22
Andrew LaFollet se asomó a la gallería de la dársena de botes mientras llegaba el trasbordador civil. Se sentía enfermo y cansado a pesar de que intentaba aparentar tranquilidad. Había bajado para escoltar a los pasajeros del trasbordador hasta la gobernadora ya que esperaba que tuvieran buenas noticias a pesar del horror de lo sucedido. Pero una parte de él sabía que no podía haber buenas noticias y el peso de su agonía era como la sombra agonizante que pesaba sobre Honor Harrington.
LaFollet era graysoniano. Nunca se casó ni tuvo hijos, pero aun así entendía a su gente y el motivo por el que estaban tan furiosos. No podía culparles por cómo se sentían, pero también sabía lo bien que los enemigos de Harrington estaban utilizando esa misma furia contra lady Harrington. La manipulación que estaban ejerciendo aquellos desgraciados era denigrante, pero él no podía hacer nada. Por ese motivo, se sentía incapaz de defender a su gobernadora de todo ese odio… y de los daños inflingidos por ella misma.
Recordaba lo inútil que se sintió cuando lady Harrington supo de la muerte de Paul Tankersley. Estaba destrozada por el dolor, pálida y aterrorizada, aislada de su mundo, incluso de Nimitz, durante tres días interminables. LaFollet tenía miedo a perderla, tenía miedo a que algún día sin más se rindiera, pero finalmente había sobrevivido. La venganza por la muerte de Tankersley había ayudado, pensó. Pero no había sido suficiente para curar las heridas que ni siquiera después de un año-T habían terminado de sanar, ya que no había venganza que le devolviera al hombre que quería.
Esta vez, no clamaba venganza, y la única persona a la que podía castigar por el comportamiento de su empresa era ella misma.
LaFollet se preguntaba qué efecto produciría este accidente en ella. No se había rendido, pero la persona que miraba a través de aquellos ojos ya no era su gobernadora. Era una extraña, cumpliendo con sus obligaciones como oficial de la Armada solo porque lo que quedaba de su sentido del honor le obligaba a hacerlo. Aún así cumplía órdenes como un robot, encerrada en su infierno interior y despreciándose a ella misma aún más de lo que lo hadan los habitantes de su planeta. Se había culpado de todos los cargos que el público le acusaba y el dolor que sentía había abierto de nuevo sus heridas.
Observó la luz verde de presurización en el tubo y volvió a recordar la noche en que se derrumbó la cúpula. Estaba fuera de servicio cuando MacGuiness le contactó desesperado y él corrió hacia su camarote para encontrársela sufriendo una conmoción y empapada de sudor. Aún no sabía de qué se le culpaba, pero con solo mirar a Nimitz supo que había sido una terrible tragedia.
Incluso cuando se enclaustró después de la muerte de Tankersley, nunca había estado sola del todo, ya que Nimitz había estado con ella. Habían compartido su dolor, pero él luchaba por ella, transmitiéndole todo su amor y su apoyo mientras intentaba deshacerse de la angustia que recibía a través de su vínculo empático y al mismo tiempo logró que esta tristeza que ella sentía no se los llevara a los dos.
Pero esta vez era diferente. Esta vez se había contagiado de su agonía, como si un terrible demonio hubiera reptado sigilosamente por la alfombra de su camarote cuando MacGuiness cerró la puerta. Andrew LaFollet no era un cobarde, pero había visto el vídeo del golpe de los macabeos, había visto a Nimitz matar y mutilar a aquellos que eran una amenaza para Honor Harrington y por ello debía pensárselo dos veces antes de abrir la puerta y enfrentarse ante aquel infierno. Él y MacGuiness habían hablado con el ramafelino de forma tranquila y relajada, suplicándoles que les dejara pasar, pero no obtuvieron respuesta. Nada. Nimitz estaba perdido en su agonía, recordando aquellos momentos tan violentos de su pasado.
Afortunadamente, la pesadilla cesó y el ramafelino se puso en el suelo, sacudió la cabeza y lanzó un quejido. LaFollet nunca había visto a Nimitz asustado. Su confianza en sí mismo era uno de los rasgos esenciales de su personalidad. Sin embargo, esta vez se acurrucó en el suelo como una bola, temblando y con el vientre pegado a la alfombra en posición defensiva contra una amenaza que no podía combatir y a la LaFollet, al verlo, se le encogió el corazón.
