Estaba Kamal en su despacho cuando llegó Umm Hánafi para decirle:
—El señor Fuad el-Hamzawi está con el señor de la casa.
Kamal se levantó, con su amplia galabiyya, y salió rápidamente de la habitación en dirección al piso de abajo. Fuad había vuelto a El Cairo tras un año de ausencia. ¡Había vuelto el solemne fiscal de Qena! En su pecho bullían los sentimientos de amistad y cariño, pero se mezclaban con ellos las sombras de la insatisfacción, ya que su amistad hacia Fuad había abrigado, y aún seguía haciéndolo, una forma de conflicto, una lucha de amor y repulsión entre el cariño y la envidia. Y siempre que intentaba sublimarlos con su inteligencia, los instintos lo presionaban, contra su deseo, hacia la vulgaridad mundana. Mientras bajaba la escalera, no dudaba de que esta visita resucitaría en él recuerdos felices, pero al mismo tiempo abriría unas heridas que apenas habían cicatrizado. Al pasar por la sala en la que tenía lugar la reunión del café, compuesta por la madre, Aisha y Naíma, oyó a la primera que murmuraba:
—Vendrá a pedir la mano de Naíma…
Y cuando se dio cuenta de su presencia, se volvió a él diciendo:
—Tu amigo está dentro. ¡Qué amable es! Ha querido besar mi mano, y yo se lo he impedido.
Vio a su padre sentado en el sofá, con las piernas cruzadas, y a Fuad en un sillón frente a él. Los dos viejos amigos se saludaron dándose la mano.
—¡Alabado sea Dios! —dijo Kamal—. ¡Bienvenido! ¿Estás de permiso?
El señor Ahmad le respondió, sonriendo:
—No; lo han trasladado a la delegación de El Cairo. ¡Por fin lo han trasladado después de un largo exilio en Alto Egipto!
—¡Estupendo! —dijo Kamal sentándose en el sofá—. A partir de ahora esperamos verte de vez en cuando.
—¡Naturalmente! —dijo Fuad—. A primeros del mes próximo nos instalaremos en el-Abbasiyya. Hemos alquilado un piso, vecino al distrito de el-Wayli.
El aspecto de Fuad no había cambiado mucho, pero su salud había progresado de manera tangible, pues su cuerpo estaba más lleno y su rostro sonrosado; sus ojos irradiaban aún ese brillo de inteligencia. El señor Ahmad preguntó al joven:
—¿Cómo está tu padre? Hace una semana que no lo veo.
—Su salud no es todo lo buena que desearía. Aún está apenado por haber dejado la tienda, pero esperemos que su sucesor sepa cumplir su deber.
—El asunto me exige ahora una vigilancia continua. Tu padre se ocupaba de todo. ¡Que Dios lo cure y lo preserve!
Fuad se irguió en su asiento y cruzó las piernas. Este gesto atrajo la atención de Kamal, que pareció molesto, aunque el señor, por su parte, pareció no haberlo notado. ¿Así habían evolucionado las cosas? Sí, él era fiscal, con todo lo que ello conlleva, pero ¿había olvidado quién era la persona que estaba sentada frente a él? ¡Dios, y la cosa no quedó ahí! ¡Sacó un paquete de cigarrillos y ofreció al señor, que se excusó dándole las gracias! Es verdad que la fiscalía podía hacer olvidar las cosas, pero era triste que ese olvido se extendiera al bienhechor cuyo favor parecía haberse disipado en el aire, como el humo de aquel lujoso cigarrillo. En los gestos de Fuad no había afectación alguna. Era un señor acostumbrado a su grandeza.
—¡Felicítalo también —dijo el señor dirigiéndose a Kamal— pues ha ascendido de ayudante a fiscal!
—¡Enhorabuena, enhorabuena! —dijo Kamal sonriendo—. ¡Espero felicitarte pronto por estar en el sillón de juez!
—El siguiente paso, si Dios quiere —repuso Fuad.
¡Posiblemente, cuando llegara a ser juez, se permitiría el lujo de mearse delante del hombre que estaba sentado ante él! En cuanto al profesor de primaria, seguiría siendo profesor de primaria, y su prestigio residiría en su espeso bigote y en las toneladas de cultura que le torcían la cabeza.
El señor Ahmad miró atentamente a Fuad, diciendo:
—¿Y cómo va la política?
—¡Ha ocurrido el milagro! —respondió Fuad con satisfacción—. Se ha firmado el acuerdo en Londres. He oído la radio anunciando la independencia de Egipto y el final de la época de los cuatro puntos restrictivos. ¡No daba crédito a mis oídos! ¿Quién lo hubiera creído?
—Entonces… ¿tú eres de los que están contentos con el acuerdo?
