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La casa de Abd el-Rahim Basha Isa, en la esquina de la calle el-Nagat con Helwán, aparecía como un modelo de sencillez y elegancia. Era una villa de color oscuro, formada por una sola planta que se elevaba tres metros sobre el suelo, rodeada por un jardín de flores, y con un salámlik a la entrada. La casa, la calle y la zona circundante estaban sumergidas en un confortable silencio. En un sofá, junto a la puerta, se hallaban sentados el portero y el chófer. El primero era un nubio esbelto y de rasgos resplandecientes; el segundo estaba en la flor de la juventud, y tenía las mejillas sonrosadas. Hilmi Ezzat murmuró al oído de Redwán, dirigiendo su mirada hacia el salámlik:

—El basha ha cumplido su promesa: nosotros somos los únicos visitantes.

El portero y el chófer conocían a Hilmi Ezzat, y se levantaron con educación para recibirlo. Cuando se puso a bromear con ellos, estos se echaron a reír informalmente. El aire, aunque seco, era de un frío cortante. Entraron a un recibidor, modelo de grandeza, presidido por un gran retrato de Saad Zaglul en traje de gala. Hilmi Ezzat se dirigió hacia un espejo que llegaba hasta el techo, en el centro de la pared derecha, y se contempló largo rato. No tardó Redwán en seguirlo, haciendo lo mismo que él, hasta que Hilmi dijo sonriendo:

—Dos lunas vestidas con traje y tarbúsh… «¡Hay que rogar por aquel que ama la belleza del Profeta!»

Se sentaron uno al lado del otro en un sofá dorado, cubierto por una mullida tela azul. Pasaron unos minutos, y después se oyó un movimiento procedente de detrás de la cortina, que estaba colgada sobre una gran puerta, bajo la fotografía de Saad. Redwán giró la cabeza hacia ese lado, con el corazón palpitante de interés. El hombre no tardó en aparecer con un elegante traje negro, exhalando un generoso perfume. Tenía la tez morena, la cara afeitada, cuerpo delgado, más bien alto, finos rasgos desdibujados por su avanzada edad, y ojos pequeños y apagados. Su tarbúsh estaba inclinado hacia delante hasta casi tocarle las cejas. Avanzaba, tranquilo y digno, con pasos cortos a la vez que lentos, transmitiendo respeto y tranquilidad al corazón del joven. Siguió en silencio hasta que se detuvo frente a los dos jóvenes, que se levantaron para recibirlo. Luego empezó a examinarlos con una mirada penetrante, deteniéndose largo rato en Redwán, hasta que este parpadeó. De repente, esbozó una sonrisa y, en el viejo rostro, se propagaron una afabilidad y un encanto tales, que lograron acortar la distancia que los separaba hasta reducirla a la nada. Hilmi le dio su mano y el otro la tomó, y la retuvo en la suya. Luego tendió los labios y esperó. Hilmi captó su intención, y rápidamente le puso la mejilla, que el otro besó. Luego miró a Redwán, y le dijo con voz afable:

—Disculpa, hijito, pero este es el modo de saludar en mi casa.

Redwán le tendió la mano con timidez, y el hombre la tomó, mientras le preguntaba riendo:

—¿Y tu mejilla?

Redwán enrojeció, y Hilmi exclamó, señalándose a sí mismo:

—Para hablar con él, Su Excelencia el basha, has de tratar con su tutor.

Abd el-Rahim Basha se echó a reír, y se contentó con estrechar la mano de Redwán. Luego los invitó a sentarse, mientras él lo hacía en un gran sofá, cerca de ellos.

—¡Maldito sea este tutor tuyo, Redwán! —dijo sonriente—. ¿No te llamas así? ¡Bienvenido! Te había visto en compañía de este desgraciado. Me gustaron tus maneras y quise conocerte… Y aquí estás, no me has privado de ello…

—Estoy encantado de haber tenido este honor, Su Excelencia el basha.

El hombre dijo, mientras hacía girar un gran sello de oro en el anular de su mano izquierda:

—¡Dios no lo permita, hijo mío! No utilices expresiones grandilocuentes ni títulos de grandeza. ¡Nada de eso me gusta! Lo que me interesa de verdad es el espíritu amable, el alma pura y la sinceridad. En cuanto a «Su Excelencia el basha» o «Su Excelencia el bey», todos somos hijos de Adán y Eva. La verdad es que me ha gustado tu educación y quise invitarte a mi casa. ¡Bienvenido seas! Eres compañero de Hilmi en la Facultad de Derecho, ¿no?

—Sí, señor. Somos compañeros desde que estábamos en la escuela primaria de Jalil Aga.

El hombre arqueó sus canosas cejas con sorpresa, y dijo:

—¡Compañeros desde la infancia! —luego, sacudiendo la cabeza—: ¡Bien, bien! ¿Es que tú eres también del barrio de el-Huseyn?

