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En términos técnicos, lo que el maestro Troubridge estaba intentando era una maniobra de escape. Básicamente, estaba intentando chocar su propia pinaza en un intento desesperado por desviar el radio de alcance del MTA… y rezar para que pudiera recuperarse un instante antes de tomar tierra y acabar con toda su tripulación. Era una maniobra casi imposible, pero Gil Troubridge era bueno, y casi lo consigue.

Casi.

Tenía que subir de nuevo, así que tiró del morro de la nave, haciendo uso de sus turbinas ya deterioradas en la contragravedad, pero le faltaba un metro y la cola de la pinaza se estrelló contra el suelo. El impacto destrozó la nave, pero no del todo. Se quedó colgando durante unos segundos y Troubridge se sintió aliviado. Su copiloto había desplegado las rampas de emergencia. Cuando el misil se vino abajo, fue…

Ese fue el momento en el que el MTA ejecutó su disparo de ataque. El pequeño kamikaze había perdido el control cuando Troubridge se dirigía a la dársena, pero había rectificado su trayectoria y se precipitaba sobre ellos a más de diez kilómetros por segundo. A pesar de todo, el piloto casi evita el impacto, y sus cuñas de dirección alcanzaron la parte delantera de la pinaza a un escaso metro de la cúpula del radar.

Una guillotina de energía gravitatoria cayó sobre el fuselaje como un cuchillo sobre mantequilla, y la energía cinética del impacto partió la pinaza en dos. Troubridge, su copiloto y su técnico de comunicaciones murieron al instante, y la energía del impacto remató lo que había empezado el golpe anterior. La pinaza se retorció, dio vueltas y finalmente se estrelló contra el suelo como un delfín entrando marcha atrás en el agua. Pero no se trataba de un delfín, y el puerto espacial estaba pavimentado con cuarenta centímetros de ceramacrete, lo cual era bastante más duro que el agua.

—¡Dios mío! ¡Ha caído! —gritó el controlador—. ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Ha caído!

Los vehículos de emergencia se acercaron al lugar e intentaron ver a través de las ventanas aterrorizados mientras la pinaza de su gobernadora se desintegraba boca abajo sobre la zona de estacionamiento.

* * *

Si hubiera sido una nave civil, todo el mundo habría muerto, pero la pinaza era una nave de la marina, diseñada para situaciones de peligro. Su armadura estaba hecha de acero, y sus diseñadores habían producido el vehículo más seguro que se había construido hasta ahora.

La turbina dos había salido disparada como un cohete por toda la zona para aterrizar en un tanque de fuel, lo cual se convirtió en una inmensa bola de fuego en mitad de la noche. El conductor del tanque tuvo tiempo a reaccionar y su vehículo explosionó en la Dársena de Servicio Doce. Dos autobuses atmosféricos de pasajeros y dieciocho técnicos salieron despedidos a causa de la explosión y la pinaza seguía arrastrándose en una nube de humo, fuego y acero.

Le siguieron las reservas de hidrógeno, pero estas estaban igualmente diseñadas para sobrevivir ante un accidente y la carga salió por la borda antes de que pudiera explosionar. Cayeron como bombas y, afortunadamente, tres de ellas cayeron en medio de la nada. La cuarta se estrelló contra la terminal principal y la explosión cubrió los mil kilómetros cuadrados de muro exterior de metralla la cual salió despedida hacia los ciudadanos en la Estación B. Dos vehículos sobrevivieron por poco a la explosión y otro de los tanques se cruzó en su camino, pero la tripulación no tenía tiempo que perder, así que consiguieron girar y salvar el obstáculo para dirigirse hacia la pinaza.

Honor gritaba de dolor al ver que algo le aplastaba en el lado derecho. Se movió a la derecha de forma instintiva para proteger al reverendo Hanks. Le oyó lamentarse de dolor mientras ella estiraba su brazo hacia él. De repente, oyó algo desde la parte trasera. El sonido de agonía fue terrible, parecía que el mundo se había vuelto del revés. Ella recordó aquellas pesadillas pensando durarían para siempre.

