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La revista el-Fikr ocupaba la planta baja en el edificio número veintiuno de la calle Abd el-Aziz. El despacho de su director, el profesor Abd el-Aziz el-Asiuti, daba, a través de una ventana con barrotes, al oscuro callejón Barakat, por lo que tenía la luz encendida día y noche. Verdaderamente, cada vez que Kamal se dirigía a la sede de la revista, la situación de esta, a nivel del suelo, y su gastado mobiliario le recordaban la situación del «pensamiento» en su país, y la suya propia en la sociedad. El profesor Abd el-Aziz lo recibió con una sonrisa de bienvenida y afecto, cosa que no era extraña, ya que los unían los vínculos de la amistad desde el año 1930, es decir, desde que Kamal había empezado a enviarle sus artículos filosóficos. Luego pasaron seis años en una franca e incuestionable colaboración. En realidad, todos los escritores de la revista colaboraban por la filosofía y la cultura a cambio de nada.

Abd el-Aziz recibía con los brazos abiertos a todos los escritores que se ofrecían voluntarios, incluso a los especialistas —como él— en filosofía islámica. Aunque era azharista de formación, había viajado a Francia, donde había pasado cuatro años recogiendo y escuchando sin obtener grado académico alguno. Gozaba de una posición desahogada gracias a los ingresos que obtenía de un inmueble de su propiedad, que le proporcionaba mensualmente cincuenta libras. Sin embargo había fundado la revista el-Fikr el año 1923 y se empeñaba en publicarla, ya que, a pesar de no incrementar en nada sus ingresos, le compensaba parte del esfuerzo que ponía en ella.

Apenas Kamal se hubo instalado en su asiento, entró en la sala un hombre de su misma edad, vestido con un traje de lino gris. Alto, aunque menos que Kamal, delgado, pero más lleno que él, de rostro alargado, frente mediana, labios gruesos, nariz fina y un mentón afilado que imprimía a su rostro un sello particular. Se acercó sonriente, con paso ágil, y tendió su mano al profesor Abd el-Aziz, que la estrechó. Luego se lo presentó a Kamal, diciendo:

—El profesor Riyad Quldus, traductor del Ministerio de Instrucción Pública. Se ha incorporado recientemente al círculo de escritores de el-Fikr, y ha insuflado sangre nueva a nuestra revista científica con su resumen mensual de piezas de teatro universal y sus propios cuentos cortos.

Luego le presentó a Kamal:

—El profesor Kamal Ahmad Abd el-Gawwad. ¡Quizás tú seas uno de los lectores de sus artículos!

Los dos hombres se estrecharon la mano, y Riyad dijo con admiración:

—Leo tus artículos desde hace años. Artículos valiosos en todo el sentido de la palabra.

Kamal le dio las gracias, recibiendo su elogio con precaución. Luego ambos se sentaron en dos sillas, frente a frente, ante el escritorio del profesor Abd el-Aziz, que siguió diciendo:

—No esperes, profesor Riyad, que él te devuelva el cumplido diciendo que ha leído tus valiosos cuentos. Decididamente él no lee cuentos.

Riyad soltó una risa encantadora que puso al descubierto unos dientes regulares y brillantes, con los incisivos separados. Luego dijo:

—Entonces, ¿no te gusta la literatura? No hay filósofo que no tenga su particular filosofía de lo bello, y esta no le llega sino después de un amplio estudio de diferentes artes, y entre ellas, naturalmente, está la literatura.

—Yo no odio la literatura —contestó Kamal con cierta confusión—. ¡Cuántas veces he descansado en los paraísos de su poesía y su prosa! Pero los momentos de reposo son escasos.

—¡Eso significa que tú has leído todos los cuentos posibles, ya que la literatura moderna casi se reduce al cuento y a las piezas de teatro!

Kamal volvió a decir:

—He leído un gran número de ellos a lo largo de mi vida, aunque yo…

Entonces lo interrumpió el profesor Abd el-Aziz el-Asiuti, esbozando una sonrisa cargada de significado:

—De ahora en adelante, profesor Riyad, tendrás que convencerlo de tus ideas nuevas, y bástate saber que él es filósofo, y que su pasión está centrada en el pensamiento.

Luego se volvió hacia Kamal preguntándole:

—¿Has traído tu artículo de este mes?

Kamal sacó un sobre mediano y lo puso en silencio ante el profesor que, a su vez, lo tomó y extrajo de él las hojas del artículo. Luego ojeó el título mientras decía:

—¿Sobre Bergson? ¡Estupendo!

