El-Guriyya cerraba sus puertas. Los peatones eran escasos, pues el frío se había hecho más intenso. Aunque mediaba diciembre, el invierno había llegado de pronto aquel año. Kamal no tuvo la menor dificultad en atraer a Riyad Quldus al barrio de el-Huseyn. Cierto que el joven era un extraño en el barrio, pero le gustaba errar por sus parajes y sentarse en sus cafés. Había transcurrido más de un año y medio desde que se conocieron en la revista el-Fikr, y no pasaba una semana sin que se encontrasen una vez o dos, aparte de las vacaciones, que los reunían más o menos cada noche en la revista, en la casa de Bayn el-Qasrayn, o en la de Riyad en Mashiyya el-Bekri, y también en los cafés de Imad el-Din, o en el gran café de el-Huseyn —en el que Kamal se refugiaba cuando los piquetes echaron abajo el histórico café de Ahmad Abdu, haciéndolo desaparecer de la vista para siempre—. Eran felices con su amistad, tanto que Kamal se decía a sí mismo en una ocasión: «Me he pasado años echando de menos a Huseyn Shaddad. Su sitio ha seguido vacío hasta que lo llenó Riyad Quldus». En presencia de su espíritu se despertaba, siendo consciente de esa sensación que alcanzaba su paroxismo en el abrazo del mutuo pensamiento; ello a pesar de que no constituían un todo, y si así ocurría, lo era sólo en apariencia. Su amistad siguió siendo un sentimiento tácitamente compartido, sin proponérselo, sin que ninguno de los dos dijera al otro: «tú eres mi único amigo» o «no me imagino la vida sin ti»; pero era así. Aunque el tiempo era frío, les apetecía andar, y decidieron ir a pie hasta el café de Imad el-Din. Riyad Quldus no era feliz esa noche, e iba diciendo, presa de gran irritación:
—La crisis constitucional ha terminado con la derrota del pueblo en su lucha histórica con palacio.
—Ahora ya es seguro que Faruq es como su padre… —repuso Kamal afligido.
—Faruq no es él solo el responsable, sino su reata de enemigos tradicionales del pueblo.
Ahí está la mano de Ali Máher y de Muhammad Mahmud. Es para llorar que se unan a los enemigos del pueblo dos de sus hijos, Máher y el-Nuqrashi. Si el país estuviera limpio de traidores, el rey no tendría posibilidad de ultrajar los derechos del pueblo…
—Hoy ya no es cuestión de los ingleses —continuó tras un breve silencio.
—¡Son el rey y el pueblo cara a cara! La independencia no lo es todo. Está el sacrosanto derecho del pueblo a gozar de su soberanía y de sus derechos. ¡Viva la vida del hombre y no la del esclavo!
Kamal no estaba inmerso en la política como Riyad. Es cierto que la duda no había podido aniquilarla como al resto. Creía en los derechos del pueblo con el corazón, aunque su intelecto no sabía dónde situarlos. Unas veces su razón decía «los derechos del hombre» y otras «pues que se quede el mejor; la masas sólo son un rebaño», o «¿no es el comunismo una experiencia digna de ser probada?». Por otra parte, el corazón no se veía libre de sus simpatías populares, que lo habían acompañado desde la infancia, mezcladas con el recuerdo de Fahmi. En cuanto a Riyad, la política era algo esencialmente arraigado en su actividad intelectual.
—¿Es posible que olvidemos —volvió a decir Riyad— la afrenta que Makram ha sufrido en la plaza Abdín? ¿Y esta destitución criminal, que es un vituperio, un escupitajo en el rostro de la nación? El resentimiento ciego que, desgraciadamente, regocija a algunos…
—¡Tú estás furioso por Makram! —repuso Kamal bromeando.
—Todos los coptos son wafdistas —dijo Riyad decididamente—, pues el Wafd es un partido totalmente nacionalista. No es un partido religioso y turco como el Partido Nacional, sino el partido del nacionalismo, que hará de Egipto una nación libre para los egipcios por encima de sus razas y de sus religiones. Los enemigos del pueblo saben eso, y por ello los coptos han sido objeto de represión manifiesta durante la época de Sidqi, y la van a tener que soportar a partir de ahora…
Kamal se felicitó por esta sinceridad que confirmaba su amistad con el sello de la perfección; pero le apeteció preguntar irónicamente:
—¿Tú me hablas de los coptos? ¿Tú que sólo crees en la ciencia y en el arte?
Riyad se refugió en el silencio. Habían llegado ya a la calle de el-Azhar que el aire frío barría con cierta violencia. Luego pasaron por una tienda de basbusa, y Kamal lo invitó a tomar un trozo. Tan pronto como cogieron el platillo, se echaron a un lado para comérsela.