El comandante se mantenía firme, congelado de miedo, pero MacGuiness se acercó al ramafelino, le cogió en sus brazos como a un bebé asustado y el felino hundió su hocico contra el mayordomo y soltó un quejido. Era la única palabra para expresar aquel sonido. Andrew LaFollet había presenciado entristecido como MacGuiness trataba de consolar al ramafelino en sus brazos con palabras de aliento.
Aquella noche había sido la peor, pensaba el comandante…, pero ¿por cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que edificio sobre la superficie de Grayson se fundiera con el odio que la gobernadora sentía hacia sí misma y la destruyera por completo?
La puerta del tubo se abrió y Andrew LaFollet recibió a Adam Gerrick mientras rezaba para que no trajera aún más malas noticias.
Honor Harrington se sentó y contempló la pantalla de su terminal en blanco. Debía estar trabajando, sabía que debía, pero no podía. Sabía que Walter Brentworth y Alfredo Yu estaban cargando con todo el peso de sus responsabilidades en el escuadrón y ello le suponía un motivo más para odiarse a sí misma. Ya no podía ejercer su trabajo correctamente, pensó ella con amargura. Tan solo podía quedarse aquí sentada, sabiendo que había sido derrotada, sabiendo que esa parte de su vida que se había esforzado por reconstruir después de la muerte de Paul había sido derribada de manera brutal al igual que él. No dejaba de pensar, quería pretender que había algo dentro de ella y cada noche sentía terror al acostarse, al presentir que volverían aquellas horribles pesadillas.
Había fallado. Peor que fallado. Era responsable de la muerte de niños y hombres que habían trabajado para ella. Era su cúpula la que había terminado con ellos, y a pesar de su dolor, debía admitir que aquella culpa que sentía sería la excusa que utilizarían los enemigos de Benjamín Mayhew para acabar para siempre con sus reformas. Era culpa suya, le susurraba una voz en su interior. Por culpa de su orgullo y de su arrogancia había aceptado responsabilidades que era incapaz de abarcar y las consecuencias de su fracaso anidarían para siempre en su mente. Había pensado que podía ser gobernadora, marcar la diferencia, ejercer un papel que le quedaba grande dadas sus capacidades y este había sido un resultado fatídico. Muerte y destrucción, el final de un intento por sacar a todo un mundo del pasado hacia el presente. Y ahora ni siquiera podía ejercer el único trabajo que siempre pensó que podía ejercer y debía confiar en otras personas que en el fondo esperaban, exigían, que actuara con el liderazgo que le correspondía después de su derrota.
Levantó su dulce mirada hacia Nimitz. El ramafelino se encontraba en su asiento junto a su escritorio, observándola, y su mirada se oscureció. Él tenía miedo, pensó ella. Miedo. Había fallado a Nimitz y no podía ocultar sus sentimientos por ella ni ella los de él, y por primera vez después de tantos años juntos, se sentía amenazado por el vínculo empático que les unía.
Soltó un suave sonido, intentando mostrar su desacuerdo, el cariño que sentía por ella, luchaba contra su miedo, pero ella lo sabía, al igual que él. Ambos habían arruinado todo lo que habían significado el uno para el otro y serían la muerte de todos aquellos niños inocentes en el Destacamento de Mueller.
Volvió a soltar un suave sonido y se bajó de su asiento. Se paseó por su escritorio y se desperezó, colocando sus manos verdaderas sobre sus hombros y rozando el hocico contra su mejilla. Las lágrimas bañaron su rostro mientras él le suplicaba que terminara con aquel odio hacia ella misma que estaba acabando con ambos. Pero no podía. Se merecía sufrir y al ser consciente del daño que le estaba haciendo se despreciaba a sí misma aún más.
Ella le cogió en sus brazos, rozando su cara contra su piel, y le acaricio para suplir la atención emocional que ya no le podía dar. El felino comenzó a ronronear, acurrucándose contra ella, prometiéndole su cariño… y por debajo de ese cariño todavía había cierto resentimiento. El coraje con el que él se había expuesto a su dolor era indiscutible, y sintió como las lágrimas que derramaba sobre su pelo sabían a autocompasión.
