30
Honor se sentó en otra pinaza y observó como la atmósfera índigo daba paso a la oscuridad del espacio por babor. Los supervivientes del equipo que la habían acompañado al planeta hacía cincuenta y tres horas estaban sentados detrás de ella y les sintió a través de su vínculo con Nimitz. Sintió su dolor como si se tratara de la extensión de su propia sombra… y su satisfacción ante la muerte de Fitzclarence.
Se giró para observar el asiento que estaba a su lado, igual que el que había ocupado el reverendo Hanks antes de su muerte. En su lugar estaba la espada que había pertenecido a Burdette y que ahora pasaba a ser propiedad de Harrington. Trató de analizar sus sentimientos mientras la miraba con cuidado.
Cansancio, pensaba con una pequeña sonrisa. Eso era lo que sentía principalmente, a través de la falsa energía que le habían proporcionado las pastillas de estimulación. Pero bajo ese cansancio, yacían otras emociones.
Este duelo había sido diferente a cuando se enfrentó a Pavel Young. Entonces lo único que sintió fue… alivio. Una sensación de haber cumplido con su cometido, pero nada más que eso ya que sabía que aquel acto no le devolvería a Paul. Había sido algo más que debía hacer, pero tan carente de esencia como el mismo Young. No había solucionado ni evitado nada.
Pero esta vez era diferente. La muerte de Burdette no podía compensar por los crímenes que Young había cometido, pero era un peligro para mucha gente. Para Benjamín Mayhew y sus reformas y para todas aquellas personas que posiblemente habría destruido por culpa de su fanatismo. Todo eso se había terminado. Eso sí que era una victoria, pensaba. Había conseguido que dejara de asesinar y esta vez sus acciones no habían sido condenadas. Le había matado, sí, pero como gobernadora y como campeona, que ejecuta el poder de la justicia y de acuerdo con la ley hasta el momento en que le entregó su espada al protector.
Suspiró y se recostó en su asiento, abrazando a Nimitz y sintiendo su aprobación. No había calificaciones en su comportamiento, ya que los ramafelinos eran menos complicados que los humanos y a pesar de su gran inteligencia, se aferraban a un simple código de conducta. Para ellos, aquellos que consideraban una amenaza tanto para ellos como para los humanos a los que adoptaba se dividían en dos grupos; aquellos de los que se habían encargado y los que aun continuaban con vida. Nimitz era consciente de que muchas veces no podía enfrentarse a todos los enemigos de Honor ya que los humanos hadan uso de multitud de divagaciones filosóficas, pero aquello no empañaba su satisfacción cuando lo conseguían. Es más, quizá, un enemigo muerto era considerado un hecho insignificante.
No era la primera vez que Honor deseaba que sus sentimientos fueran tan claros como los de él, pero no era así. No se arrepentía de matar a Burdette, su odio hacia ella había sido su empuje principal para sus acciones delictivas y ella no consiguió frenarle a tiempo. Intelectualmente, sabía que no tenía sentido culparse a sí misma por su fanatismo; emocionalmente, era mucho más difícil no sentirse responsable de alguna manera. Su muerte no había solucionado nada, al igual que la espada que estaba a su lado no podía llenar el vacío que había provocado la ausencia de Julius Hanks en su vida y en la de todos los graysonianos. Y por ello, pensaba, esta vez Nimitz se equivocaba. Existían deudas que la muerte no podía pagar.
Llegarían pronto al Terrible y todos aquellos hombres y mujeres uniformados le recordarían a Jared Sutton. A pesar de todo, deseaba volver a bordo. Tenía demasiadas muertes que lamentar; ningún lugar estaba libre de recuerdos de alguno de ellos, pero al menos su nave de mando era su refugio. Era un mundo que ella comprendía, en el que se podía alojar mientras cicatrizaba las heridas de su cuerpo y de su mente. Realmente necesitaba aquel refugio.
Alfredo Yu y Mercedes Brigham la recibieron en la galería de la dársena de botes. Por esta vez, tal y como lady Harrington había solicitado, no había recibimiento oficial ni guardia de honor. Tan solo su capitán de mando y su jefa de personal salieron a saludarla y si aquello significaba una violación del código de etiqueta naval ninguno de ellos parecía terriblemente preocupado por ello.
La compuerta del tubo se abrió y los dos capitanes se giraron hacia ella, mientras Honor Harrington agarraba la barra gravitatoria para acceder al Terrible. Mercedes intentó disimular su expresión al ver su rostro amoratado y el corte en su frente… y las manchas oscuras de su chaleco y su falda provenientes del enemigo al que se había enfrentado. Nunca había visto a Honor tan agotada. Dudó por un momento, al no saber qué decir ni cómo actuar y mientras trataba de buscar las palabras adecuadas, Yu dio un paso al frente y le extendió la mano. Honor respondió sin dudar ya que la oscuridad de su mirada había desaparecido. En su rostro vio una expresión de alivio —el cual sintió a través de su vínculo con Nimitz— al comprobar que estaba a salvo y supo que a pesar de lo que había ocurrido en el pasado, ya no serían enemigos nunca más. Hubo un momento de silencio y él sonrió.