—Yo soy librepensador y copto a la vez —repuso Riyad—. Es más, agnóstico y copto a un tiempo. Pienso muchas veces que el cristianismo es mi patria, no mi religión. A veces, cuando he sometido estos sentimientos a mi razón, me he sobresaltado. Pero, despacio, ¿no es una cobardía que yo me olvide de mi gente? Hay una sola cosa capaz de hacerme olvidar este dilema: el estar enteramente inmerso en el total nacionalismo egipcio tal como lo quería Saad Zaglul. El-Nahhás es musulmán de religión, pero nacionalista también en todo el sentido de la palabra. Ante él sólo nos sentimos egipcios; ni musulmanes, ni coptos. Yo puedo vivir feliz sin agobiarme con estos pensamientos. Pero vivir, vivir realmente, es, al mismo tiempo, una responsabilidad.
Mientras saboreaba su dulce, Kamal meditaba, con el pecho agitado de sentimientos. Los rasgos de Riyad eran los del genuino egipcio que recordaban las figuras faraónicas, suscitándole esto muchas reflexiones: «La postura de Riyad es de una validez innegable. Yo mismo —dividido entre mi razón y mi corazón— sufro, como él, la escisión de mi personalidad. ¿Cómo puede vivir una minoría en el seno de una mayoría que la reprime? El mérito de los mensajes celestiales se mide ordinariamente por la prosperidad que le proporcionan al hombre, teniendo como primera misión el tender la mano a los oprimidos».
—No me censures —dijo—. Yo he vivido hasta ahora sin chocar con el problema racial. Desde un principio mi madre me enseñó a amar a todo el mundo. Luego he crecido en el ambiente de la revolución al margen de las sospechas del fanatismo. Nunca conocí este problema.
—Sería de desear —dijo Riyad mientras ambos reemprendían el camino— que eso no fuera problema en absoluto. Me apena decirte con toda franqueza que nosotros hemos crecido en casas en las que no faltan recuerdos negros y tristes. Yo no soy un fanático, pero quien desdeña el derecho de un hombre en el lugar más remoto del mundo, no ya en su casa, desdeña todos los derechos humanos.
—¡Hermosa expresión! No es extraño que los verdaderos mensajes de los humanistas procedan la mayoría de las veces de los medios minoritarios, o de hombres ocupados de las mentes minoritarias de la humanidad; pero siempre hay fanáticos…
—¡Siempre y en todo momento! La gente es joven y el animal viejo. Los fanáticos de vuestro bando nos consideran malditos infieles, y los nuestros os consideran a vosotros infieles y usurpadores, diciendo de sí mismos ser descendientes de los reyes de Egipto, que fueron capaces de salvaguardar su religión pagando la capitación…
Kamal se rio en voz alta mientras decía:
—¡Todos decimos lo mismo! ¿Crees que la base de esta controversia es la religión, o que la naturaleza humana es siempre proclive a la discordia? Ni los musulmanes forman una unidad, ni tampoco los cristianos. Encontrarás continuas disputas entre shiíes y sunníes, entre higazíes e iraníes, y del mismo modo entre wafdistas y constitucionales, entre los estudiantes de letras y los de ciencias, entre los equipos Nacional y Arsenal. Pero, a pesar de todo eso, ¡qué tristes nos ponemos cuando leemos en los periódicos la noticia de un terremoto en Japón! Escucha, ¿por qué no tratas de esto en tus novelas?
—El problema de los coptos y los musulmanes…
Riyad Quldus guardó silencio; luego dijo:
—Temo ser mal entendido…
Tras otro instante de silencio, continuó:
—Luego no olvides, sheyj, que nosotros, a pesar de todo, estamos en nuestra época dorada. En el pasado el sheyj Abd el-Aziz Gawísh se inventó que los musulmanes fabricaban su calzado con nuestra piel…
—¿Cómo extirparemos este problema de raíz?
—Afortunadamente se ha fundido en el problema general del pueblo. El problema de los coptos hoy es algo que concierne al pueblo; si se le deja en libertad, nosotros también lo estamos…
«La felicidad y la paz… Ese es el sueño perseguido. Mi corazón vive sólo por el amor, pero ¿cuándo conocerá mi razón su camino? ¿Cuándo diré con el mismo tono de mi sobrino Abd el-Múnim, "sí, sí"? Mi amistad con Riyad me ha enseñado cómo leer sus novelas, pero ¿cómo creer en el arte, cuando me he encontrado con que la propia filosofía es como un palacio inhabitable?»
—¿En qué estabas pensando ahora? —le preguntó Riyad de repente, mirándolo de reojo—. ¡Dime la verdad…!
Kamal se dio cuenta de lo que había detrás de la pregunta, y le contestó sin ambages:
—Pensaba en tus novelas…
—¿No te ha molestado mi franqueza?
—¿A mí? ¡Que Dios te perdone!
Riyad se echó a reír como disculpándose; luego preguntó:
—¿Has leído la última?
—Sí, es estupenda; pero me hace pensar que el arte es una actividad nada seria, con la salvedad de que yo no sé qué es lo más importante en la vida humana: lo serio o lo divertido. Tú tienes una alta cultura científica, y, «sabios aparte», eres posiblemente el más entendido en ciencia. Pero toda tu actividad se desperdicia en escribir novelas, y yo a veces me pregunto: ¿qué obtienes tú de la ciencia?
