Fue una visita completa y enriquecedora, como diría luego Jadiga. En cuanto se abrió la puerta del piso este se llenó con la presencia de Yasín, en traje de lino blanco de el-Mehalla, con una rosa roja y el espantamoscas curvo. Su enorme cuerpo parecía empujar el aire, delante de él. Le seguía su hijo Redwán, con su terno de seda, prototipo de elegancia y belleza. Más atrás Zannuba, en traje gris, con esa timidez que se había convertido en parte de ella y de la que le resultaba imposible separarse. Finalmente Karima, con un vestido azul que dejaba al descubierto la parte superior del cuello y los brazos. No tenía más de trece años pero la feminidad había cristalizado en ella precozmente, exponiendo sus atractivos de forma estridente. Se reunieron en la sala de estar con Jadiga, Ibrahim, Abd el-Múnim y Ahmad. De inmediato, Yasín dijo:
—¿Habéis oído antes nada parecido? Mi hijo secretario del Ministro en el mismo Ministerio donde yo trabajo como jefe de sección en archivos… Subvierte el orden de las cosas al superarme… ¡o que alguien me lleve la contraria!
Sus palabras tenían un cierto aire de protesta. Sin embargo nadie dudó de que en el fondo subyacía el orgullo y la satisfacción por su hijo. La verdad era que Redwán había obtenido su licenciatura en mayo de aquel año y estaba nombrado como secretario del Ministro en junio. Con un nivel seis, mientras que los licenciados universitarios comenzaban de escribientes y con nivel ocho. Abd el-Múnim se había graduado en la misma fecha y aún no sabía qué iba a hacer. Jadiga apostilló, sonriente pero con algo de envidia:
—Redwán el amigo de los gobernantes… pero el ojo nunca monta sobre la ceja…
Yasín exclamó con una alegría que no conseguía ocultar:
—¿No visteis su fotografía al lado del Ministro en el-Ahrarrti? Vamos a llegar a no saber cómo dirigirnos a él…
—Mira sin embargo la decepción de estos dos hijos míos —dijo Ibrahim Sháwkat señalando a Abd el-Múnim y Ahmad—. Malgastan su vida en intensas discusiones que no se sabe para qué sirven. Lo mejor que conocen de entre las personalidades del país son el sheyj Ali el-Manufi, el encargado de la Escuela Primaria de el-Huseyn, y al pájaro de Adli Karim, el dueño de la revista La Luz o El Hollín, que no sé bien cómo se llama…
Ahmad estaba colérico a pesar de aparentar naturalidad. La vanidad de su tío Yasín le había afectado, al igual que la opinión de su padre. En cuanto a Abd el-Múnim lo que esperaba de esta visita multitudinaria tapaba el enfado que ya anidaba en su interior por otras circunstancias. Miraba a hurtadillas el rostro de Redwán preguntándose qué habría detrás de él. A pesar de todo, su corazón auguraba algo positivo como resultado de aquella visita. Podía ser, en efecto, que esta no hubiera tenido lugar si no trajeran alguna buena noticia… Yasín volvió a hablar a propósito de lo que había dicho Ibrahim:
—Si me preguntaras mi opinión, diría que tienes dos buenos hijos. ¿No dice el refrán: el Sultán es siempre el que está más lejos de su puerta?
Realmente, Yasín era incapaz de ocultar su alegría… Y de convencer a ninguno de los presentes que creía realmente en lo que decía… Jadiga continuó, dirigiéndose a Redwán:
—¡Que Dios te colme de bienes y te cuide del mal!
—Espero felicitarte dentro de poco… —se decidió por fin Redwán a dirigirse a Abd el-Múnim.
Este miró hacia él como preguntándole y con el rostro enrojecido:
—El Ministro me ha asegurado —continuó Redwán— que va a nombrarte para la dirección de encuestas.
La familia de Jadiga estaba esperando ansiosa aquella declaración. Todos clavaron sus miradas en Redwán, pidiendo una confirmación a sus palabras. El joven continuó diciendo:
—A comienzos del mes próximo, a más tardar, estará todo listo.
—Es un empleo jurídico —exclamó Yasín apostillando las palabras de su hijo—. En nuestra dirección de archivos acaban de ser nombrados dos jóvenes licenciados con el nivel ocho y ocho libras de sueldo.
