«En la casa ya no está el padre. Ya no es la casa que he frecuentado más de cincuenta años. Todos a mi alrededor lloran. Jadiga no se separa de mí. Ella es mi corazón lleno de tristeza y recuerdos; ella es el corazón de todo corazón; es más, ella es mi hija, mi hermana y mi madre a veces. Muchos de mis llantos son a escondidas, cuando me quedo sola, pues yo debo animarlos a ellos a olvidar. No es fácil para mí el hecho de que estén tristes o —Dios no lo permita— que la tristeza les afecte de cualquier modo. Pero yo, cuando me encierro en mí misma, no encuentro más consuelo que en el llanto, y lloro hasta que se secan mis lágrimas; y si Umm Hánafi se desliza en mi triste soledad, le digo: "Déjame en paz, que Dios se apiade de ti!" A continuación, ella me dice: "¿Cómo voy a dejarte en este estado? Yo comprendo lo que te ocurre… pero tú eres una persona creyente, aún más, eres la señora de los creyentes, por ti conocemos el consuelo y la resignación en la justicia de Dios…». Bonitas palabras, Umm Hánafi, pero mi corazón entristecido no puede comprender su significado. Este mundo ya no me importa ni tengo nada que hacer en él. Cada una de las horas del día está ligada a alguno de los recuerdos de mi señor… No concibo la vida sin ser él el eje en torno al que esta gira. ¿Cómo voy a poder soportarla, si él ya no sigue aquí? Soy la primera en sugerir que se modifique el aspecto de la habitación querida. ¿Qué puedo hacer en tanto continúen entrando en ella con la vista fija en su lugar ahora vacío y rompan a llorar?… El padre es digno de las lágrimas que se vierten por su causa, pero no soporto esos llantos. Temo por sus tiernos corazones, así que los consuelo como Umm Hánafi lo hace conmigo, y les recuerdo la resignación y la justicia de Dios. Por ese motivo, he desalojado los viejos muebles de la habitación, y los he llevado al cuarto de Aisha. Y para que no se quede vacía y triste, he colocado allí los muebles de la sala. Se ha trasladado a ella la tertulia a la hora del café, donde nos agrupamos alrededor del brasero hablando mucho. Nuestras conversaciones interrumpen las lágrimas, y no hacemos nada, así como a su tiempo, nos ocupamos de los preparativos para el cementerio de el-Qarafa, y yo misma me encargué de preparar la limosna para los pobres en el cementerio. De la misma manera que abandoné todo en manos de Umm Hánafi, quizás este fuera el único deber que no le dejé hacer. Esta querida y fiel mujer que se introdujo merecidamente en el seno de nuestra familia; las dos juntas hicimos los preparativos de la limosna, juntas lloramos y juntas recordamos los días felices. Ella siempre está conmigo espiritual y mentalmente. Ayer, la conversación nos llevó a recordar las noches de Ramadán, y empezó a hablar de la conducta del señor en esas fechas, desde que se levantaba para la oración del alba, hasta que volvía con nosotros para el sahur. En cuanto a mí, recordé cómo me apresuraba hacia la celosía para ver el coche de caballos que lo traía, y escuchaba las risas de sus ocupantes, aquellos que, uno tras otro, ya han encontrado la paz de Dios, al igual que se fueron los días felices y la juventud, la salud y el bienestar. Pido a Dios que dé larga vida a estos hijos y que las alegrías de la vida los consuelen. Esta mañana vi a nuestra gata olfatear el suelo bajo la cama donde había amamantado a sus propios hijos, los que regalamos a los vecinos, y se me rompió el corazón al ver su triste y desconcertado aspecto. Grité desde lo más profundo de mi corazón: «¡Dios te dé paciencia, Aisha…!». La pobre Aisha, cuya tristeza se ha avivado con la muerte de su padre. Ahora llora por su padre, por su hija, por sus dos hijos y por su esposo y ¡qué lágrimas más ardientes! Yo que he sufrido la amargura de perder un ser querido antes, hasta el punto de sangrar mi corazón, hoy sufro por la muerte de mi señor. Estoy vacía sin él, que era toda mi vida. No me quedan más obligaciones con él que preparar su limosna y recibir la de el-Sukkariyya y de Qasr el-Shawq. Esto es todo lo que me queda. «No, hijito