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—¿Listo, Jared?

—Un segundo, milady. Yo… ¡Ay! —Jared Sutton consiguió por fin cerrar la mochila y se la colocó sobre los hombros—. Ahora sí estoy listo, milady. Teniente al mando, listo para labor de escolta.

Se rió, y Honor sacudió la cabeza. Jared no tenía en realidad ningún motivo para acompañarla esta noche, pero ella se alegraba de que se hubiera ofrecido voluntario. Adam iba cargado con su miniordenador, chips de información, unidad mini de alta definición y, además, contaba con una copia de cada fase del proyecto Mueller y las conclusiones de su equipo. Era un total de treinta kilos de papel, y Jared se había ofrecido a llevarlos.

—Te lo agradezco mucho, Jared —dijo mientras cogía a Nimitz y lo colocaba sobre su hombro. El felino se había recuperado con más facilidad de la depresión que ella sufría. Lanzó un alegre «blik» agradeciéndole su ayuda al teniente.

—Milady, una vez me dijo que el teniente de mando era el cargo con más trabajo y menos apreciado de todo el equipo del almirante. Bien, usted ha sido suficientemente generosa como para no cargarme de trabajo y no me reprende muy a menudo. Lo menos que podía hacer era ayudarle a cargar con todo esto en una noche tan importante como esta.

Honor sonrió y comenzó a hablar, pero se conformó con darle una palmadita en la espalda. Se giró y echó un vistazo al resto del grupo.

MacGuiness había conseguido revivir a Adam. Había encargado a los empleados de la casa Harrington que la mujer del ingeniero les proporcionara ropa para cambiarse y la había enviado a la nave. Además se sentó a su lado para obligarle a comer algo. Honor sabía por experiencia lo que el nerviosismo provocaba en las personas, así que se sentía agradecida por la labor que había realizado Mac. Al fin y al cabo, tenía mucha experiencia con ella.

Eddy Howard, el tercer acompañante en sus viajes estaba enfermo a causa de un virus, pero Arthur Yard había venido a sustituirle. Andrew LaFollet y Jamie Candless se habían acicalado especialmente para la ocasión. Sus guardaespaldas compartían el sentido de culpabilidad que había envuelto al Destacamento Harrington después del desastre de Mueller, y el saber que no era culpa de Cúpulas Celestes había causado un buen efecto en ellos. Es más, veían su primera sesión ante los gobernadores como el primer paso para hacer justicia y castigar a los verdaderos autores del desastre. Por ello había un brillo especial en sus ojos.

El reverendo Hanks llevaba puesta su túnica habitual con el cuello redondo y Honor ladeó la cabeza.

—Reverendo, llevo tiempo preguntándome… ¿De qué está hecho el cuello?

—Es el secreto mejor guardado, milady —dijo Hanks con voz grave y sonrió—. Pues está fabricado con celuloide, un material anticuado duro y pegajoso. Desde que me nombraron reverendo, he pensado en cambiarlo, pero creo que soy más tradicional de lo que la gente se cree. Además, un poco de sacrificio es bueno de vez en cuando, siempre que no lo llevemos a extremos.

Honor se rió y relajó los hombros. Esta noche no llevaba el uniforme ya que iba como gobernadora, no como almirante, y en el fondo se alegraba por ello. Ella tampoco tenía ninguna intención de hacer ningún sacrificio. Aunque, pensándolo bien, esa era una buena palabra para describir el uniforme de la AEG. Además, era importante que no se escondiera detrás de su rango… y era importante intentar quedar en buen lugar delante de aquellos tradicionalistas y no entrar en la sala de los gobernadores en pantalones.

—De acuerdo, señores. Comencemos —dijo ella, y LaFollet le hizo un gesto a Candless para que abriera la puerta.

* * *

Edward Martin trató de disimular su tensión con una sonrisa mientras el coche aéreo aceleraba, pero estaban cruzando ya el océano, sobrevolando el continente de Goshen y el guardaespaldas retirado de Burdette sintió como el miedo le recorría todo el cuerpo.