—En conjunto sí —dijo, sacudiendo la cabeza con el gesto de los que están puestos en la materia—. El acuerdo tiene sinceros enemigos, y otros que no lo son. Si meditamos sobre las circunstancias y recordamos que nuestro pueblo ha soportado sin rebelarse la época de Sidqi, a pesar de lo amarga que fue, tendríamos que considerar el acuerdo como un paso afortunado que ha suprimido los puntos restrictivos, ha allanado el camino hacia la abolición de los privilegios extranjeros y ha restringido el período de ocupación, tras haberlo reducido a una zona determinada. Es un paso importante, sin lugar a dudas.
Como el entusiasmo del señor por el acuerdo era más fuerte, y su conocimiento de las condiciones de este era menor, le hubiera gustado que el otro coincidiera mucho más con él. Así que decepcionado en su parecer, dijo con obstinación:
—De todas formas tenemos que recordar que el Wafd ha devuelto a la nación su constitución, y ha hecho realidad su independencia, aunque haya tardado algún tiempo.
«Fuad ha sido siempre "frío" en lo que respecta a la política —pensó Kamal—, y probablemente no haya cambiado. Pero parece inclinado hacia el Wafd. Yo, por mi parte, me he dejado llevar largo tiempo por los sentimientos. Luego he pasado a no creer en nada, y la política misma no ha escapado a mi insaciable duda. Pero mi corazón no ha dejado de palpitar por el patriotismo, a pesar de mi razón».
En tiempos de revolución —volvió a decir Fuad riendo— la fiscalía se repliega hacia atrás, mientras que la policía ocupa el primer plano, ya que los períodos de revolución son períodos policiales. Si el Wafd recupera el poder, la fiscalía volverá a ocupar su lugar y la policía se quedará en sus límites, pues en épocas normales de gobierno es la ley la que importa.
El señor apuntó, comentando estas palabras:
—¿Podemos olvidar la época de Sidqi? Los soldados reunían a la gente a bastonazos los días de elecciones. A muchos de nuestros amigos notables les destruyeron sus casas, y se arruinaron por perseverar en los principios del Wafd. Y ahora nosotros vemos al «diablo» en el interior del cuerpo de las negociaciones bajo el ropaje de los Nacionalistas Liberales.
—Las circunstancias —dijo Fuad— hacían necesaria la unión. Y esta no habría sido completa sin que se le unieran el diablo y sus esbirros. ¡Lo importante son los resultados!
Fuad se quedó un buen rato con el señor, tomando a sorbos su café. Kamal se puso a observarlo atentamente, fijándose en su elegante traje de seda blanca, la rosa roja que adornaba su ojal, y la fuerte personalidad que le confería el cargo. Y sintió, en lo más profundo de su ser, que, a pesar de todo, le agradaría que ese joven pidiera la mano de su sobrina. Sin embargo, Fuad no abordó esta cuestión, y pareció querer marcharse pues no tardó en decir al señor:
—Ya es la hora en que usted se va a la tienda… Yo me quedaré un rato más con Kamal. Le haré una visita antes de irme a Alejandría, ya que he decidido pasar de veraneo lo que queda de agosto y algunos días de septiembre.
Se levantó y estrechó la mano del señor, despidiéndose. Luego salió de la habitación, precedido de Kamal, y subieron juntos al piso de arriba, donde se instalaron en el despacho. Fuad se puso a observar, sonriendo, los libros ordenados en las estanterías. Luego preguntó:
—¿Puedo pedirte prestado un libro?
—Encantado —dijo Kamal disimulando su insatisfacción—. ¿Qué sueles leer en tus ratos de ocio?
—Tengo las antologías de Shawqi, Hafiz y Mutrán, y algunos libros de el-Yáhiz y el-Maarri. Me gusta en particular literatura profana y religiosa, además de las obras de nuestros escritores contemporáneos y algunas de Dickens y Conan Doyle. Pero mi dedicación al derecho se traga la mayor parte de mi tiempo.
Luego se levantó, y dio una vuelta pasando revista a los libros y leyendo los títulos. Volvió resoplando y dijo:
—¡Una biblioteca sólo de filosofía! Yo nada tengo que ver con eso. He leído la revista el-Fikr, en la que tú escribes, y he seguido tus artículos, que aparecen sucesivamente desde hace años. No pretendo haberlos leído todos, ni recordar nada de ellos. El artículo de filosofía es lo más pesado que se pueda leer, y un fiscal es un hombre agobiado por el trabajo. ¿Por qué no escribes sobre temas atractivos?