Entonces, milagrosamente, la pinaza se incorporó y se quedó quieta. Ella escuchó de nuevo las voces de dolor e intentó ponerse de pie. El equipaje de los compartimentos se vino abajo. Aquello debió ser lo que golpeó a Hanks. Los compartimentos se desprendieron también y consiguió apartarlos a un lado. Sus manos intentaban ahora buscar a Nimitz, para asegurarse de que no le había perdido y que no estaba herido, incluso cuando giró la cabeza para buscar al reverendo.

Estaba vivo. Respiró aliviada mientras sacudió la cabeza algo mareada. Se había hecho un rasguño en la cabeza y en el hocico, pero en sus ojos estaba su preocupación por ella y así lo sentía. Se abrió paso entre el airbag que había saltado frente a ella.

—¡Milady! ¡Lady Harrington!

No sabía cómo se las había apañado para llegar tan pronto, pero su brazo la alcanzó y la levantó en el aire. Su dolor en el costado derecho le indicó que tenía al menos una costilla rota. También sentía un dolor en su hombro izquierdo, pero eran lesiones sin importancia, pensaba ella, le preocupaba más el olor a chamuscado del cable eléctrico.

—¡Abajo! ¡Todo el mundo abajo! —gritó ella. Las reservas de hidrógeno debieron haber actuado correctamente, de lo contrario estarían todos muertos, pero las hélices de emergencia eran otra historia. Estaban diseñadas para aterrizar la pinaza de una pieza, sus tanques estaban enterrados en el casco. Los tubos de fuel estaban llenos de gas inerte en condiciones normales de vuelo, y los tanques estaban cubiertos de un acero casi indestructible, pero nada era completamente indestructible.

De repente, unas manos la levantaron y giró la cabeza al ver como LaFollet la levantaba en el aire y la lanzó hacia Jamie Candless. El rostro del joven guardaespaldas estaba cubierto de sangre y arañazos, pero la agarró y la colocó en el lugar más seguro del casco.

—¡No te preocupes por mí! ¡Ayuda a Adam!

El estribor del fuselaje se partió en dos y Gerrick se retorcía de dolor. Su pierna estaba retorcida y atrapada debajo de su asiento. Podía verse el hueso a través del muslo ensangrentado. Perdía además más sangre debido a una herida muy profunda en su hombro.

—¡Déjame ir! ¡Ayuda a Adam! —gritó ella de nuevo, pero Jamie Candless era un guardaespaldas de Grayson cuya gobernadora estaba en peligro. Ella intentó resistirse, pero la trasladó hacia el agujero del casco, a pesar de su altura y su fuerza. Otra persona la esperaba al otro lado.

Arthur Yard le agarró el otro brazo, desprendiéndola de Nimitz, pero los brazos del ramafelino la rodeaban el cuello y se agarró a ella fuertemente. Su vida era más importante para Grayson que la gobernadora y no había tiempo para pensar en las posibles lesiones que aquel hombre podía tener. El comandante le cogió por los pies, le posó sobre sus hombros y siguió a su gobernadora.

Honor se lamentaba una y otra vez, pero sus guardaespaldas se negaban a dejarla ir y corrieron desesperadamente hacia un refugio cerca del alcantarillado.

Giró la cabeza y vio a LaFollet tras ella con Hanks mientras Jared Sutton les seguía al final. Su teniente de mando parecía ileso, aunque estaba aún mareado, y no había señales del resto de la tripulación. Estaba segura de que la tripulación de la cabina no lo había conseguido, pero… ¿dónde estaba el ingeniero? Después recordó el terrible sonido que escuchó, y supo lo que había ocurrido.

Candless y Yard introdujeron a Honor en el refugio que habían preparado. Candless se colocó encima de ella para protegerla. Su peso recayó sobre Nimitz y ella se apartó para evitar aplastarle contra ella. Candless trató de agarrar a Honor por la espalda, pero ella le golpeó con el codo con una increíble precisión. Se olvidó por un momento de que él solo estaba intentando salvarle la vida. Solo pensaba en el pobre Adam. Intentó retroceder, pero volvió a descender cuando Yard la agarró por detrás y LaFollet soltó al reverendo Hanks de una manera un tanto brusca y salió a ayudar a Yard en su esfuerzo por evitar que la gobernadora volviera al lugar del accidente.