—Bienvenida a casa, milady —dijo suavemente y ella le devolvió la sonrisa.
—Gracias, Alfredo. —Le agradaba utilizar por primera vez su nombre de pila. Después se acercó a su jefa de personal.
—Mercedes. —Agarró la mano de Brigham mientras sus guardaespaldas se acercaban por detrás. Parecían tan destrozados como ella. Andrew LaFollet y Arthur Yard tenían un aspecto aún peor, pero el comandante traía consigo una espada enfundada. Sus manos vendadas agarraban la vaina de piedras preciosas y su rostro denotaba satisfacción.
Honor sintió como se debilitaba e intentó mantener la compostura. Después se acercó al ascensor, acompañada de sus oficiales y sus guardaespaldas.
—He hablado con los padres de Jared —le dijo ella a Mercedes—. Se merecen saber cómo falleció, pero… —Cerró los ojos por un momento—. No sabía que era hijo único, Mercedes. Nunca me lo dijo.
—Ya lo sé, milady —dijo Yu. Honor le miró y él sacudió la cabeza—. Soy veinte años-T mayor que usted, y sé que no es fácil. Nunca lo es. Y no quiero servir nunca a un oficial para el que no lo sea.
Las puertas del ascensor se abrieron y Yu se colocó a un lado. Él y Mercedes dejaron pasar a Honor y ella pudo percibir su gratitud. Habían venido a recibirla no solo porque así lo indicaban las normas, sino porque querían mostrarle su apoyo. Sin embargo, también eran conscientes de que necesitaba estar a solas para recuperarse, antes de volver a trabajar con su escuadrón.
Esperó mientras sus guardaespaldas la acompañaban y suspiró.
—Me voy a mi camarote —dijo ella—. Mercedes, ¿puedes decirle a Mac que estoy de camino?
—Por supuesto, milady.
—Alfredo, organiza por favor una conferencia con todas las unidades para mañana por la mañana. A las once horas —sonrió—. No creo que esté lista para nadie mucho antes.
—De acuerdo, milady —le aseguró su capitán de mando, y ella asintió y se giró hacia Brigham.
—Mercedes, me sentaré con el personal cuarenta y cinco minutos antes de la conferencia. Pídeles a Fred y a Gred que preparen un informe escueto para ponerme al día.
—Lo tendrá cuando lo necesite, milady.
—De acuerdo, milady.
—Gracias. Gracias a los dos —dijo ella y las puertas del ascensor se cerraron.
* * *
—Tiempo estimad de llegada: una hora y quince minutos, ciudadano almirante.
El ciudadano almirante Thurston observó su pantalla táctica. Había solicitado que le informaran, pero estaba tan concentrado en la revisión de los últimos ejercicios de la fuerza operante que se olvidó por un momento de ello, dejando a un lado la tensión y la anticipación.
Pero había vuelto en sí… y estaba más concentrado que nunca. Sonrió y asintió al oficial que le había informado.
—Gracias, ciudadano jefe —dijo él y miró a Preznikov—. Bien, ciudadano comandante. Es la hora. Enviaré a la fuerza operante a las estaciones de batalla en treinta minutos. ¿Tiene algún comentario más?
Preznikov le devolvió la mirada durante unos segundos y Thurston vio la dureza de su rostro y se preguntaba si el comisario había comprendido lo que tenía que hacer. Preznikov había asistido a todas las reuniones, había estudiado todos los planos e incluso había ofrecido buenas ideas, pero era un civil, un político y nunca había estado presente en una batalla naval. Pero Thurston sí. La Operación Daga era el primer paso de su campaña personal —el cual esperaba que ni Preznikov ni sus superiores consiguieran averiguar— y daría lugar a la primera victoria por parte de la República. El prestigio de llevarla a cabo le posicionaría en un lugar privilegiado para comenzar con su siguiente campaña, pero primero debía ganar la batalla. Y mientras el ciudadano vicealmirante estaba seguro de que su munición acabaría con la armada de Grayson, también debía admitir que dicha armada trataría de defenderse. Estaba seguro, ya que este era su sistema estelar y se negaba a cometer el error de desestimar su fuerza y su valor.
Ello significaba que munición a un lado, la Fuerza Operante Catorce podía afrontar pérdidas, posiblemente entre las naves de guerra. Incluso a bordo de una nave llamada Conquistador.
