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Era una noche tranquila en el NAF Conquistador.

Sus sistemas habían tardado tres minutos y medio en darles detalles sobre la terrible destrucción que acababa de tener lugar a sesenta y tres millones de kilómetros, pero la desaparición del GO 14.1 le indicaba que esos detalles no se equivocaban. Una nave, pensaba Thomas Theisman, ¡Solo había sobrevivido una nave!

Sabía ya quién estaba al mando al otro lado, ¡quién iba a ser! Inteligencia estaba equivocada acerca de la rapidez con la que Grayson podía rehabilitar los SA capturados, pero habían sabido dónde estaba Honor Harrington, ya que aquella catástrofe llevaba todas sus letras. Había vuelto a dejar en evidencia a la Armada Popular, pensaba. Les había aplastado de nuevo, y apenas le costó.

Quería odiarla, pero no podía. Odiaba lo que le había hecho a su armada, pero al fin había conocido a la famosa Honor Harrington. Había visto lo que le costaba acabar con sus enemigos y cómo perdía a su gente, y de alguna manera no podía odiarla.

Sabía que debía marcharse. La Operación Daga había sido un desastre. Harrington contaba con suficiente ventaja como para enviarles al hiperlímite, pero sus naves más pequeñas estaban a punto de alcanzar sus SA. Si alteraba el curso en unos noventa grados, su ventaja ya no importaría tanto; generaría un nuevo vector, uno con el que ella nunca le alcanzaría, eso era precisamente lo que iba a hacer, pero…

Ignoró el silencio de su equipo, ignoró el rostro pálido del comisario y comenzó a teclear sobre su consola. Observó como el ordenador reconstruía lo que podía del informe y agudizó la vista.

—Apaga la aceleración, Megan.

Su oficial de operaciones le observó por un segundo y luego tragó saliva.

—Sí, ciudadano almirante —contestó y él escuchó como daba indicaciones al resto del grupo.

—¿Qué está haciendo? —le susurró Dennos LePic al oído, y se giró para contemplar a su ciudadano comisario más calmado que nunca.

—Estoy pensando en vez de reaccionar, señor.

—¿Pensando? —dijo LePic y Theisman asintió.

—Exactamente. Estoy pensando que huir no es nuestra mejor opción —LePic le miró incrédulo y Theisman sonrió—. Esa es Honor Harrington —dijo él—. Inteligencia nos informó de que estaba aquí, y es la única graysoniana con el valor suficiente para llevar a cabo algo así, ciudadano comandante. Hemos conseguido hacerle daño. Lo suficiente como para que no pueda enfrentarse a nosotros.

—¿Enfrentarse? —LePic le observaba horrorizado al recordar la devastación del grupo operante de Meredith Chávez—. ¿Está usted loco? Ha visto lo que le ha hecho a veinticuatro de nuestras naves, ¡y solo nos quedan doce!

—Correcto, ciudadano comisario, doce naves intactas que saben ahora a lo que se enfrentan,

—¡Pero ella cuenta con superacorazados!

—Sí. Pero hemos destruido uno de ellos, el segundo sufrió multitud de daños el resto han sido tocados también. Además ya no puede hacer uso de sus cabezas de misiles. No puede acorralarnos como hizo con el ciudadano almirante Chávez y el ciudadano almirante Thurston. No —sacudió la cabeza—, no puede repetir.

LePic tragó saliva de nuevo, pero el susto desapareció de su rostro mientras consideraba lo que Theisman decía.

—¿Está seguro, ciudadano almirante? —preguntó.

—Sí —Theisman se giró hacia su oficial de operaciones—. Megan, ¿cuál es el análisis?

—Ciudadano almirante, no puedo darle ninguno desde aquí. Nuestros datos no son suficientes.

—En base a lo que ya tiene —miró a LePic por un instante y Megan Hathaway reconoció su advertencia con la mirada. Tomó aire y se forzó a hablar, evitando cualquier signo de pánico.

—Bueno —dijo ella— está en lo cierto, han perdido un SA, y por lo que podemos ver aquí, parece que el segundo ha sufrido los daños suficientes como para quedarse al margen de la formación. Han perdido también seis cruceros —hizo una pausa y frunció el ceño, hizo tirabuzones con su dedo índice y sonaba sorprendida al continuar—. Puede que tenga razón, ciudadano almirante. Sus otros SA han sufrido muchos daños. Pero la pregunta es cuántos.

