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El ciudadano contraalmirante Thomas Theisman entró en la sala de reuniones de la NAP Conquistador junto al ciudadano comisario Dennos LePic. A Theisman no le caía del todo bien, pero sabía que en parte se debía a que LePic siempre tenía un papel político importante. Había visto lo que ocurría cuando la política interfería con las operaciones militares y no tenía necesidad de incluir a alguien en su nave para complicar más las cosas.

Por otro lado, sabía lo afortunado que era al poder estar donde estaba. Había sobrevivido al fiasco de Haven en Yeltsin y había tenido la suerte (suerte, pensaba él, era un término muy acertado en este caso) de interceptar algunas de las naves de Honor Harrington antes de que su destructor se viera obligado a rendirse ante ella. Aquella hazaña, junto con la distracción que supuso la deserción del capitán Yu a Mantícora, había evitado que los almirantes legislaturistas le echaran la culpa por aquel desastre. Además, debía admitir, la destrucción del antiguo régimen había evitado que sufriera las consecuencias de lo que le ocurrió al Crucero del Escuadrón Nueve durante los primeros movimientos de la guerra actual. Habría conseguido que su comodoro legislaturista quedara como un idiota y sus patrones le habrían aplastado como a un bicho por atreverse a dudar de su palabra. Pero el nuevo régimen estaba buscando a un cabeza de turco, ya que el comodoro Reichman había resultado herido y al capitán Theisman lo habían ascendido.

El universo, reflexionaba él, no estaba siendo lo que se dice justo, pero donde las dan las toman. Algo que quizá el Comité de Seguridad Pública debía tener en cuenta.

Se desperezó y tomó asiento en la mesa de conferencias y LePic se sentó en la silla que estaba junto a él. El ciudadano vicealmirante Thurston y el ciudadano comisario Preznikov presidían la mesa y Meredith Chávez, comandante del Grupo de Trabajo 14.1 saludó a Theisman desde el otro lado de la mesa. Theisman no conocía a George DuPres, el comisario de Chávez, pero se rumoreaba que estaba dispuesto dejar que los profesionales ejercieran su labor, lo cual ayudaba a explicar el comportamiento tan animado de Meredith.

El ciudadano contraalmirante Chernov y el ciudadano comisario Jonson del GT 14.3 llegaron casi tres minutos después de Theisman y el equipo de comandancia de la Fuerza Operativa Catorce estaba al completo. A excepción, por supuesto del jefe de personal, ya que después de lo que había ocurrido en el Cuartel General habían decidido no informarle hasta que los detalles de la Operación Daga estuvieran zanjados. Hasta ahora los preparativos para una operación de esta complejidad dejaban mucho que desear, sin embargo, antes de avisar a todo el equipo, Daga sería sencilla, si Caballo de Acecho había funcionado.

Por supuesto, «si» no era una conjunción que le entusiasmara mucho a Thomas Theisman en relación a planes operativos.

—Va veo que estamos todos aquí —dijo Thurston—. Debo comunicaros que la operación Caballo de Acecho parece haber funcionado a la perfección.

Chávez y Chernov sonrieron, pero Theisman se conformó con asentir con la cabeza. «Parece», otra palabra que puede traer connotaciones muy desafortunadas.

Thurston activó el visualizador y un mapa estelar apareció sobre la mesa. Ajustó brevemente los controles y Minette y Candor parpadearon en rojo. Poco después, Casca, Doreas y Grendelsbane comenzaron a brillar, pero esta vez en un tono ámbar en vez de carmín.

—De acuerdo —dijo él—. Como todos sabéis, el ciudadano almirante Moqueen y el ciudadano almirante Abbot han asegurado el control de Minette y Candor. El impacto que sufrió McQueen al ser interceptado por los mantis ha sido algo peor de lo que imaginábamos, pero para ello tuvieron que hacer uso de todos sus misiles. Lo único que pueden hacer ahora es mantenerse en el sistema exterior y observar, ya que han sufrido demasiadas pérdidas. Con la munición que nos queda no podríamos terminar con ellos ni siquiera con la recámara llena.

»El ciudadano almirante Abbot está en mejor forma. Salió ileso, y los mantis no tienen nada más que un crucero de batalla para acorralarle.

Thurston hizo una pausa y miró alrededor de la mesa para asegurarse de que todos le seguían, después señaló Grendelsbane con el cursor.

