20
Honor Harrington estaba sentada en su camarote con la mirada perdida cuando Nimitz se posó en sus brazos y le rozó con su hocico. Por primera vez estaba apagado, demasiado abatido para consolarla, ya que él también adoraba a los niños.
Treinta, pensó ella. Treinta niños, el más joven tenía trece años, perdieron la vida en la catástrofe. Aplastados, destrozados por el peso de ochenta mil toneladas de restos, y era todo culpa suya. Pasara lo que pasara, fuera cual fuera el motivo, ella era la persona que había financiado Cúpulas Celestes. Su dinero había lanzado a la compañía, su ilusión por crear puestos de trabajo y un sueldo para los habitantes de su destacamento la había extendido a lo largo y ancho de todo el planeta.
Una lágrima se dejó caer por su rostro, provocando un movimiento extraño en los nervios artificiales de su pómulo izquierdo y no hizo ademán de secarse. Niños, pensaba desesperada. Con intención o sin ella, había matado a niños.
Otras cincuenta y dos personas habían muerto con ellos, le recordaba una cruel esquina de su mente. Tres eran profesores que se encontraban vigilando a los alumnos —profesores que sin duda habían sufrido un momento de pánico al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo—, pero el resto eran empleados de Cúpulas Celestes. Empleados de Honor, la mayor parte de su propio destacamento.
Cogió aire con fuerza y abrazó a Nimitz mientras lloraba nerviosa al recordar el mensaje de Adam Gerrick con absoluta claridad. Vio sus ropajes rasgados y sus manos llenas de rasguños con las que había intentado salvar algunos de los cuerpos del desastre… tenía el rostro cubierto de sangre y de lágrimas. Era la mirada de un hombre que había visto el infierno. Un hombre que deseaba haber muerto junto con el resto de las víctimas, ella sabía cómo se sentía.
—¡No puede ser! —gritó Adam Gerrick y sus manos llenas de heridas temblaban en deseos de estrangular al desgraciado que tenía frente a él—. ¡Mí gente debe formar parte de la investigación!
—Me temo que eso es imposible —respondió el inspector fríamente. Se enfrentaron el uno al otro en el accidente del Colegio Winston Mueller y los trabajadores de cada lado se colocaron detrás de ellos como dos armadas enfrentadas. Los supervivientes de Cúpulas Celestes habían trabajado sin descanso, arriesgando su vida junto con el personal de rescate de Mueller para rescatar el mayor número posible de víctimas con vida. Pero el último superviviente había sido encontrado hacía horas. Pasarían días, incluso con la maquinaria de Mantícora, hasta que pudieran recuperar el último cuerpo sin vida. La desesperación había evitado que se preguntaran cómo había ocurrido aquello, pero el miedo que les había convertido en aliados se había transformado en odio.
—Pues haz que lo sea —respondió Gerrick— ¡Maldita sea, tengo otros veintitrés proyectos como este! ¡Necesito saber qué ha pasado aquí!
—Lo que ha pasado aquí, señor Gerrick —continuó el inspector—, es que sus trabajadores acaban de matar a ochenta y dos personas, incluyendo a treinta niños que eran ciudadanos de este destacamento —Gerrick se movió como si acabara de ser interceptado por un rayo. Los ojos del inspector brillaban con una cruel satisfacción—. En relación a lo ocurrido, estoy seguro de que encontraremos las pistas necesarias en el lugar del suceso para averiguarlo.
—No —dijo Gerrick en un tono muy bajo. Sacudió la cabeza fuertemente— ¡Cúpulas Celestes nunca haría nada parecido! Por amor de Dios, cincuenta de nuestros hombres han fallecido. Cree usted que… que…
—No tengo que creer nada, señor Gerrick! —El inspector miró a uno de sus asistentes y este cogió un trozo de lo que debería haber sido un ceramacrete. El asistente miró a Adam Gerrick a los ojos y cerró el puño, el ceramacrete se convirtió en un montón de polvo que escurriéndose entre sus dedos se lo llevaba el viento. El asistente le dirigió una mirada de odio a Gerrick.
—Si usted creo por un momento que voy a dejar que me engañen, le diré que está muy equivocado, señor Gerrick. —La voz del inspector sonaba ahora aún más amenazante—. Me encargaré personalmente de recoger todas las pruebas pertinentes de esta obra —dijo—. Y después, me aseguraré de que usted y todos sus trabajadores de su asquerosa empresa sean procesados por asesinato, y si alguno de sus hombres continúa aquí dentro de diez minutos, ¡le juro por Dios que me lo cargo!