—Yo creo que los suficientes —y se giró a LePic.

—Ciudadano comisario, no nos atrevemos a ejecutar el resto de Daga con las naves del muro tan cerca de nosotros. Si abandonan Endicott y nos siguen, nos pueden atrapar. Pero si han sufrido tantos daños como parece…, de hecho, ya no pueden combatir, podemos ir a por ellos y destruirlos. Y si lo conseguimos, entonces podremos llevar a cabo todos los objetivos de Daga, ya que no habrá nada que no pare.

—¿Cómo nos enteramos si están listos o no para el combate, ciudadano almirante?

—Solo hay una manera de averiguarlo, señor —dijo Thomas Theisman.

* * *

—Milady; Fuerza Zulú está dando la vuelta —dijo el comandante Bagwell—. Vienen hacia nosotros.

Honor le miró asombraba, después asintió y miró a Mercedes Brigham.

—¿Cuál es la situación, Mercedes?

—No es muy buena, milady —dijo Mercedes—. El Glorioso está fuera del mapa y la aceleración del Regalo es de menos de cien ges en punto-nueve-seis KPS cuadrados. El Magnífico puede ir a doscientas cincuenta ges; el Terrible y el Valeroso han sufrido daños, pero pueden llegar a trescientas sesenta. No aumentaría mucho más que eso, ya que tenemos muchos nódulos dañados, milady —Honor asintió y Mercedes continuó—: el Furioso está en mejor forma, pero sufrió un gran golpe en el último momento. Ha perdido la mitad de su armamento y tres cuartos de sus tubos de misiles. El capitán Gatees dice que su estribor anda dudoso —se mordió el labio al pensar en lo que estaba diciendo y se encogió de hombros—. En resumidas cuentas, milady, el Terrible y el Valeroso son todo lo que nos queda y ninguno de los dos está en buena forma.

—Fred, ¿análisis? —preguntó Honor, volviendo la mirada a Bagwell.

—Milady, pueden con nosotros —dijo él—. Son más rápidos y no están tocados. Tienen la ventaja de la fuerza. Podemos acabar con unas seis o siete de sus naves; las otras cuatro o cinco acabarán con nosotros si cabe. Hemos perdido tantos tubos de misiles…, sería un suicidio.

—¿Qué me recomienda?

—Que evitemos el enfrentamiento, milady. —A Bagwell no le gustaba como sonaba aquello, pero le sorprendía que tuviera que preguntarle—. Si volvemos a la órbita de Grayson ahora, no tendrán armamento suficiente para acabar con nosotros y nuestros fuertes.

—Ya veo. —Honor volvió a girar su silla hacia la consola, sin mostrar su rostro para poder mostrar su desesperación y su agotamiento por un momento. Nimitz se desenganchó de su arnés de seguridad y se posó en su regazo. Después se puso de pie y rozó su hocico contra su mejilla. Ronroneó y ella le acarició y le abrazó mientras se preguntaba quién estaría al mando de los repos. ¿Qué oficial había presenciado su brutal destrucción y aun así tenía el coraje de saber que aun podía salir victorioso?

Se mordió el labio y forzó a su cerebro a pensar. Podía evitar luchar, pero solo si lo hacía inmediatamente y aun así sabía que no podría salvar el Regalo de Mantícora. Sus SA ya no contaban con la aceleración suficiente para evitar a los repos, así que Honor no tenía otra opción que rendirse. Quizá también debía abandonar al Magnífico y al Furioso. Ellos aún podía evitar al enemigo y alcanzar los fuertes. Aquello salvaría a medio escuadrón.

¿Seguro? ¿Les salvaría? Si el comandante enemigo estaba tan decidido a regresar, no se rendiría. Aun podía abandonar el espacio exterior, aún podía enviar misiles balísticos. Así que…

Tomó aire y se recompuso. Después se giró hacia su equipo.

—No creo que eso funcione Fred —dijo ella y el oficial de operaciones la miró sorprendido—. Si nos vamos, perderemos el Regalo y probablemente el Magnífico. Si retrocedemos, el comandante enemigo sabrá con seguridad que no podemos con él. Si quiere, puede llevar a cabo un bombardeo fraccional a largo alcance hacía Grayson. Y no podremos hacer nada para impedirlo. No creo que vaya a hacerlo, pero si pudiera invadir los fuertes, los astilleros…, las granjas.