—Me valgo de la ciencia para transmitir al arte el culto por la verdad —repuso Riyad Quldus con entusiasmo—, la fidelidad a los principios y el asumir con valor, por amargo que resulte, la integridad en el juicio y la tolerancia completa con las criaturas…
«Grandes palabras, pero ¿qué relación guardaban con la distracción de las novelas?»
Riyad Quldus se le quedó mirando, y leyó la duda en su rostro. Se echó a reír en voz alta, y luego dijo:
—Tienes una pobre opinión del arte, pero mi consuelo es que nada en el mundo podrá estar a salvo de tu duda. Nosotros opinamos con nuestros intelectos, pero vivimos con nuestros corazones. Tú, por ejemplo —a pesar de tu actitud escéptica—, amas, actúas y participas en la vida política de tu país. Detrás de cada uno de estos aspectos hay un principio, consciente o inconsciente, no menos fuerte que la fe. El arte es la interpretación del hombre del universo, y en este sentido, entre los intelectuales hay quienes participan con su arte en la escaramuza universal de las ideas; han transformado así el arte en arma de combate sobre el campo de la lucha universal. No es posible que el arte sea una actividad frívola…
«¿Defensa del arte o del valor del artista? Si un simple pipero tuviera la capacidad de disentir, probaría que él desempeña un papel importante en la vida de la humanidad. Y es probable que cada cosa tenga un valor determinado, como lo es que no lo tenga en absoluto. ¿Cuántos millares de seres están expirando en este momento, mientras que al mismo tiempo se alza la voz de un niño llorando porque ha perdido su juguete, o la de un enamorado que transmite a la noche y al universo las penas de su corazón? ¿Rio o lloro?»
—A propósito de lo que dices de la lucha universal de las ideas —dijo— permíteme decirte que está reflejada en pequeño en mi familia. ¡Tengo un sobrino que es hermano musulmán; y otro, comunista…!
—Sería necesario que, tarde o temprano, existiera algo así en cada casa. Ya no vivimos en una botella. ¿Tú nunca has pensado en estas cosas?
—He oído cosas sobre el comunismo a través de mis estudios de filosofía materialista, así como sobre el fascismo y el nazismo.
—¡Tú lees y tomas notas! ¡Un historiador sin historia! Me gustaría que el día en que salgas de esta actitud lo considerases como el feliz día de tu nacimiento…
Kamal se sintió molesto por tal observación, porque era una crítica mordaz, de una parte, y porque no carecía de verdad, por otra. Luego dijo eludiendo todo comentario:
—Ningún comunista ni hermano musulmán en nuestra familia tiene un conocimiento firme de lo que cree…
—¡La fe es voluntad, no ciencia! Hoy el cristiano más corriente sabe del cristianismo el doble de lo que sabían los mártires y lo mismo ocurre con vosotros en el Islam…
—¿Y tú crees en una de esas doctrinas?
—No hay duda de mi desprecio por el fascismo y por el nazismo, y por todos los regímenes dictatoriales —repuso Riyad tras una reflexión—. En cuanto al comunismo, está en disposición de crear un mundo libre de la tragedia de las diferencias de razas, de las religiones y de la lucha de clases. Pero mi interés primordial está centrado en el arte.
—El Islam —dijo Kamal con algo de ironía en su voz— ya ha creado este mundo del que tú hablas, hace más de mil años…
—Pero es una religión. El comunismo es una ciencia; la religión es una leyenda…
Luego, corrigiéndose, dijo sonriendo:
—Y nosotros convivimos con los musulmanes, no con el Islam…
Encontraron la calle Fuad llena de gente, a pesar del intenso frío. De repente Riyad se paró y preguntó:
—¿Qué dirías de tomar unos macarrones y buen vino?
—Yo no bebo en los establecimientos frecuentados. Vayámonos al café de Okasha si te parece…
Riyad Quldus se echó a reír mientras decía:
—¿Cómo eres capaz de tal sobriedad? Las gafas, el bigote, los principios… Has liberado tu mente de todo tipo de dependencia, pero tu cuerpo es todo cadenas. Has sido creado —al menos físicamente— para ser profesor…
La alusión de Riyad a su físico le recordó un episodio doloroso. Se habían reunido en una fiesta de cumpleaños de uno de sus compañeros. Bebieron juntos hasta emborracharse, y entonces uno de ellos cargó contra él aludiendo a su cabeza y a su nariz hasta que todos se rieron. Cuando recordaba sus facciones se acordaba también de Aida y de aquellos días… Aida la «inventora» de su nariz y de su cabeza. Era asombroso cómo disminuía el amor y se convertía en nada…
Luego sólo quedaban estos sedimentos dolorosos…
Riyad le tiró del brazo diciéndole:
—¡Venga! ¡Vamos a bebernos un vaso de vino, y hablaremos del arte de la novela! Después iremos a casa de la señora Galila en el callejón de el-Gawhari, y si tú la llamas «tía», yo la llamaré «prima»…