No era muy consciente del tiempo que habían estado acurrucados el uno contra el otro, pero, finalmente, se separaron al escuchar el sonido de la puerta. Ella se puso rígida, sus músculos se tensaron ante la idea de rechazar la reunión, pero sabía que no debía. Tenía que actuar adecuadamente, pensaba. Estaba atrapada, obligada a llevar la máscara de alguien que debía cumplir con su trabajo; tomó aliento, besó a Nimitz cariñosamente en las orejas y se levantó. Colocó al felino con cuidado en su asiento, se limpió las lágrimas y mientras Nimitz canturreaba suavemente se sentó frente a su escritorio.
Pulsó el botón de admisión sin apenas comprobar quien era. Daba lo mismo.
La puerta se abrió y Andrew LaFollet dio un paso al frente. Ella puso ver su rostro, su preocupación, su confianza y su miedo que recibía a través de Nimitz a pesar de que él trataba de enmascararlo. Ella intentó recibirle con una pequeña sonrisa. Después vio a Adam Gerrick y su estómago se encogió.
Por favor; pensó. ¡Oh, por favor, Dios¡¡No más desastres. ¡No puedo soportarlo más!
—Andrew. —Su voz sonaba entrecortada, como si no respondiera a sus órdenes y continuara a pesar de todo. Se sentía como una autómata pretendiendo actuar en su lugar.
—Milady —dijo LaFollet en voz baja y se apartó a un lado.
—Adam —dijo su voz.
—Milady. —El ingeniero tenía un aspecto terrible, pensó rápidamente, como si apenas hubiera dormido desde lo que ocurrió. Y mientras recapacitaba, una parte de ella se daba cuenta de que algo había cambiado. La última vez que hablaron por el comunicador, el odio que Gerrick sentía hacia sí misma era como un reflejo de su persona, pero ahora había algo diferente en él. El odio seguía en su rostro, pero era más violento. Ya no se reflejaba en su rostro de la misma manera, y Honor se contagió de su furia.
—Debe escucharme, milady —dijo angustiado—, y después me gustaría que me ayudara a encontrar al desgraciado que saboteó la cúpula de Mueller.
Era la primera vez que utilizaba ese tono con ella. Eso fue lo primero que le vino a la mente, pero a continuación preguntó de forma automática.
—¿Saboteó? —repitió ella y, de pronto, recuperó su voz de soprano, ya no sonaba apagada.
—Saboteó. —La respuesta del ingeniero fue fría como el acero, tan seguro de sí mismo como del odio que sentía, y Honor se balanceó sobre su silla.
LaFollet dio un paso adelante al ver que ella levantaba una mano y se agarraba al escritorio para levantarse, pero Honor apenas se dio cuenta. Sus ojos estaban clavados en los de Gerrick, como suplicándole que tuviera razón y que supiera de lo que hablaba. Su confirmación breve y áspera parecía responder a sus plegarias.
Se desplomó sobre su silla, avergonzada de su debilidad, pero su cabeza no cesaba de dar vueltas. La gravedad de la situación se coló por las esquinas más oscuras de su mente y se sentía abrumada y a punto de estallar. Tomó aire para evitar la sensación de ahogo.
—¿Estás seguro, Adam? —susurró ella—. ¿Ha sido provocado?
—Sí, milady. Stu Matthews lo descubrió hace cuatro horas.
—¿Cuatro horas? —repitió ella—. ¿Lo sabes desde hace cuatro horas? —Su voz se entrecortó y Gerrick se sonrojó avergonzado.
—Sí, milady. Perdóneme. Debí haberla contactado para informarle, pero quería asegurarme primero antes de decírselo. —Su rostro denotaba preocupación y ladeó la cabeza—. Ahora sí lo estoy… Tanto yo como lord Clinkscales, Seguridad Planetaria y el protector Benjamín.
—¡Dios mío! —susurró Honor. Oyó el golpe seco del peso de Nimitz sobre el escritorio, sintió sus manos rozarle el cuello y Honor continuaba observando a Gerrick como si fuera su última esperanza de salvación.
—¡Dios mío! —susurró de nuevo, esta vez le salía del corazón, junto con la agonía que llevaba intentado esconder durante tanto tiempo. Se cubrió el rostro con las manos y se balanceó en su silla, su cuerpo temblaba en sollozos.
—¡Milady! —gritó LaFollet. Le sintió arrodillado junto a ella, apoyando sus manos sobre sus brazos. Luego la cogió de la mano y la miró a los ojos, empapados en lágrimas. Su voz era tranquilizadora—. No fue culpa nuestra, milady —le dijo—, fue un accidente, fue provocado. Milady, no fue culpa suya.