—Como ya sabéis, hemos tenido pequeñas agrupaciones en lugares como Grendelsbane y Casca durante más de un mes y el almirante Hemphill parece estar haciendo un buen trabajo en Grendelsbane. Ha retenido allí las naves del muro, posiblemente para asegurarse de que no hagamos saltar otro flanco si lo descubre, pero ha enviado un crucero de batalla pesado para cubrir las agrupaciones de Doreas. Además, algunas de sus unidades ligeras se han unido a las agrupaciones mantis en Minette. Esto indica que está concentrando allí su atención mientras espera los refuerzos antes de volver a atacar… tal y como le ordenamos que hiciera.

—Vayamos al grano —movió el cursor hacia Casca—, nuestros exploradores nos han informado de la llegada de una fuerza operante de una potencia considerable. Me pregunto de dónde vendrá.

Thurston sonrió y esta vez hasta Theisman le devolvió la sonrisa. Vaya, pensó, ese hombre será calculador, ¡pero sabe cómo ganarse a su equipo!

—No hemos conseguido una lectura tan acertada como esperaba —admitió Thurston—, pero lo que hemos hecho parece haber dado el resultado que queríamos. Tenemos la confirmación de al menos cinco naves cedidas ex AP, y su hora de llegada coincide con una respuesta inmediata de Caballo de Acecho desde Yeltsin. Además, toda la fuerza operante ha llegado como una sola unidad, lo cual indica que salió como un grupo unitario. No se trata de una agrupación aleatoria de naves provenientes de otros lugares.

Theisman asintió, pero le preocupaba algo en relación a la explicación que estaba dando Thurston y levantó la mano.

—¿Ciudadano almirante Theisman?

—¿Ha dicho que tenemos confirmación de cinco naves cedidas ex AP, ciudadano almirante?

—Correcto.

—¿Solamente cinco? —repitió Theisman respetuosamente y Thurston intercambió una mirada con Preznikov antes de asentir.

—Correcto, ciudadano almirante —repitió—. El alcance era bastante largo, y ya sabe lo difícil que puede resultar interpretar datos pasivos. Además, los mantis y los graysonianos parecen haberlos reformado mejor de lo que habíamos anticipado, lo cual hace que los análisis de emisión sean proporcionalmente más complicados. Sin embargo, dado el tiempo con el que contamos y el tamaño de la fuerza, mi equipo y yo estamos seguros de que la mayoría de las naves que nuestros exploradores no han podido identificar eran en realidad naves cedidas que han sido remodeladas de forma que nos es imposible identificarlas.

—¿De cuántas naves estamos hablando, ciudadano almirante?

—Ocho del muro, sí, probablemente ocho —Theisman frunció el ceño pensativo y Thurston se encogió de hombros—. No hay duda de que se unieron dos naves mantis que estaban en el sistema. Sabemos que han apartado del muro todas las naves mantis que estaban estacionadas en la zona de Yeltsin, ya que han sido identificadas en Thetis, pero parece un lugar de paso muy conveniente. Es una zona ideal para realizar ejercicios prácticos antes de enviar sus unidades al frente.

Theisman se recostó en su silla y asintió, ya que Thurston estaba muy convencido de su teoría. Y el hecho de que los graysonianos necesitaran toda la formación posible hacía que esta práctica les resultara aun más atractiva a los mantis. Aun así…

Comenzó a recapacitar seriamente sobre la situación. Si Inteligencia estaba en lo cierto, ni siquiera los astilleros manticorianos podrían haber puesto a funcionar más de ocho, o quizá nueve, de las naves cedidas a Grayson. Si la estimación de daños era correcta, pensaba sarcásticamente, la República no habría sido capaz de colocar más de seis naves a estas alturas, y dudaba que los graysonianos fueran tan eficientes como los mantis. Aún no. Y si los datos de Inteligencia eran correctos, si cinco de esas naves habían sido identificadas en Casca, Thurston tenía razón: la Alianza había alertado a todo el sistema para cubrir la amenaza de Candor.

—Teniendo en cuenta todo esto —continuó Thurston—, el ciudadano comisario Preznikov y yo hemos decidido activar la Operación Daga dentro de setenta y dos horas. Nos gustaría comenzar inmediatamente, pero estamos de acuerdo en que debemos practicar la operación durante dos o tres días ahora que podemos informar a todo el equipo y a los comandantes de cada unidad.

