Yasín comenzó a sentirse inquieto. Durante mucho tiempo había fingido que no le importaba nada, ni el nivel ni el sueldo ni el mismo gobierno. Incluso delante de sus compañeros funcionarios. Se daba cuenta de ello y también de sus cambios de ánimo. El nivel sexto, si lo alcanzaba, le incrementaría el sueldo en dos libras, nada más. ¡Qué pérdida tan enorme para Yasín! Decían que este nivel lo haría ascender desde supervisor a jefe de sección. Pero ¿desde cuándo se preocupaba Yasín de jefaturas? Realmente estaba inquieto. Sobre todo desde que fue convocado por el Director del departamento, Muhammad Efendi Hasan, el marido de Zaynab, madre de su hijo Redwán, para una entrevista con el Subsecretario del Ministerio. Entre los funcionarios de los archivos se había corrido que el Subsecretario lo había llamado para oír su opinión sobre ellos por última vez, antes de firmar la resolución de los ascensos. ¡Muhammad Hasan! Su pendenciero sucesor al que, si no fuera por Muhammad Effat, le hubiera puesto la mano encima hacía ya bastante tiempo. ¿Era posible que lo pudiera mirar este hombre con buenos ojos? Aprovechó la ocasión que le brindaba encontrarse solo en el despacho del Director y se abalanzó sobre el teléfono. Pidió el número de la Facultad de Derecho. Era la tercera vez que lo hacía aquel día, intentando llamar a Redwán Yasín.
—¿Oiga?… ¿Redwán?… Soy tu padre. Hola. Todo va bien…
Su voz denotaba confianza… Un hijo intercediendo por su padre…
—El asunto, ¿sigue pendiente de la firma?
—Tranquilo, el mismo Ministro te ha recomendado. Lo habló con diputados y senadores y se lo prometió a ellos con toda seguridad.
—¿El asunto no necesita una última recomendación?
—En modo alguno. El basha me dio la enhorabuena esta mañana, como te dije. Tranquilidad absoluta.
—Gracias, hijo mío, —hasta luego.
—Hasta luego, papá. Y enhorabuena por adelantado…
Colgó el auricular y salió del despacho. Entonces se encontró con Ibrahim Efendi Fathallah, su compañero y competidor en el ascenso, que pasaba llevando unos expedientes. Se intercambiaron saludos con prevención.
—Estamos frente a frente en una competición deportiva, Ibrahim Efendi —le dijo Yasín—. Sea cual sea el resultado debemos recibirlo con caballerosidad.
—A condición de que sea una competición limpia —le respondió, irritado.
—¿Qué significa eso?
—Que la elección se haga como Dios quiera, pero sin enchufes.
—¡Extraña opinión la tuya! ¿Existe algo que se haga sin enchufe en este mundo? Afánate en lo que pretendas, que yo me preocuparé por lo mío. Y que consiga el nivel quien tenga el destino y la fortuna de su parte.
—Yo tengo más antigüedad que tú.
—Los dos somos funcionarios antiguos. Un año no sienta diferencia.
—En un año nacen y desaparecen muchos.
—Nacer y desaparecer… Cada uno tiene su destino.
—¿Y la capacidad?
—¿La capacidad? —preguntó Yasín, excitado—. ¿Acaso levantamos puentes o construimos centrales eléctricas? ¡Capacidad…! ¿Qué diplomas de capacidad nos piden? Ambos nos paramos en primaria. Mi ventaja en esto es que yo soy un hombre culto…
—¿Culto? —Ibrahim estalló en una carcajada de burla—. ¡Encantado de conocerle, señor culto! ¿Te crees a ti mismo culto por las poesías que te sabes de memoria? ¿O por las redacciones con las que escribes los oficios y donde te expresas otra vez como en los exámenes de primaria?… Dejo el asunto en manos de Dios…
Los dos hombres se separaron de la peor manera. Yasín volvió a su despacho. Era una amplia habitación. Los escritorios estaban colocados en ella frente a frente, en dos filas. Las paredes rebosaban de estantes repletos de archivadores. Algunos se afanaban en sus papeles, mientras otros charlaban y fumaban. De vez en cuando iba y venía alguno de los ordenanzas con expedientes. El vecino de Yasín le dijo:
—Mi hija terminará el bachillerato este año. Voy a hacer que entre en el Instituto de Pedagogía para quedarme tranquilo en este asunto. Sin problemas: no me quebraré la cabeza buscándole un puesto después de graduarse.