Ella le miró, avergonzada por su momento de debilidad y agradecida por su consuelo, y él sonrió. Sonrió, sin importarle el hecho de que acababa de perder los nervios. Ella giró sus brazos para alcanzar a cogerle de la mano. Le agarró con fuerza antes de volverse hacia Gerrick.
—¿Cómo, Adam? —preguntó ella, parecía que comenzaba a recuperar su tono normal—. ¿Cómo lo hicieron? ¿Cómo lo habéis averiguado?
—Es una larga historia, milady. El caso es que hemos reconstruido y analizado el derrumbamiento y nos hemos dado cuenta de que había un patrón de movimiento. Entonces… —Se paró en seco, después sacudió la cabeza y sonrió—. Milady, ¿le importa que tome asiento? Estoy algo cansado.
—Por supuesto —dijo ella rápidamente, y él se sentó junto a ella—. Llamaré a Mac —continuó, sabiendo que sonaba extraña, pero no sabía muy bien qué decir—. Necesitamos…
—Milady —dijo LaFollet con su dulce voz y sonrió—. Ya lo he hecho, milady, me ha dicho que le dijera que estará aquí en cuanto encuentre el… Delacourt, creo que ha dicho.
—El… —Honor lanzó un guiño a su guardaespaldas, al darse cuenta por primera vez de lo agotada que estaba y se rió—. El Delacourt —repitió sonriente—. Mac siempre ha sabido lo que hacer en cada momento.
—Claro que sí, y…
LaFollet se paró por un momento al ver como MacGuiness entraba por la cabina del restaurante. El mayordomo portaba una bandeja de plata con tres copas y una botella de la bodega de su padre en Mantícora y le lanzó una mirada que le llegó al corazón. Llevó la bandeja al escritorio y la apoyó. Después vio el plato con apio que le había preparado para Nimitz.
—He pensado que quizá quiera probarlo, milady —dijo él mientras servía el vino. Le acercó su copa y luego sirvió dos más, para entregárselas a LaFollet y a Gerrick. Se retiró hacia atrás, sujetando la botella y ella le cogió de la mano.
—Gracias Mac —dijo con suavidad—. Siempre sabes lo que hacer en cada momento, ¿verdad?
—Es mi trabajo, señora —contestó él y soltó una mano de la botella para agarrar la suya. Después se retiró y dejó la botella sobre la bandeja—. Llámeme si necesita algo más, milady —dijo él y abandonó la cabina con una formal reverencia.
Honor vio como se marchaba y después se giró hacia Gerrick y LaFollet. El guardaespaldas se situó junto a su silla, pero ella sacudió la cabeza y señaló el sofá. Él dudó por un momento, después cogió aire, asintió y obedeció. Ella esperó a que él se pusiera cómodo antes de mirar de nuevo a Gerrick.
—Dime —ordenó, y parecía ya recuperar su tono de voz. Aún sentía dolor, pero era ella misma.
—De alguna manera, milady, ha sido culpa nuestra —dijo Gerrick— pero solo porque dejamos que el desgra… —Hizo una pausa para recomponerse y controlar su ira, para poder hablar con educación y continuó—. Porque dejamos que las personas que planearon el proyecto escogieran a sus propios trabajadores, milady —se encogió de hombros—. Nunca hubiera pensado que alguien planeara un desastre como este. Estábamos preocupados por contar con personas que pudieran ejercer su trabajo y con proporcionarles una buena formación; las medidas contra el sabotaje nunca se nos ocurrió contemplarlas.
—No había motivo para ello, milady —dijo LaFollet y ella le miró—. En teoría, sí, es algo que siempre debe ser considerado. Pero no existía ningún motivo para pensar que uno de nuestros empleados iba a resultar ser un asesino de masas.
Honor asintió, agradeciéndole sus palabras de consuelo, pero en realidad no eran necesarias por ahora y miró de nuevo a Gerrick.
—LaFollet tiene razón, milady, y no estamos ante el caso de un maniaco suicida. Necesitaron, al menos, a unas dieciocho o veinte personas que actuaran al mismo tiempo para organizar todo esto. Esto lo convierte en una conspiración, además de un asesinato.
—¿Cómo lo hicieron? —preguntó ella.
