Epílogo
—… los daños hasta que recibamos los informes finales de lady Harrington, señores —dijo el canciller Prestwick—. Parecen graves, pero no tanto como pensábamos. Sabemos que las pérdidas del enemigo han sido mucho mayores, gracias a Dios. Lady Harrington ha combatido de nuevo a los havenitas en su intento por conquistar nuestro sistema estelar.
El bullicio de aprobación contagió a todos los gobernadores allí presentes y Samuel Mueller fue el primero en ponerse en pie. Aplaudió muy despacio y con energía, así aplaudían en Grayson, y todos los gobernadores le acompañaron. Comenzaron a aplaudir al unísono y Mueller se sentía pletórico al ver como su gesto fue imitado por todos los asistentes de la cámara.
¡Maldita mujer! Burdette tenía razón al fin y al cabo, el muy idiota. ¡Solo Satán podía haber planeado todo esto! Estaba de su lado, pensaba él. Estaba de su lado, y ¿ahora esto! ¡Maldita sea! ¡Debe ser la favorita de Satán! ¿Cómo si no conseguiría sobrevivir al derrumbamiento de la cópula, los disparos, un segundo asesinato, un duelo con uno de los mejores maestros de esgrima de Grayson, y por último acababa de derrotar al enemigo en Yeltsin? ¡No era humana!
Pero lo había conseguido, se dijo a sí mismo mientras los aplausos aumentaban. Y el hecho de que volviera a dar la cara y consiguiera todo esto en tres días solo había logrado que el público la adorara aun más. Sería un suicidio, el intentar algo contra ella o contra Benjamín Mayhew. Especialmente hasta que estuviera seguro de que había borrado todas las posibles conexiones con Burdette y Marchant.
Una inmensa satisfacción se apoderó de él. Su «política de seguridad» ya había conseguido veintiséis de sus treinta objetivos, incluyendo Marchant y Harding, los únicos que podían haber testificado en su contra. Por fortuna, Mayhew había paralizado sus acciones contra ellos hasta que Harrington tuvo la posibilidad de enfrentarse a Burdette, aunque no tenían otra opción. Seguridad Planetaria debía notificar a los gobernadores de cualquier arresto que tuviera lugar en su destacamento y Mayhew pudo notificar a Burdette sobre sus planes de arrestar a Marchant y a su primo sin avisar al gobernador. Pero a diferencia de los nombres de Mayhew, los de Mueller ya había estado en Burdette y actuaron con habilidad y decisión. De hecho, pensó Mueller sonriente, habían conseguido que la muerte de Marchant pareciera una venganza de sus ciudadanos, mientras Harding «se había arrojado» desde la ventana de un décimo piso.
Así que estaba seguro. Y era el momento de jugar a ser el anciano compasivo, para vendar las heridas que había sufrido Grayson.
La ovación terminó por fin, y Mueller levantó la mano derecha para captar la atención de sus compañeros. El interlocutor le cedió la palabra y Mueller se dirigió a los gobernadores.
—Señores, nuestro mundo ha sido víctima de un acto de cobardía contra aquella a la que nuestro protector define como una mujer buena y sabia. Debo admitir, que yo creí en los informes iniciales. Condené a Cúpulas Celestes de Grayson y a lady Harrington por las muertes de mis ciudadanos y, debido al dolor que sentía, dije e hice cosas que hoy en día lamento de verdad.
Su voz era calmada, sincera y supo reconocer su culpa. El resto de los gobernadores le observaban compasivos.
—Señores —continuó—, yo, como muchos de ustedes, he dañado la imagen de Cúpulas Celestes al cancelar contratos e iniciar actos legales contra ellos. Por mi parte, y en representación de todo el destacamento de Mueller, me gustaría retirar todos los cargos. Invito a Cúpulas Celestes a continuar con la construcción de la Cúpula del Colegio de Mueller y les ruego que acepten que corramos con todos los gastos que ocasione la limpieza de la obra para que puedan comenzar cuanto antes.
—¡Adelante! —gritó alguien.
—¡Bien dicho, Mueller! —dijo otro.
—Además, señores, y debido al acto de culpabilidad de nuestro destacamento, me gustaría solicitar al cónclave el reembolso de todos los gastos legales a la empresa y a lady Harrington pertenecientes al litigio del derrumbamiento de la cúpula.
—¡Secundo la moción! —dijo lord Surte es en voz alta, pero Mueller levantó la mano, ya que aún no había terminado.
—Y finalmente, señores, y en base a los logros de esta mujer por salvar nuestro sistema estelar y nuestro planeta, propongo que este cónclave, en representación de la gente de Grayson, vote a lady Honor Harrington, gobernadora Harrington, heroína de Grayson y solicite a nuestro protector la colocación de… ¡Las Espadas Cruzadas en su Estrella de Grayson!
Hubo un momento de silencio y lord Mackenzie se levantó. Mackenzie estaba tremendamente enojado por la traición de Burdette, y Mueller lo sabía. Esto le había llevado a examinar sus propias opiniones sobre lady Harrington, y no parecía muy contento con lo que había averiguado. Bien, John Mackenzie siempre había sido demasiado noble a los ojos de Mueller, pero aquel hombre poseía el más alto reconocimiento por parte de sus gobernadores y Mueller se rindió ante él, dedicándole una sonrisa a la que Mackenzie se negó a responder.
—Señores —dijo Mackenzie—. Creo que esta moción es muy acertada. Debemos expresar nuestro honor ante aquellos que han cumplido con tu misión en la vida y nadie en la historia ha llegado tan lejos como Lady Harrington. Señores de Grayson, secundo la moción de lord Mueller y solicito al cónclave que la adopten igualmente.
Se produjo otro momento de silencio. Solo una persona había recibido las Espadas Cruzadas, como el segundo galardón de la condecoración de valor de Grayson…, y ese hombre era Isaiah Mackenzie, el capitán general de Benjamín el Grande durante la guerra civil. Durante seiscientos años, la tradición establecía que nadie más recibiría nunca las Espadas de la Estrella, pero Isaiah Mackenzie había sido el antecesor de John Mackenzie, y si él consideraba…
Se escuchó el ruido de una silla mientras uno de los gobernadores se puso en pie al fondo de uno de los extremos de la sala y, al igual que Mueller había hecho antes, comenzó a aplaudir. Después otro gobernador se unió a su gesto, y luego otro, y luego otro, hasta que todos y cada uno de los miembros de la cámara terminaron de pie y aplaudiendo.
El bullicio y la alegría recorrió la sala y se fue apagando poco a poco, cuando el presidente se puso en pie. El rostro de Samuel Mueller brillaba entusiasmado en aprobación por la mujer que odiaba. El fuerte golpe del mazo del cónclave anunció la decisión unánime de los gobernadores de Grayson a favor de lady Honor Harrington.