—Es una idea de presentación general —dijo Kamal— que explica el papel que desempeña su filosofía en la historia del pensamiento moderno. Posiblemente le sume otros artículos detallados…

Riyad Quldus seguía la conversación con interés, y preguntó, clavando en Kamal una mirada agradable:

—Sigo tus artículos desde hace años… desde que empezaste a escribir sobre los filósofos griegos; se trata de artículos variados y a veces contradictorios, teniendo en cuenta los sistemas filosóficos que se exponen…, y he comprendido que tú eres historiador. Sin embargo, he intentado en vano descubrir tu propia postura a través de tus escritos… ¿A qué corriente filosófica te adscribes?

—Nosotros somos novatos en cuanto a los estudios filosóficos —dijo Abd el-Aziz el-Asiuti—, y tenemos que empezar por una exposición general. ¡Quizás el profesor Kamal dé a luz, en el futuro, una nueva filosofía, y quizás tú, profesor Riyad, seas uno de los propagandistas del «Kamalismo»!

Se echaron todos a reír. Kamal se quitó las gafas y se puso a limpiarles los cristales. Él se sumergía rápidamente en la conversación, especialmente si le gustaba el interlocutor y el ambiente le parecía sereno y agradable.

—Yo soy peregrino —dijo Kamal— en un museo del que nada poseo. Sólo soy un historiador. No sé bien dónde estoy.

Riyad Quldus dijo, mientras su interés iba en aumento:

—¡Es decir, en la bifurcación del camino! Yo he estado en tu situación un tiempo, antes de encontrar mi ruta, pero me inclino por pensar que marca un acontecimiento, porque es normalmente el final de una etapa y el principio de otra nueva. ¿No has conocido diferentes convicciones antes de estar en esta situación?

El tono de esta charla le trajo el recuerdo de una vieja canción cuyas raíces estaban prendidas en su corazón. Ese joven y esa charla. Habían transcurrido unos años de amistad espiritual, hasta el punto de que él solía hablar consigo mismo cada vez que no encontraba a nadie con quien hacerlo. Hacía largo tiempo que no le habían provocado esta vitalidad espiritual en su pecho. Ni Ismail Latif, ni Fuad el-Hamzawi, ni decenas de maestros…

¿Habría llegado el momento de que se llenara el espacio que se había quedado vacío con la partida de Huseyn Shaddad? Volvió a ponerse las gafas y sonrió diciendo:

—Por eso se trata de un acontecimiento, naturalmente. Como es normal, yo he tenido mi fe religiosa, y después mi fe en la verdad.

—Recuerdo que expusiste la filosofía materialista con dudoso entusiasmo.

—Era un entusiasmo sincero, pero luego no tardé en sacudir la cabeza receloso.

—Quizás fuera la filosofía racionalista…

—Tampoco tardé en sacudir la cabeza receloso. Los sistemas filosóficos son bellos palacios, pero no sirven para habitarlos.

Abd el-Aziz dijo sonriendo:

—¡Y lo atestigua uno de sus partidarios!

Kamal se encogió de hombros indiferente. Riyad, por su parte, continuó investigando:

—¡Ahí queda la ciencia! ¡Quizás ella esté a salvo de tu duda!

—Es un mundo cerrado ante nosotros, del que no sabemos más que algunas de sus conclusiones más elementales. Además yo conozco las opiniones de escogidos sabios que dudan de que la verdad científica se ajuste a la verdad real, otros que son partidarios de la ley de la probabilidad, y otros que han renunciado a reivindicar la verdad absoluta. Así que no he tardado en sacudir la cabeza receloso.

Riyad Quldus sonrió sin decir palabra, y el otro siguió diciendo:

—¡Incluso me he metido hasta las orejas en las aventuras espirituales modernas y en el espiritismo! ¡Mi cabeza ha dado vueltas, y aún lo hace, en un vacío terrible! ¿Qué es la verdad? ¿Qué son los valores? ¿Qué es cualquier cosa? A veces siento tantos remordimientos al hacer el bien, como cuando caigo en el mal.

Abd el-Aziz soltó una risotada, y exclamó:

—¡La religión se ha vengado de ti! ¡La has abandonado, persiguiendo las verdades elevadas, y has vuelto con las manos vacías!

Riyad Quldus dijo unas palabras que parecían más un cumplido que otra cosa:

—¡Esta situación de duda es deliciosa! Contemplación, reflexión y libertad absoluta, tomar de todo un poco, de paso…

—¡Tú eres soltero en tu pensamiento, como lo eres en la vida! —dijo Abd el-Aziz dirigiéndose a Kamal.

Él prestó atención a esta observación pasajera… ¿Era su celibato resultado de su pensamiento, o era en realidad lo contrario? ¿O ambas cosas eran resultado de una tercera?

—El celibato —dijo Riyad Quldus— es un estado temporal, y ¡quizás la duda lo sea también!

—¡Pero él, por lo que parece, no se decidirá nunca a casarse! —repuso Abd el-Aziz.