mío, estos días elige por ti mismo un ambiente distinto al triste nuestro para que no te contagie su infección… ¿Por qué estás taciturno? La tristeza no fue creada para los hombres. El hombre no puede soportar las cargas y las penalidades a la vez… Sube a tu cuarto y distráete leyendo y escribiendo, como hacías, vete con tus amigos, y diviértete. Desde el principio de la creación, los seres queridos dejan a los suyos. Si abandonarse a la tristeza fuera lo normal, no quedaría un ser vivo en la superficie de la tierra… No estoy triste como te imaginas. Un creyente no debe entristecerse. Viviremos si Dios quiere, y olvidaremos. No podremos seguir a nuestro ser querido hasta que Dios no lo quiera». Así se lo he dicho, sin dejar que mi falta de resignación y valor me afecten, salvo cuando apareció Jadiga, el alma viva de nuestra casa, llorando sin parar; entonces, no pude evitar romper a llorar yo también. Aisha me dijo que había visto a su padre en sus sueños, sujetando el brazo de Naíma con una mano, el de Muhammad con la otra, llevando a Uzmán sobre sus hombros, y diciéndoles que todos estaban bien. Ella le preguntó a propósito del misterio de la ventana que se iluminaba para ella en el cielo y que después desaparecía para siempre. Descubrió entonces en sus ojos una mirada de reproche y no pronunció palabra. A continuación, Aisha me preguntó el significado del sueño. ¡Qué perplejidad la de tu madre, Aisha!… No obstante, le contesté que un ser querido había muerto y que eso inquietaba su corazón. Por eso, la había visitado en su sueño, trayéndole a sus hijos con él desde el paraíso para que ella se consolara al verlos. «¡No enturbies su dicha entregándote a la tristeza!». ¡Ojalá, Aisha, que retornen los primeros tiempos, aunque sea sólo una hora! ¡Ojalá desaparezca la tristeza de los que me rodean para que pueda ocuparme de mi propia y profunda tristeza! Reuní a Yasín y a Kamal para decirles: Estos queridos objetos, ¿qué vamos a hacer con ellos? Yasín dijo: Yo voy a coger el anillo, pues le va a mi dedo; para ti, el reloj, Kamal; y el rosario para ti, mamá… ¿y las yubbas y los caftanes?… Recuerdo enseguida que el perdido sheyj Mitwali Abd el-Sámad es la única traza de la época de nuestro querido señor. Yasín dijo: «Ese hombre está acabado, ha perdido la cabeza y no se sabe dónde vive». Kamal replicó irritado: «¡Pero si no reconoció a papá! Olvidó su nombre y se alejó con indiferencia del funeral». Me sentí molesta e intervine: «¡Qué raro! ¿Cuándo ha ocurrido esto?». Mi señor preguntó por él incluso en sus últimos días; siempre lo ha querido aunque no lo vio más que una o dos veces desde que visitara nuestra casa la noche de bodas de Naíma. Pero, por Dios, ¿dónde está Naíma? ¿Y dónde está todo ese tiempo? Yasín sugirió que se ofrecieran las ropas a los ordenanzas de su oficina y a los bedeles de la escuela de Kamal, pues él no era más digno de ellas que unos necesitados como aquellos, que rezarían por su descanso eterno en la última morada. En cuanto al preciado rosario, no se separaría de mis manos el resto de mi vida. Y la sepultura, cuan grato es el visitarla, a pesar de la aflicción que suscita. No había dejado de ir allí desde que el querido mártir falleció. Desde entonces, la he considerado como una habitación más de nuestra casa, aun estando ya en los límites de nuestro barrio. Su tumba nos reúne a todos como lo hacía la tertulia del café en el pasado. Jadiga llora y se lamenta hasta cansarse. Luego, nos ordenamos callar con corrección para escuchar el Corán. A continuación, la conversación los entretiene durante un tiempo. Yo me alegro de que algo aleje la tristeza de mis seres queridos. Redwán, Abd el-Múnim y Ahmad se enredan en una larga discusión, a la que a veces se incorpora Karima, y eso incita a Kamal a compartir con ellos la conversación y a atenuar lo desolado de la situación. Abd el-Múnim pregunta sobre su tío el mártir, y entonces, Yasín le relata las historias. En esos momentos, la vida de los días pasados renace, y los recuerdos escondidos