24
Samuel Mueller frunció el ceño al ver el arcaico pergamino sobre su escritorio. La jerga legal del informe le resultaba muy familiar, a excepción de la última sentencia, la cual no había visto ningún gobernador hasta ahora. Mayhew tenía derecho a agregarla a la Antigua Constitución, pero lo que había enfadado a Mueller era la orden de mantener la sesión en secreto «a pesar de la disconformidad por parte de los miembros de la Espada». Era como un paso atrás en el tiempo cuando el protector era capaz de amenazar a sus gobernadores, y el hecho de que Mayhew estuviera ejerciendo este derecho hacía la situación aún más detestable.
Al menos por ahora, pensaba Mueller mientras rememoraba lo que había acontecido en los últimos días.
Sus compañeros habían sido lo suficientemente sanguinarios como para concebir su plan, pero el hecho de decidir cuándo lo ejecutaban había sido un problema. Al menos para ellos. Samuel Mueller había visto el momento ideal y el resto le estaba muy agradecido, una vez les convenció para llevarlo a cabo.
Burdette sentía repugnancia ante la idea de acabar con los habitantes de su propio destacamento; todo lo que tuvo que hacer Mueller fue animar a su compañero a encomendarse a la tarea que Dios le había encomendado. La aceptación por su parte del plan de Marchant, junto con la observación sobre como la elección de su destacamento para el proyecto de Cúpulas Celestes no era el más adecuado, dado que era el más contrario a la política de Harrington, obligó a Burdette a considerar que quizá el Destacamento de Mueller sería la mejor opción. Mueller se sintió horrorizado… lo cual condujo a Marchant hacia el lado de Burdette. El sacerdote expulsado y su gobernador habían planeado todo a la perfección y cuando finalmente accedió a llevarlo a cabo, ambos alabaron su admiración por atreverse a pagar el precio de hacer entender la palabra de Dios. Habían estado demasiado ocupados, tratando de encontrar motivos para organizar el accidente fuera de Burdette, para considerar los beneficios que traería consigo el «sacrificio» de Mueller.
Bien, quizá la transparencia de sus motivos les cegó frente a las posibilidades más terrenales que eran tan evidentes para Mueller. Estaba totalmente entregado a la obra de Dios, pero no veía ningún motivo para ignorar la oportunidad que Dios se dignó a ofrecerle. No había sido una decisión fácil. No tenía intención de matar a los habitantes de su propio destacamento. Al fin y al cabo, había asumido su compromiso con los ciudadanos al jurar lealtad al abuelo de Benjamin IX, pero cuando Burdette y Marchant le explicaron la situación, sabía que debía sacrificarse por la causa. Ahora se encontraba asustado ante la muerte de aquellos niños, que nunca fue parte del plan original, pero Marchant tenía razón. Fue una obra de Dios, que había hecho que su estrategia funcionara a la perfección… y la tragedia de lo ocurrido tan solo aumentó las ventajas que los conspiradores de Mueller no lograron entender.
Ni Burdette ni Marchant se había dado cuenta del lío en el que estaban metidos. A Burdette no se le ocurrió pensar que lo que le había otorgado a Mueller iba a traer consecuencias. Burdette no se percató de que a pesar de no existir pruebas que relacionaran a Mueller con el accidente, él conocía todos los detalles de la operación. Con esta información, las agencias de investigación del destacamento podrían revelar quiénes estaban involucrados, y cualquier alegación que realizaran Marchant y Burdette sería en vano. Y eso, pensó con una amplia sonrisa, le daría un control total sobre lord Burdette durante el resto de su vida.
Pero aquella no era la única ventaja con la que contaba, ya que tanto él como sus habitantes habían sido víctimas de aquella atrocidad. Eso le convertía a él en el último sospechoso, pero también le permitía colocarse a la cabeza de los ataques contra Harrington —y de manera indirecta, contra Matthews— por motivos de principios. De esta forma podría ser tan violento en su retórica como quisiera, ya que sería considerado razonable dadas las circunstancias. Y en el peor de los casos, si el plan de culpar a Harrington por lo ocurrido no funcionaba, siempre podría dar marcha atrás y escuchar a la voz de la razón para sanar las heridas de la tragedia. Esto le permitiría ser aceptado como un gobernador sabio y juicioso y poder presumir de ello públicamente frente a Mayhew.
Pero no pretendía fallar. Aunque no estaba de más el contemplar todas las posibilidades, de eso estaba seguro. No quería pasarle a su hijo el peso de la autoridad que ejercía sobre su divino destacamento, tan solo tenía cincuenta y dos años. Gracias a los nuevos avances médicos, podría gobernar hasta los noventa años, incluso sin tratamientos de prolongación, pensaba para sí, aquello le daría tiempo suficiente para seguir intentándolo.