—¡No, milady! ¡No podemos perderla!

—¡Iré yo, milady! —Sutton pareció salir de su conmoción y echó a correr de vuelta a la pinaza con el alma avergonzada al darse cuenta de que había abandonado a un hombre herido en la nave. Candless aún estaba intentando recuperarse del codazo en el estómago que le propinó Honor y los otros guardaespaldas hicieron todo lo que estuvo en sus manos para evitar que Honor corriera tras el teniente, a riesgo de salir lesionados.

—¡No, maldita sea! —gritó LaFollet. Y su tono causó tanta conmoción que Honor se quedó petrificada. Se quedó mirándole a los ojos y jadeando. Solo entonces pudo ver como las lágrimas bañaban sus mejillas—. ¡No podemos perderla! —dijo casi llorando y zarandeándola—. ¿Es que no lo entiende?

—Tiene razón, milady. —El reverendo Hanks se acercó a ella. Cojeaba y su rostro estaba ensangrentado, pero su voz sonaba calmada, casi tierna, la que pareció darle más fuerza a las palabras de LaFollet.

»Tiene razón —repitió el reverendo, más calmado si cabe y ella dejó de luchar con su guardaespaldas.

—De acuerdo —susurró ella.

—¿Me da su palabra, milady? —increpó LaFollet. Ella le miró y él hizo amago de sonreír tímidamente—. Deme su palabra de que se quedará aquí mismo y nosotros volveremos a por el señor Gerrick.

—Te doy mi palabra —dijo ella. Le miró a los ojos durante unos segundos y después la soltó. Se volvió hacia Yard y ambos comenzaron a trepar hacia arriba.

* * *

—¿Les hemos dado? ¿Les hemos dado? —preguntó Taylor y Martin sacudió la cabeza irritado.

—No lo sé.

Se puso en pie y observó el terreno. En principio estaba seguro de que las explosiones y el fuego significaban que lo habían conseguido, pero después vio la pinaza a cincuenta metros rodeada por el fuego mientras se acercaba el primer vehículo de emergencia. Los daños eran espantosos, pero no definitivos y cabía la posibilidad de que quedara gente con vida.

Miró a su alrededor y a pesar de su fe, el miedo no le dejaba respirar. Había también otros coches terrestres en la zona, no eran vehículos de emergencia, sino coches patrulla de la GEH que se dirigían con rapidez al lugar donde estaban Austin y él. Miró hacia el otro lado y vio a muchos más que comenzaban a formar un triángulo a su alrededor.

—No vamos a poder salir de esta, Austin —dijo él y se sorprendió por el tono calmado de su voz. Taylor le observó por un momento y después dejó caer su lanzamisiles con un suspiro.

—Ya veo que no —contestó él con el mismo tono y Martin asintió.

—En ese caso, debemos asegurarnos de acabar lo que hemos empezado.

* * *

LaFollet y Yard abandonaron la guarida, que ahora parecía más profunda que cuando empujaron a la gobernadora con ellos, y Honor permaneció con el reverendo Hanks. Se había dado cuenta de que Andrew y el reverendo estaban en lo cierto. Ella era quien era, y no podía arriesgar su vida ante el peligro. Había mucha gente que dependía de ella, pero le costaba admitirlo, se veía impotente al ver como sus guardaespaldas se aproximaban a la pinaza. Nimitz se acercó a ella; compartiendo su sentimiento de culpa mientras vio como su deber la dejaba atrás. El reverendo Hanks apoyó una mano sobre su hombro en actitud comprensiva.

Jamie Candless tosió y se puso de rodillas. Honor sacudió la cabeza y se arrodilló junto a él.

—Lo siento, Jamie —dijo ella avergonzada y él asintió.

—No ha sido un mal golpe, milady —se rió y ella envió a Nimitz en su ayuda.

El felino empezó a corretear, asomó la cabeza por el refugio y comenzó a observar el accidente y a los trabajadores. Era demasiado pequeño para poder ayudarles. Honor pasó su brazo sobre los hombros de Candless. El murmuró algo y después se apoyó en ella. Nunca podría haber hecho algo así, si no fuera porque se sentía indefenso. Los dos se giraron para ver el choque.