Era normal sentir pánico, se dijo a sí mismo, ya que había llegado la hora de enfrentarse a una de las situaciones más difíciles de su vida. Era muy consciente de ello, pero el miedo físico era algo que ni la fe le podía ayudar a superar y no había motivo para sentirse avergonzado por ello. Dios nos había otorgado el miedo para alertarnos del peligro y mientras ese miedo no le impidiera cumplir la voluntad de Dios, no presentaba un problema. El Señor le recibiría con los brazos abiertos.

Observó al hombre que estaba sentado a su lado. Austin Taylor era diecinueve años más joven que él y su nerviosismo era comprensible, aunque ya había demostrado su fe, al trabajar en el derrumbamiento del proyecto de la ramera en Mueller. Martin había alcanzado el rango de sargento en la Guardia de gobernadores de Burdette, antes de que se rompiera una pierna que le obligó a retirarse. Aquello le había dejado fuera del equipo de infiltrados en Cúpulas Celestes. El hermano Marchant había explicado el motivo por el cual no podían correr ningún riesgo y el gobernador y el mismo Martin se sintieron aliviados con su respuesta. Estaba dispuesto a arriesgar su vida en nombre de la fe, pero agradecía a Dios no tener que enfrentarse a la tarea que le había encomendado a Austin y al resto de sus compañeros. Uno siempre podía reforzar su fe gracias al sacrificio de otros en manos de los que colaboran con Satán, pero… niños… inocentes niños…

Martin se mordió el labio y se podían ver lágrimas de rabia en sus ojos. Dios lo había querido así. Él había escogido el momento del derrumbamiento, sabiendo —puesto que era omnipotente— que esos niños estarían presentes, había acogido en su seno sus almas inocentes. La agonía y el terror de los últimos momentos de sus vidas habían sido aliviados por Nuestro Señor Todopoderoso. En su inocencia se encontraba la tarea más dura que Dios le había encomendado a Martin: acabar con una vida humana, condenada al pecado y el sacrificio de la suya propia.

Miró hacia abajo y sonrió. Siempre había estado muy orgulloso de su uniforme de Burdette, pero esta noche llevaba puesto otro que detestaba. Aunque sabía por qué debía ponérselo, el verde sobre verde del uniforme de la Guardia de la ramera le daba asco, ya que representaba todos los demonios que Satán había introducido en Grayson.

Su rostro se enfurecía al pensar en aquellos que se hadan llamar hombres de fe, que se habían dejado seducir para abandonar el camino de Dios como rameras, pero sacudió la cabeza, sentía remordimientos por su falta de misericordia. La mayoría de ellos eran hombres sabios y buenos, lo sabía. Había conocido al reverendo Hanks durante una misa en la catedral de Burdette y comprendía por qué era tan querido. Su fe había traspasado a Martin y sintió en un momento de conexión como la fe del reverendo se confundía con la suya, transformándola en algo aún más bello y glorioso. Pero entonces ninguno de los dos sabía nada acerca de la trampa que Satán les había colocado en el camino, pensó. El mayor motivo de agravio de Martín era debido a que Satán había conducido a un hombre de Dios decente como Julius Hanks a cometer un error como este. ¿Cómo un hombre como él no era capaz de ver como el hecho de incitar a mujeres e hijas a dar la espalda a sus maridos y padres, de rechazar la fe sobre la que Grayson se había confeccionado durante casi mil años, era obra del Diablo? ¿Qué tipo de magia había usado aquella ramera sobre él para que pasara por alto sus relaciones fuera del sacramento del matrimonio? ¡Relaciones que había publicado a los cuatro vientos cuando otro hombre de Dios la obligó a arrepentirse de sus pecados! ¿De qué manera había cegado al reverendo hasta el punto de causar mal ejemplo en otras mujeres? ¿Un peligro mortal para sus almas, hacia el cual habían sido arrastradas?