—Sí, señor. Nací en la casa de mi abuelo, el señor Muhammad Effat, en el-Gamaliyya, y ahora vivo en la de mi padre, en Qasr el-Shawq.

—¡Los auténticos barrios de El Cairo! ¡Los lugares agradables! Figúrate, yo viví allí un tiempo con mi difunto padre, en Bir Guwán. Era hijo único, y un diablillo. ¡Cuántas veces reunía a los chiquillos en una especie de cortejo, e íbamos de calleja en calleja dándole patadas a un ladrillo del suelo!… Y ¡pobre del enfermo que el destino pusiera en nuestro camino! Mi padre se ponía furioso y corría tras de mí con el bastón. ¿Has dicho, hijo mío, que tu abuelo es Muhammad Effat?

—Sí, señor —respondió Redwán con orgullo.

El basha reflexionó un instante, luego dijo:

—Recuerdo haberlo visto una vez en casa del diputado de el-Gamaliyya. Un hombre distinguido, y sincero nacionalista. Estuvieron a punto de proponerlo como candidato a diputado en las próximas elecciones, pero se retiró en el último momento, en favor de su amigo, el diputado antiguo. El último pacto ha impuesto la regla de la amistad en las elecciones, a fin de que nuestros hermanos, los liberales constitucionales, obtengan algunos escaños. Así pues, tú eres compañero de Hilmi en Derecho. ¡Muy bien! Esa es la mejor de las carreras, y requiere, para su estudio, una inteligencia brillante. En cuanto al futuro, lo único que tienes que hacer es esforzarte.

La ambición y el entusiasmo invadieron su corazón al percibir, en este último tono de voz, algo que le insinuó la promesa y el estímulo.

—¡Nosotros no hemos suspendido ni una sola vez en nuestra vida escolar! —dijo.

—¡Bravo! ¡Eso es lo fundamental! Tras esto vendrán la fiscalía y la magistratura. Siempre se encontrará quien abra las puertas ante los que se esfuerzan. La vida de la magistratura es grandiosa. Su base está en una inteligencia despierta y una conciencia activa. Yo fui, gracias a Dios, uno de sus sinceros hijos, y dejé la magistratura para ocuparme de la política, pues el patriotismo nos obliga a veces a abandonar nuestras queridas ocupaciones. Pero, incluso hoy, encuentras gente que nos cita como modelo de justicia y rectitud. Pon una parte de tus miras en el esfuerzo y la rectitud, y, después, sé libre en tu vida privada. ¡Cumple con tu deber, y haz lo que quieras! Si faltas a él, la gente no verá en ti más que defectos. ¿No ves que a muchos entrometidos sólo les gusta decir «el Ministro Fulano tiene tal debilidad» y «el poeta Fulano tiene tal otra»? Bueno, ¡pero no todos los enfermos son ministros o poetas…! Sé ministro y poeta en primer lugar, y haz después lo que quieras. ¡Que no se te olvide esta lección, maestro Redwán!

Entonces Hilmi Ezzat dijo con malicia:

—«Al hombre le basta el mérito de que sus defectos sean contados». ¿No es así, Su Excelencia el basha?

El hombre ladeó la cabeza hacia el hombro derecho y dijo:

—Naturalmente. ¡Alabado sea aquel que alcanza la total perfección! El hombre es muy débil, Redwán, pero tiene que ser fuerte en las otras vertientes. ¿Comprendido? Si quieres te hablo de los grandes hombres de Estado; no encontrarás ni uno solo carente de debilidades. Hablaremos largo y tendido, y estudiaremos juntos los casos más importantes, a fin de que tengamos una vida cargada de perfección y felicidad.

—¿No te dije que la amistad del basha era un tesoro inagotable? —dijo Hilmi mirando a Redwán.

Abd el-Rahim Isa añadió, dirigiendo sus palabras a Redwán, que apenas había apartado sus ojos de él:

—Yo amo la ciencia, amo la vida y amo a la gente. Mi deber es ayudar al pequeño a crecer. ¿Qué hay en el mundo mejor que el amor? Si nos enfrentamos a un problema de derecho, es necesario que lo resolvamos juntos; si pensamos en el futuro, que pensemos juntos; si queremos descansar, que descansemos juntos. Yo no he encontrado un hombre tan sabio como Hasan Bey Imad. Hoy es uno de los contados hombres del Cuerpo Diplomático…, dejando aparte que sea uno de mis enemigos políticos. Pero si se entrega por completo a un asunto, lo lleva hasta el final…; si está emocionado, baila desnudo… ¡El mundo es hermoso a condición de ser sagaz y de amplias… miras! ¿Tienes tú amplias miras, Redwán?

De inmediato Hilmi Ezzat respondió por él:

—¡Y si no las tiene, nosotros estamos dispuestos a ampliárselas!