—Contaban con dos bandos —contestó Gerrick—. Cualquiera de los dos pudo haberlo hecho por separado; con ambos bandos operando, me sorprende que la cúpula no se haya derrumbado antes. —El ingeniero hizo una mueca, su voz sonaba cada vez más enfadada y continuó con un tono más seco.
—Uno de ellos ocupó el puesto como operador de una taladradora, milady, y así consiguió modificar las características del agujero excavado para sujetar las unidades de apoyo. ¿Se acuerda del diseño inicial?
—Solo en términos generales —dijo Honor. Examinó los planos, pero no eran su área de especialidad.
—¿Recuerda cómo diseñamos los agujeros para darle el máximo volumen a los apoyos de ceramacrete, encajando la base de cada apoyo en una matriz de contrapeso? —preguntó Gerrick, y ella asintió—. Bien, con estos apoyos introducidos en los agujeros junto con más de cien toneladas de ceramacrete en cada pie, cada apoyo del anillo alfa debería haber sido prácticamente indestructible.
Honor asintió. Si el ceramacrete hubiera estado colocado correctamente, habría formado el equivalente a un tapón de roca sólida tan dura como la obsidiana. Esto unido al efecto de los cortes trasversales, convertirán los apoyos en parte de la estructura ósea del planeta.
—De acuerdo, milady; lo que realmente ocurrió es lo siguiente. Cuando el hombre realizó los agujeros con la taladradora parecían estar de acuerdo con las especificaciones, pero el tramo que debía encajar tenía un diámetro igual al de la anchura del soporte, lo cual significa que las vigas nunca encajaron del todo en los cortes trasversales, provocando un desequilibrio importante en todo el diseño de la estructura. Tan solo hemos conseguido comprobar dos de los agujeros, ya que los inspectores de Mueller no nos permiten regresar a la obra, pero contamos con informes visuales de estos dos. Los peones eran técnicos holográficos no ingenieros, así que nunca se dieron cuenta de que las proporciones estaban equivocadas. Además, ninguno de nuestros técnicos comprobó los datos antes del accidente. Pero ahora los hemos revisado, y hemos sido capaces de hacer a escala los agujeros en HD. Es una reconstrucción por ordenador, pero podremos utilizarla en un juicio y los agujeros siguen en su sitio y pueden ser examinados en caso de necesitar confirmación.
Honor asintió y Gerrick se rascó una ceja en señal de triunfo antes de continuar.
—Además del desliz con el diámetro, hemos comprobado que los fondos de cada agujero también difieren de las especificaciones originales, milady. Fueron cortados en ángulo, para que el extremo de cada apoyo contara con una superficie de carga. De nuevo, con buen ceramacrete, esto habría pasado desapercibido, ya que lo vertimos debajo de cada una de las vigas que no contaban con apoyo antes de soldarlas. Con ceramacrete defectuoso, esto se convirtió en un factor importante de lo ocurrido.
—¿No comprobamos las especificaciones?
—Sí y no, milady —dijo Gerrick con una sonrisa—. Las especificaciones aparecen en el software de las taladradoras. Para cometer un error, el operador debió alterarlas deliberadamente, y llevamos a cabo diagnósticos y comprobaciones en todos nuestros equipos para dar con modificaciones accidentales. Eso significa que sea quien sea el que las alteró, también tuvo que reiniciar el sistema antes de terminar su turno. Eso nos impidió estar alertas… y prueba, además, que lo ocurrido no se trata de un accidente.
—Pero contábamos con una segunda comprobación, milady. El equipo que colocó los apoyos también contaba con las especificaciones adecuadas en su software. Si existía un error en los agujeros, ellos lo habrían visto a no ser que estuvieran cubriendo a aquel que se encargó de taladrar los agujeros. De esta forma nos dimos cuenta de que había dos equipos. Además, contábamos con supervisores en la obra que eran los responsables de comprobar los pies una vez encajados. El caso es que su trabajo era detectar accidentes, no sabotajes, y el que planeó todo esto lo sabía muy bien.
—Hasta ahora sabemos que el equipo que colocó los apoyos en los agujeros defectuosos sabía cuál era el problema. Colocaron las vigas, vertieron el ceramacrete, pero solo soldaron como medio metro de la parte superior. Dos de los agujeros defectuosos tenían ceramacrete del bueno, así que imaginamos que uno de los supervisores estaba vigilando la zona y los saboteadores temieron continuar con todo el proceso, por miedo a ser vistos. Sin embargo, en cuanto a los otros, nuestros inspectores, además de los del Destacamento de Mueller, tan solo excavaron veinte centímetros para obtener las pruebas. Se trata de los estándares de los inspectores del destacamento y de la Espada, milady, en parte, porque taladrar sobre ceramacrete resulta una tarea difícil. Pero teniendo en cuenta lo que ha ocurrido aquí, ya he solicitado al protector que se realice una técnica de rastreo a gran profundidad.