retornan. Mi corazón late y no sé cómo disimular mis lágrimas. A menudo, veo a Kamal taciturno, y le pregunto qué le pasa. Él me contesta: «Su imagen no se separa de mí, en particular la visión de su agonía, ¡si su final hubiera sido más leve!». Yo le digo con dulzura: «Debes olvidarlo todo». Él me pregunta: «¿Cómo voy a olvidarlo?». Le respondo que con la fe; él, entonces, sonríe tristemente y dice: «¡Cuánto lo había temido al comienzo de mi vida, y sin embargo, en su última época se me había manifestado como un hombre nuevo, es más, como un querido amigo! ¿Acaso no era el más ingenioso, el más dulce y el más cariñoso? No había un hombre como él». Yasín llora siempre que lo asaltan los recuerdos… Kamal se apena en callado silencio; en cambio Yasín, el corpulento, llora como un niño al decirme: «Era el único hombre que he querido en mi vida». Era para él un padre y una madre. Sólo había disfrutado de amor, cariño y solicitud bajo su protección; incluso su furia era piedad. No olvidaré el día que me perdonó y me trajo de nuevo a su casa; él creyó en la intuición de mi madre, Dios tenga compasión de ella, que no dejó de decirme que el señor no era un hombre que hiciera callar a la madre de sus hijos. Su amor nos mantenía unidos, y ahora, lo sigue haciendo su recuerdo. A nuestra casa no le faltan visitantes, aunque mi corazón no se tranquilizará hasta que vea a Jadiga, Yasín y a sus familias a mi alrededor. Incluso a Zannuba a pesar de que no creo en su tristeza. La pequeña y preciosa Karima me dijo: «¡Abuela, ven con nosotros! Este es el día de la fiesta del nacimiento de el-Huseyn, y el aniversario se va a celebrar bajo nuestra casa. A ti te gusta eso». La besé agradecida y le contesté: «Hijita mía, tu abuela no está preparada para pasar la noche fuera de casa». Ellos no saben nada de las normas de la casa de su abuelo en aquellos días que pasaron. ¡Qué bonito es recordarlos! La celosía de los últimos límites de mi vida, donde yo esperaba el regreso de mi señor al final de la noche. Él, con su fuerza, casi resquebrajaba el suelo cuando bajaba del coche de caballos. Invadía la habitación con su altura, su corpulencia y la vitalidad que afloraba a su rostro. Hoy, ni va a regresar ni regresará. Antes de su muerte, había enflaquecido, se había encogido y había guardado cama. Su cuerpo se había debilitado y había adelgazado tanto que se podía levantar con una sola mano. ¡Oh, qué tristeza la mía, que no desaparece! Aisha dijo enfadada que esos nietos no habían sentido pena por su abuelo; realmente no están tristes. Yo le contesté: «Sí están tristes, pero son pequeños; que Dios se compadezca de ellos para que no se hundan en la tristeza». Ella continuó: «Mira a Abd el-Múnim, no termina de discutir; tampoco sintió pena por mi hija. ¡Qué pronto la olvidó, como si hubiera sido algo que no existió!». Yo repliqué: «Claro que se sintió afligido por su causa bastante tiempo y lloró mucho, pero la tristeza de los hombres es diferente a la de las mujeres, y además, el corazón de una madre no es como el de los demás». ¿Quién no olvida, Aisha? Y nosotros, ¿acaso no nos distraemos hablando? ¿No nos sorprende a veces una sonrisa? Y llegará un día en que no haya lágrimas. ¿Dónde está Fahmi, dónde? Umm Hánafi se dirigió a mí: «¿Por qué rehúsas visitar el-Huseyn?». Le dije: «Estoy fría ante cualquier cosa que he amado, pero visitaré el-Huseyn cuando se cicatrice la herida». Ella entonces me preguntó: «¿Es que la herida puede cicatrizarse sin visitar al Señor?». De esta manera me cuida Umm Hánafi. Ella es la señora de nuestra casa. Si no fuera por ella, no tendríamos casa. Tú, mi Señor, Señor de todos, Tú eres el juez, y no se puede luchar contra tu decisión; rezo para ti. Me hubiera gustado que mi señor conservara su fuerza hasta el final, pues nada me hacía sufrir tanto como su postración, que había reducido el mundo a su lecho… Ni siquiera pudo rezar. Su débil corazón no lo soportó. Volvió a ser llevado en brazos como un niño. Por ello se me saltan las lágrimas y mi tristeza se hace más profunda.