El rostro del basha se iluminó con una sonrisa infantil que revelaba su ilimitado deseo de alegría, y dijo:

—Este niño es un diablo, Redwán, pero ¿qué hacer? Es tu compañero de la infancia… ¡qué suerte! Y no he sido yo el que ha dicho «Dios los cría y ellos se juntan», así que tú tienes que ser también un diablo. Háblame de ti, Redwán. Me dejas charlar sin parar mientras tú estás callado como los picaros de la política ¿eh? Dime, Redwán ¿qué amas?… ¿qué odias?…

En ese momento entró el criado llevando la bandeja del café. Era un muchacho imberbe, semejante al portero y al chófer. Bebieron las copas de agua mezclada con azahar, y el basha preguntó:

—El agua de azahar es la bebida de la gente de el-Huseyn ¿no es así?

—Sí, señor —murmuró Redwán sonriendo.

El basha dijo, sacudiendo la cabeza emocionado:

—¡Oh, gentes de el-Huseyn! ¡Socorredme!

Se echaron todos a reír, e incluso el criado sonrió mientras salía del salón. El basha siguió preguntando:

—¿Qué amas? ¿Qué odias? Habla con franqueza, Redwán. Déjame que te ayude a responder: ¿te interesa la política?

—Los dos estamos en la comisión de estudiantes —dijo Hilmi Ezzat.

—Este es el primer motivo de acercamiento entre nosotros. ¿Y te interesa la literatura?

—Es un enamorado de Shawqi, Hafiz y el-Manfaluti —respondió Hilmi Ezzat.

—¡Cállate tú! —le reprendió el basha—. Quiero oír su voz, hermano.

Se echaron a reír, y Redwán dijo sonriendo:

—Me muero por Shawqi, Hafiz y el-Manfaluti.

—«Me muero por…» —exclamó el basha asombrado—. ¡Qué expresión! No se oye más que en el-Gamaliyya. ¿Acaso está en relación con la belleza, como el nombre de ese barrio? Entonces serás aficionado de «Plata dorada», «Por la noche, cuando mi amigo…», «Quien sea» y «Una rama que sube y otra que baja»… ¡Dios, Dios…! Este es otro motivo de acercamiento entre nosotros. ¡Gamaliyya! ¿Y amas el canto?

—Es aficionado de…

—¡Cállate tú!

Otra vez se echaron a reír, y dijo Redwán:

—… Umm Kulzum.

—¡Qué bien! Quizás a mi me guste más lo antiguo pero, en el canto, todo es bonito. A mi me gusta «grave» y «ligero», como dice el-Maarri, y me muero por él, como dice usted. ¡Muy bien! ¡La noche es maravillosa!

Sonó el timbre del teléfono, y el basha se levantó a cogerlo. Se puso el auricular en la oreja, y dijo:

—¿Dígame?…

—¡Muy buenas!, Su Excelencia el basha.

—Yo di claramente mi opinión al jefe, y era la misma que tenían Máher y el-Nuqrashi.

—Lo siento, basha. No puedo. No me olvido de que el rey Fuad fue el que se opuso un día a mi ascenso, y él es el último que puede hablar de moral. De todas formas te veré mañana en el club. Adiós, basha.

El hombre volvió con el rostro sombrío pero, apenas vio la cara de Redwán, recuperó la alegría y siguió su conversación:

—Sí, señor Redwán. Nos hemos conocido y ¡qué bonito es conocerse! Te aconsejo que te esfuerces, que no dejes de lado las obligaciones ni los ideales elevados. Y, después de eso, te voy a hablar del placer y la felicidad.

Entonces Redwán miró su reloj, y la angustia brilló en el rostro del basha, que dijo:

—¡De eso nada! El reloj es el enemigo de las reuniones de los hombres.

—Pero… se nos ha pasado la hora, Su Excelencia el basha.

—¡Pasado la hora…! ¿Quieres decir que se me ha pasado la edad? Te equivocas, hijo. Aún sigo amando la velada, la belleza y el canto después de la una. La velada no ha comenzado todavía. No hemos hecho más que empezar. No te opongas. El coche está a vuestra disposición hasta por la mañana. Me han dicho que tú ibas a pasar la noche fuera de casa para estudiar, pues… ¡estudiemos! ¿Por qué no? ¡Qué grato me sería volver a los prolegómenos del derecho público, o un poco de ley islámica! Y, a propósito de esto, ¿quién os enseña ley islámica? ¿El sheyj Ibrahim Nadim? ¡Que Dios lo bendiga! Es un extraordinario capitán. ¡No te sorprendas! Un día escribiremos la historia de todos los hombres de la época. Tienes que comprenderlo todo. Nuestra noche es una noche de amor y amistad. Dime, Hilmi: ¿qué bebida es la más apropiada para una noche como esta?

Whisky con soda, y cosas para picar —respondió Hilmi tranquilamente.

Y el basha añadió, riendo:

—¿Y las cosas para picar son una bebida, desgraciado?