El personal de emergencia se movía con una rapidez pasmosa. Seis de ellos se dirigieron al lugar de los hechos en busca de supervivientes, otros bombeaban espuma blanca y espesa sobre la nave y ella reconoció los uniformes de verde sobre verde de los dos guardaespaldas que corrían hacia ella. Debían de ser de la FEH, pensaba ella mientras rodeaban la pinaza y se acercaban en su dirección. Se preguntaba cómo habían llegado allí tan pronto.

* * *

—¡Allí! ¡Al lado de aquel refugio! —señaló Martin y oyó a Taylor como refunfuñaba al verla figura alta y esbelta de Honor. Las llamas lanzaban restos de la nave y ella respiraba con dificultad. Los dos hombres aminoraron el paso, para intentar alcanzarla antes de que llegaran sus guardaespaldas.

* * *

LaFollet y Yard estaban a solo veinte metros del refugio cuando sucedió todo, y lograron salvar sus vidas porque estaban situados de cara al accidente.

El agujero en el tanque de propulsión no era grande…, pero se habían concentrado suficientes gases como para que la espuma no consiguiera llegara tiempo. La primera señal de aviso fue una inmensa llamarada que salió disparada de la nave en forma de una gigantesca explosión color escarlata y oro. Los dos guardaespaldas se tiraron al suelo en una fracción de segundo antes de que todo saltara por los aires.

La explosión levantó de golpe a Honor, Candless y Hanks y el rostro de Honor se volvió pálido al presenciar como Adam Gerrick, Jared Sutton y cuarenta y dos miembros del personal de rescate de FEH saltaban en pedazos frente a ella. Sintió que el calor insoportable de la explosión alcanzaba el refugio, escuchó el metal chirriante y pudo sentir la pérdida, y el sentimiento de culpabilidad que tan fuerte como la agonía de los cuerpos que sin vida que estaba presenciando.

* * *

Edward Martin, al igual que Andrew LaFollet y Arthur Yard había asistido a la primera explosión. Era mayor que su compañero y sus reflejos ya no eran los mismos, pero Taylor gritó a viva voz cuando el ex sargento le tiró al suelo. Después el pavimento se les vino encima y los aplastó a los dos de frente. Martin sintió la comprensión de Taylor al intentar proteger al joven con su cuerpo.

La explosión continuó como si se tratara del mismísimo infierno. Un trozo de la nave salió volando por la explosión a menos de cinco metros de distancia para luego rebotar sobre ellos y desaparecer en la oscuridad. Él levantó la cabeza con cuidado.

Lo que hacía unos minutos era una pinaza se había convertido en un cráter ardiendo, coronado con restos de metal pesado. Mientras observaba la escena se preguntaba cuántos más habría matado. Después se puso en pie y alcanzó a Taylor que estaba a su lado.

—Vamos Austin —dijo él con un tono calmado. El peso de las vidas inocentes que acababa de sacrificar le suponía una agotadora carga, pero era la voluntad de Dios y aquello era lo único que evitaba que perdiera los nervios. Era su talismán, lo único que le mantenía cuerdo ante esta situación—. Tenemos trabajo que hacer.

* * *

Andrew LaFollet y Arthur Yard estaban vivos, pero Yard estaba inconsciente y el comandante se encontraba algo mejor. Intentó incorporarse y observó la pinaza. Al ver cómo había quedado, supo que no podía socorrer a nadie que estuviera cerca así que se agachó para comprobar las heridas de Yard.

Gracias a Dios que la convencí para que se quedara en el refugio, pensó, después suspiró aliviado a sentir el pulso de Yard.

* * *

Honor gateó a un lado del refugio en busca de Nimitz. Podía sentirle a través de su vínculo y sabía que estaba asustado y conmocionado por el estruendo. Un sentimiento de furia le hizo pensar que continuaba ileso. Al menos sabía que no le había ocurrido nada grave, cosa que no podía decir sobre ella misma por el momento.