* * *
—Dios mío —susurró Benjamín. Sus ojos se habían paralizado ante las noticias del destacamento de Mueller y se puso blanco. El canciller Prestwick se encontraba en su escritorio, viendo el reportaje, y su rostro estaba incluso más blanco que el del protector.
—¡Santo Dios! —repetía Mayhew con un tono preocupante—. ¿Cómo Henry? ¿Cómo ha podido ocurrir algo así?
—No lo sé, excelencia —murmuró Prestwick con el rostro pálido. Vio como una de las vigas comenzaba a ladearse y después la estructura se levantó del suelo. La luz de obra muestra los detalles con una total claridad. Los padres de los niños fallecidos se colocaron detrás del cordón de seguridad, padres con sus mujeres cogidas de la mano, rostros desencajados, y las manos del canciller comenzaron a temblar cuando decidió tomar asiento.
—Los inspectores de Mueller creen que puede haber sido debido a materiales defectuosos, excelencia —dijo finalmente e hizo una mueca antes la mirada del protector.
—Lady Harrington nunca habría permitido esto —dijo Benjamin—. Y nuestra gente pudo comprobar cada detalle del diseño. ¡Cumplía con las normas en cada parámetro y Cúpulas Estelares contaba con un veinticinco por ciento de margen comercial! Dios mío, Henry, ¿qué motivos podría tener?
—No he dicho que ella sea la culpable, excelencia —contestó el canciller, pero sacudió la cabeza al contestar—. Tampoco he dicho que estuviera al tanto de ello. Pero mira la escala de los proyectos. Piense en las oportunidades que han podido existir de sustituir los materiales por otros de peor calidad.
—De ninguna manera —la voz de Benjamin era firme.
—Excelencia —dijo Prestwick apesadumbrado—, los inspectores de Mueller han enviado muestras de ceramacrete a los laboratorios de Austin. He visto los informes preliminares. El producto final no cumplía con los estándares establecidos.
Benjamin le observó, intentando comprender, pero el tamaño de esta catástrofe era demasiado grande para llegar a entender. Utilizar materiales inferiores para la cúpula de un colegio era impensable. ¡Ningún graysoniano pondría a los niños en peligro! ¡Su sociedad y su estilo de vida estaban basados en la protección de los niños!
—Lo siento, excelencia —dijo Prestwick con cuidado—. Siento comunicárselo, pero he visto los informes.
—Estoy seguro de que lady Harrington lo desconocía —murmuró el protector—. Digan lo que digan los informes, es imposible que lo supiera, Henry. Nunca habría permitido algo como esto, ni ella ni Adam Gerrick.
—Estoy de acuerdo con usted, excelencia, pero perdóneme si me equivoco pero… ¿Qué importa? lady Harrington es la mayor accionista de Cúpulas Celestes, Gerrick es el ingeniero jefe, incluso Howard Clinkscales es el presidente. Ocurriera lo que ocurriera, la responsabilidad legal cae directamente sobre ellos. Su deber era supervisar el proyecto para evitar que esto ocurriera y… no lo hicieron.
El protector se frotó el rostro con las manos, y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, un escalofrío que era totalmente independiente de la muerte y destrucción que se había producido. Se odiaba a sí mismo por sentirse así, pero no tenía otra opción; él era el protector de Grayson. Tenía que ser una fiera política y un padre de familia al mismo tiempo.
Henry había visto los informes. Dentro de unos días —horas— los periodistas se harían eco de la noticia, y lo que acababa de decir el canciller se repetiría en los canales de noticias de todo el planeta. Nada podía enfurecer más a los graysonianos, y todas aquellas personas que habían denunciado a Honor Harrington, todas aquellas personas que tenían dudas sobre ella, oirían las noticias y se despertaría un odio implacable por la mujer que había sido culpable de todo esto. Y después de ese odio llegarían las denuncias, ya no susurros sino gritos de repulsa. «Mirad», dirán. «Mirad lo que ocurre cuando dejáis que una mujer ejerza la autoridad de un hombre». «Observad el asesinato de estos niños y decidme si esto es la voluntad de Dios!».
Benjamín Mayhew casi podía escuchar esos gritos de angustia, y en ellos escuchaba la destrucción de sus reformas.