Vio los rostros de comprensión de su equipo de Grayson, al entender lo que estaba en juego y asintió.

—Esa no es la única consideración —continuó—. Están también los cargueros. Si hubieran venido para destrozar nuestros astilleros, habrían venido con Fuerza Alfa, pero formaban parte de Zulú. Esto nos indica que su intención era ir a otro sitio y el único lugar que se me ocurre es Endicott.

—¿Endicott, milady? —preguntó Sewell y ella asintió—. Imagine que esas naves llevan marines, Allen, o quizá, solo armamento moderno. Endicott no tiene nada más pesado que un crucero de batalla; no podrían evitar que Zulú invadiera Masada, ocupando las bases orbitales y lanzando lo que tengan a su alcance. Y si consiguen hacerse con todo nuestro armamento moderno… —Hizo una pausa al ver que Greg Paxton asentía, y continuó en un tono suave.

»No tenemos otra opción. Si han decidido que estamos demasiado agotados como para poder defendernos, entonces pensarán que podrán hacerlo que quiera para acceder a las armas orbitales de Grayson, incluso si deciden bombardearlos fuertes. Pueden destruir nuestra industria de asteroides, acabar con las infraestructuras orbitales de Endicott, convertir Masada en una carnicería… No podemos dejar que eso ocurra.

—¡Pero cómo les vamos a parar, milady! —preguntó Bagwell.

—Solo se me ocurre una forma —miró a su oficial de operaciones—. Howard, contacta con el Magnífico. Averigua cuál es su máxima aceleración.

—De acuerdo, milady —contestó el teniente primero Brannigan y Honor se giró hacia Sewell.

—Una vez tengamos la aceleración máxima del capitán Edwards, elabora un escuadrón para interceptar a Fuerza Zulú, Allen.

—Pero… —Bagwell comenzó a hablar y después suspiró—. Milady, entiendo su razonamiento, pero ya no contamos con armamento suficiente.

—Creo que al menos podremos hacerles algo de daño —contestó Honor—, el suficiente como para que decidan apartarse de Endicott.

—Y mientras lo hacemos, milady —dijo Bagwell—, destruirán nuestro escuadrón.

Honor le observó por un momento. El oficial le miró atemorizado. Podía ver el miedo en sus ojos. Es más, sabía que tenía razón. Pero, a veces, el precio que tenían que pagar era tan terrible como el enemigo en sí, pensaba, y continuó mirándole a la cara. Después bajo la mirada y regresó a su consola.

—Capitán Yu —preguntó ella atemorizada—, ¿está de acuerdo con el análisis del comandante Bagwell?

—Sí, milady, lo estoy —dijo Yu.

—Ya veo. Dime Alfredo, ¿has leído a Clauzewitz?

—¿Sobre la guerra, milady? —Yu sonaba sorprendido y asintió—. Sí, milady.

—Entonces quizá recuerde el párrafo que dice que «la guerra la luchan los seres humanos».

Él la observó por un instante, tenía la misma mirada con la que se dirigió a ella cuando supo por primera vez que ella era su nuevo capitán de mando. Asintió de nuevo.

—Sí, milady, lo recuerdo.

—Bien, es hora de averiguar si tenía o no razón, capitán, en cuanto el comandante Sewell le envíe los datos, nos pondremos en marcha.

* * *

—Ciudadano almirante, el enemigo está cambiando su rumbo.

El ciudadano contraalmirante Theisman observó la pantalla, interrumpiendo una acalorada conversación con el ciudadano contraalmirante Chernov ante lo que acababa de decir Megan Hathaway. Le miró y la oficial de operaciones estudió de nuevo la consola. Después alzó la vista y levantó las cejas asombrada.

—Parece ser que se acercan a siete-tres, eh… ocho, ciudadano almirante. Su aceleración es aproximadamente de dos-punto-cuatro-cinco KPS cuadrados. Digamos que dos-cinco gravedades.

Theisman frunció el ceño, después se acercó al visualizador del Conquistador. La baja aceleración sugería que las naves de Harrington no estaban en buen estado, pero su preocupación aumentaba al comprobar la proyección de su curso a lo largo del visualizador. No estaban tratando de interceptar al GO 14.1, sin embargo sus líneas de avance se cruzarían en menos de cuarenta y siete minutos. Y el hecho de que se cruzaran, significaba que contaban con tiempo suficiente, al menos veintiséis minutos más antes de alcanzarles.