Sabía que por lo menos tenía una costilla rota; su lado derecho estaba paralizado por el dolor y la boca le sabía a sangre. Tenía un corte en la frente y se había roto el labio cuando su cara chocó contra el suelo. Además, aún estaba mareada cuando su cabeza asomó por el extremo del refugio.

¡Aquí! Nimitz había encontrado la tapadera de ceramacrete del refugio. Se pegó a ella para esquivar las llamas y ella suspiró aliviada. Tenía varías heridas en la piel, pero ella debería haber sabido que el felino tenía los reflejos suficientes como para ponerse a salvo.

Miró hacia atrás y vio como Candless se retorcía e intentaba ponerse de pie una vez más. El pobre Jamie está teniendo un día horrible, pensó ella con un sentimiento que podía haber sido de diversión si no fuera porque realmente se preocupaba por él. Primero se estrella la pinaza, después su gobernadora le golpea en el estómago y ahora el mundo entero se tambalea bajo sus pies. Me sorprende que a estas alturas se pueda mover.

Una mano le rozó el hombro y miró hacia arriba. El reverendo Hanks estaba a su lado, su rostro estaba cubierto de sangre y de dolor al contemplar la carnicería, y sacudió la cabeza lamentando lo ocurrido.

—Milady, déjeme que le ayude.

La agarró por los pies y Nimitz se tambaleó hacia la izquierda debido a la conmoción del golpe.

* * *

—Actúa como si fuera una diana, Austin —dijo Martin mientras se aproximaban al refugio tan rápido como podían. Taylor asintió, pero el ex sargento realmente no esperaba mucho de él. Austin era un compañero valiente y podía confiar en él, pero le faltaba experiencia. Martin sabía que estaba haciéndolo lo mejor que podía, pero también era consciente de que la tarea le quedaba grande.

Perdóname Dios por lo que he hecho y por lo que estoy a punto de cometer, rezó él. Sé que es tu enemigo, además de ser una infiel y una ramera, pero también es una mujer. Dame fuerzas para cumplir con tu palabra.

* * *

Honor se sorprendió de repente al ver como una gran bola de pelo gris se dirigía al lugar del accidente. Podía seguirle con la mirada, pero su cabeza no lograba asimilarlo. A pesar de su vínculo con el felino, tardó varios segundos en darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, segundos con los que lamentablemente no contaba.

* * *

—¡Legado divino!

El grito de Austin Taylor se convirtió en un débil gorgoteo al ver como un ramafelino de Esfinge, de diez kilos, iba directo a su cuello. Consiguió cubrirse la yugular con una mano, pero lo único que logró fue alargar su agonía mientras los seis miembros del felino se posaron sobre su rostro. El primer golpe de Nimitz le arrancó los ojos y el ciego asesino caminaba sin rumbo, dando vueltas mientras las garras y los colmillos del felino acababan con su vida poco a poco.

Edward Martin se giró al escuchar el grito de Austin y sintió unas terribles nauseas al ver lo que estaba ocurriendo. La fuerza y la violencia con la que estaba atacando a Austin solo podía provenir del demonio que acompañaba a la ramera y le avergonzaba reconocer los gritos de dolor de su compañero, pero aun entonces supo reconocer la providencia divina. El felino había a tacado al hombre equivocado, dejando libre al más peligroso. Dio un paso al frente y agarró su pistola.

¡Ahí está! Se concentró de lleno en aquella esbelta figura. Vio como la sangre le recorría su bello rostro alienígena, después se inclinó hacia la izquierda y pudo ver como su elegante vestido estaba cubierto de polvo y sangre. Su mente la recorrió de arriba abajo mientras se giraba hacia él. Vio su expresión de sorpresa, reconoció su miedo y nada de eso era importante. Estaba demasiado lejos para que ella pudiera hacer uso de sus técnicas de combate, demasiado cerca para fallar su disparo, así que cogió la pistola con ambas manos y apuntó. Alguien se movió en su ángulo de visión, pero no pasaba nada. Estaba a punto de cumplir con su trabajo.

Perdóname señor, pensó, y apretó el gatillo.