Martin sabía que había hombres que trataban a sus mujeres y a sus hijas sin respeto, porque el hombre era falible por naturaleza y era labor de otros hombres y de la Iglesia el castigar ese tipo de comportamiento, de la misma manera que castigarían a aquellos que perseguían a los débiles. Estaba dispuesto a admitir que el protector Benjamín tenía de vez en cuando buenas ideas. Quizá era buen un momento para modificar antiguas leyes que nacieron en tiempos más duros, para permitir a las mujeres tener un trabajo digno, incluso para votar. Pero obligarnos a cargar con ideas que Dios nunca había sugerido, ¿incluso servir en el Ejército? Edward Martin sabía cómo era la vida militar, ya que había formado parte de ella durante dieciocho años. Por ello sabía que ninguna mujer podría vivir de aquella forma y continuar con el camino que Dios le había encomendado. Solo había que ver a Harrington. ¡El mejor ejemplo de cómo esa forma de vida corrompía a las mujeres!

No, se dijo a sí mismo, el reverendo Hanks había sido traicionado, le habían engañado para que aprobara los cambios que el protector requería. La admiración del reverendo por el coraje de Harrington —Martin debía admitir que a aquella mujer valor no le faltaba— no le dejaba ver sus pecados y el mensaje corrupto que proclamaba en Grayson. Pero incluso los mejores hombres cometían errores, y Dios nunca les daría la espalda siempre que supieran admitir sus errores y regresaran a la fe. Ese era el propósito del sacrificio que Martin estaba a punto de hacer aquella noche, y rezaba con todo su empeño por que el reverendo Hanks y los Ancianos regresaran junto al Señor, una vez sus almas fueran libres de todo pecado.

* * *

Todas las armadas parecían estar convencidas de que era necesaria toda aquella parafernalia cada vez que un almirante abandonaba su nave de mando para hacer hincapié en la importancia del personaje en cuestión. Cuando se trata de una dama feudal, entonces la cosa se complica aún más.

Honor lo había incluido en su agenda e incluso logró mantener una actitud solemne mientras saludaba de la manera en que la guardia de honor le había indicado. Por último, saludó al capitán Yu. El acto era tan solemne que parecía que en vez de volver dentro de unas seis horas no lo haría nunca, pero sabía que no debía quejarse.

La fanfarria anunció su marcha mientras se dirigía al tubo de embarque, pero al menos esta vez habían apuntado la corneta hacia otro lado. El músico parecía un poco dolido por la falta de tacto musical de Honor. Sonrió al pensarlo, ahora que nadie podía verla y entró en el tubo, seguida discretamente por su guardaespaldas debido al efecto que la gravedad cero causaba en su vestido.

Su sonrisa se convirtió en una risa picara. Después se trasladó a la pinaza y se ajustó las capas de la falda antes de continuar. La pinaza había sido antiguamente una Mark Treinta de la RAM, diseñada para desembarcar a medio ejército de marinos en una superficie hostil o para proporcionarles apoyo armamentístico una vez que aterrizaban. Seguía siendo utilizada para esto último, pero la capacidad de un superacorazado pequeño era tal que la AEG decidió reconstruir uno de los compartimentos de cada una de las pinazas de los SA y convertirlos en transportes VIP. El resultado fue una nave opulenta, con amplios pasillos, algo que Honor supo apreciar enseguida. Su juego de llaves se había enredado con el lazo de la Estrella de Grayson mientras se movía en el tubo y era un alivio el poder contar con esos amplios pasillos para poder desenredarlos sin tirar nada por el amino. Terminó con su tarea, después se sentó en su sitio y miró a su ingeniero de vuelo.

—¿Cómo vamos?

—Bien, milady. De hecho, hemos salido con antelación, pero me temo que hay un retraso de cinco minutos en el despegue.

—¿Por qué no me sorprende? —murmuró y vio a Adam Gerrick al otro lado del pasillo acomodado en su asiento. Nimitz se acurrucó en su regazo y ella miró a Sutton.

