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El guardaespaldas Yard se puso firme al ver a Honor salir de su camarote, y ella se preguntaba si el desfile era tan ridículo como parecía. Andrew LaFollet abría camino, la seguían Jared Sutton y Abraham Jackson, este último en sobrepelliz y sotana, y Jamie Candless iba en último lugar como un buen escolta. Todo esto resultaba muy aparatoso, pensaba ella, mientras recordaba la cena con Benjamin Mayhew y su familia. Torcía el gesto al recordar la suerte que había tenido al no contar con seguridad las veinticuatro horas del día. Hace tiempo se dio cuenta de que Dios a veces tenía un extraño sentido del humor.

Candless y LaFollet se quedaron fuera mientras ella y sus otros dos oficiales se quedaban en la cabina. El salón comedor estaba abierto y MacGuiness acababa de poner la mesa.

—¿Está todo listo, Mac? —preguntó ella mientras Sutton y Jackson la seguían a lo largo de la alfombra que conducía a la mesa.

—Cuando quiera, milady —contestó MacGuiness y a continuación sacó la silla alta para Nimitz. El ramafelino dio un salto del hombro de Honor a la silla y ella sonrió a su mayordomo.

—Estoy segura de que el comandante Jackson necesita cambiarse para ponerse algo más, eh, cómodo —dijo ella. El capellán se quitó el sobrepelliz y MacGuiness sacudió la cabeza en gesto de reprobación hacia Honor, mientras él colocaba la prenda blanca inmaculada sobre su brazo de manera muy delicada.

—Eso es todo, Mac —dijo Jackson con una sonrisa y se pasó una mano por la sotana para planchar una arruga.

—Ahora estoy más cómodo, milady —le dijo a Honor—. Al fin y al cabo, he llevado este uniforme durante más de cinco años-T antes de llevar el de la Armada.

—En ese caso, sentémonos caballeros —invitó Honor. Ella tomó el asiento, con Nimitz a su derecha y Sutton a su izquierda. Jackson se situó frente a Honor ocupando el otro extremo de la mesa y MacGuiness comenzó a servir el vino. Era un tinto añejo, un chablis de Wishbone, un pequeño continente al sur de Gryphon, y a Honor le resultaba demasiado dulce. Prefería un rosado o un Borgoña con más cuerpo, pero los suaves vinos del Reino Estelar eran muy populares entre los graysonianos, convirtiéndolo en un aperitivo exquisito.

El mayordomo terminó de servir el vino y se retiró, mientras, Honor observaba como sus invitados lo cataban. Solía invitar a Jackson a comer todos los domingos después de misa y Sutton les acompañaba como parte de su educación profesional. Se había vuelto más seguro y más cómodo que nunca en sus tareas, pero sus habilidades sociales en su papel como teniente de mando aún dejaban mucho que desear.

Tomó un sorbo de su vaso y miró a Jackson.

—Según la opinión de esta infiel, los cantos de hoy han estado magníficos, Abraham. Me ha gustado especialmente el que ha venido a continuación de la segunda lectura.

—Los halagos siempre son bien recibidos, milady —contestó el capellán—, además esa canción es una de mis favoritas.

—Sonaba muy diferente a los otros cantos graysonianos que he oído hasta ahora —dijo Honor.

—Eso se debe a que este es mucho más antiguo que la mayoría de nuestra música sacra, milady. Creo que la versión original fue escrita en el siglo diecinueve… eh, creo que en el tercer siglo Ante Diáspora… en la Antigua Tierra, por un hombre llamado Whiting. Por supuesto, es anterior al viaje espacial. De hecho, es anterior a las naves manuales, y ha sido revisado y adaptado varias veces desde entonces. De todas maneras, pienso que sigue transmitiendo las mismas sensaciones y tiene razón, es una pieza muy bella. Muy apropiada para la marina, creo.

—Estoy de acuerdo. La verdad es que tenemos gustos musicales muy similares. Ojalá no tuviera una voz como la de una alarma de incendios —Jackson levantó la copa en honor a los cumplidos y al comentario irónico sobre la voz de Honor y ella le sonrió, pero su expresión se volvió pensativa.