—Lo que quiero decir con esto es que medio metro de buen ceramacrete era suficiente para un control de calidad en relación al equilibrio de la estructura. Este equilibrio, de hecho, no cumplía con las normas de carga que nosotros diseñamos. Es más, no era suficiente para cargar con el peso de un agujero de los buenos, pero querían asegurarse de que su plan funcionaría.
El ingeniero hizo una pausa y sonrió. Después bebió un poco de vino y se acercó a su silla.
—Así que lo que ocurrió, milady, es que aproximadamente el catorce por ciento de los elementos de carga de la cúpula fueron diseñados para que se derrumbara y el ángulo de corte de cada agujero desequilibró la masa de los sistemas de apoyo de toda la cúpula. No había ninguna posibilidad, ninguna, de que la cúpula se mantuviera en pie con este desajuste y quien planeara la operación sabía perfectamente lo que ocurriría.
—¿Quién, Adam? —La mirada de Honor era intensa y el ingeniero se encogió de hombros.
—Aún estamos tratando de averiguar quién lo hizo, milady. No hemos conseguido identificar quién colocó los apoyos y vertió el ceramacrete, pero Seguridad está trabajando en los informes visuales que tenemos y lord Clinkscales espera dar con los nombres de estos empleados en nuestra base de datos. Al que sí podemos identificar con seguridad es al trabajador que operó la taladradora, ya que sabemos qué maquina taladró cada agujero y a quién asignamos para cada puesto.
—Según nuestros informes, se trata de Lawrence Maguire, milady —dijo Gerrick—. Fue uno de los trabajadores que dimitió en señal de protesta cuando recibimos por primera vez los informes de material defectuoso. Desconocemos su paradero actual. Hemos comprobado su dirección y ha resultado ser una pensión. Alquiló una habitación una semana antes de que solicitara el puesto. El resto de los datos personales que nos proporcionó no concuerdan.
—¿Así que no hay forma de averiguar quién es? —Honor intentó sin éxito disimular su desánimo. Era crucial para ellos encontrar a aquel hombre. Si no conseguían identificarle para esclarecer cual fue la causa de la catástrofe, entonces sus enemigos declararían que fue tan solo un producto de su imaginación para salvar el nombre de su empresa y que no había sido sabotaje. Se convencerían de que la falta de profesionalidad era la causa del desastre, debido principalmente a la incompetencia de los trabajadores.
—Eso no es del todo cierto, milady —Gerrick sonrió—. He dicho que nuestros informes no nos dan pistas de cómo encontrarle, eso es cierto. Pero mientras falsificaba su formulario, tuvo que proporcionarnos sus huellas digitales. Imagino que pensaría que nunca daríamos con todo este embrollo y que no intentaríamos ir tras él, pero tenemos la información necesaria y se la hemos entregado a lord Clinkscales. Él contrastó esta información con la base de datos de Harrington y no encontró nada, lo cual nos confirma que el tal Maguire era extranjero. Después intentó seguirle la pista con ayuda de un contacto que posee en Seguridad Planetaria y chequeó la base de datos de la Espada. Entonces, milady, pudo comprobar que el señor Maguire fue contratado hace tiempo cuando solo era un adolescente para participar en un disturbio civil. Se trataba de una manifestación contra los jeremitas, una asociación independiente que era considerada herética por algunos miembros de la Iglesia. Esta manifestación se convirtió en un acto violento, pero Maguire debido a su corta edad salió sin cargos, con una reprimenda. Quizá él no sepa que los informes del destacamento en relación a arrestos criminales, incluso algo tan insignificante como esto, pasa a la base de datos de la Espada y permanecen allí.
—En todo caso, milady, el protector Benjamín le ha identificado. Su nombre verdadero es Samuel Marchant Harding. —Honor le miró desconcertada—. Sí milady. Es el primo de Edmond Marchant… y su lugar de residencia oficial es la ciudad de Burdette en el Destacamento de Burdette.