Bueno, gracias a Dios, pensó Theisman. La Fuerza Operante Catorce contaba con más de ciento sesenta naves, incluyendo treinta y seis naves de batalla y veintidós cruceros de batalla. Resultaba bastante impresionante, pero habían mantenido la operación tan en secreto que casi ninguno de los miembros de su armada conocía nada al respecto. El mismo Theisman, con la aprobación clandestina de LePic, había informado «accidentalmente» a su tripulación sobre la operación, así que al menos habían podido preparar vahos planes de contingencia, pero ninguno de sus capitanes sabía qué estaba ocurriendo. El Comité de Seguridad Pública también había aprendido a no hacer preguntas. Debían contar con un par de días para proceder a informar y comenzar con las prácticas, por ello Theisman se preguntaba cómo Thurston había convencido a Preznikov. Posiblemente el comisario había sucumbido a la fuerza de la lógica, pero Theisman procuró no actuar con tanto optimismo por el momento.

—De acuerdo —continuó Thurston—. Esto es lo que vamos a hacer. Primero, os doy tres horas para que informéis a vuestra tripulación y comandancia. A las trece horas, el comisario Preznikov y yo convocaremos una reunión para tratar posibles preguntas que puedan surgir. Después, digamos sobre las dieciséis horas, comenzaremos con la simulación del primer plan de ataque bajo la coordinación del ciudadano almirante Chávez. El ciudadano comisario Preznikov y yo supervisaremos la simulación y actuaremos de graysonianos la primera vez. Después…

* * *

Las noticias, tal y como había pronosticado el protector, se habían extendido y estaban siendo difundidas por todos los medios.

No, se decía a sí mismo, aquello no era justo. Las editoriales de Grayson eran más responsables que la mayoría. De hecho, estaban siendo muy benévolas —sin duda como reflejo de una sociedad basada en el respeto por sus ciudadanos— y los redactores habían comprobado toda la información antes de hacerla pública. Desafortunadamente, la información con la que contaban era verídica y Benjamin había aprendido a no mentir a los reporteros. Negarse a hacer comentarios era una cosa; pero acabar con su credibilidad para siempre era algo muy diferente. Además, era muy sencillo caer en ese error.

Así que confirmó la información con los reporteros de la manera más sencilla posible y de esta forma consiguió preservar su credibilidad… o al menos eso esperaba.

El dolor y la pena habían invadido el planeta incluso antes de que la noticia apareciera en los periódicos. A pesar de que su destacamento actuaba de forma independiente, Grayson era un planeta en el que sus habitantes siempre procuraban solidarizarse con el vecino en tiempos revueltos. Pero los recursos internos de Mueller no eran de gran ayuda para las víctimas y sus familiares, lo cual significaba que los extranjeros no podían prestar su colaboración. Esto solo intensificó en los graysonianos un sentimiento de compasión por las víctimas. La combinación de su religión y el ambiente planetario daba lugar a que los graysonianos estuvieran programados genéticamente para ayudar, cosa que Benjamín sabía valorar de sus ciudadanos. Pero cuando no conseguían colaborar, se sentían desdichados y ese sentimiento era el peor de todos. Aquellos que se sentía algo culpables tenían tendencia a enfadarse aun más con aquellos con los que su sentido de culpabilidad era real e incuestionable.

Tal y como habían hecho saber los laboratorios y las inspecciones, alguien debía ser el culpable. La mayoría de los apoyos de la cúpula de la Escuela de Mueller parecían estar colocados sobre un ceramacrete de alta calidad, sin embargo otros no. Lo que hacía que la situación fuera aún más desalentadora era que los problemas con el ceramacrete parecían ser debidos a un fallo en el control de calidad. El material tenía todos los ingredientes necesarios en las proporciones adecuadas. Tal y como pudieron comprobar los expertos que trabajaban con Benjamín, el motivo del desastre se debía a un fallo al unir la estructura. Un error estúpido e imperdonable y fácilmente reparable que —tal y como informaron los reporteros— indicaba un despiste en la revisión de la maquinaria o una formación inadecuada. Podía ser que la maquina no funcionara correctamente o que los peones no sabían cómo operarla, pero en cualquier caso, la culpa recaía sobre la dirección de Cúpulas Celestes de Grayson S. A.