—Sabe —dijo ella despacio—, me resulta raro tener a un miembro de la Iglesia en una nave de guerra. —Jackson levantó una ceja y ella sacudió la cabeza—. No lo critico, Abraham, tan solo me parece extraño. En las naves de guerra de Mantícora se dan misas y cada capitán intenta ajustar su horario para poder asistir, pero son solamente voluntarias y la gente que las da generalmente tiene otras labores. La RAM no tiene un grupo de capellanes, ¿sabe?

—Bueno, las cosas como son, milady —dijo Jackson después de una pausa—. Un graysoniano vería igual de extraño el que una armada pudiera sobrevivir sin capellanes. Por supuesto, en este caso hemos hecho algunas concesiones, y creo que muy acertadas, desde que comenzamos a trabajar con personal de Mantícora. La asistencia solía ser obligatoria, no opcional, lo cual no tendría mucho sentido dada la situación. Además, incluso cuando todos los miembros de la armada pertenecían a la Iglesia, siempre pensé que reclutar a beatos sin más no es acorde con la voluntad de Dios.

Sutton comenzó a hablar, pero cerró la boca y se recostó en su silla. Honor le miró.

—Sí, ¿Jared? —le invitó ella. El teniente al mando dudo por un momento, se sentía algo incómodo por interrumpir la conversación entre ellos dos, después sonrió acobardado.

—Estaba pensando, milady, que es una pena que no haya más gente que opine igual que el hermano Jackson acerca de los «reclutas beatos». —Fijó su mirada cabizbaja hacia el capellán. Había un aire de disculpa en sus ojos, pero también de odio. Jared Sutton había desarrollado una especial devoción por su almirante y no le gustaba nada aquel Edmond Marchant.

—Si te refieres a lord Burdette, no debes preocuparte por mis sentimientos, Jared. —Jackson sacudió la cabeza nervioso, pero la amargura había ensombrecido su alegre expresión—. No tengo ni idea de cómo va a terminar esto, pero conozco al reverendo Hanks lo suficiente como para saber que está intentando solucionar sus diferencias con Burdette. No fue suficiente con sacar del pulpito a la fuerza a la persona elegida por la Sacristía, sino que además ordenó a la gente a asistir a la misa del bast… —El capellán calló ruborizado. La palabra que la ira casi le obliga a pronunciar no era muy apropiada para un miembro de clero, especialmente en presencia de Honor—. Quiero decir a la misa de Marchant —y finalizó.

—Sí, bueno, nos estamos alejando un poco del tema de conversación. —Honor cambio de tema para evitar hablar de Burdette y la crisis religiosa de Grayson… bueno, quizá crisis no era la palabra adecuada, pero estaba muy bien encaminada y Jackson aceptó hablar de otro tema.

—¿Nos estaba comentando algo sobre servicios oficiales y no oficiales, milady? —preguntó con educación.

—Me refería a que las naves de Mantícora no tienen capellanes. Tenemos tantas religiones y denominaciones que contar con un capellán para cada una de ellas sería imposible por mucho que lo intentáramos. —Ella sonrió—. Recuerdo el primer servicio en un SA, el capitán era católico romano, creo que de la Segunda Reforma, diferente de la denominación de la Antigua Tierra; el oficial de ejecución era judío ortodoxo; el navegador era budista y el oficial de comunicaciones era agnóstico y pertenecía a la Cienciología. Si no recuerdo mal, el oficial de tácticas, mi superior, era mithran y el jefe O’Brien, mi protegido, era un cura shinto. Todo esto, ¡solamente en la cabina de mando! Contábamos con otras seis mil personas más en aquella nave, y solo Dios sabe cuántas religiones había entre nosotros.

—¡Madre de Dios! —murmuró Jackson en una voz que sonaba un tanto cómica—. ¿Cómo os aclarabais?

—Bueno, Mantícora fue fundado por un grupo de seculares, —comentó Honor—, espero que no os toméis esto a mala idea, pero a veces pienso que lo que tiene Grayson es una Iglesia que dio lugar a un Estado de manera accidental. Sé que las cosas han cambiado, especialmente desde la guerra civil, pero la idea de un Estado dominado por la Iglesia habría sido mal recibida por los colonos manticorianos. Tenían demasiada experiencia con estados religiosos en su tierra natal.