Hizo una pausa y frunció el ceño al recapacitar sobre otro tema que le acababa de venir a la mente. Si debía considerar todas las posibilidades, debía estar seguro de cubrir todos sus flancos. Las únicas seis personas que sabían de su implicación en los planes contra Harrington y Mayhew eran Burdette, Marchant y Samuel Harding por un lado, y Surtess, Michaelson y Watson por otro lado. Los tres últimos no presentaban ninguna amenaza, ya que había preparado dos planos por separado y desconocían que existiera alguna irregularidad. Pero el primer grupo podía llegar a ser un problema, y, en consecuencia, también lo eran los trabajadores que habían saboteado la cúpula. Mueller se había preocupado de cubrirse las espaldas y, a excepción de Harding, nunca se había reunido con ninguno de los saboteadores. Pero no estaba seguro de que el tema de seguridad interna se le pasara por la cabeza a fanáticos de la talla de Marchant… o hasta que punto podía confiar en sus planes. Después de todo, él y Burdette le habían dicho los nombres de aquellos involucrados en el plan, ¿verdad?
Volvió a fruncir el ceño y asintió. Burdette y Marchant eran dos amenazas muy claras; los otros eran más problemáticos, pero no había forma de averiguar si su nombre había estado en entredicho. Una investigación paralela a la que él no tuviera acceso podría revelar la culpabilidad de sus acciones y no quería correr ningún riesgo. Menos aun con el asesinato de niños de por medio ya que podría costarle la vida.
Era hora de asegurar su situación, y sabía muy bien quién era el hombre al que podía confiar plenamente esta tarea.
* * *
—¿Una reunión secreta, milord? —Edmond Marchant miró a su patrón sorprendido. A ninguno de los dos le importaba que estuvieran actuando de forma ilegal al informar a Marchant de aquella reunión. Después de todo, ellos obedecían la ley de Dios, no la del hombre. Pero aquello les preocupaba y Marchant se mostraba muy preocupado.
Todo marchaba bien, pero Satán era siempre traicionero y a pesar de que ellos se consideraban los guerreros de Dios y El era el maestro del Diablo, eso no quería decir que Satán no les jugara una mala pasada. Se había pasado años colaborando con Mayhew y su ramera, los escorpiones deben de estar royéndole por dentro por culpa de lo que los siervos de Dios han tenido que hacer. Estaba atravesando todo este infierno para poder llevar a cabo sus planes, ¿dónde estaba su recompensa? Sabía que la recibiría algún día, pero Edmond Marchant, por mucho que se esforzaba, aún no la había visto ni de lejos, y eso le preocupaba.
Se recostó en su sillón y se mordió el labio superior pensativo. Si Mayhew reunía a los gobernadores era porque tenía algo importante que decirles. El hecho de que fuera una reunión secreta le daba a entender que había cierta información que debía proteger. En consecuencia, Marchant y su gobernador debían estar alerta para, si fuera posible, descubrir qué era lo que había averiguado.
Pero… ¿Qué podía ser? La gente se pegaba por acabar con la ramera de Harrington. Si Mayhew y la Sacristía corrupta trataba de defenderla, lo único que conseguirían sería que esa rabia se volviera contra ellos. A no ser que hubieran encontrado alguna manera de volcar esa cólera…
—Milord, ¿sabe cuáles son los motivos de esta reunión? —preguntó finalmente.
—No —dijo Burdette—. Pero seguro que nos suplica que detengamos el juicio de la ramera a la que defiende.
—¿Pero por qué mantenerlo en secreto, milord? —dijo Marchant, intentando poner sus ideas en orden mientras consultaba con el gobernador.
—Porque tiene miedo de la gente —contestó Burdette con rapidez.
—Es posible, milord. Es posible. Pero… ¿Y si tiene otro motivo? Uno solo puede tener éxito si juega con el elemento de la sorpresa. —Marchant abrió los ojos como platos al escuchar sus propias palabras y Burdette ladeó la cabeza.
—¿Qué ocurre, hermano Marchant? —le preguntó en un tono menos severo—. ¿Está hablando de algo específico?
—No lo creo, milord… —Marchant continuó hablando, pero su cerebro iba más rápido que él. Satán era astuto y, al igual que Dios, era más inteligente que cualquier ser humano. ¿Sería posible que…? El corazón del clérigo comenzó a latir con fuerza, el miedo le invadió, pero intentó mantener la calma.
—Milord, ¿sigue teniendo contactos en el Ministerio de Justicia? —preguntó en tono aparentemente normal.
—Unos cuantos —dijo Burdette rencoroso. Antes de la maldita «Reforma de Mayhew», Burdette controlaba el Ministerio de Justicia y estaba muy resentido por la manera en que el concejal Sidemore había apartado a los miembros que seguían siendo fieles a su antiguo patrón.
—En ese caso, milord, quizá sea interesante que intentemos averiguar algo sobre la investigación de Seguridad sobre el derrumbamiento de la cúpula. Sería interesante conocer las pruebas que culpan a la ramera. Podríamos utilizar esa información para elaborar sus comentarios antes del cónclave.
Burdette lo consideró por un momento y asintió. Aun estaba confuso ya que desconocía qué era lo que preocupaba a Marchant, pero entendía la lógica detrás del argumento del clérigo.