El teniente al mando parecía tener problemas con su equipaje de mano en los compartimentos de la cabina y Honor se rió al escuchar un improperio que no debía haber oído. Había pensado en gastarle una broma al respecto, pero al ver su rostro avergonzado, decidió no hacerlo. Un teniente se sentiría marginado si su almirante no se metía con él cuando surgía algún problema, pero aquel no era ni el sitio ni el momento adecuado.

El reverendo Hanks se sentó junto a ella, tal y como indicaba el protocolo, y ella sacudió la cabeza.

—Sería mucho más sencillo ir directamente a Austin Cita —dijo ella y él lanzó un resoplido.

—¿Y romper con mil años de tradición, milady? ¡Eso nunca ¡Una gobernadora vuela primero a la capital en vehículo oficial de su lugar de residencia. No estará intentando decirme que esta práctica es un tanto… ¡ineficaz!

—¿Incluso si debemos perder dos horas de ida y dos de vuelta en un coche aéreo?

—Debo decir que la distancia desde su destacamento a Austin complica más las cosas, milady. Eso sí debo admitírselo. Pero no puedo decir nada más, no quiero meterme en problemas.

Honor se rió y se acomodó en su asiento mientras la pinaza se movía bruscamente. Los brazos mecánicos se desplegaron y el piloto giró la pequeña embarcación con un ligero movimiento y dio marcha atrás para salir de su dársena. Era una maniobra muy rutinaria, pero él la llevó a cabo con una gracia especial, y Honor asintió como signo de aprobación mientras él giraba la pinaza en dirección al planeta.

* * *

—Llegamos tarde —dijo Taylor y Martin asintió. Los seguidores del hermano Marchant habían hecho un buen trabajo al tenerlo todo listo para la misión tan pronto como pudieron, pero aún tenía que duplicar los uniformes de Harrington, pintar un coche oficial con los colores de Harrington y trucar los carnés de identidad para que no detectaran indicios de asesinato. No habrían conseguido tenerlo todo preparado a tiempo, si no fuera porque contaban con la práctica de camuflar a la gente que había actuado como trabajadores de Cúpulas Celestes.

Pero, pensó Martin, observando el crono, no lo habían dejado listo a tiempo. Todavía no podían atisbar las montañas Rocosas del norte en Goshen, y el plan de vuelo que uno de los controladores de las Instalaciones Espaciales de Burdette había preparado indicaba otros ochenta minutos más por lo manos para llegar a su destino. Setenta de esos minutos los necesitaban para alcanzar las Instalaciones Espaciales de Harrington, y si tenían el más mínimo retraso antes de aterrizar…

—Nunca conseguiremos pasar los puntos de control de tráfico a tiempo. Tendremos que hacer uso del plan alternativo y dejar la nave en la puerta oeste —dijo en alto para que le oyera Austin.

Taylor asintió. Las IEH eran unas de las instalaciones más modernas de Harrington. Estaban situadas a unos diez kilómetro de Ciudad de Harrington y los establecimientos que comenzaban a crecer a su alrededor estaban concentrados en la zona este, entre estas y la capital del destacamento.

—No quiero dejar aquí el coche —dijo un hombre joven después de una pausa—. Los lanzamientos van a resultar muy obvios, Ed.

—Entonces debemos colocarnos donde nadie nos vea —contestó Martin, tratando de aumentar la velocidad mientras comenzaba a ver la costa.

* * *

Abandonar la pinaza fue una tarea más dura de lo habitual debido a la identidad de los pasajeros. Control Orbital trató de despejar una zona para ello, y su recorrido había sido planeado para una inserción atmosférica sin contratiempos, pero Honor hubiera preferido un vuelo corto, a pesar de todos los baches. Ella necesitaba reunirse con el resto de los ingenieros de Cúpulas Celestes antes de dirigirse a la sala de los gobernadores. Tenía poco tiempo, pero era inútil preocuparse por algo que no tenía solución, se recordó a sí misma.

* * *

Martin y Taylor aparcaron su coche aéreo en la dársena en una zona discreta de la puerta oeste de empleados y se aseguraron de dejarlo bien cerrado. Su interior no era como los coches de la GSH y no querían que nadie se diera cuenta.