* * *
—Dios mío, ¿qué hemos hecho? —susurró William Fitzclarence. Él, se sentó mirando a la pantalla, y Samuel Mueller y Edmond Marchant se sentaron a ambos lados.
—Niños —gruñó lord Burdette— ¡Hemos matado a niños!
—No, milord —dijo Marchant. Burdette le miró, sus ojos azules mostraban el horror, y el sacerdote expulsado sacudió la cabeza con la mirada decidida, impávida—. Ha sido la voluntad de Dios la que ha sacrificado a los inocentes, no la nuestra.
—¿La voluntad de Dios? —Burdette repitió incrédulo y Marchant asintió.
—Sabe muy bien que no debemos cuestionar sus deseos, milord. Debemos lograr que la gente lo entienda, para mostrarles el peligro de caer en las garras de esa ramera y su sociedad corrupta.
—¡Pero esto…! —la voz de Burdette se volvió más fuerte, y su rostro parecía recuperar el color. Marchant suspiró entristecido.
—Lo sé, milord, pero ha sido la voluntad de Dios. No había manera de saber que habría niños presentes, pero nuestro Dios lo sabía. ¿Cree que habría permitido que la cúpula se viniera abajo cuando lo hizo si no fuera parte de su plan? A pesar de lo terrible de este hecho sus almas descansan ahora en paz, libres de pecado y de las tentaciones de este mundo, y sus muertes han aumentado el impacto de nuestro plan. Ahora nuestro mundo conoce las consecuencias de aceptarlas «reformas» del protector y de Mantícora. Nada, milord, nada mejor podía haberles hecho aprender la lección. Aquellos niños son los mártires del Señor, puestos a sus pies y sacrificados por su fe.
—Tiene razón, William —dijo Mueller calmado. Burdette se giró hacia su compañero y Mueller alzó su mano—. Mis inspectores han encontrado ceramacrete defectuoso. Esperaré uno o dos días antes de anunciar la noticia, lo suficiente para poder comprobar los análisis, para que nadie pueda cuestionar nuestras conclusiones, pero tenemos la prueba. La prueba, William. Y ni esa ramera ni el protector pueden hacer nada. Nosotros no elegimos el momento para que la cúpula se derrumbara; fue obra de Dios, y con ello nuestro plan se muestra más victorioso que nunca.
—Quizá… quizá tengas razón —dijo Burdette pausado. El horror de sus ojos se había desvanecido, en su lugar había un fuerte resurgimiento de su fe… y su mente empezó a funcionar.
—Es culpa de ella —murmuró él—, no nuestra. Ella fue la que nos condujo a esto.
—Claro que sí, milord —contestó Marchant—. Se necesita una espada muy afilada para cortar la máscara de Satán, nosotros forjamos la espada del Señor y debemos aceptar las consecuencias de actuar de acuerdo con su voluntad.
—Tienes razón, Edmond —dijo Burdette en un tono más fuerte. Asintió y miró de nuevo a la pantalla, y esta vez torció el labio levemente en actitud pensativa mientras escuchaba la voz dolorosa del reportero del suceso.
—Tienes razón —repitió el gobernador Burdette—. Pongámonos en manos de Dios. Si Él quiere que la sangre sea derramada, debemos actuar conforme a su voluntad, así esa ramera se queme en el Infierno para siempre como consecuencia de sus actos.
* * *
Adam Gerrick caminó hacia la sala de conferencias, con su rostro demacrado. El joven hombre que había partido hacia el destacamento de Mueller esa misma mañana había muerto con el derrumbamiento de su sueño. El Adam Gerrick que regresaba a Harrington era un hombre atormentado, la ilusión se había convertido en cenizas.
Pero también era un hombre furioso, lleno de rabia y decidido a averiguar qué había ocurrido. Encontraría al hombre cuya avaricia le llevó a cometer tal carnicería, tal masacre, se lo había prometido a sí mismo, y cuando le encontrara, acabaría con aquel desgraciado con sus propias manos.
—Bien —indicó a sus ingenieros—, los inspectores de Mueller nos han prohibido la entrada a la obra, pero tenemos nuestros informes. Sabemos qué corresponde con cada proyecto y vamos a averiguar qué ocurrió… y cómo.