Avaricia. Ese era el veredicto final de los medios de comunicación. La empresa Cúpulas Celestes había sido demasiado usurera como para invertir en la maquinaria adecuada, o quizá habían crecido tan rápidamente —de nuevo, debido a la avaricia de cobrar los contratos que iban surgiendo—, que habían colocado a trabajadores en la obra sin formación alguna. Lo peor de todo, pensaba Benjamín, era que no había manera de contradecir su veredicto. La evidencia era clara, y el descubrimiento del ceramacrete defectuoso había causado pánico entre la multitud. De los otros veintitrés proyectos que Cúpulas Celestes tenía simultáneamente en construcción, ocho habían sido suspendidos por los clientes. Los otros quince habían sido cancelados directamente, y nadie comentó que Cúpulas Celestes había sido la primera en paralizar las obras mucho antes de que los clientes reaccionaran. Benjamin sabía muy bien que esa orden provenía de Honor Harrington. Se negaba a permitir que continuaran con el resto de los proyectos hasta que supiera lo que había ocurrido en Mueller y estuviera segura de que no ocurriría en ningún otro lugar, pero a nadie parecía importarle… a pesar de que si Cúpulas Celestes no conseguía cumplir las fechas de entrega, las cláusulas de penalización del contrato acabarían con toda la fortuna de lady Harrington. Había puesto hasta el último céntimo que tenía para invertirlo en la compañía, y todo lo que se escuchaba eran gritos sobre su avaricia que acabó arriesgando la vida de niños inocentes!

Fue un desastre con mayúsculas. Las acusaciones anteriores contra ella comenzaron a tomar aún más fuerza y su papel de heroína de Grayson no la protegía contra el cargo de asesina de menores. Incluso algunos de los habitantes de su destacamento habían dejado de demostrarle su apoyo y sus enemigos celebraban la victoria con gran entusiasmo.

La rueda de prensa del gobernador de Mueller después del derrumbamiento le había hecho mucho daño. Aún continuaban las operaciones de rescate cuando le entrevistaron los primeros reporteros. Los inspectores de seguridad aun no habían iniciado la investigación y él se había asegurado de no establecer culpables. Pero su increíble esfuerzo por no acusar a lady Harrington había convencido a la gente aun más de que efectivamente ella era la culpable. Y cuando los informes de los inspectores se habían hecho públicos, el dolor de Mueller se había convertido en ira hacia aquellos que él consideraba responsables.

Además, él no era el único que suplicaba por el castigo de los culpables. Una hora después de la catástrofe, lord Burdette había enviado un ataque brutal contra Cúpulas Celestes, lady Harrington y las consecuencias de permitir que una mujer ejerza el puesto que debería ocupar un hombre. Y mientras la mayoría de los clérigos de Grayson ofrecían misas para rezar por las víctimas del desastre y por sus familias, Edmond Burdette pedía justicia en relación al púlpito de la catedral de Burdette, la cual estaba ahora a rebosar a todas horas.

Por el momento, pensaba Benjamin, podía mantener la tranquilidad…, pero sería por poco tiempo. La furia contra Honor Harrington era como una inmensa ola que se acercaba con violencia y que una vez llegara a la costa se llevaría por delante todo por lo que Benjamin había luchado.

* * *

—Qué raro.

Un suave murmullo hizo que Adam Gerrick se apartara de su monitor por un momento. Stuart Matthews, jefe del equipo analítico contemplaba el modelo holográfico de la cúpula derrumbada. Las ruinas de lo que quedaba se habían plasmado con claridad, pero al menos había omitido las víctimas. Gerrick se alegraba por ello, aunque su mente no cesaba de recordar a las víctimas atrapadas entre los hierros. Una sensación de angustia le recorrió todo el cuerpo al recordar la sonrisa de aquella niña en los últimos segundos de su vida.

Cerró los ojos, tratando de luchar contra el dolor que sentía y que le impedía concentrarse, después se levantó y caminó hacia el holograma.

—¿El qué? —su voz sonaba ronca, tenía los ojos enrojecidos e hinchados, y la cara desencajada. Había dormido menos de diez horas desde hacía casi cinco días del accidente. El único motivo por el que había dormido esas diez era porque los médicos se negaban a recetarle estimulantes si no descansaba al menos unas horas. Matthews estaba en mejor forma. Al igual que todos los ingenieros expertos de Cúpulas Celestes, no había podido dormir, comer o ducharse, y su cansancio se dejaba ver en su rostro serio y demacrado. Se pasó la mano por la maraña de pelo grasienta.

—He comparado lo sucedido con nuestros modelos para reconstruir lo que pudo haber ocurrido.

—¿Y?