Era una lástima, pensaba Marchant, que aquellos hombres que solo deseaban cumplir con la voluntad de Dios fueran tan cautelosos con sus acciones, incluso entre ellos mismos. Pero el gobernador era un hombre pasional y si la sospecha de Marchant no terna fundamento, sería mejor no recordárselo más. Lo peor que podía hacer Marchant era contagiar al gobernador con su preocupación cuando aun no sabía si llevaba razón o no. Esa ansiedad podría suponerle un problema y con ello solo conseguiría debilitarle antes de que la operación terminara con éxito.
* * *
—El concejal Sidemore lo ha puesto todo en marcha, excelencia —dijo Prestwick—. Ha reunido a un grupo para analizar las pruebas, pero él y Seguridad han comentado que necesitan un esfuerzo mayor del que pensaban.
—Ya veo. —Benjamín frunció el ceño frente a la pantalla. Él y Prestwick esperaban comenzar a trabajar con un grupo de hombres experimentados y de confianza, pero el tono del canciller no era muy optimista. Bien, pensó, un Ministerio de Justicia responsable de todo el planeta era por naturaleza un organismo muy complejo. Por ello necesitaba el apoyo de muchas mentes prodigiosas para que funcionara como debía.
—Entiendo, Henry —dijo él después de un rato—. Por favor, agradécele su trabajo al concejal… y recuérdale que es un asunto confidencial —sonrió—. Y pídele disculpas por ser tan insistente, pero haz que lo entienda.
—Por supuesto, excelencia —contestó Prestwick y Benjamín asintió y cortó la comunicación. Por primera vez desde que la pesadilla había comenzado, pensaba sorprendido, comenzaba a sentirse más positivo.
Era una señal peligrosa, se dijo a sí mismo inmediatamente. Cualquier conspirador que pudiera llevar su plan tan lejos debía ser considerado peligroso y sus opciones para solventar el problema podían correr muchos riesgos. Todavía no podía permitirse el lujo de darse una palmadita en la espalda.
* * *
—Bienvenido a bordo del Terrible, reverendo Hanks.
—Gracias, milady. Como siempre, es un placer —Hanks se hizo oír entre todos los oficiales y marineros que se encontraban allí reunidos. No tenía la menor duda de que al personal de la Armada le había afectado el derrumbamiento de la cúpula como al resto de la gente del planeta. La disciplina militar no les permitía exteriorizarlo, pero eran graysonianos y muchos de ellos tenían reparos con su almirante. El reverendo era demasiado astuto y observador para culparles por eso, así que quería que su saludo hacia lady Harrington se le quedara grabado en sus mentes para que aquellas dudas desaparecieran.
—¿Me acompaña a mi camarote, señor? —preguntó Honor.
—Gracias, milady. Por supuesto —respondió Hanks y miró hacia los lados mientras ella le acompañaba al ascensor de la dársena de botes. Tenía mejor aspecto del que pensaba, pero en su rostro aún quedaban marcas de dolor y su corazón se encogió un poco al verla. No era miembro de la Iglesia, pero sí era, como había dicho a los gobernadores el día de su investidura, una buena persona que se merecía mucho más de lo que la ambición de algunos hombres le había ofrecido.
—El protector Benjamín y su familia me han pedido que le recuerde que siguen en deuda con usted y que le aprecian mucho —dijo él, y ella sonrió mientras entraba en el ascensor—. Además, el protector le envía esto.
Le entregó la convocatoria de la reunión y ella levantó las cejas sorprendida al examinar el pesado sobre oficial. Él supo esperar a que ella abriera el sobre y examinara su contenido, después le miró en silencio.
—La cámara está muy intranquila, milady —explicó él—, y ha habido peticiones para juzgarla en un tribunal. —El odio recorrió su mirada, eso era buena señal, pensó y sacudió la cabeza—. Hasta ahora, todos aquellos que reclaman que se celebre un juicio ante los gobernadores no cuentan con el número suficiente de demandas para llevarlo a cabo, milady, pero eso puede cambiar. El protector piensa que podemos hacerles cambiar de opinión mediante un llamamiento, y, si esto falla, debemos revelar algunos datos del informe del señor Gerrick. La parte más complicada… —su mirada picara parecía la de un muchacho— será revelar solo lo necesario sin insinuar quién está detrás de todo esto.
—Si me disculpa, reverendo, eso sería un buen truco —dijo Honor, y Hanks asintió.
—Sin duda. Sin embargo, el protector desea que el señor Gerrick le acompañe como testigo. Yo seré el moderador de la sesión, y estaré encantado de mostrarle todo el apoyo que sea necesario.
—¡Su apoyo! —dijo Honor y sonrió hacia aquel buen hombre que había hecho tanto por ayudarla en Grayson, a pesar de todo el alboroto que había causado su presencia—. Excelencia, su apoyo tiene más poder que el de cualquier otra persona. Gracias. Muchas gracias.
—No es necesario que me dé las gradas, milady —dijo el reverendo, posando una mano sobre su hombro—. Para mí es un privilegio y un honor el poder servirle de ayuda cuando lo necesite.