* * *

Honor oyó los gritos al escuchar como Nimitz acababa con su presa, pero algo más se movía allí fuera. Procuró luchar contra la confusión, intentando que su cerebro respondiera, pero acababa de vivir una auténtica pesadilla y no terminaba de comprender lo que estaba sucediendo.

Después vio el arma y en un segundo lo comprendió todo. No había sido un accidente. Alguien había acabado con todas aquellas vidas en un esfuerzo sobrehumano por asesinarla y no había nada que pudiera hacer al respecto.

—¡Dios mío!

El chillido se mudó en un sollozo entrecortado cuando el reverendo Julius Hanks, primer anciano de la Iglesia de la Humanidad Libre se colocó entre ella y el asesino. Las balas le atravesaron y Honor rompió a gritar —mezcla de horror, rechazo y dolor— mientras esas mismas balas chocaban contra su pecho. Cayó al suelo, le costaba respirar, pero llevaba puesto el vestido con el chaleco, en vez de su uniforme, el cual Andrew LaFollet había siempre insistido en que llevara, que además había sido diseñado para las garras de Nimitz. El chaleco podía parar hasta un arma de pulso. No habría podido parar el disparo que acababa de recibir, pero el reverendo Hanks había frenado el golpe, evitando que la bala penetrara en su cuerpo.

Se quedó tumbada, cubierta de sangre y paralizada por el brutal impacto de las balas. Apenas podía respirar y su asesino se aproximaba poco a poco. Se arrodilló frente a ella y extendió su pistola preparándose para el disparo final.

* * *

Martin continuaba de rodillas, intentando no perder el juicio. Estaba viva. ¡Aún estaba viva! ¿Cuánta fuerza necesitaba para acabar de una vez por todas con esta mujer? ¡¿Cuántas vidas inocentes debía sacrificar?!

Pensaba en toda la sangre que había derramado hasta ahora, y a pesar de realizar sus actos en nombre de Dios, le pesaba, y en sus ojos se podía atisbar un sentimiento de compasión por aquellos guardaespaldas que habían dado su vida por salvar a su gobernadora. Un buen hombre, pensó. Otro buen hombre, como aquel niño que

Edward Martin se vino abajo al darse cuenta de todo lo ocurrido. El fuego dejaba ver el rostro demacrado del hombre al que acababa de disparar y escuchó la risa triunfal de Satán bajo las llamas. Conocía muy bien ese rostro. No era ningún guardaespaldas.

Soltó la pistola al darse cuenta horrorizado de quién era el hombre al que acababa de disparar. El asesinato de este hombre enviaría su alma al Infierno para siempre.

—¡Dios mío! —lloraba angustiado—. ¡Dios mío! ¿Qué me has obligado a hacer?

* * *

Honor contempló asombrada como el asesino soltaba el arma y después, a pesar del sonido de las sirenas y las llamas, escuchó su llanto. Vio el horror en su cara, su incomprensión hacia lo ocurrido le había dejado en un estado de absoluta agonía, tan terrible, que sintió cierta compasión por el hombre que había intentado matarla, que había acabado con el reverendo… y que, acababa de darse cuenta de las consecuencias de sus actos.

Alguien más se movió, y se giró para ver como Jamie Candless se arrastraba hacia ella. Era consciente del esfuerzo sobrehumano que estaba realizando para no caer al suelo, su rostro estaba cubierto de sangre y odio al contemplar el cuerpo del reverendo Hanks. Agarró su pistola con precisión hacia el asesino mientras este lloraba arrodillado. Apuntó a la cabeza a menos de tres metros y Candless comenzó a apretar el gatillo.

—¡Vivo! —Honor necesitó toda la fuerza del mundo para pronunciar aquellas palabras—. ¡Le necesitamos vivo!

Ella seguía sin aliento y por un momento pensó que Candless no la había escuchado. También pensó que quizá había decidido no obedecer sus órdenes, pero se trataba de su guardaespaldas. Se mordió el labio, muerto de rabia, y luego se acercó para agarrar a Martin mientras sujetaba la pistola con una mano.

Candless retrocedió como pudo. No le quedaban apenas fuerzas, pero no era necesario. Entonces golpeó a Edward Martin con la culata de la pistola, dejándole inconsciente.