Su mirada se volvió más dura y se mordió el labio, nervioso. Incluso si contara con cuatro SA y nueve cruceros de batalla, sus doce naves y sus dieciséis cruceros no podrían aguantar durante tanto tiempo. Pero no podía contar con naves intactas, ¡después de todo lo que habían pasado! ¿Cómo podía estar avanzando a esta velocidad? No estaba simplemente aceptando el enfrentamiento, ¡lo estaba dominando!

—Continúa con el recorrido a cuatro-siete ges y mantenme al tanto de todo —dijo calmado. Su navegador cambió el rumbo una vez más. Una nueva proyección programó el Conquistador y Theisman tecleó la orden en su ordenador. Una línea de conos verdes parpadeaba en la nave, se dirigían hacia babor. El Conquistador estaba en la punta y delante de él se extendían todas las demás naves. Después los conos se encogieron y comenzaron a moverse hacia popa. Theisman observó el visualizador y se giró al sentir una presencia a su lado.

—Dígame, ciudadano almirante. —La mirada de Dennos LePic era calmada, aunque su frente estaba sudorosa por los nervios, pero Thomas Theisman no se lo tuvo en cuenta.

—Lady Harrington ha decidido no esperarnos, señor —dijo el ciudadano contraalmirante—. Vienen hacia nosotros.

—¿Hacia nosotros? —respondió LePic—. Pensé que había dicho que sus naves estaban demasiado dañadas para enfrentarse a nosotros.

—Lo que dije, ciudadano comisario, es que estaban demasiado dañados para vencernos, y sigo pensándolo.

—Entonces ¿por qué no está intentando evitarnos? —preguntó LePic.

—Una excelente pregunta —admitió Theisman, después sonrió—. Es posible que no coincida con mi opinión.

LePic comenzó a hablar, pero hizo una pausa y se mordió el labio de nuevo con fuerza al observar el visualizador. Pasaron los segundos y se aclaró la voz.

—¿Qué nos está indicando, ciudadano almirante? —Señaló las luces verdes y ámbar del visualizador, y Theisman volvió a reír.

—Eso, ciudadano comisario, es el espacio que debemos controlar. Si cambiamos nuestro rumbo fuera de la zona ámbar, estaremos fuera del alcance de los misiles de lady Harrington. Si modificamos la trayectoria fuera de la zona verde, el enemigo no podrá tocarnos.

—¿Y si estamos fuera de ambas zonas?

—Entonces, ciudadano comisario, no nos quedará más remedio que cruzarnos con ella en algún momento.

—Ya veo. —LePic observó el visualizador que pasaba de 12.00 a 11.59 y tragó saliva.

* * *

—Si no cambian su trayectoria en doce minutos, milady, no la cambiarán en ningún momento —dijo Mercedes Brigham y Honor asintió sin levantar la cabeza del visualizador. Los informes de daños continuaban llegando y eran mayores que lo que había pronosticado Mercedes en un principio. Las posibilidades de acabar con las naves de los repos eran más insignificantes que nunca. Volvió a tocarse la punta de la nariz, esta vez con más fuerza, para que el dolor enmascarara su cansancio. Tenía que haber otra posibilidad, otra manera de ejercer presión… ¿pero qué?

* * *

LePic sudaba ahora más que nunca al ver como la línea de conos verdes se encogía cada vez más. La zona ámbar también iba desapareciendo poco a poco y Thomas.

Theisman también sintió la necesidad de pasarse la mano por la frente mientras miraba al comisario.

¡Maldita sea, estaba haciendo lo correcto! Sus escáneres habían confirmado la atmósfera y el agua de vapor del rastro de los SA de Harrington y habían confirmado que sus cascos sufrían numerosos daños. El alcance era demasiado largo para poder visualizar sus unidades, pero no lo necesitaba. Su potencia iba descendiendo, sus naves perdían fuerza y las emisiones de sus sensores habían cambiado al encender los sistemas operativos secundarios para sustituir a los primarios…, todo ello apuntaba a que sus naves estaban en muy baja forma.

Sin embargo, daños o no, ella seguía avanzando, aún sabiendo que su derrota supondría la destrucción de sus cuatro SA. ¿Por qué? ¿Por qué continuaba aun sabiendo que no lo conseguiría?