—No concuerdan, Adam. Ni siquiera suponiendo que existiera ceramacrete defectuoso en cada apoyo.

—¿Qué? —Gerrick se apoyó sobre la mesa al sentirse debilitado. Sus hombros se encogían por culpa del cansancio y su cabeza no parecía funcionar con claridad debido a la falta de sueño.

—He dicho que no coincide.

—Debería —dijo Gerrick de forma razonable—. ¿Estás seguro de que hemos incluido todos los factores?

—Pues claro que sí —Matthews estaba igual de irascible que los demás, y su voz estaba cargada de hostilidad por el cansancio, pero apretó los dientes e intentó luchar contra ello. Después tomó aire y cogió una hoja del informe—. Lo hemos incluido todo, Adam. Te lo garantizo. Incluso he colocado toda la información meteorológica desde la investigación preliminar hasta el comienzo de la obra para ver si podría tener algún impacto sobre los datos del terreno. Y te puedo asegurar que ninguno de nuestros modelos concuerda con lo que ocurrió aquí.

—¿Por qué no?

—Mira —Matthews comenzó a teclear en el ordenador para manejar el holograma. Los restos se pueden volver a montar, formando una cúpula intacta todavía por terminar. Gerrick se apartó de la mesa donde estaba apoyado para observar la pantalla más de cerca—. Si retardamos la imagen de uno a sesenta para ver con más detalle —dijo Matthews sin apenas girar la cabeza—, observa el anillo alfa en el cuadrante este —Gerrick asintió, después se cruzó de brazos y esperó. No ocurría nada por el momento, pero entonces detectó un mínimo movimiento, igual que el que había sentido el día del accidente. Aquella imagen le hizo recordar todas las pesadillas de aquel día, pero esta vez el ángulo de visión era diferente… no se encontraba allí parado viendo morir a aquellos niños. Ahora podía reflexionar sobre aquello, sin pensar que estaba atrapado en medio de aquella tragedia.

Comenzó a ceder el primer punto de apoyo, y a pesar de verlo todo desde arriba el corazón de Gerrick se aceleró al ver que otro punto comenzaba a moverse. Después otro. Intentó prestar atención, ya que parecía haber cierta coordinación en todo aquello. No pudo haberlo visto aquel día porque había pasado desapercibido. Sus instintos lo habían percibido, pero él pánico se había apoderado de él. Se acercó más al holograma, intentó averiguar aquello que realmente había provocado la catástrofe.

—¡Ahí! —Matthews congeló la imagen. El cristoplast y el acero quedaron suspendidos en el aire y él señaló—. Mira aquí en el anillo alfa-g. ¿Ves eso? —frunció el ceño y tecleó en la pantalla y un grupo de partes de la estructura cambiaron de color, ahora se veían señalados en rojo en el visualizados.

—¡Sí! —dijo Gerrick despacio, intentando recapacitar y el otro ingeniero sacudió la cabeza.

—No es posible, Adam. Mira —continuó moviendo los comandos y los vectores de análisis aparecieron tras los apoyos señalados en rojo—. Ves, están girando. No caen, están rotando en los agujeros.

—Pero… —Gerrick comenzó a hablar, pero se calló y miró a Matthews. Recordaba su primera impresión en la obra, la manera en que los apoyos comenzaron a girar mientras caían y frunció el ceño.

—Pero eso fue lo que ocurrió —dijo después de una pausa, muy lentamente—. Yo estaba allí Stu. Lo vi.

—Lo sé —dijo Matthews—. Esto no es un modelo; es una recreación basada en los informes visuales del accidente. El único problema es que es imposible que sucediera. Los cortes transversales habrían impedido el movimiento de rotación.

—Venga, Stu. Con esa cantidad de masa no necesitan girar para provocar ese movimiento. Incluso los hierros de seis diecinueve habrían cedido ante ese peso,

—Seguro, pero no con tanta facilidad. Esto sucede a los tres segundos, Adam. Deberían haber aguantado mucho más. Además, cuando comenzaron a girar lo hicieron de forma individual y en forma de cascada. No solo eso, si observas con detenimiento, verás que los apoyos apenas se deforman. De hecho, si compruebas los informes postderrumbamiento, estas vigas que yo he señalado aquí son las que menos se han deformado en toda la estructura y ninguna de ellas se rompió —Matthews sacudió la cabeza—. No, Adam. Estas vigas comenzaron a girar antes de caer.

