Los dos nuevos amigos se separaron junto a el-Ataba, y Kamal volvió por el-Muski alrededor de las ocho de la tarde, respirando un aire sofocante debido al intenso calor. Junto al callejón de el-Gawhari aminoró la marcha; luego se dirigió hacia él, y penetró en la tercera puerta a la izquierda. Subió la escalera hasta el segundo piso, llamó al timbre y la mirilla se abrió ante el rostro de una mujer que ya pasaba de los sesenta a la que daba vida una sonrisa dejando al descubierto unos dientes de oro. Abrió la puerta y él entró en silencio. La mujer dijo a modo de saludo:
—¡Bienvenido, hijo del amado! ¡Bienvenido, hijo de mi «hermano»…!
La siguió a una sala que hacía de repartidor de las otras piezas, en la cual había dos sofás, el uno enfrente del otro, y entre los que se hallaban una alfombrilla, una mesita y un narguile; había fragancia de incienso en los rincones. La mujer era gruesa, recomida de vejez. Se ceñía la cabeza con un pañuelo de rayas adornado con monedas, los ojos pintados con kohl en los que brillaba una pesada mirada, signo inequívoco de la droga. En los rasgos de su rostro había huellas de una belleza pasada y de un libertinaje sin freno. Ella se sentó con las piernas cruzadas en el sofá que estaba delante del narguile, y le hizo señas para que él la imitara, cosa que hizo, mientras le preguntaba sonriendo:
—¿Qué tal estás, señora Galila?
—¡Dime «tía»! —exclamó ella en tono de protesta.
—¿Cómo estás, tía Galila?
—Estoy estupendamente, hijo de Abd el-Gawwad. Luego, elevando la voz aguardentosa, llamó:
—¡Nazla, hija!
Tras unos minutos llegó la criada con dos copas llenas y las colocó sobre la mesita.
—¡Bebe! —dijo Galila—. ¡Cuántas veces se lo dije a tu padre en los dulces días del pasado…!
Kamal tomó la copa, mientras decía riendo:
—Lo siento; la verdad es que he venido demasiado tarde.
Ella le dio un puñetazo que hizo tintinear los brazaletes que cubrían sus brazos:
—¡Calamidad! ¿Querías hacer porquerías donde se arrodilló tu padre?
Luego, rectificando, dijo:
—Pero ¿qué tienes tú que ver con tu padre? Estaba casado con su segunda mujer cuando yo lo conocí. Un matrimonio precoz de acuerdo con las costumbres de aquella época. Pero eso no le impidió ser mi amante durante un tiempo que fue el más dulce de mi vida. Luego fue amante de Zubayda, nuestro Señor la tenga en su mano y después de nosotras, decenas ¡Dios lo perdone! En cuanto a ti, sigues soltero, y a pesar de eso sólo visitas mi casa la noche del viernes. ¡Calamidad! ¿Dónde está la virilidad, dónde?
Su padre, tal como él lo había conocido por las palabras de Galila, era otro del que conocía por sí mismo, es más, distinto de aquel padre del que Yasín le había hablado. El hombre de la espontaneidad, de la vida violenta que nunca le dio el trabajo de pensar a su propio corazón, ¿qué tenía que ver con él? Hasta en la noche del viernes, en la que visitaba esta casa, sólo le interesaba «el amor» en ella cuando bebía, y si no fuera porque estaba bebido, el ambiente le habría parecido sombrío e incitador a la huida. Jamás olvidaría la primera noche en que los hados lo lanzaron a esta casa. Vio a esta mujer por vez primera, que lo invitó a charlar con ella mientras quedaba libre una chica. Y cuando la conversación lo empujó hasta mencionar su nombre completo, la mujer exclamó: «¿Tú eres hijo del señor Ahmad Abd el-Gawwad el comerciante de el-Nahhasín?». «Sí, ¿conoces a mi padre?» «¡Bienvenido seas mil veces!» «¿Conoces a mi padre?»… «Lo conozco mejor de lo que tú lo puedas conocer». «Mezcló su sudor con el mío… Estuve en el cortejo nupcial de tu hermana… En mis tiempos fui como Umm Kulzum en los tuyos… Pregunta por mí a las piedras». «¡Tanto gusto señora mía!» «Escoge de entre mis chicas la que más te guste sin ocuparte de la cuantía». ¡Así fornicó por primera vez en aquella casa a costa de su padre! Ella contempló su rostro tanto tiempo, que a Kamal se le encogió el corazón. Y si no hubiera sido por la obligada cortesía ella habría manifestado su sorpresa: ¿qué tenía que ver esa extraña cabeza y aquella rara nariz con el sonrosado rostro de luna? Luego él alargó la conversación cuanto pudo, y supo por Galila la historia secreta de su padre, sus penalidades, sus gloriosas actuaciones, sus aventuras y sus cualidades ocultas. «¡Y yo desde el más intenso desconcierto dudando entre el ardor del instinto y el soplo del misticismo!»