¡Cuántas veces había oído anunciar la muerte de su esfuerzo! Pero aquello no lo entristecía demasiado, como si estuviera acostumbrado. La duda se tragaba hasta la propia tristeza. ¿Qué era la fama? ¿Y el atractivo? Pero lo que verdaderamente le regocijaba era que Fuad no encontrara en él su pasatiempo para los ratos de ocio, y le preguntó:
—¿Qué quieres decir con «temas atractivos»?
—La literatura, por ejemplo.
—Yo he leído cosas buenas de este género desde que estábamos juntos, pero no soy un literato.
Fuad se echó a reír, y exclamó:
—Entonces quédate solo en la filosofía. ¿No eres filósofo?
«¿No eres filósofo?» Una expresión marcada en lo más profundo de su ser. Su corazón tembló ante la terrible impresión. Así era desde que le fue arrojada por la boca de Aida, en la calle de los Palacios. Para disimular la agitación de su pecho, se echó a reír a carcajadas. Luego recordó los días en que Fuad buscaba su amistad y lo seguía como su sombra. ¡Aquí estaba ahora, examinándolo como un hombre importante, digno de amor y lealtad! «¿Qué fruto he sacado de mi vida?» Fuad estaba examinando el bigote de su amigo y luego, de repente, se echó a reír y dijo:
—Aunque…
Kamal lo interrogó con la mirada acerca del significado de sus palabras, y el otro volvió a hablar:
—Los dos nos estamos acercando a los treinta sin habernos casado. Nuestra generación está repleta de solteros, la generación de la crisis. ¿Sigues pensando lo mismo?
—No me he apartado de mi idea.
—No sé por qué creo que tú no te casarás jamás.
—Eres clarividente. Dios te dé larga vida.
Luego, Fuad repuso, mientras esbozaba una tierna sonrisa, como para disculparse de antemano por lo que iba a decir:
—Tú eres un hombre egoísta. Te empeñas en guardar toda tu vida para ti solo. ¡Hermano, el Profeta se casó, y eso no le impidió llevar a cabo su grandiosa vida espiritual!
A continuación añadió riendo:
—No me tomes en cuenta el haberte citado al Profeta como ejemplo. Casi olvido que tú… Pero ¡despacio! Tú ya no eres el ateo de antes. Ahora dudas hasta del ateísmo, y ese es un paso ganado por la fe.
—Dejémonos de filosofía —dijo Kamal con tranquilidad—, ya que a ti no te gusta, y cuéntame por qué no te has casado tú, puesto que esta es tu opinión sobre el celibato.
Inmediatamente se dio cuenta de que no debía haber formulado esa pregunta, por temor a que el otro la interpretara como una incitación a hablar de pedir la mano de Naíma. Pero Fuad pareció no estar pensando en eso. Por el contrario, soltó una risotada, aunque sin salirse de los límites de la dignidad, y dijo:
—Tú sabes que yo no me he corrompido sino con retraso, no tan pronto como tú, ¡así que todavía no me he saciado!
—¿Y te casarás cuando lo estés?
Fuad golpeó el aire con el revés de su mano como para alejar la mentira, y dijo en tono confidencial:
—Puesto que he esperado hasta hoy, voy a hacerlo un poco más… Voy a esperar hasta ascender a juez y poder casarme, si quiero, con la hija de un ministro.
«¡El hijo de Gamil el-Hamzawi! ¡Una esposa hija de ministro con una suegra del barrio de el-Mabyada! ¡Reto a Leibniz a que justifique esto, aunque sea del modo en que justifica la existencia del mal en la creación!»
—Tú consideras el matrimonio desde el punto de vista…
Antes de que completara la frase, Fuad le cortó riendo:
—¡Mejor que quien no lo considera desde absolutamente ninguno!
—Pero la felicidad…
—¡No empieces a filosofar! La felicidad es un arte personal. La encuentras en la hija de un ministro, no hallando más que desgracias en tu ambiente. El matrimonio es un acuerdo como el que firmó el-Nahhás ayer: regateo, valoración, astucia, clarividencia, ganancias y pérdidas. Y en nuestro país no es factible ascender más que por este camino. La semana pasada nombraron consejero a un hombre que no llegaba a los cuarenta años. Yo podría servir a la justicia toda mi vida, esforzándome y fatigándome, sin alcanzar ese elevado puesto.
«¿Y qué dirías de un maestro de primaria que se va a pasar la vida en el nivel sexto, aunque su cabeza rebose filosofía?»
—Tu puesto te hace prescindir de aventuras como esa.
—¡Si no fuera por esas aventuras, un presidente no podría formar gobierno!
Kamal se echó a reír de forma insulsa, y dijo:
—Tú necesitas un poco de filosofía… Precisas una dosis de Spinoza.