Jadiga había sido quien pidió a Yasín que le hablara a su hijo a propósito de Abd el-Múnim. Ella misma expresó su gratitud:
—¡Gracias a Dios y a ti, hermano! —Luego se volvió hacia Redwán—. Por supuesto la buena acción de Redwán está por encima de nuestro reconocimiento.
—Naturalmente —asintió Ibrahim a sus palabras—. Es su hermano… y el mejor que pueda haber.
—Redwán es el hermano de Abd el-Múnim y Abd el-Múnim el hermano de Redwán —exclamó Zannuba con una sonrisa, buscando no quedarse al margen de la conversación—. No hay duda de ello.
Abd el-Múnim, con un apuro que nunca había sentido ante Redwán, le preguntó:
—¿Te dio seguridad de esto?
—Palabra de Ministro —dijo Yasín, solícito—: yo mismo he seguido el asunto.
—Yo, por mi parte —agregó Redwán—, te allanaré las dificultades en la dirección de personal. Tengo muchos amigos allí, aunque los funcionarios de personal no tienen amigos.
—¡Gracias a Dios! —exclamó Ibrahim Sháwkat suspirando—. Él nos ha librado del trabajo y de los funcionarios.
—¡Vives como un rey, Ibrahim! —dijo Yasín.
—Dios no permita que se condene a nadie a la falta de trabajo —exclamó Jadiga irónica.
—Quedarse con los brazos cruzados en casa es una maldición —intervino Zannuba, cortésmente como era su costumbre—. Menos para el que tiene fortuna y ese es un sultán.
—Mi tío Yasín tiene fortuna y al mismo tiempo es funcionario —terció Ahmad con una sonrisa maliciosa en sus ojos.
—Funcionario y basta, por favor —respondió Yasín con una fuerte risotada—. En cuanto a la fortuna… ¡fueron tiempos! ¿Cómo conservar la riqueza con una familia como la mía?
—¿Tu familia? —exclamó Zannuba desconcertada.
Redwán, deseando cortar una conversación que no le gustaba, se dirigió a Ahmad:
—Si Dios quiere, nos encontrarás a tu disposición el año próximo, una vez que tengas la licenciatura.
—Muchas gracias —contestó Ahmad—, pero no entraré en la función pública. —¿Cómo?
—El funcionariado está hecho para acabar con la gente como yo. Mi futuro está en ser profesional libre.
Jadiga pensó en contestarle, pero prefirió dejar la batalla para más tarde. Redwán concluyó, con una sonrisa:
—Si cambias de opinión, me tienes a tus órdenes.
Ahmad se llevó la mano a la frente en señal de agradecimiento. En ese momento llegó el criado con vasos de limonada helada, al mismo tiempo que el silencio comenzaba a cerrar los labios de todos. Jadiga miró entonces casualmente hacia Karima. Fue como si la viese por primera vez, liberada del asunto de Abd el-Múnim.
—¿Qué tal estás, Karima? —le dijo afectuosamente.
—Bien, tía, gracias —le contestó la joven con voz dulce.
Jadiga iba a comenzar a hacer el elogio de su belleza, pero algo, una especie de desconfianza, la retuvo. La verdad es que no era la primera vez que Zannuba la traía con ella, desde que la tenía encerrada en casa tras haber finalizado la primaria. Jadiga se decía a sí misma que estos asuntos se disuelven en el aire como un perfume. Si Karima era hija de Zannuba, también lo era de Yasín. De ahí venía lo complicado de la situación. Abd el-Múnim no le prestaba a Karima, preocupado por el asunto, la atención necesaria. A pesar de lo que miraba de ordinario por ella. Aún estaba superando las secuelas producidas por la muerte de su esposa. En cuanto a Ahmad, no había espacio libre en su corazón.
—Karima no deja de lamentarse por no haber entrado en la Escuela Secundaria —dijo Yasín.
—Y yo más —agregó Zannuba frunciendo el ceño.
—Yo tengo mis dudas sobre el someter a las chicas al esfuerzo del estudio —apostilló Ibrahim Sháwkat—. Una chica, a fin de cuentas, está destinada a su casa. No pasará un año o poco más, antes de que Karima sea llevada ante el dichoso elegido.