Resultaba extraña su dificultad para creerlo. Lo aceptaba, pero no hasta el punto de creer que él sería uno de los miles de muertos que su plan de batalla estaba a punto de crear… No, aquello era más de lo que podía abarcar. Morir, pensaba con una sonrisa, sería un gran inconveniente. Le resultaba muy duro aceptar esa posibilidad aun sabiendo lo que ocurriría. ¿Cómo de duro sería para Preznikov o LePic o DuPres?
El crono marcaba los segundos mientras Preznikov le observaba. De repente, Thurston pensó que quizá el ciudadano comisario estaba intentado ver algo a través de su mirada, al tiempo que él trataba de hacer lo mismo con él. Aquel pensamiento le resultaba gracioso, pero si este civil estaba buscando señales de debilidad sabía que no las encontraría y sacudió la cabeza.
—No, ciudadano almirante. Eso es todo.
—Gracias, señor —dijo Thurston y miró a su oficial de operaciones—. El ciudadano capitán Jordán —dijo formalmente— ha dado la orden de trasladar todas las unidades a las estaciones de batalla a las diecinueve horas.
* * *
Sonó la alarma de alerta, y el contraalmirante que estaba de guardia en la Comandancia Central miró hacia arriba. Pudo ver una luz amarilla intermitente en el visualizador central. Después comprobó el informe de llegadas en el panel del sistema de control y se sorprendió al ver que no había ninguna llegada programada. Genial. Como él, muchos hombres estaban sentados frente a sus pantallas de manera permanente en el centro de comandancia. Habían presenciado lo ocurrido en el cónclave y no podían dejar de pensar en ello. Y ahora, acababa de detectar la llegada no programada de un convoy hacia…
La luz amarilla se volvió roja bruscamente, mientras los sensores de frecuencia comenzaron a lanzar un aviso. Al almirante se le fue su enojo de golpe.
* * *
La alarma de dos tonos en el camarote de Honor se activó de repente. Lanzó un suave quejido debido a las costillas rotas y a sus doloridos músculos, pero sus reflejos de más de treinta años de experiencia naval consiguieron ponerla en pie y dejar a un lado el dolor según se dirigía a la cubierta con legañas en los ojos. No necesitaba el sonido quejumbroso de Nimitz indicándole desde su cojín que apenas habían dormido durante una hora. No podía pensar en condiciones debido a su fatiga, así que se obligó a tomarse unos segundos para desperezarse antes de pulsar el botón de audio.
—¿Sí? —escuchó su propia voz quebrada y carraspeó.
—Siento molestarla, milady —dijo Mercedes Brigham—, pero la Comandancia Central acaba de mandarnos un Flash Uno.
Un golpe de adrenalina hizo saltar a Honor al instante. Pulsó sobre el visualizador y el terminal se encendió en el camarote aún oscuro. Mercedes se giró y vio como la tripulación se acercaba tras ella.
—¿Números y localización?
—Los números son inexactos aún, milady. Parecer ser que… —Mercedes hizo una pausa y vio a Fred Bagwell por encima de su hombro. El oficial de operaciones le entregó un mensaje, ella lo leyó con rapidez y miró a Honor de nuevo—. Actualización de Central, milady. Uno-sesenta puntos aproximadamente dos-cuatro-punto-cuatro-siete minutos luz de la primaria a cero-ocho-cinco, en el eclíptico. El sensor sigue enviando datos, pero parece una formación estándar de repos.
Honor trató de no reaccionar, pero su mente iba más deprisa a pesar de la fatiga. Aunque los transmisores gravitatorios de la plataforma eran capaces de detectar misiles FTL, cada pulsación tardaba un tiempo en generarse, lo cual significaba que el índice de transmisión era bajo. Por el momento, toda la información que tenía Mercedes se basaba en la hiperhuella y en las señales de los impulsores, ambos FTL y capaces de ser detectados desde Grayson. Pero esta información decía muy poco acerca de las naves en las que se encontraban. Faltaban unos minutos para que la plataforma enviara datos más fiables a la Central acerca de las emisiones de los repos, pero se trataba de una formación básica de al menos veinticinco naves… y ella solo contaba con seis.
—De acuerdo, Mercedes —dijo calmada—. Prepara los escuadrones, después informa a la Central de que activaremos Sierra-Delta-Uno —Brigham asintió. El sistema de defensa Uno era un plan de contingencia que activaba todas las unidades y las colocaba al mando de Honor en apoyo del Batallón Uno, en todo lo que les fuera posible—. Después, crea la red Sierra-Uno. Quiero a todos los comandantes de cada escuadrón conectado a nuestra red y asegúrate de que incluimos a los capitanes de todos los SA y a los oficiales al mando.
—Sí, milady.
—Después… —Honor vio entrar a MacGuiness en su camarote portando su traje— contacta con Fred y con el CIC. Necesito estimaciones y proyecciones de la trayectoria cuanto antes.
