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Kamal llegó a casa de su hermana en el-Sukkariyya al caer la tarde y encontró a la familia reunida al completo en el salón. Los saludó y dijo, dirigiéndose a Ahmad:

—Enhorabuena por tu licenciatura.

Jadiga le contestó en un tono exento de cualquier alegría:

—Gracias. Pero espera a escuchar otra noticia: el señor no quiere ser funcionario.

—Su primo Redwán —siguió Ibrahim Sháwkat— está dispuesto a conseguirle una plaza si él estuviera conforme…, pero se empeña en rechazarla. Háblale, Kamal, quizás consigas convencerlo tú.

Kamal se quitó su tarbúsh y, dado el calor que hacía, se despojó también de su chaqueta blanca, que colocó en el respaldo de una silla. Aunque sabía que terciaba en una disputa, exclamó con una sonrisa:

—Creía que hoy iba a ser un día dedicado a las felicitaciones. Pero esta casa no olvida nunca las discusiones.

—Es mi sino —apostilló Jadiga con tono disgustado—. Toda la gente es de una manera y nosotros de otra.

—El asunto es sencillo —le dijo Ahmad a su tío—. No se me presenta por ahora nada más que un empleo de escribiente. Según me ha dicho Redwán me pueden nombrar para un puesto de escribiente, vacante actualmente, en la dirección de archivos, con tío Yasín. Me propone que espere tres meses hasta que comience el nuevo curso académico. Entonces quizás me nombrarían como maestro de lengua francesa en una escuela. Pero yo no quiero ser funcionario de ninguna clase.

—Dile entonces qué quieres —exclamó Jadiga.

—Trabajar de periodista —respondió el joven con sencillez y firmeza.

—Periodista —bufó Ibrahim Sháwkat—. Cada vez que oíamos esta palabra, creíamos que era una broma o una frivolidad. Rechaza ser maestro como tú y se empeña en ser periodista.

—Dios lo librará de la condena de la enseñanza —aseguró Kamal en un tono irónico.

—¿Y te parece bien que trabaje de periodista? —preguntó Jadiga molesta.

—La condición de funcionario no da la felicidad —terció entonces Abd el-Múnim para aplacar los ánimos.

—Pero tú —respondió su madre con vehemencia— eres funcionario, señor Abd el-Múnim.

—Y en muy buenas condiciones. Pero no me satisface para él un puesto de escribiente… Ahí está mi tío Kamal renegando de su oficio.

—¿En qué tipo de periodismo quieres trabajar?

—Adli Karim está de acuerdo en admitirme a prueba en su revista, para traducir primero y más adelante como redactor.

—Pero El Hombre Nuevo es una revista cultural muy limitada de recursos y de campo…

—Se trata sólo de un primer paso, como práctica hasta que consiga un trabajo más importante. En cualquier caso, puedo esperar sin morirme de hambre…

—Deja las cosas correr como él desee —aconsejó Kamal mirando hacia Jadiga—. Él ya es mayor y una persona instruida y sabe lo que hace.

Pero Jadiga no aceptaba una derrota con facilidad. Así que volvió a intentar convencer a su hijo para que aceptara el puesto. Las voces de los dos hermanos se alzaron contra ella, Kamal tuvo que intervenir para poner calma entre ambas partes. El clima de la reunión se enturbió y se hizo un pesado silencio hasta que Kamal apuntó riendo:

—Vine para tomar algo y no he obtenido más que este alboroto.

Mientras tanto, Ahmad se había vestido para salir de casa. Llamó a Kamal y se marcharon juntos. Se pusieron a andar por la calle de el-Azhar.

Ahmad le confió a su tío que iría a la revista El Hombre Nuevo para tomar posesión del trabajo que le había prometido el profesor Adli Karim.

—Haz lo que quieras —le dijo Kamal—, pero evita hacer daño a tus padres.

—Yo los quiero y los respeto —contestó Ahmad—, pero…

—¿Pero qué…?

—Es un fallo que las personas tengan padres.

—¿Cómo te resulta tan fácil decir eso? —exclamó Kamal.

—No me refiero a los míos literalmente, sino a lo que ellos representan de una herencia del pasado. La paternidad por lo general es un freno. Y no necesitamos frenos en Egipto. ¿No estamos ya caminando con los pies cargados de cadenas?

Después de pensar un rato volvió a hablar:

—Alguien como yo no conocerá nunca la lucha, en su verdadero significado de estrechez, teniendo una casa y un padre con rentas. No niego que esto me da tranquilidad, pero al mismo tiempo siento vergüenza por ello.