Riyad preguntó sorprendido:

—¿Qué es lo que se interpone entre la duda y el amor? ¿Qué es lo que impide casarse al hombre enamorado? El hecho de obstinarse en seguir soltero nada tiene que ver con la duda; la duda no conoce la obstinación.

—¿Es que el amor no precisa algo de fe? —preguntó Kamal, en el fondo sin seriedad.

—¡Claro que no! —exclamó Riyad Quldus riendo—. El amor es como el seísmo que sacude por igual a la mezquita, a la iglesia y al burdel.

«¿Un seísmo? ¡Qué comparación tan cierta! ¡Un seísmo que lo destruyera todo y lo sumergiera en el silencio de la muerte!»

—Y tú, profesor Quldus, has elogiado la duda. ¿Acaso eres uno de sus partidarios?

—¡Eso es exactamente! —respondió Abd el-Aziz riendo.

Estallaron en carcajadas, y luego Riyad dijo, como presentándose a sí mismo:

—He permanecido en ella un tiempo, y después me he apartado. Yo no dudo de la religión, porque he renegado de ella. Pero creo en la ciencia y en el arte y, ¡hasta la eternidad, si Dios quiere!

Abd el-Aziz preguntó irónico:

—¿Si quiere ese Dios en el que tú no crees?

—La religión —dijo Riyad Quldus sonriendo— es propiedad de la gente, pero de Dios no sabemos nada. ¿Quién puede decir «yo no creo en Dios» o «yo creo en Dios»? Los profetas son los verdaderos creyentes, y es porque ellos lo han visto, lo han oído o han hablado con los mensajeros de su revelación.

—Pero… ¿crees en la ciencia y en el arte? —le preguntó Kamal.

—Sí.

—La fe en la ciencia está justificada, pero ¿en el arte? ¡Yo prefiero creer en los espíritus a creer en un cuento, por ejemplo!

Riyad le clavó una mirada de reproche, y repuso, con tranquilidad:

—¡La ciencia es el lenguaje de la razón, y el arte es el lenguaje de toda persona humana!

—¡Cómo se parecen estas palabras a un poema!

Riyad acogió la ironía de Kamal con una sonrisa conciliadora, y dijo:

—La ciencia reúne a los hombres en la luz de sus ideas, mientras que el arte los congrega en un elevado sentimiento humano. Ambos hacen evolucionar a la humanidad, y la conducen hacia un futuro mejor.

«¡Qué vanidoso! ¡Escribe un cuento de dos páginas al mes y cree que va a hacer evolucionar a la humanidad! Y yo no soy menos horrible que él, pues resumo un capítulo del libro Historia de la filosofía de Von der Bolt, pretendiendo, en el fondo de mi alma, igualarme al menos con Fuad Gamil el-Hamzawi, el fiscal de Darb el-Ahmar. Pero ¿cómo puede existir la vida sin esto? ¿Estamos locos, cuerdos o simplemente vivos? ¡Uf! ¡Un poco de todo…!»

—¿Y qué dices de los sabios que no comparten tu entusiasmo por la ciencia?

—No debemos interpretar la humildad de la ciencia como incapacidad o desesperación. La ciencia es la magia, la luz, la guía y el milagro de la humanidad, y es la religión del futuro.

—¿Y el cuento?

Pareció que Riyad estaba disimulando por primera vez su disgusto, y el otro rectificó, como disculpándose:

—Quiero decir el arte en su conjunto…

—¿Es que puedes vivir en la soledad absoluta? —preguntó Riyad Quldus con entusiasmo—. La confidencia, el consuelo, la alegría, el consejo, la luz, el viaje a todos los lugares del mundo y del alma son necesarios… ¡Eso es el arte!

Entonces dijo el profesor Abd el-Aziz:

—Se me está ocurriendo una idea…, que nos reunamos nosotros y algunos compañeros una vez al mes para charlar sobre diferentes ideas, a condición de que nuestra conversación se publique bajo el título «El coloquio del mes».

Riyad Quldus dijo, mientras lanzaba a Kamal una afectuosa mirada:

—Nuestra conversación no se va a interrumpir. ¡O, al menos, eso es lo que yo quiero…! ¿Nos consideramos amigos…?

—¡Por supuesto! —respondió Kamal con un sincero entusiasmo—. Tenemos que vernos en todas las ocasiones que podamos.

Un sentimiento de felicidad por esta «nueva amistad» invadió a Kamal. Sentía que una parte elevada de su corazón despertaba tras un profundo letargo. Y se convenció, más que antes, de la importancia del papel que desempeñaba la amistad en su vida, y de que era un elemento vital del que no podía prescindir… A no ser que optase por seguir como el sediento que se consume en el desierto…