—Es lo mejor que puedes hacer —respondió Yasín.
—Y tú, ¿qué has previsto para Karima? —le preguntó el hombre buscando encontrar conversación— ¿Qué edad tiene, por cierto?
—Once —las facciones de Yasín esbozaron una sonrisa a pesar de la inconveniencia—. El próximo verano, si Dios quiere, terminará la primaria. Estamos en noviembre —continuó, contando con los dedos—; así que quedan siete meses exactamente…
—Si ha aprobado la primaria, superará la secundaria… Hoy las chicas son más responsables que los chicos…
¿Secundaria? Esto era lo que quería Zannuba. Pero él no soportaba de ninguna manera la idea de ver a su hija caminar balanceando sus pechos. ¿Más preocupaciones?
—Nosotros no enviamos a nuestras hijas a la secundaria. ¿Para qué? Ellas no encontrarán empleo.
—¿Se puede decir esto en 1938? —preguntó un tercero.
—Se puede decir en nuestra familia, aunque fuese el 2038.
Un cuarto se rio, a la vez que decía:
—No puedes meterla en un agujero y esconderte tú con ella, los dos juntos. El café de el-Ataba y la taberna de Muhammad Ali… Las muchachas vírgenes quieren romper las amarras de lo artificial… Esa es la cuestión.
Yasín rio y luego dijo:
—Dios la proteja… Como te dije, no hemos previsto para la niña nada, más allá de la primaria.
Una tos resonó desde el rincón más alejado, el que daba a la entrada del cuarto. Yasín se volvió hacia la persona que la había lanzado. Luego se detuvo como si hubiese recordado algo importante. Fue a su despacho para averiguar quién había allí. La persona en cuestión volvió la cabeza hacia él. Yasín le dirigió una mirada por encima del hombro y le dijo:
—Me habías prometido la receta…
El otro estiró el cuello, preguntándole:
—¿Perdón…?
A Yasín le molestó el duro oído de aquel hombre. Le daba apuro tener que elevar la voz. Cuando escuchó otra que venía desde el medio de la habitación diciendo:
—Apuesto a que te pregunta por la receta…; tu receta…, la que te llevará, junto con todos nosotros, hasta la tumba.
Yasín volvió de nuevo, fastidiado, a su despacho. El mismo hombre le dijo, sin importarle su apuro y con una voz que se oyó en toda la habitación:
—Te la digo: toma una cascara de mango. Hiérvela bastante rato hasta que llegue a ser un líquido viscoso como la miel. Tómate luego una cucharada en ayunas…
Todos rieron menos Ibrahim Fathallah, que dijo en tono sarcástico:
—Listo y aclarado: espera a obtener el nivel seis… ¿Bastará él para hacerte más fuerte?
Yasín preguntó riéndose:
—¿Qué tiene que ver el nivel en este asunto?
El vecino de Yasín apostilló, en medio de risas:
—Si tuviera que ver, Amm Hasaneyn, el bedel de nuestra oficina, merecería ser Ministro de Instrucción Pública.
Ibrahim Fathallah aplaudió la ocurrencia y dijo dirigiéndose a todos sus compañeros:
—Hermanos, este hombre —señalando hacia Yasín es bueno, gracioso y excelente persona…; pero ¿trabaja siquiera por valor de un millim? Os agradezco vuestro buen juicio…
Yasín dijo en tono de chanza:
—Un minuto de trabajo mío vale como un día tuyo.
—La historia es que el Director es amable contigo y que tú te has puesto en manos de tu hijo en esta época de oscurantismo.
Yasín contestó, buscando enfadarle:
—Eso se da en todas las épocas, por tu salud. Mi hijo en esta ocasión… Y si viene el Wafd encontrarás a mi sobrino y mi padre… Dime, ¿a quién tienes tú?
