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La casa de Abd el-Rahim Basha Isa tenía una agitación inusitada. En el jardín había mucha gente de pie, mientras que en la terraza otros estaban sentados, y muchos entraban y salían. Hilmi Ezzat apretó el brazo de Redwán Yasín cuando se iban aproximando a la casa, y le dijo satisfecho:

—¡No estamos sin partidarios, como pretenden los periódicos…!

Al atravesar el camino hacia la entrada, uno de los jóvenes exclamó: «¡Viva la solidaridad!». El rostro de Redwán enrojeció de emoción. Estaba tan entusiasmado como ellos, aunque en su interior se preguntaba angustiado: «¿No sospechará alguno el lado no político de mis visitas?». Ya una vez le había confesado sus temores a Hilmi Ezzat, pero este le dijo: «¡Sólo sospechan los timoratos! Camina con la cabeza alta y el paso firme. Los que se lanzan a la vida pública no deben preocuparse de lo que piensa la gente más de lo necesario». El recibidor estaba lleno de personas sentadas, entre las que se encontraban estudiantes y obreros, miembros de la organización wafdista. Abd el-Rahim Basha Isa se hallaba sentado al fondo de la estancia, circunspecto —en contra de su costumbre—, serio y severo, rodeado de la aureola de un político importante. Los dos muchachos avanzaron hacia él, que se levantó con gravedad a recibirlos dándoles un apretón de manos, indicándoles luego que se sentaran.

Uno de los que estaban sentados, que se había interrumpido al llegar los dos jóvenes, dijo:

—¡Qué sorpresa se ha llevado la opinión pública al conocer los nombres de los nuevos ministros, y no encontrar entre ellos el de el-Nuqrashi!

—Esperábamos algo en el momento de la dimisión —repuso Abd el-Rahim Basha Isa—. Teniendo en cuenta que el desacuerdo era tan general que hasta en los cafés se hablaba de ello. Pero el-Nuqrashi no es un miembro del Wafd como los otros. El Wafd ha relevado a muchos antes que a él, y no se han vuelto a levantar. El-Nuqrashi es otra cosa. No olvidemos que él significa también Ahmad Máher; ambos son el Wafd. El Wafd de la resistencia, de la lucha y del combate. Preguntad a los patíbulos, a las cárceles y a las granadas. Esta vez no se trata del desacuerdo que deshonra al que se va; es la integridad del gobierno, el litigio de las bombas. Y si ocurre lo peor y el Wafd se divide, él será el que saldrá, no el-Nuqrashi ni Máher.

—¡Así pues, Makram Obeid ha descubierto su otra cara!

Estas palabras sonaron en los oídos de Redwán de forma muy rara. ¡Difícilmente podía creer que se atacara al líder del Wafd de esa manera en un medio tan auténticamente wafdista! Otro insistió:

—¡Makram Obeid es el origen de todo este desastre, excelencia!

—¡Los otros tampoco son mancos! —repuso Abd el-Rahim Basha.

—Pero él es el que no soporta a sus rivales. Él quiere tener poder absoluto sobre el-Nahhás, y si Máher y el-Nuqrashi le dejan el campo libre, nada lo detendrá en su camino…

—Si él mismo pudiera eliminar a el-Nahhás, lo haría.

—¡Por favor, señores! —dijo un sheyj de la reunión—. Sean moderados en lo que dicen. Y vuelvan las aguas a su cauce.

—¿Después de haber formado el ministerio sin el-Nuqrashi? ¡Todo es posible…!

—Cabía esa posibilidad en la época de Saad, pero el-Nahhás es un hombre obstinado y cuando se le pone algo en la cabeza…

En ese instante entró apresuradamente en el vestíbulo un hombre al que el basha recibió en medio de la pieza abrazándolo calurosamente, al tiempo que le preguntaba:

—¿Cuándo has vuelto? ¿Cómo va todo por Alejandría?

—¡Excelente! ¡Excelente! El-Nuqrashi ha recibido en la estación de Sidi Gáber, una acogida popular incomparable. Las multitudes intelectuales lo han aclamado calurosamente. La gente está encolerizada… Todo el mundo reivindica la honestidad del gobierno. Gritaban: «¡Viva el honorable el-Nuqrashi…! ¡Viva el-Nuqrashi, hijo de Saad…!». Y todos exclamaban: «¡Viva el-Nuqrashi, líder de la nación!».

El hombre hablaba en voz alta, y muchos repitieron sus aclamaciones, hasta que Abd el-Rahim Basha se vio obligado a hacerles señas, indicándoles la necesidad de permanecer tranquilos.

—La opinión general —volvió a decir el hombre— está indignada con el ministerio, disgustada por la expulsión de el-Nuqrashi del mismo. El-Nahhás ha cometido una torpeza irreparable, y ha consentido en apoyar al demonio contra el ángel inocente…

—Ahora estamos en agosto —dijo Abd el-Rahim Basha—. En octubre abrirá la Universidad. ¡Que sea la inauguración de la Universidad una batalla decisiva! Es necesario que desde ahora estemos preparados para las manifestaciones, y que el-Nahhás, o bien recobre la razón, o bien se vaya al infierno…

—Puedo asegurar —dijo Hilmi Ezzat— que las manifestaciones universitarias van a inundar la casa de el-Nuqrashi…