Jackson torció levemente la cabeza mientras escuchaba a Honor, después asintió con un gesto de comprensión, pero Sutton la miraba sorprendido.

—Perdone, milady, pero no entiendo —dijo él.

—Lo que la gobernadora está intentando decir, Jared, es… —Jackson comenzó a hablar, luego se interrumpió y sonrió—. Perdone, milady. Creo que está intentando decirnos algo. —Su sonrisa era ahora mucho más pronunciada—. A veces recae en la charla de confirmación.

—No me diga —bromeó Honor. El capellán bajó la cabeza dándose por vencido y se giró hacia Sutton.

—Tanto los habitantes de Grayson como los de Mantícora provenían del hemisferio oeste de la Antigua Tierra, Jared, pero tenían diferentes motivos para abandonar el sistema Solar.

—Los manticorianos querían escapar de un planeta superpoblado. Se sentían agobiados y acorralados así que se dispusieron a buscar otro lugar donde establecerse y comenzar de nuevo, pero fueron muy pocos los que se apuntaron para esta gran aventura ya que se sentían como una minoría perseguida.

—Por otro lado, los colonos de Grayson, eran emigrantes religiosos que se veían a sí mismos claramente como una minoría perseguida. Así que mientras los manticorianos provenían de entornos religiosos muy diferentes de la Antigua Tierra, tus antecesores conocieron una sola religión. Esto fue lo que pareció apartarles del resto de la civilización, lo que dio lugar a la formación de un Estado unitario y teocrático.

—Ya veo, milady, pero… ¿qué quiso decir con que los mantis tienen «experiencia con estados religiosos»?

—Dos tercios de los colonos de Mantícora provenían de Europa, la cual tenía un gran bagaje de violencia sectaria y conflictos religiosos durante el siglo seis ante diáspora. Muchas naciones se enfrentaron debido a diferencias religiosas, como lo que sucedió aquí durante la guerra civil. Los colonos no querían que esto volviera a suceder, así que adoptaron las tradiciones de aquellos que provenían de Norteamérica, donde la separación entre Iglesia y Estado era una ley fundamental. En el Reino Estelar, el Estado no debe interferir en los asuntos religiosos y viceversa.

—Lady Harrington tiene razón —dijo el capellán con delicadeza—. Y dada la gran diversidad religiosa del Reino Estelar, sus fundadores fueron lo suficientemente inteligentes como para convertir este hecho en uno de sus fundamentos —sonrió entristecido—. Cualquiera que sepa algo de historia acaba dándose cuenta de la misma cruel realidad, Jared. Durante mucho tiempo el hombre ha intentado con todas sus fuerzas acabar con sus semejantes en nombre de Dios. Mira nuestra guerra civil, o a esos lunáticos de Masada. —Suspiró—. Sé que Él nos ama, pero estoy seguro de que le hemos decepcionado en muchas ocasiones.

* * *

Los soportes primarios estaban listos y Adam Gerrick se colocó sobre el andamiaje, el cual coronaba lo que sería el acceso a la cúpula número uno y pudo ver cómo los gigantescos y brillantes paneles de cristoplast iban encajando cada uno en su lugar. El cristoplast era de apenas tres milímetros de espesor, mucho más ligero que el cristal. El panel más pequeño tenía más de seis metros de lado y a pesar de que la gravedad en Grayson era menor que la del planeta de donde provenía lady Harrington, era un diecisiete por ciento más alto que en la Antigua Tierra. Cuatro años atrás, estos paneles habrían necesitado de fuerza humana y de grandes grúas para montar estas estructuras. Hoy en día se hacía uso de la contragravedad para colocar los finos y brillantes paneles con mucho cuidado, y Gerrick se sentía orgulloso de seguir apreciando aquella maravilla.

Regresó a su sitio para poder divisar toda la obra. Este era uno de los trabajos más pequeños, lord Mueller había decidido que necesitaba un proyecto piloto antes de comenzar con el proyecto a escala real. Sin embargo, había escogido un jugar perfecto para colocarlo. Cuando el proyecto estuviera listo, esta cúpula protegería la Escuela Winston Mueller de Educación Secundaria, situada en lo alto de un monte con vistas a las Lágrimas de Dios, una cadena de lagos de gran belleza situados en el continente de Idaho. El edificio de la escuela se encontraba en su interior, y al coronar el monte con aquella radiante cúpula, podrían plantar césped de la Antigua Tierra a lo largo de las laderas y —Gerrick sonreía— lady Harrington había donado una de sus «piscinas». El director del colegio le había mostrado su agradecimiento, aunque aquel pobre hombre aun parecía algo confuso con todo aquello.

