo, usted es de el-Abbasiyya?
—Sí…
«¡Ella, por su parte, no quería llevar el peso de la conversación!»
—Es una lástima que yo sólo haya seguido las conferencias al final…
—Sí…
—Espero compensar en el futuro el tiempo que ha pasado…
Ella sonrió sin decir palabra. «Hazme oír más tu voz, pues es la única melodía del pasado que el tiempo no ha cambiado».
—¿Qué se propone hacer después de la licenciatura? ¿Un Instituto de Pedagogía?
Por primera vez, ella dijo con interés:
—No estoy obligada a eso, porque el Ministerio necesita profesoras y profesores, por las circunstancias de la guerra y la nueva expansión de la enseñanza…
¡Esperaba un único son y se le ofrecía una melodía completa!
—Así pues, trabajará de profesora.
—Sí, ¿por qué no?
—Es una profesión penosa, ¡pregúnteme sobre ella!
—Según he oído, usted es profesor, ¿no?
—Sí, ¡ay! He olvidado presentarme, Kamal Ahmad Abd el-Gawwad.
—Encantada.
—Pero usted, aún no se ha presentado —dijo él sonriendo.
—Budur Abd el-Hamid Shaddad.
—Encantado, efendi.
A continuación añadió, como sorprendido por algo excepcional:
—¡Abd el-Hamid Shaddad! ¿De el-Abbasiyya? ¿No es usted la hermana de Huseyn Shaddad?
Sus ojos brillaban interesados, y dijo:
—Sí.
Kamal rio, como asombrado de la extraña casualidad, y repuso:
—¡Dios Santo! Era mi amigo más querido. Juntos pasamos días muy felices. Dios mío, ¿usted es su hermana pequeña, la que jugaba en el parque?
Ella lo miró de hito en hito, con curiosidad. ¡Ni pensar que ella lo recuerde! «En aquella época, tú estabas enamorada de mí, lo mismo que yo lo estaba de tu hermana».
—No recuerdo nada en absoluto…
—Naturalmente. Esa fecha se remonta al año 1923, y después hasta el año 1926, la fecha del viaje de Huseyn a Europa. ¿Qué hace él ahora?
—Está en Francia, en el sur, donde lo trasladó el gobierno francés tras la ocupación alemana…
—¿Cómo está? Hace mucho tiempo que sus noticias y sus cartas dejaron de llegarme…
—Está bien.
Ella hablaba en un tono que revelaba un rechazo a profundizar más en el tema. Mientras el tranvía pasaba por el emplazamiento del viejo palacio, Kamal se preguntaba si se habría equivocado al descubrirle su antigua amistad con el hermano; ¿acaso no iba a limitar aquello su libertad en el camino que seguía? Al llegar a la estación siguiente del distrito de el-Wayli, se despidió de él y bajó del tranvía. Él permaneció en su asiento como si se hubiera olvidado de sí mismo. A lo largo del camino la estuvo analizando cada vez que se le presentaba la ocasión, intentando tal vez descubrir el misterio que antiguamente lo fascinara; pero que no encontró, aunque muchas veces se sintiera cercano a él. Ella parecía dulce y agradable. Parecía accesible. Pero él se sentía ahora como si hubiera sufrido el desengaño de una ilusión secreta, y sintió una inexplicable tristeza. Si pidiera en matrimonio a esta muchacha, no se le presentaría ningún impedimento serio. Desde luego, ella parecía complaciente y solícita a esta petición, a pesar de la sensible diferencia de edad, ¿o a causa de esta diferencia? La experiencia le había demostrado que su apariencia no le impediría casarse si quería. Si él se casaba con ella, necesariamente pasaba a formar parte de la familia de Aida, pero ¿qué había en el fondo de esta estúpida fantasía? ¿Qué había de Aida en todo esto? La verdad era que no quería a Aida, pero no rechazaba la idea de aspirar a conocer su secreto. Tal vez para convencerse al menos de que la más hermosa época de su vida no había pasado en vano. Descubrió un afán que muchas veces lo había hostigado en algunos períodos de su vida a volver al cuaderno de sus recuerdos, y al cofrecillo de golosinas que le regaló la noche de bodas. Su corazón se estremeció con tal ternura, que se preguntó cómo era posible que el hombre se enamorara, siendo inteligente y conociendo los elementos biológicos, sociales y psicológicos de su constitución. Pero ¿acaso el conocer el veneno garantiza al químico que no puede morir por su causa como otras víctimas? Si no, ¿por qué se estremecía de tal modo su pecho? A pesar del desengaño de la ilusión, a pesar de la gran diferencia entre el pasado y el presente, a pesar de no saber si pertenecía a este o a aquel, a pesar de todo esto, su pecho se estremecía y su corazón palpitaba.