«Mala lengua te corten», exclamó Jadiga para sus adentros. «Pone sobre la mesa temas peliagudos sin pensar en las consecuencias. ¡Vaya situación! Karima hija de Yasín y hermana de Redwán, a quien le debemos este favor. Quizás no hubiera motivo real para preocuparse de aquello sino sólo meras conjeturas. Pero ¿por qué insistía Zannuba en visitarnos una y otra vez de la mano de Karima? Yasín no tenía tiempo para pensar o urdir nada. Pero ¿y la diosa de las tablas?»
—Eso podía defenderse en épocas pasadas —dijo Zannuba—, pero hoy todas las chicas van a la escuela.
—En nuestro barrio —añadió Jadiga— hay dos chicas que van a la Escuela Superior. ¡Pero hay que verlas! ¡Dios nos libre de la facha de ambas!
—Entre las chicas de tu Facultad, ¿no hay ninguna bonita? —le preguntó Yasín a Ahmad.
Ahmad vibró en su interior, apareciendo en sus ojos la imagen que guardaba viva en su corazón. Y respondió:
—El amor por la ciencia no está vedado a las feas.
—Este tema depende de los padres —dijo Karima con una sonrisa y mirando a su padre.
—¡Magnífico, hija! —exclamó Yasín—. Así habla una buena hija de su padre. De esta manera se dirigía tu tía a tu abuelo.
—Este tema depende de los padres realmente afirmó Jadiga con sarcasmo.
—Hay que disculpar a la chica —se apresuró a decir Zannuba—. ¡Ay, si oyeses lo que él dice ante sus hijos!
—Ya veo y lo comprendo —contestó Jadiga.
—Soy un hombre que tiene sus puntos de vista en cuanto a la educación —sentenció Yasín—. Yo soy un padre y un amigo. No quiero que mis hijos tiemblen de miedo en mi presencia… Yo, que aún ahora me desconcierto ante mi padre.
—¡Dios le dé fuerzas y paciencia para quedarse en casa! —apostilló Ibrahim Sháwkat—. El señor Ahmad es único en su género, no hay otro hombre como él.
—¡Díselo a él! —exclamó Jadiga en plan de crítica.
—Mi padre es único en su género —indicó Yasín en tono de disculpa—. Él y sus amigos se han convertido en prisioneros dentro de sus propias casas, cuando antes el mundo entero les parecía pequeño.
Mientras tanto Redwán le decía a Ahmad en una conversación aparte:
—Con la entrada de Italia en la guerra, se ha llegado a una situación muy peligrosa para Egipto.
—Puede que de los enfrentamientos verbales se pase al de las armas. Pero ¿los ingleses tienen la fuerza suficiente para oponerse al previsible avance italiano? No hay duda de que Hitler va a dejar la tarea de apoderarse del Canal de Suez a Mussolini.
—¿América va a permanecer sin hacer nada? —preguntó Abd el-Múnim.
—La clave de la situación se halla realmente en manos de Rusia —respondió Ahmad.
Pero es aliada de Hitler.
—El comunismo es el enemigo del nazismo. Lo peor es que el mundo correría un peligro mucho mayor con una victoria de Alemania que con una de las democracias.
—El mundo comete una injusticia con nosotros —aseveró Jadiga—. ¡Que Dios confunda sus vidas! ¿Qué son todas esas cosas que antes nunca habíamos conocido? Sirenas de alarma…, cañones antiaéreos…, proyectiles…, desgracias que nos harán viejos antes de tiempo.
—En todo caso —apuntó Ibrahim con suave ironía—, lo de las canas en nuestra casa no llega antes de tiempo. ¡Lo dirás por ti, únicamente!
Ibrahim tenía sesenta y cinco, pero al lado del señor Ahmad, que sólo era tres años mayor que él, parecía veinte años más joven. Al final de la visita, Redwán le dijo a Abd el-Múnim:
—Ven a verme al Ministerio.
Cuando se habían ido y nada más cerrarse la puerta, Ahmad le soltó a Abd el-Múnim:
—Ten cuidado de no entrar a verlo sin llamar… Aprende a comportarte ante un secretario de Ministro…
Su hermano no le respondió, ni lo miró siquiera…