—Las tendrá, milady.
—Bien. Te veré en el puente de mando en diez minutos.
* * *
—Bien, ciudadano almirante —murmuró Thomas Theisman a Dennis LePic—. Saben que estamos aquí.
—¿Cuánto tiempo crees que tardaran en responder? —preguntó LePic algo nervioso y Theisman le miró con una sonrisa en los labios.
—Muy pronto, ciudadano comandante. Muy pronto. No creo que nos ignoren y se vayan, ¿no?
—Mensaje desde el Conquistador, ciudadano almirante —Theisman se giró y levantó una ceja. Su oficial de comunicaciones carraspeó—. Del comandante de la FO Catorce a todas las unidades. Prepárense para ejecutar Bravo-Uno cuando les dé la señal.
—De acuerdo —Theisman miró a su oficial de operaciones—. Bravo-Uno, Megan. Esperando la señal de mando, pero asegúrate de que nuestra red está conectada a la del ciudadano almirante Chernov y dile a Astro que actualice los datos de la trayectoria en caso de que tengamos que llevar a cabo la revisión alfa.
—A la orden, ciudadano almirante.
* * *
En el Terrible se congregaban enfurecidos todos sus miembros cuando Honor entró en la zona de mando con Simón Mattingly tras ella. Mercedes Brigham y Fred Bagwell se dieron la vuelta al unísono al verla entrar. Ella alzó la mano derecha para esquivarlos y así poder echar un vistazo rápido al visualizador central. Por primera vez después de todos estos años juntos se trajo a Nimitz, en vez de dejarlo en el módulo de soporte vital de su camarote. Acurrucó al felino bajo su brazo izquierdo, llevaba colgando el casco que Paul Tankersley había diseñado para él y se frotó las orejas mientras miraba por el tanque holográfico.
Se trataba, en efecto, de una formación estándar de los repos, pero había algo… extraño en ella. Intentó averiguar de qué se trataba, pero no lograba dar con ello. Sabía que estaba agotada. Dadas las circunstancias, era comprensible. El doctor del Terrible le había prohibido tomar más estimulantes. Sabía que era por su bien, pero también sabía que no debía fiarse de la subida de adrenalina en su sistema. Tenía un límite y estaba a punto de alcanzarlo…
Cerró los ojos y colocó su mano derecha sobre el tanque, pero sus rodillas le fallaron. Sus costillas sufrieron un espasmo y se agarró con el brazo. Sentía una sensación similar de hostilidad hacia el universo. ¿Por qué? pensaba amargamente. ¿Por qué ahora? ¿Por qué tiene que ser justo ahora?
El universo no respondió, y por un instante sintió las ganas de informar a Comandancia Central de que tomara las riendas. Había sufrido mucho, había perdido demasiado. Estaba agotada, tanto física como emocionalmente. Hacía una hora, estaba deseando descansar y recuperarse; ahora tenía que vérselas con esto. Era demasiado. Deja que Comandancia Central se encargue. Saben lo que hacen. No han sufrido ninguna explosión, ni han visto cuerpos en pedazos, ni se habían batido en duelo en la cámara de los cónclaves. Deja que ellos tomen las decisiones.
La vergüenza le recorrió todo el cuerpo, abrió los ojos de nuevo y ordenó a sus rodillas que la mantuvieran en pie mientras miraba hacia el tanque y maldecía su propia cobardía. Estaba cansada, sí. Pero el enemigo no iba a esperar a que estuviera fresca y serena, ¿no? Y mientras se quejaba sobre lo injusto que era todo… ¿Qué ocurría con los graysonianos? Era su sistema estelar el que estaba a punto de explotar y el gran almirante Matthews le había ofrecido este trabajo porque tenía más experiencia que ninguno de los miembros de su equipo. ¿Cómo se sentiría si se diera cuenta de que estaba equivocado? ¿Si le decía que necesitaba descansar, que le contactaría después de la batalla, si aún quedaba algún sistema que defender?
La humillación se apoderó de ella y se giró hacia el visualizador. Se acercó a la silla de mando y colocó a Nimitz detrás de ella. El felino se ajustó el arnés de seguridad con sus manos verdaderas a los puntos de sujeción del traje gravitatorio mientras ella se coloco el casco. Después se sentó y tecleó el código de activación en el teclado en el lado derecho del asiento. Aparecieron ante ella todos los datos y los estudió por un momento con sus ojos almendrados e incomodada por su cobardía. Después cogió aire, se recostó en su silla y se giró hacia su jefa de personal y a su oficial de operaciones.
—De acuerdo, señores. —La voz de soprano de la almirante lady Honor Harrington emanaba calma y confianza—. Vamos a ganarnos nuestro generoso salario.