Quería tranquilizarse, pero su preocupación tan solo acabaría con la resolución a la que LePic se aferraba con todas sus fuerzas, así que optó por balancearse sobre sus talones de un lado a otro. Había estudiado los movimientos de Harrington desde la Operación Jericó. Inteligencia había hecho exactamente lo mismo, y contaban con más información, pero ellos no tenían la motivación personal necesaria. Ella había podido con él, había capturado su nave y aquello le producía un deseo especial por intentar entender cómo funcionaba su mente. Y mientras su mente seguía dando vueltas, recordó las últimas fases de la segunda batalla de Yeltsin. Recordaba cómo Honor Harrington se había hecho con un crucero pesado para dirigirse a una muerte segura hacia un crucero de batalla, sabiendo que acabaría con ella… porque sabía lo que ocurriría, sabía que al menos podía infligir el daño necesario para evitar que el enemigo continuara su ataque hacia Grayson.

Su mirada se quedó fija durante unos instantes. ¿Acaso era eso lo que estaba tratando de hacer? ¿Un segundo Yeltsin a mayor escala? ¿Estaba intentando sacrificar sus SA y veinticuatro mil de sus hombres simplemente para dañar el GO 14.2?

Su mente comenzó a dar vueltas, a considerar las posibilidades. Si conseguía sus naves, los supervivientes de la Fuerza Operante Catorce no podrían apartar a Yeltsin o Endicott de sus defensas. Pero no podía hacerlo, pensaba él. ¡No contaba con el armamento necesario!

Pero…

Dio un puñetazo sobre el escritorio y lanzó un juramento. Como él mismo le había dicho a LePic, Harrington no era una diosa. No podía realizar actos imposibles. Pero si era Honor Harrington y si ella creía que podía…

* * *

—Siete minutos, milady.

Honor asintió de nuevo. No necesitaba que se lo recordara, y una parte de ella sentía la necesidad de pegar a Mercedes por ponerla aún más nerviosa, pero era su trabajo. Además, Mercedes también sentía mucha presión, y si aquel recordatorio lograba calmarle los nervios, entonces estaba haciendo un buen trabajo.

Honor observó la zona de mando. Mercedes se sentó frente a su consola, observando su visualizador y adaptando la información de vez en cuando, mientras escuchaba los informes del resto de las unidades, Fred Bagwell estaba sentado y quieto, con el rostro pálido sobre su teclado. Ya había elaborado el mejor plan de lanzamiento que se podía permitir dado el deterioro de su armamento; y ahora solo le quedaba esperar y una gota de sudor le recorrió la mejilla derecha.

Allen Sewell estaba totalmente recostado hacia atrás y con las piernas cruzadas. Sus codos apoyados en el reposabrazos y sus manos sobre su estómago mientras silbaba una canción. A Honor le parecía casi cómico. ¿Se daba cuenta de que su relajación estaba eliminando la tensión en la cabina?

Observó entonces a Howard Brannigan. Estaba tan ocupado como Mercedes, comprobando las redes de comunicación, pero sentía la mirada de Honor total sus hombros. Miró hacia arriba y después asintió con una sencilla sonrisa y volvió de nuevo al trabajo.

Gregory Paxton estaba en su zona de trabajo, y una enorme serie de números y caracteres inundaban su visualizador. Estaba tomando notas, pensó Honor, se preguntaba si estaba apuntando sus impresiones personales o trabajando en los informes posbatalla que quizá nunca podría comprobar.

Ni Stephen Matthews ni Abraham Jackson estaban presentes. Su oficial de logística les había sustituido en Daños Centrales para liberar a la nave de todos los ingenieros y así comenzar con los equipos de reparación, y su sacerdote estaba ocupado con las víctimas.

Sus oficiales, pensaba Honor. Un microcosmos de todo el escuadrón. Gente por la que se preocupaba, como personas, y estaba llevándolos a la muerte sin remedio. Si hubiera otra manera de ejercer presión sobre los repos. Debían estar sudando la gota gorda, y a diferencia de ellos, no podían dar media vuelta y regresar. Pero…

Y de repente sus ojos se abrieron como platos y volvió a su asiento.

—¡Howard!

—Sí, milady —Brannigan se giró, asustado ante el tono de su voz.

—Prepara el transmisor de pulsos con Courvosier.

—¿Courvosier, milady? —Mercedes Brigham levantó la vista. Courvosier hacía tiempo que había abandonado el sistema, casi en el hiperlímite, a cien mil millones de kilómetros detrás de Fuerza Zulú. El enemigo había acelerado y el resto del escuadrón se alejaba mientras se camuflaban con los motores apagados. Pero incluso si conseguían amenazar a los repos, estaban demasiado lejos.