El ex sargento miró su reloj e hizo un comentario mientras buscaba las llaves en el bolsillo de su pantalón. Había aumentando la velocidad, pero no lo suficiente, y solo contaban con doce minutos para colocarse en posición y aquello complicaba un poco más la situación. Sintió un momento de pánico, pero intentó calmarse. Iban a realizar una buena obra. Todo debía funcionar a la perfección.

—Dame tu tarjeta de identificación —dijo él. Taylor obedeció y Martin sacó la suya del bolsillo de su camisa—. Colócate detrás de mí y procura caminar entre el guardaespaldas y el lanzamisiles.

—Lo voy a intentar, Ed, pero…

Martin asintió. Aquella arma era uno de los últimos diseños de Mantícora, lo cual resultaba un tanto gracioso. Se trataba de un misil portátil de uso ligero tierra-aire, y como la mayoría de estas armas, utilizaba su propio impulsor en vez de una cabeza nuclear. El empuje de un arma portátil era menor que el misil sobre un vehículo pesado o una nave, pero al mismo tiempo reducía la zona letal y aumentaba su precisión. También significaba que gracias a su tamaño podía caber en la mochila de cualquier ciudadano. Desafortunadamente, eso no era una ventaja, ya que los guardaespaldas no debían llevar mochilas estando de servicio. Bueno, si el guardia de seguridad notaba algo raro, siempre podrían decir que Austin iba a entregársela a un amigo antes de entrar.

Tomó aire y se dirigió hacia la puerta de personal a paso ligero, pero sin llamar la atención por ir demasiado apurado. Si estoy demasiado ocupado como para acordarme de ti. Padre; rezó en silencio, no me olvides. Estoy haciendo cumplir tu obra. Guíame; que mis acciones salven a esta gente del pecado y la condena.

* * *

Honor miró hacía babor. Incluso en la oscuridad, podía ver el reflejo del agua a lo lejos y reconoció el mar Goshen. ¡Dios! El mar con forma de diamante recortado por el noroeste el continente que llevaba su nombre y Ciudad de Harrington se encontraba al este. Si el mar estaba bajo sus pies, eso significaba que en diez minutos estaría en casa, así que habría tiempo para celebrar aquella reunión al fin y al cabo.

* * *

El guardia era más joven que Austin —un guardaespaldas de primera, pero un novato— cosa que le favoreció, ya que Martin llevaba la insignia de capitán. Era un cargo un poco más alto del que pensaba ostentar, pero debido a su edad, le hacía parecer un oficial experimentado lo cual evitaba cualquier tipo de dudas.

—Buenas tardes —dijo relajado y dio un paso al frente para colocarse contra las luces de la puerta.

—¡Buenas tardes, señor! —el guardián se colocó en posición y le saludó. Martin le devolvió el saludo.

—Estás muy solo aquí —le dijo mientras le entregaba los dos carnés de identificación.

—Pues sí, señor —respondió el guardia. Desplegó el primer carné y lo revisó, después comparó su rostro con el de la foto—. Solo, bueno —continuó mientras cerraba el carné de Martin y abría el de Taylor—, pero mi re…

Hizo una pausa y el estómago de Martin se encogió al mirar hacia arriba. Austin dio un paso al frente, no tenía otro remedio si no quería que el guardia comprobara su foto en el carné, y la mochila le delataba. El centinela lo observó por un momento, se encogió de hombros y observó su identificación durante unos segundos y Martin se relajó…, pero el guardia se puso tenso de nuevo. El joven le miraba ahora fijamente, y después sus ojos se volvieron hacia Austin. No hacia la mochila, sino hacia algo diferente.

Martin se percató, estaba mirando su cinturón. Su mirada se clavó en el brazo del guardia, su rostro se paralizó al ver el gatillo del arma que llevaba. Era un arma moderna, demasiado cara para ser parte del uniforme de un guardaespaldas… y completamente diferente a las pistolas antiguas que portaban él y Austin.