—Pero… —el hombre que había comenzado a hablar se calló de repente, miró en todas las direcciones en actitud de sorpresa. Se mojó los labios y miró a sus compañeros, después se giró de nuevo hacia su superior.
—¿Qué? —preguntó Gerrick con un tono agudo.
—Ya he comprobado los informes, Adam —dijo Frederick Bennington—. He comprobado todo lo que entró en la obra y he comparado los gastos en cada categoría con lo que tenemos en la factura.
—¿Y?
—¡Todo concuerda! —dijo Bennington enérgicamente—. No cometimos ningún error, Adam, te lo prometo —colocó un portátil sobre la mesa—. Estos son los informes, y no son todos míos. Yo soy responsable de la producción, y eso me hace a mí el principal sospechoso. Lo sé. Así que cuando saqué los informes, me llevé a Jake Howell de Contabilidad conmigo junto con tres inspectores de la Oficina de Documentación de Harrington. Estos datos son sólidos, Adam. Los hemos comprobado cinco veces. Cada artículo que compramos y enviamos a la obra contaba con la calidad adecuada.
—Entonces alguien debió de darnos el cambiazo en la obra —dijo Gerrick—. Algún desgraciado comprobó los materiales y los sustituyó por algo peor.
—Imposible Adam. —A pesar de la sorpresa la voz de Bennington indicaba seguridad—. No puede ser. Trabajamos por turnos las veinticuatro horas, y conservamos un informe de todo lo que entra. Ya lo sabes. —Gerrick asintió despacio y su expresión era de gran concentración ya que Cúpulas Celestes era parte de un estudio de rendimiento y ello requería que se conservara información de todos los procedimientos.
»De acuerdo —continuó Bennington— si alguien ha robado material de la obra, al menos habrá quedado reflejado en el informe. Pero cada camión que entraba o salía de la obra está registrado, Adam, y además de los camiones de descarga que se dirigían hacia reciclaje o hacia el basurero ninguno de ellos, repito, ninguno de ellos, abandonó la obra cargado de mercancía. Todo el movimiento se produjo en la obra.
—Pero yo mismo vi el ceramacrete —dijo Gerrick—. Uno de los inspectores lo aplastó, Fred. ¡Lo aplastó en sus manos como si fuera… material de embalaje!
—Eso no lo sé —respondió Bennington— lo único que puedo decirte es que tenemos certificados de todos los informes y que no es posible que hayamos utilizado materiales deficientes.
—Informes que no creerá nadie. —La voz de Howard Clinkscales era sentenciosa y todos los ojos se volvieron hacia él—. Quizá sepas ser preciso, pero ¿quién te va a creer? Si Adam vio materiales inadecuados, es que los había. No sabemos cómo llegaron a parar allí, pero no podemos negar su existencia y nuestra gobernadora es la mayor accionista de Cúpulas Celestes. Si hacemos públicos nuestros informes, lo único que conseguiremos es destruir el poco respeto que le queda. Burdette y sus secuaces dirán que nos compraron, que sus inspectores nos obligaron a falsificar los documentos y no podemos probar lo contrario. Mueller cuenta con pruebas físicas que lo corroboran.
Miró alrededor de la mesa y pudo sentir como su corazón se encogía al ver los rostros de comprensión en sus ingenieros. Pero Adam Gerrick sacudió la cabeza, no debía rendirse.
—Se equivoca, lord Clinkscales —dijo rotundamente. El regente le miró extrañado, no estaba acostumbrado a que le llevaran la contraria con ese tono tan contundente—. Usted no es ingeniero, señor. No hay duda de que está en lo cierto acerca de lo que ocurrió si hacemos caso a los informes que Fred ha entregado a la prensa, pero podemos probar lo que verdaderamente ha ocurrido.
—¿Cómo? —su tono mostraba las ansias de Clinkscales por que estuviera en lo cierto, pero no había mucha esperanza.
—Porque nosotros… —Gerrick señaló a sus compañeros alrededor de la mesa—, somos ingenieros. Los mejores de este planeta y sabemos que nuestros informes son correctos. Es más, tenemos pruebas visuales de todo lo que ocurrió en la obra, incluyendo el derrumbamiento. Además, no solo tenemos los planos y las especificaciones finales, sino que contamos con los cálculos originales desde el análisis del terreno hasta la última etapa del proceso.
—¿Y?