Gerrick soltó un quejido como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago, ya que Matthews tenía razón. Lo que ocurrió en Mueller no podría haber pasado. Los agujeros taladrados eran más estrechos conforme iban llegando a los cimientos y cada uno de ellos contaba con unos cortes transversales de medio metro más ancho que el diámetro del agujero más pequeño. Los apoyos rectangulares encajaban en esos cortes, ya que la sección de corte era mayor que el diámetro de los agujeros más pequeños. De hecho, los últimos diez metros de cada apoyo estaban cerrados bajo los cimientos antes de colocar el ceramacrete. Sin este ceramacrete, la roca no podía haber soportado la fuerza antes de que comenzara a derrumbarse la estructura, pero, al menos, debía haber evitado que los soportes giraran hasta que la fuerza fuera ejercida sobre la piedra. De esta manera, los apoyos debían haber caído hacia adentro en los primeros doce metros, para después comenzar a torcer en los últimos dos tercios del derrumbamiento.

Es más, pensó, y su mirada se volvió más intensa, todos los apoyos que Stu había señalado en rojo presentaban ese patrón de mantenimiento. Los que estaban entre ellos caían tal y como se mostraba en los modelos. Tenía razón también en cuanto al grado final de deformación. Era como si algo fallara en los apoyos que él había señalado… y eso, se dio cuenta de repente, era lo que habría ocurrido si hubieran tenido libertad para girar sobre los agujeros. Además, había otro patrón de movimiento que…

—¿Hemos incluido los datos sobre el ceramacrete defectuoso?

—Por supuesto —saltó Matthews algo nervioso, debido en parte al cansancio y a su orgullo profesional. Gerrick intentó calmarle.

—Marca los apoyos defectuosos en ámbar —dijo él. Matthews le miró por un momento después se encogió de hombros y comenzó a teclear las instrucciones en el ordenador. Esperaron un instante para que los circuitos moleculares hicieran su trabajo y la mayoría de los apoyos señalados en rojo comenzaron a brillar intermitentemente en rojo y ámbar. Pero no todos, percibió Gerrick, y se acercó para ver de cerca los dos apoyos que no parpadeaban en ámbar.

Sus ojos se pegaron a los análisis del vector que se encontraba detrás de los dos apoyos señalados en rojo y comenzó a quejarse de nuevo. Los números de estos no coincidían con los demás, pero teniendo en cuenta que en unos se había utilizado un buen ceramacrete y en otros no.

De repente comprendió el patrón de movimiento.

—Mierda —susurró—. ¡Mierda!

—¿Qué pasa? —dijo Matthews bruscamente.

—¡Mira! ¡Mira el espaciamiento en los agujeros defectuosos!

—¿Qué les ocurre? —dijo Matthews y Gerrick le arrastró hasta los controles esforzándose por que su cerebro funcionara como debiera. Comenzó a manejar los controles y el visualizador empezó a mostrar códigos de luz adicionales.

—Teníamos un total de siete taladradoras trabajando en este proyecto —le recordó a su compañero sin apartar la vista del teclado y del holograma—. Cada uno de ellos taladró cinco agujeros cada día, ¿no?

—Sí. —La respuesta de Matthews era lenta, como si intentara saber adónde quería llegar con aquella explicación. Se encendieron más luces en el holograma, señalando apoyos en siete colores diferentes y Gerrick se separó para ampliar su visión.

—¿Lo ves? —cogió a Matthews del hombro y lo arrastró al holograma con él y su voz se transformó en un susurro—. ¿Lo ves, Stu? ¡Cada uno de estos apoyos «giratorios» fue taladrado por el mismo operador! ¡Y mira! —Siguió tecleando y un último indicador de color verde chillón se encendió en el visualizador—. ¿Lo ves? —dijo de nuevo—. Dos de los agujeros que excavó este desgraciado contienen ceramacrete del bueno, pero… ¡cada uno de los que contienen ceramacrete del malo fue excavado por él!

—Eso significa… —comenzó a decir Matthews y Gerrick asintió rápidamente y se apartó del visualizador.

—¡Chet! ¡Ponme urgentemente con el regente!

—¿Qué? —El jefe de personal de Cúpulas Celestes sonaba confuso y Gerrick saltó enfurecido.

—¡Ponme con lord Clinkscales de inmediato! —gritó—. ¡Y dame el nombre del desgraciado responsable de… —se agachó para chequear sus datos— la taladradora número cuatro!