El hombre respondió, elevando su cabeza hacia el techo:
—Tengo a Nuestro Señor.
—A Él, bendito sea, lo tengo yo también. ¿No es el Señor de todos…?
—No estará satisfecho de la parroquia de Muhammad Ali…
—Y, ¿lo estará de los adictos al opio y al manzul…?
—No hay nada más repugnante que la condición del borracho.
—El vino es la bebida de los ministros y de los embajadores. ¿No los ves acaso en los periódicos bebiendo en los brindis? Pero ¿has visto a un político ofreciendo opio en una recepción con motivo de firmar un acuerdo, por ejemplo?
El vecino de Yasín dijo, venciendo la risa:
—Silencio, compañeros…; a menos que queráis cumplir parte de vuestro servicio en la cárcel.
En aquel momento volvió Muhammad Hasan de la entrevista con el Subsecretario. Se hizo el silencio y las cabezas giraron hacia él. El hombre enfiló hacia su habitación sin importarle nada. Todos se intercambiaron miradas interrogantes. Se daba por descontado que uno de los concursantes era ya jefe de sección. Pero ¿quién era el afortunado? Se abrió la puerta del Director y apareció su cabeza calva. Luego llamó, con voz seca: «Yasín Efendi…». Yasín se levantó y cruzó la habitación de punta a punta mientras latía con fuerza su corazón. El Director lo examinó con una mirada de extrañeza y le dijo:
—Has ascendido al nivel seis…
Yasín contestó, ensanchando el pecho:
—Gracias, Efendi.
El hombre exclamó en un tono no exento de sequedad:
—Es de justicia que te manifieste el que existe alguien que se lo merece más que tú… Pero los enchufes…
Yasín se enfadó, cosa que le sucedía a menudo con aquel hombre.
—Enchufes… ¿Qué enchufes? ¿Conoce algún asunto, grande o pequeño, que se mueva sin enchufe? ¿Hay alguna criatura en esta Dirección, en este Ministerio, incluido usted, que haya ascendido sin enchufe?
El hombre se tragó su indignación y dijo:
—No me han venido de ti nada más que quebraderos de cabeza. Has ascendido sin derecho a ello… pero te sublevas ante el menor comentario por justo que sea. No es asunto nuestro… así que… ¡Enhorabuena!… ¡Enhorabuena, señor! Únicamente te pido que hagas acopio de todos tus recursos… ¡ahora eres jefe de sección!
Yasín se creció ante el repliegue del Director y dijo sin aflojar en su vehemencia:
—Soy funcionario hace más de veinte años y tengo ya cuarenta y dos. ¿Cree que el nivel seis resulta demasiado para mí? ¡Muchos jóvenes acceden a él apenas salen de la Universidad!
—Lo importante es que te pongas manos a la obra. Desearía contar con tu colaboración como con la del resto de tus compañeros. Esa es mi disposición desde que, como supervisor de la escuela de el-Nahhasín, eras un modelo de funcionario, a pesar de aquel antiguo incidente…
—Eso es un asunto antiguo que no es necesario sacar a colación ahora. Todos tenemos errores…
—Ahora eres un hombre maduro. Si no vigilas tu comportamiento, te será difícil hacer frente a tus obligaciones. Pasando las noches en vela, ¿qué cabeza puede trabajar por la mañana? Deseo que atiendas el servicio, eso es lo único que aquí importa.
A Yasín le incomodó esta alusión a su conducta y contestó:
—No acepto ni una palabra que afecte a mi conducta personal privada. Fuera del Ministerio yo soy libre…
—¿Y dentro?
—Trabajaré como lo hacen los jefes de sección. Yo he trabajado hasta ahora bastante como para que fuera suficiente para el resto de mis días…
Yasín volvió a su despacho disimulando una sonrisa a pesar de la rabia que le quemaba por dentro. La noticia se había propagado y le llovieron las felicitaciones. Ibrahim Fathallah susurraba al oído de su vecino un comentario de rencor:
—¡Su hijo…! ¡Esta es la historia!… ¡Abd el-Rahim Basha Isa…! ¿Comprendes?…
—¡Demasiado!