Esta posibilidad no la había tenido en cuenta nadie; siempre había un minúsculo detalle que echaba todo a perder. Ahora no tenía tiempo de pensar en ello. El guardián ya había retrocedido unos pasos, su mente estaba tratando de asimilar aquello que su ojo aun no acababa de asimilar. Martin le golpeó.

No había tiempo para hacerlo con cuidado, su mirada era tan dura como sus puños y asestó un golpe en la garganta del joven guardia. El centinela cayó hacia atrás en un terrible y asfixiante gorgoteo. Se llevó las manos a la garganta en un reflejo involuntario a causa del dolor, y Martin continuó con el ataque. El joven moriría probablemente debido al golpe, pensaba él, pero su pierna derecha empujó los pies del guardia y sus manos comenzaron a moverse con rapidez. Golpeó al centinela en la cabeza, la cual giró violentamente. Se escuchó el crack al romperle el cuello.

—¡Mierda! —dijo Taylor y Martin le observó. No era el momento para realizar algo así, pensaba, y supo el acto tan estúpido que acababan de cometer.

Bajó el cuerpo tullido con suavidad, podía notó el olor putrefacto que provenía de su esfínter. Apartó el cuerpo de la luz. Era casi cruel como la muerte acababa con la dignidad de las personas. Sintió como una puñalada de remordimiento le atravesaba el corazón. Este pobre joven había servido a una pecadora, pero aquello no era culpa suya. Había cumplido con su trabajo.

—Que Dios nos perdone a los dos… —susurró al cuerpo, después le hizo un gesto a Taylor y dirigió el camino hacia la puerta.

* * *

—Cinco minutos, milady —anunció el ingeniero de vuelo y Honor asintió.

—Me alegra poner los pies en la tierra de nuevo, milady —Hanks suspiró—. No me interprete mal, pero he vivido en un planeta toda mi vida, y a pesar de que una nave de mando es un lugar privilegiado, prefiero el peso de la tierra firme sobre mis pies.

* * *

Su posición no era perfecta, pero fue el mejor lugar que Martin pudo encontrar y ahora sabían que no debían preocuparse de su identificación. La ramera era la gobernadora; el tráfico dentro y fuera de Harrington se había paralizado durante quince minutos con motivo de su llegada y sabía de qué lado llegaría su pinaza.

El ex sargento se puso de rodillas, detrás del camión aéreo que estaba aparcado, pistola en mano. Comprobó el terreno, nervioso, mientras Taylor desempaquetaba el misil y sujetaba el punto de mira al lanzamisiles.

* * *

Anthony Whitehead, cabo de la GSH, iba con prisas. Todos los preparativos ante la llegada de la gobernadora le habían mantenido muy ocupado y llevaba quince minutos de retraso para el cambio de guardia. Estaba seguro de que el guardaespaldas Sully se preguntaría dónde demonios estaría, ya que no podría echarle la culpa al joven.

Apuró el paso corriendo en la última curva, quería demostrarle a Sully que incluso era muy consciente de cuáles eran sus obligaciones. Después se paró de repente. Maldita sea, ¿dónde estaba? ¡Solo porque el relevo llegaba tarde no le daba derecho a abandonar su puesto! Cuando viera a aquel mocoso, se iba a enterar…

Pero su mente empezó a trabajar con rapidez. Frederick Sully no era ningún mocoso. Era joven, pero muy competente. Había realizado las pruebas en un tiempo récord. Whitehead y su sargento estaban considerando ascenderle. No era posible que Sully abandonara su puesto ante una situación de alerta como esta. Todos estaban muy preocupados, y los guardaespaldas de la gobernadora no tenían ninguna intención de poner en peligro su vida. Pero si no se había ido, entonces… El cabo alcanzó su comunicador.

—¡Alerta! ¡Habla el cabo Whitehead desde la puerta Cinco! ¡Acabo de llegar y no hay señales del centinela! —frunció el ceño tratando de reflexionar sobre algo que había visto y que había pasado inadvertido—. Central, Whitehead. Hay un coche aéreo de la GSH aparcado aquí en la zona de estacionamiento, dársena siete-nueve-tres. ¿Me escucha?