—Cada cosa requiere su organización —repuso Abd el-Rahim Basha—. Reunid a vuestros seguidores de entre los estudiantes y estad preparados. Además de esto, las noticias que yo tengo afirman que una multitud increíble de diputados y sheyjs se unirán a nosotros…

—El-Nuqrashi es el creador de los comités del Wafd, no olvidéis eso. Los telegramas de adhesión se suceden en su despacho mañana y noche…

Redwán se preguntaba qué pasaba en el mundo. ¿El Wafd se fracciona otra vez? ¿Realmente iba a soportar Makram Obeid tal responsabilidad? ¿El interés del país era compatible con la escisión del partido que había mantenido su mensaje durante dieciocho años? El debate se prolongó. Los allí reunidos estudiaron diversas mociones, especialmente en lo tocante a la propaganda y a la organización de las manifestaciones. Luego empezaron a dispersarse hasta que sólo quedaron en el vestíbulo el basha, Redwán y Hilmi Ezzat. Entonces aquel los invitó a la terraza, y ambos lo siguieron, sentándose los tres en torno a una mesa, a donde inmediatamente llevaron unos vasos de limonada. No tardó en aparecer en el quicio de la puerta un hombre de unos cuarenta años. Redwán lo había conocido en alguna de sus anteriores visitas. Se llamaba Ali Mahrán y trabajaba como secretario particular del basha. Su actitud revelaba una natural inclinación a la broma y al libertinaje. Lo acompañaba un joven de unos veinte años, de hermoso rostro. Destacaban de su aspecto los largos cabellos revueltos caídos hacia el rostro, y su ancha corbata de lazo que demostraba su procedencia del mundo del arte. Ali Mahrán se adelantó sonriente, besó la mano del basha y estrechó las de los dos muchachos. Luego presentó al joven diciendo:

—El maestro Attiya Gawdat, cantante joven, pero muy dotado. Ya te había hablado antes de él, excelencia.

El basha se colocó las gafas que estaban sobre la mesa, y examinó al joven meticulosamente. Luego dijo sonriendo:

—¡Bienvenido Si Attiya, he oído hablar de ti! A ver si esta vez escuchamos tu voz…

Él le devolvió el saludo con una sonrisa y luego se sentó, mientras que Ali Mahrán se inclinaba hacia el basha diciéndole:

—¿Qué tal, tío?

Así llamaba al basha cuando no lo requerían las exigencias de la etiqueta.

—¡Mil veces mejor que tú! —repuso el hombre riendo.

—Se murmura en el bar «Anglo» que se aproxima un ministerio nacionalista bajo la presidencia de el-Nuqrashi —dijo Ali Mahrán seriamente en contra de su costumbre.

—Nosotros no estamos entre los ministrables —murmuró el basha sonriendo «políticamente».

—¿Sobre qué base? —preguntó Redwán con gran preocupación—. Naturalmente, no me puedo imaginar que el-Nuqrashi se alce por un golpe de estado como Muhammad Mahmud o Ismail Sidqi.

—¡Un golpe de estado! —repuso Ali Mahrán—. ¡No! El problema se reduce ahora a persuadir a la mayoría de los senadores y diputados para que se nos unan. No olvides que el rey está de nuestra parte, y Ali Máher está actuando con ponderación y paciencia.

—¿Vamos a encontrarnos al final entre los hombres de Palacio? —volvió a preguntar Redwán tristemente.

—La frase es única —intervino Abd el-Rahim Basha—. Pero el sentido es vario. Faruq no es Fuad y las circunstancias no son las mismas. El rey es un joven patriota convencido. ¡Él se siente ofendido por los injustos ataques de el-Nahhás!

Ali Mahrán se frotó las manos con alegría y dijo:

—¿Cuándo vamos a felicitar al basha por su cartera? ¿Me elegirás a mí como consejero de tu ministerio, como lo has hecho de tus asuntos particulares?

—No —replicó el basha riendo—. Te designaré director general de prisiones, pues tu lugar natural es la cárcel.

—¿La cárcel? ¡Pero dicen que la cárcel es para los jóvenes!

—¡Y para los que lo son menos! ¡Tranquilízate!

Luego se apoderó de él el aburrimiento, y exclamó de repente:

—¡Basta de política! ¡Vamos a cambiar de ambiente, por favor!

Y volviéndose hacia el maestro Atiyya, le preguntó:

—¿Con qué nos vas a deleitar?

—El basha es un melómano y un amigo del placer —respondió Ali Mahrán por él—. Si le gustas, las puertas de la radio se te abrirán.

—Le he puesto música últimamente —dijo Attiya Gawdat con dulzura— a la canción «Nos han entrelazado el uno al otro», de la que es autor el señor Mahrán…

—¿Desde cuándo compones canciones? —preguntó el basha a su secretario mirándolo de reojo.

—¿No he sido inquilino de el-Azhar durante siete años? Fui absorbido por la versificación.

—¿Y qué tiene que ver el-Azhar con tus disolutas canciones? «¡Nos han entrelazado el uno al otro!» ¿Y quién es el otro, señor inquilino de el-Azhar?

—¡El sentido, excelencia, está en la barba del basha!

—¡Hijo de perra!

Ali Máher llamó al criado.

—¿Por qué lo llamas? —preguntó el basha.

—Para que nos prepare la velada musical.

—¡Espera que haga la oración de la noche! —dijo el hombre levantándose.

A lo que preguntó Mahrán sonriendo maliciosamente:

—¿Nuestro saludo no habrá mancillado las abluciones?