—Y eso significa que tenemos todas las piezas, milord. Si Fred está en lo cierto acerca de la calidad de los materiales que enviamos a la obra, alguien en algún momento hizo que esa cúpula se desmoronara y tenemos toda la información necesaria para averiguar quién fue el desgraciado que provocó esta catástrofe.
—¿Que hizo que se desmoronara? —Clinkscales le miró fijamente a los ojos—. Adam, sé que quieres creer que no fue culpa tuya, ¡yo mismo me niego a creerlo! Pero si no se trata de un simple caso de robo de materiales, entonces ¿a qué se debe? ¿Estás intentando decirme que alguien quería derribar la cúpula?
—Cuando elimina el resto de los posibles motivos, lo que queda es solamente la verdad. Y le prometo, milord, que si esa cúpula se hubiera construido con los materiales que nosotros ordenamos, el derrumbamiento que ha ocurrido esta mañana no habría tenido lugar.
—Pero… —Clinkscales hizo una pausa y en sus ojos se podía ver algo extraño. El hombre que una vez fue comandante General de Seguridad Planetaria miró a aquellos hombres uno por uno y su voz cambió—. ¿Por qué alguien intentaría sabotear deliberadamente el proyecto? —preguntó, solo que ahora no descartaba esa posibilidad; estaba buscando respuestas—. ¿Qué clase de monstruo asesinaría a unos niños inocentes, Adam?
—Aun no lo sé, señor…, pero pienso averiguarlo —dijo Gerrick apenado.
—¿Cómo?
—Lo primero que haremos —Gerrick se volvió hacia sus compañeros— es colocar las pruebas visuales en el ordenador. Quiero analizar correctamente lo ocurrido. El derrumbamiento ocurrió en el anillo alfa del cuadrante Este, lo vi con mis propios ojos, pero quiero un estudio exhaustivo de cada paso del proceso.
—Yo puedo ponerme con ello —dijo uno de ellos agradecido por poder colaborar con aquella tarea—. Tardaré unas diez o doce horas en separar las pruebas visuales, pero te garantizo que los resultados serán concretos.
—De acuerdo. Una vez tengamos esto, elaboraremos todas las combinaciones posibles que pudieran haber causado el derrumbamiento. Necesito que alguien se haga con los informes meteorológicos de Mueller a lo largo de estos tres últimos meses. No sé cómo habría ocurrido, pero es posible que algún cambio de clima haya contribuido al desastre.
—No es muy probable, Adam —objetó uno de ellos.
—Claro que no, pero necesitamos considerar todas las posibilidades, y no solo para nuestro análisis. Quiero encontrar al cabrón que provocó esto. Le quiero subido al estrado y quiero estar en primera fila para asegurarme de su condena. He visto morir a aquellos niños. —Gerrick temblaba y su rostro parecía envejecer por momentos. Después se sacudió—. Les vi morir —repitió—, y cuando encontremos al culpable de todo esto, no quiero que exista ninguna duda al respecto.
Sus compañeros estaban todos de acuerdo, y Clinkscales frunció el ceño pensativo.
—Tienes razón, Adam. En el caso de que alguien haya provocado esto de forma deliberada, entonces nuestros datos deben de ser sólidos. Debemos tener todos los cabos bien atados. —Gerrick asintió rápidamente y el regente continuó con su tono reflexivo aunque no conseguía esconder su resentimiento—. Y hay algo más que debes considerar. Tú y tu equipo podréis decirme lo que ocurrió y cómo, pero aún existe la cuestión de quién y, sobre todo, por qué. Y tenemos el deber de averiguarlo.
—Eso será más difícil, señor… especialmente el porqué —contestó Gerrick.
—Adam —dijo Clinkscales con una sonrisa fría y aterradora— eres ingeniero. Yo fui policía, y me atrevo a decir que uno de los buenos. Si existe el quién y el porqué, los averiguaré. —Fijó sus ojos en otro hombre al otro extremo de la mesa—. Chet, quiero los informes de todo el personal. Mientras comienzas con el análisis de lo que ocurrió, yo me dedicaré a investigar a cada empleado de la obra. Si esto fue intencionado, posiblemente haya dejado alguna huella. Cuando vosotros podáis decirme que es lo que hicieron y cómo, yo sabré cómo dar con la persona o las personas que están detrás de este asunto. Y cuando las encuentre, Adam —dijo con una sonrisa espeluznante—, te prometo que te sentarás en esa primera fila tal y como deseas.