—Courvosier —dijo Honor—, tengo un trabajito para el capitán Brentworth.

Mercedes lanzó un guiño pícaro con sus cansados ojos.

* * *

—¡Cambio de estatus! —dijo Megan Hathaway asustada y Theisman se acerco. Observo el visualizador y por un momento su corazón dejó de latir.

Superacorazados. Ocho más de la clase Gryfon de la RAM. Los más potentes que la armada había construido hasta ahora. Estaban a siete millones de kilómetros de GO 14.2 pero se acercaban con rapidez. Ocho cruceros de Grayson les acorralaban y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Aquello cambiaba las cosas. Incluso si conseguía acabar con Harrington sin daños, todas esas naves no dejarían ni rastro del GO Catorce y…

Dejó a un lado el pánico que sentía y levantó las cejas. Sí, todos esos SA podían acabar con todo lo que tenían, pero ¿dónde habían estado todo este tiempo? Estaban detrás de él, pero sus sensores no los habían detectado. Por supuesto, los sistemas de camuflaje de los mantis eran los mejores. Estaban a tan solo cinco punto nueve minutos luz y los mantis habían demostrado su destreza en Nightingale y la Estrella de Trevor. Sabía que podían esconder sus impulsores para no ser detectados por los sensores de la AP a tan solo seis minutos luz. Eso significaba que era posible que estuvieran acechándole desde hacía tiempo, lejos de la destrucción del GO 14.1. Y, además, Harrington había escogido el momento adecuado para pedirles ayuda, ya que era consciente de la situación en la que se encontraba.

Todo ello era posible…, pero ¿era cierto? Si aquellos eran SA de verdad, Harrington ya habría abandonado. No necesitaba seguir acercándose, ya que la mera presencia de los SA hablaba por sí sola. No, pensaba, los cruceros ya eran suficientemente reales, pero estaban haciendo uso de los robots GE para imitar los movimientos de los SA.

Las grabadoras de la nave de mando habían recopilado todo lo que le había dicho a LePic, cada palabra de su discurso sobre cómo podían acabar con las naves restantes del muro de Grayson y cualquier asamblea que revisara aquellas grabaciones sabía que estaba en lo cierto. Pero había dicho todo aquello antes de encontrarse con Harrington de nuevo. Antes, estaba convencido de que ella iba a luchar y de que, incluso después de que la derrotara, la mayoría de sus naves acabarían hechas trizas. Pero…

—¿Qué pasa, ciudadano almirante? —dijo LePic asustado.

—Parece que se trata de un escuadrón de superacorazados de Mantícora, ciudadano comisario.

—¿Superacorazados? —LePic le observaba aterrorizado—. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo…?

—Los sistemas de camuflaje de los mantis son mejores que los nuestros, señor —Theisman continuaba en el mismo tono calmo mientras su mirada estaba fija en el visualizador principal del Conquistador—. Es posible que estuvieran aquí todo este tiempo. Si estaban lo suficientemente lejos del sistema para reunirse con Harrington antes de que se acercaran para acorralar al ciudadano almirante Thurston, es posible que lleven tiempo siguiéndonos la pista para cazarnos si decidíamos regresar al hiperlímite en un vector de entrada recíproco.

—Pero… —LePic estaba más nervioso que nunca y empapado de sudor. Theisman le observaba sin inmutarse—. Esto cambia la situación, ¿no es así, ciudadano almirante? —dijo el comisario después de un momento de silencio tratando de tranquilizarse—. Quiero decir, incluso si acabara con estos —señalo los códigos que indicaban las naves de Harrington—, y este —y señaló a los nuevos vecinos—, frenarán definitivamente la Operación Daga, ¿no?

—¿Ocho superacorazados Gryfon? —dijo Theisman—. ¡Sí, definitivamente, ciudadano comisario!

—¿Pero aún sigue pensando que puede acabar con Harrington?

—Sí, estoy seguro de ello —dijo Theisman con firmeza.

—Pero no podría llevar a cabo Daga —dijo LePic.

—Contra todo un escuadrón de SA mantis, no —admitió Theisman.