—No exageres, tía Galila —repuso Kamal—. Yo soy un maestro, y el maestro ama la discreción. No olvides que yo en vacaciones te visito varias veces por semana, y no sólo una. ¿No estuve aquí anteayer? Vengo a visitarte siempre que…
«Siempre que me aqueja la confusión; es la confusión la que me empuja hacia ti, antes que la concupiscencia».
—¿Siempre que qué, niño de mamá?
—Siempre que acabo de trabajar.
—Di otra cosa. ¡Uf con vuestro tiempo, uf! Nuestra moneda era de oro, y la vuestra de hierro y cobre. Nuestro éxtasis de carne y sangre, y el vuestro la radio. Nuestros hombres eran de la costilla de Adán, y los vuestros de la de Eva. ¿Tienes palabra, maestro de niñas?
Dio una chupada al narguile y luego se puso a cantar:
Maestro de niñas enséñales a tocar los instrumentos y a cantar.
Kamal se echó a reír, se inclinó hacia ella y le dio un beso en la mejilla entre afectuoso y juguetón.
—Tu bigote es como el espino —exclamó ella—. ¡Que Dios acuda en ayuda de Atiyya!
—A ella le gustan los espinos…
—Aquí tuve yo ayer al oficial de la comisaría en persona. Sin jactancia: todos mis clientes son gente de rango, ¿o es que te crees que nos das limosnas con tus visitas?
—¡Señora Galila, eres magnífica!
—Te quiero cuando has bebido. La bebida arroja de ti la dignidad del maestro y te hace parecerte a tu padre. Pero cuéntame, ¿no quieres a Atiyya?… ¡Ella te quiere!
Estos corazones a los que la rudeza de la vida ha endurecido, ¿cómo aman? Pero ¿qué le tocó en suerte a los corazones que se han mostrado generosos con el amor y lo consideran bueno? A la hija del pipero que lo había amado, él le rechazó su amor, y amaba a Aida; pero esta lo había rechazado. El diccionario de su vida sólo le enseñó que el significado del amor es siempre el dolor, ese dolor extraño que quema hasta comprender al resplandor de su fuego abrasador el prodigio de los secretos de la vida. Luego, detrás de él, sólo se suceden despojos. Él repuso, sarcásticamente en respuesta a sus palabras:
—Estate tranquila.
—Nunca hizo esto desde que se divorció.
—¡Bendito sea Dios, sólo Él es digno de alabanza por nuestra adversidad!
—¡Bendito sea en todas las ocasiones!
Esbozó una sonrisa llena de sentido; ella captó su significado, y le dijo a modo de protesta:
—¿Crees que es mucho pedir que yo alabe a Dios? ¡Vaya Él contigo, hijo de Abd el-Gawwad! Escucha: no tengo ni hijos ni hijas, y ya estoy harta del mundo, Dios tiene el perdón.
¡Qué maravilla, que en la conversación de la mujer se repitiera tanto de esta melodía inspirada en la renuncia! La miró furtivamente mientras apuraba la copa. El vino adquiría en él el soplo del hechizo desde el primer trago. Se encontró recordando una época ya pasada, cuando el beber significaba una alegría celestial, ¡cuántas fueron las alegrías que ya pasaron! Al principio fue el deseo de rebelarse y de vencer; luego, con el tiempo, se cambió en filosofía del vino, más tarde, el tiempo y la costumbre fueron apagando la embriaguez, y en numerosas ocasiones no le faltó la pena de quien se debate entre el cielo y la tierra. Esto antes de poner en plano de igualdad la duda entre el cielo y la tierra…
Sonó el timbre, y entró Atiyya, blanca, elástica y desbordante, con el taconeo de sus zapatos y el eco de su risa. Besó la mano de la «maestra», y echó luego una mirada sonriente a las dos copas vacías, diciéndole retozona a Kamal:
—¡Me has traicionado!
Se inclinó hacia el oído de la «maestra» y cuchicheó un poco; luego clavó en Kamal una mirada risueña, y caminó hacia la habitación que quedaba a la derecha de donde se hallaba sentada Galila. Esta le echó a puñetazos diciéndole:
—¡Levántate, luz de los ojos…!