—¡Hártate tú de él! Pero… ¡dejemos esto y háblame de los lugares de diversión y copas! En Qena gozaba del placer a hurtadillas y con precaución. Nuestra posición nos impone el vivir retirados y evitar a la gente. La eterna lucha entre la policía y nosotros hace necesaria mucha más precaución. El fiscal ocupa un puesto peligroso y agotador.
«¡Vuelta a la conversación que me amarga las entrañas hasta hacerme estallar! Mi vida, a la sombra de la tuya, es disciplina y corrección, y la prueba más dura para mi escéptica filosofía de esta vida».
—Figúrate que las circunstancias hacen que me reúna con numerosos notables. Luego me invitan a sus palacios, y yo considero que el deber me impone rechazar sus invitaciones para que nada influya en el cumplimiento de mi deber. Pero sus mentes no entienden esto, y todos los notables de la ciudad me acusan de soberbio, cosa que no soy.
«Es más, eres a la vez vanidoso, orgulloso y celoso del deber». Y dijo, apoyándolo:
—Sí…
—Y por los mismos motivos echo la culpa a los hombres de la policía. No me gustan sus retorcidos métodos. Por eso estoy acechándolos. Tras de mí está la ley, tras ellos la barbarie de la Edad Media. Todos me aborrecen, pero yo tengo razón.
«Tú tienes razón. Eso ya lo sabía yo hace mucho tiempo. ¡La inteligencia y la rectitud! Pero tú no amas, ni puedes amar. Tú no tomas el derecho por la sola razón del derecho, sino también por vanidad, orgullo y sentimiento de inferioridad. Así es el hombre. Yo choco con los que son como tú, hasta en los puestos más insignificantes. El hombre dulce y poderoso es un mito. Pero ¿cuál es el valor del amor? ¿Cuál el del idealismo y el de cualquier cosa?…»
Así, su conversación se prolongó. Cuando Fuad se propuso marcharse, se inclinó al oído de Kamal preguntándole:
—Soy nuevo en El Cairo… Seguro que tú conoces una casa… o varias…; discreta, naturalmente.
—El maestro, como el fiscal, aspira siempre a ser discreto —dijo Kamal sonriendo.
—Estupendo. Nos veremos pronto. Ahora estoy ocupado organizando el apartamento nuevo. Tenemos que pasar unas cuantas veladas juntos.
—De acuerdo.
Salieron juntos de la habitación, y Kamal no lo dejó hasta haberlo conducido a la puerta de la calle. A su vuelta, cuando pasó por el primer piso, encontró a su madre de pie, esperando en la entrada. Ella le preguntó impaciente:
—¿No te ha hablado?
Él comprendió lo que le preguntaba, y sintió un dolor como nunca antes lo había sentido. Pero fingió ignorar el asunto, y le preguntó a su vez:
—¿Sobre qué?
—¡Naíma…!
—¡Claro que no! —respondió irritado.
—¡Es sorprendente!
Intercambiaron una larga mirada, luego Amina volvió a decir:
—¡Pero el-Hamzawi ha hablado con tu padre…!
Kamal dijo, disimulando lo mejor que podía su arrebato de ira:
—Quizás no estuviera hablando por su hijo en lo que dijo…
—¡Esa broma no viene a cuento! —exclamó Amina enfadada—. ¿Es que no sabe quién es él y quién es ella? ¡Tu padre tendría que haberle dado a entender su verdadera situación!
—Fuad es inocente. Quizás su padre ha ido demasiado aprisa, sin reflexionar… aunque con buena intención.
—¡Pero él, sin duda, habrá hablado con su hijo! ¿Habrá rehusado el otro, al que convertimos en un funcionario respetable con nuestro dinero?
—No hay por qué hablar de ese tema.
—Esto es algo inconcebible, hijo mío. ¡No sabe que el emparentar con él no nos ennoblece!
—Pero no te entristezcas por eso.
—No estoy triste, sino enfadada. No es más que un malentendido.
Volvió a su habitación triste y avergonzado, y se puso a hablar consigo mismo: «Naíma es una bonita flor, pero yo soy un hombre al que la única virtud que le queda es el amor a la verdad, así que debo preguntarme a mí mismo: ¿Acaso es ella verdaderamente digna de un fiscal? Él puede, a pesar de su origen humilde, asociar su vida a la de una mujer más culta, de mejor linaje, más rica y más bella también. Su buen padre ha ido demasiado aprisa, y eso no es error suyo. Pero él ha sido un descarado en su trato conmigo. Lo ha sido sin duda alguna. Es un hombre inteligente, irreprochable, digno, descarado y vanidoso. Y su pecado no está en eso, sino que radica en esas diferencias que generan en nosotros variadas enfermedades».