—Ya veo —LePic tomó aire y parecía más calmado—. Bueno, ciudadano almirante, debo decirle que estoy impresionado por su determinación y coraje, sobre todo después de todo lo que ha ocurrido, pero sus naves son demasiado valiosas como para echarlas a perder. Si no podemos continuar con la Operación Daga, incluso si derrota a Harrington, no habría manera de justificar las pérdidas que ello ocasionaría. En nombre del Comité de Seguridad Pública, le obligo a retirarse.

Theisman observó el visualizador de nuevo. Aún tenía un par de minutos antes de que desapareciera la línea de conos verdes y su expresión mostraba una cierta obstinación.

—Ciudadano comisario, incluso si perdemos todas las naves del grupo, la pérdida de cuatro SA de la Alianza supondría…

—Valoro su determinación —dijo LePic de manera más firme—. Pero no se trata solo de las naves. Tenga también en cuenta los cargueros, sin mencionar el resto de las unidades. No, ciudadano almirante. Hemos perdido, así que no malgastemos nuestro dinero en acabar nuestro cometido a medias. Retírese, ciudadano almirante. Es una orden.

—Como usted diga, ciudadano comisario —Theisman suspiró y se dirigió a su oficial de operaciones—. Ya has oído al ciudadano comisario, Megan. Retrocede y acelera al máximo.

—Sí, ciudadano almirante. —Hathaway consiguió esconder su alegría, pero le lanzó a su almirante una mirada de admiración y Theisman se giró con una sonrisa de arrepentimiento.

Lo has conseguido de nuevo, milady, pensó al observar los superacorazados. Podía haber ido a por ti, ambos lo sabemos, ¿no es así?, pero me temo que aún no te has librado de mí. Nos volveremos a ver, lady Harrington.

* * *

—¡Se están retirando! —dijo Bagwell—. ¡Milady, se están retirando!

—¿Sí? —Honor se acerco y sintió una agradable sensación de alivio. No esperaba que su trampa funcionara, pero no tenía intención de quejarse y dirigió su mirada hacia su enlace de comunicación con Alfredo Yu—. Parece ser que las guerras sí dependen de los seres humanos, Alfredo —murmuró ella.

—Sí, milady —respondió él con una sonrisa—, y algunos son mejores que otros.

—Lo sabía —dijo Bagwell. Honor se giró hacia él y los brillantes ojos de su oficial de operaciones sonreían de alegría—. Sabía que se retirarían, milady.

Honor comenzó a hablar, pero se interrumpió y le tendió la mano. Deja que lo crea así, pensó y se levantó de la silla de mando. Cogió a Nimitz y se acercó al visualizador central haciendo uso de sus delicadas rodillas y lo observó con atención. Los repos habían abandonado el hiperlímite de acuerdo con a su trayectoria original, y Mark Brentworth con su Courvosier seguía en su búsqueda, pero era imposible que les alcanzaran. Confiaba en que Mark rotaría los señuelos de manera pudieran dejar seguir engañando al enemigo, y con ocho «superacorazados» persiguiéndoles, los repos no dejarían de correr.

A pesar de todo lo que pudiera hacer, sus rodillas estaban empezando a fallarle y se tuvo que apoyar sobre el visualizador durante unos segundos para luego incorporarse de nuevo.

—Creo que me voy a mi camarote, Mercedes —dijo ella.

—Claro, milady. La llamaré si la necesitamos —respondió su jefa de personal.

Honor asintió agradecida y comenzó a caminar hacia el ascensor. Simón Mattingly la acompañó en silencio y sintió como su equipo la observaba con admiración, y ella sintió no poder decirles la verdad y confesarles que en realidad fue una solución desesperada. Había estado aterrorizada. Pero no lo hizo, porque era mejor así.

Entró en el ascensor y trató de mantenerse recta hasta que las puertas se cerraron. Entonces se apoyó contra la pared. Simón estaba a su lado, listo para ayudarla si lo necesitaba y sintió una profunda gratitud hacia él.

El ascensor se paró y de alguna manera consiguió caminar con mucho esfuerzo hasta su camarote. Mattingly se apartó para ocupar su lugar frente a la puerta y ella se arrastró hasta el enorme y confortable sillón y se dejó caer agarrando a Nimitz contra su pecho.

Solo un rato, pensó. Me quedaré aquí solo un rato. Solo un rato. Cinco minutos después, James MacGuiness entró sigilosamente en el camarote y la almirante lady Honor Harrington apenas se movió cuando él la acomodó en el sofá y le puso una almohada bajo la cabeza.