Él tomó el tarbúsh y se dirigió a la habitación. No tardó Nazla en seguirlo, llevando una bandeja con una botella, dos copas y unos aperitivos ligeros.
—Tráenos dos libras de kebab de casa de Agati —le dijo Atiyya—. ¡Estoy hambrienta!
Él se quitó la chaqueta, y alargó las piernas con satisfacción. Luego se sentó a contemplarla, mientras ella se quitaba los zapatos y el vestido, y luego, mientras se arreglaba la camisa delante del espejo y se soltaba el cabello. Este cuerpo blanco, elástico y desbordante que él tanto quería. ¿Cómo era el cuerpo de Aida? A menudo se le venía a la memoria como si ella no tuviera tal cuerpo, y ni siquiera se acordaba de su delgadez, de su color moreno ni de su elegancia, que permanecían en su espíritu como una mera abstracción. En cuanto a lo que la memoria retiene habitualmente de las bellezas corporales, como los senos, las piernas y las grupas, no recordaba jamás que sus sentimientos se dirigieran a nada de eso. Hoy, si se le exponía una belleza con todas las características de Aida, —la elegancia, el color moreno, la delgadez— no daría por ella ni veinte piastras. ¿Cómo podía ser este amor? ¿Cómo seguía guardando su recuerdo con ese respeto y pureza, a pesar de despreciarlo todo?
—¡Qué calor hace! ¡Uf!
—¡Cuando nos haya machacado bien el vino, dará lo mismo que haga calor o frío!
—¡No me comas con los ojos, y quítate las gafas!
Divorciada, madre de dos hijos, ocultaba su oscura melancolía con la vida licenciosa, tragándose las noches insaciables su feminidad y su humanidad, sin consideración, mezclando en sus suspiros la pasión engañosa y la náusea, o sea, la peor imagen de la esclavitud. Por eso el vino era un rescate contra el sufrimiento, como lo era del pensamiento.
Ella se echó a un lado y extendió la suave mano hacia la botella, cogiéndola para llenar las dos copas. ¡Esta botella que se compraba en la casa por el doble de su precio! Todo era caro aquí menos la mujer, menos el ser humano. Sin el vino no sería posible esta reunión, de tal modo se ocultaba a los ojos de la humanidad que mira con una mueca de repugnancia. Aunque nuestra vida no carezca de rameras de otro tipo… ¡cómo son los ministros y los escritores!
Al entrar la segunda copa en su estómago, aparecieron los signos del olvido y de la alegría. «Esta mujer, la deseo desde hace tiempo; y hasta cuándo, no lo sé. El deseo es un poder despótico; el amor es otra cosa. ¡Qué extraño parece cuando está libre del deseo! Si se me brindara un día encontrar a ambos en un solo ser humano, conocería el reposo ansiado. Por eso la vida sigue pareciéndome algo necesitado de armonía. Yo busco el "matrimonio" en la vida pública y en la privada. No sé cuál de las dos es el origen de la otra, pero estoy seguro de que soy un miserable a pesar de mi modo de actuar en la vida, que me ha garantizado condiciones favorables para gozar del pensamiento y deleitarme con el cuerpo. Como el tren que se deja llevar de una fuerza, pero que no sabe de dónde viene y hacia dónde va. El deseo es una belleza arrogante con que el asco da al traste en el acto, mientras que el corazón clama en vano implorando hoy desesperadamente la felicidad eterna. Por eso el padecimiento no cesa; y la vida es un gran engaño, donde es necesario estar en armonía con su filosofía oculta, para aceptar con satisfacción tal engaño. Somos como el actor que balbucea su papel ficticio en el teatro, pero a pesar de ello es esclavo de su arte».
Se bebió de un solo trago la tercera copa, causando la hilaridad de Atiyya. A ella le gustaba beber de todo corazón, pero esto la colocaba en situaciones extrañas. Si él no le ponía coto, se ponía a gritar y a retorcerse. Luego lloraba y vomitaba. A Kamal el vino iba haciéndole perder la cabeza, y se estremeció voluptuosamente. Tendió hacia ella la mirada, y se distendieron sus facciones. Ahora ella era solamente una mujer sin problemas. Era como si no los hubiera en la existencia; la existencia en sí, el problema más pesado de la vida. No lo era. Pero, «bebe y ahógate en los besos…».
—¡Qué encantadora eres cuando te ríes sin motivo!
—¡Si me río sin causa, has de saber que las causas son mejores de lo que tú te imaginas…!