—¿Cuánto esperas que te reporte este trabajo?

—Adli Karim no se ha referido a ello…

A la altura de la plaza de el-Ataba se separaron. Ahmad se fue a la revista El Hombre Nuevo. Allí lo recibió calurosamente el Profesor Adli Karim. Luego fue con él al despacho de las secretarias y se dirigió a todos los presentes:

—Este es vuestro nuevo compañero Ahmad Ibrahim Sháwkat.

A continuación le fue presentando a sus compañeros:

—La señorita Sawsan Hammad…, Ibrahim Rizq…, Yúsuf el-Gamil…

Todos lo saludaron. Ibrahim Rizq dijo cortésmente:

—Es un nombre ya conocido en nuestra revista…

—Es el primer hijo de El Hombre Nuevo —agregó riendo Adli Karim. Luego señaló hacia la mesa de Yúsuf el-Gamil—. Tú trabajarás en esa mesa. Su dueño anda en la calle normalmente.

Adli Karim abandonó el despacho. Yúsuf el-Gamil invitó a Ahmad a sentarse en una silla cercana a su mesa. Esperó a que se hubiese sentado y le dijo:

—Sawsan te pondrá al corriente del trabajo que se te encomienda. Pero no estaría mal ahora que bebiéramos una taza de café…

Yúsuf el-Gamil apretó el botón del timbre mientras que Ahmad se dedicaba a examinar los rostros de sus compañeros y el lugar. Ibrahim Rizq era un hombre maduro y decrépito que parecía diez años mayor de su edad real. En cuanto a Yúsuf el-Gamil estaba al final de su juventud y aparentaba por su aspecto ser una persona inteligente y educada. Luego echó una mirada a Sawsan Hammad y se preguntó si lo recordaría… No la había vuelto a ver desde su primer encuentro en 1936. Sus miradas se cruzaron y él le preguntó, sonriendo y empujado por el deseo de salir de su mutismo:

—Nos conocimos aquí mismo hace cinco años…

Observó los ojos de la chica iluminándose por aquel recuerdo y continuó diciendo:

—Vine a interesarme por un artículo que tardaba en publicarse.

—Ahora lo recuerdo —contestó ella—. Desde aquello te hemos publicado muchos artículos.

—Artículos llenos de un magnífico espíritu progresista —aseveró Yúsuf el-Gamil.

—La mentalidad de hoy no es la de ayer —apuntó Ibrahim Rizq—. Cada vez que miro a la calle veo en la pared la frase: «Pan y libertad». Este es el nuevo lema del pueblo.

—¡Bonito lema! —observó Sawsan Hammad—. Especialmente en este momento en que las tinieblas se ciernen sobre el mundo.

Ahmad captó un ambiente propicio para intervenir. Rápidamente su espíritu entusiasta y alegre lo empujó a meterse en aquel ambiente acogedor:

—Las tinieblas se ciernen realmente sobre el mundo. Pero mientras que Hitler no asalte Inglaterra, nos queda una esperanza en la salvación…

—Yo veo la situación desde otra perspectiva —aseguró Sawsan Hammad—. ¿No crees que si Hitler no ataca Inglaterra es posible que ambos perezcan juntos o que por lo menos la hegemonía pase a Rusia?

—¿Y si sucediera lo contrario? Quiero decir que Hitler se apoderara de las Islas Británicas y alcanzara la completa hegemonía…

—Hitler, como Napoleón —opinó Yúsuf el-Gamil—, se adueñó de Europa, pero Rusia fue su tumba.

Ahmad sintió una energía y un entusiasmo como no los había conocido antes. El clima abierto, aquellos colegas liberales, la compañera de belleza fascinante… Por una u otra razón recordó a Alawiyya Sabri y el año de sufrimiento en el que había luchado contra aquel fracasado amor hasta vencerlo. Los días y las noches en los que maldecía el amor, desde lo más profundo de su corazón, dejando que sus entrañas se sumiesen en un océano de amargura y rebeldía sin límites. Ella estaría ahora en su casa de el-Maadi, esperando un marido con cincuenta libras mensuales como mínimo. ¿Qué le importaría a ella una victoria de Rusia? ¿Qué estaría esperando?

En ese momento Sawsan sacudió un cuaderno de notas ante el rostro de Ahmad, diciéndole con amabilidad:

—¡Trátalo bien!

Se levantó y se fue hacia el despacho de ella, sonriente, para comenzar su nuevo trabajo…