Su respuesta se transformó en el ruido ensordecedor de la sirena de alarma en toda la zona.

* * *

—¡Legado divino! —dijo Taylor al oír la sirena y Martin recordó de repente lo que le dijo el guardia antes de morir. Estaba solo, pero su re… Su relevo, ¡claro!

—¿Qu-Qué hacemos ahora, Ed? —tartamudeó Taylor y el ex sargento le observó.

—Hacemos lo que Dios nos ha encargado —dijo bajo el sonido de la alarma—. Y si es su voluntad que salgamos con vida de esta, así sea. Carga el lanzamisiles.

* * *

El maestro Coxswain Gilbert Troubridge era un miembro de la Armada, no de la Guardia de Harrington, pero la AEG no animaba a sus pilotos a poner en peligro la seguridad de sus oficiales. Es más, Troubridge era consciente, al igual que el resto, de la tensión que había en el planeta y su comunicador estaba conectado con ambas redes, la FEH y la GEH.

—¿Alerta? —Se volvió a su sitio para comprobar la pantalla—. ¿Qué tipo de alerta, diablos?

—No lo sé Gil —le respondieron al otro lado—. Un cabo de la GEH acaba de informarnos de que ha desaparecido el centinela de una de las puertas.

—¡Mierda! —La pinaza estaba a punto de aterrizar. Si abortaba la maniobra, la contragravedad la lanzaría hacia arriba como un meteorito, pero sin contar con más información, no sabía si era necesario o no.

El maestro Troubridge tomó una decisión. Los sensores de activación táctica de la pinaza no funcionarían en los sistemas de navegación de la FEH, pero contaba con una almirante-gobernadora a bordo. Apretó un botón en su consola de vuelo.

—Rastreando… rastreando… rastreando —la cancioncilla de Taylor estaba poniendo a Martin de los nervios, pero se obligó a no gritar para que se callara. Ninguno de los dos viviría más de cinco minutos y no abandonaría este mundo regañando al hombre que estaba a punto de hacer cumplir la voluntad de Dios—. ¡Localizado! —gritó Taylor y apretó el gatillo.

* * *

—¡Lanzamiento de misil a cero-cero-diez! —exclamó el copiloto de Troubridge y su estómago se encogió de la angustia. Impulsores. Debía usar su aceleración. Aproximación a cuarenta grados.

Su mente se bloqueó al conocer los datos, sabía que no podía hacer nada para evitar ser interceptado. Aunque, quizá sí. Apagó el sistema de contragravedad e intentó aterrizar.

* * *

—¡Dios mío! —dijo sobresaltado el oficial de operaciones de la FEH. El misil no despedía ninguna llamarada de sus impulsores y su instrumentación estaba dañada debido a las emisiones de los sensores de la pinaza. No había manera de saber por dónde venía, pero sabía lo que era. Apretó un botón para ponerse en contacto con la red de la FEH y con la pinaza de lady Harrington.

—¡Lanzamiento de MTA, en la zona oeste de estacionamiento!

—¡Dios mío! ¡Va hacia la gobernadora! —gritó alguien a su lado, pero el controlador ni siquiera miró hacia arriba. Si mirada estaba clavada en el radar de la pinaza.

* * *

Honor miró de repente hacia arriba al ver como la pinaza se movió de forma repentina, después giró bruscamente hacia babor y comenzó a caer en picado. Por un momento pensó que el piloto había perdido el control, pero después escuchó el chirriante sonido de las turbinas a toda potencia y cayó en la cuenta de que la pinaza estaba ladeándose hacia la izquierda. Era una maniobra intencionada, pero ¿por qué…?

Nimitz se acurrucó en su regazo y ella le agarró con sus brazos, después se agachó en actitud protectora. Liberó una de sus manos para advertir al reverendo Hanks de que bajara la cabeza y eso es todo lo que pudo hacer.