A pesar de ser un pequeño proyecto, era sin duda uno de los más satisfactorios que Cúpulas Celestes había llevado a cabo. Especialmente para él. El concepto de la cúpula había sido idea suya, pero al principio tan solo había pensado en ello como un desafío fascinante para adaptar la tecnología de Mantícora a las necesidades de Grayson, sin considerar sus implicaciones. Ahora que se había convertido en una realidad, sentía una profunda felicidad, una sensación de satisfacción por superar el desafío y por haber conseguido su sueño, sabiendo que podría convertir su mundo en un lugar mejor que el que conoció, y solo los ingenieros más afortunados eran capaces de saborear esta victoria.

Debía admitir, pensaba con una amplia sonrisa, que además estaba a punto de convertirse en uno de los hombres más ricos en la historia de Grayson.

Se giró hacia la zona Este para observar como la primera sección colocaba el primer piso de la estructura. La cúpula parecía algo torcida y peligrosamente desequilibrada con aquel panel apoyado sobre el centro del colegio, pero Gerrick sabía ver con ojos de ingeniero. Había comprobado personalmente cada milímetro y cada cálculo, y había diseñado un margen de seguridad de más de un cinco por ciento en la estructura de apoyo.

Los trabajadores cerraron el panel con un compuesto que lo adhería de manera instantánea y él se trasladó a la zona oeste de la cúpula. A pesar del factor de seguridad, querían completar el tejado de la cúpula rápidamente para equilibrar la estructura y a Gerrick le pareció buena idea. Los ingenieros confiaban verdaderamente en sus cálculos y no querían exponerlo demasiado al demonio Murphy.

Gerrick sonrió ante tal pensamiento y miró hacia abajo al escuchar la voz de un niño en la obra. Un grupo de niños —estudiantes de la escuela— habían pedido permiso para ver cómo iba la construcción de la cúpula principal, y sus profesores, después de hablar con los supervisores de la obra, habían organizado una excursión para asistir al evento. Sin duda, los empleados de Cúpulas Celestes les habían advertido del peligro que representaban las máquinas de construcción, y los niños de Grayson habían aprendido a tomarse las advertencias de los adultos muy en serio. Estaban situados en el lado este, y no iban a acercarse más, pero no podían ocultar su entusiasmo. Se podía palpar la excitación mientras veían como los paneles se movían gracias a la contragravedad como una especie de vainas gigantes una frente a la otra, y él sonrió. Había hablado con alguno de esos jóvenes esa misma mañana, y había dos o tres que tenían madera de ingenieros.

Sus ojos observaron como el muro transparente se colocaba sobre los niños… esto hizo que él fuera testigo de lo que ocurrió.

Comenzó muy lentamente, como la mayoría de las catástrofes. El primer movimiento fue minúsculo, tan pequeño que él pensó que lo había imaginado, pero no era cierto. Uno de los primeros muros de carga —sujeto a unas vigas de acero de una magnitud mayor que la del titanio, colocadas en un agujero de catorce metros bajo tierra y cerrado por más de cien toneladas de ceramacrete— se balanceó como las ramas de un árbol por efecto del viento. Pero aquel muro era fuerte. Se trataba de la pieza fundamental de la que dependía toda la estructura, y continuaba girando mientras Gerrick la observaba, girando sobre su base, como si la pieza se hubiera colocado sobre la arena y no se hubiera cerrado correctamente sobre el mineral de construcción más duro conocido hasta entonces. No podía suceder. Era muy poco probable, era imposible, y Gerrick lo sabía, porque él mismo lo había diseñado… pero estaba ocurriendo.

Sus ojos se clavaron en el apoyo, que era la parte de la estructura que soportaba todo el peso de la cúpula. Para alguien que desconocía la estructura, habría sido muy difícil saber a dónde mirar, pero para Gerrick era obvio ya que se había pasado horas trabajando sobre aquellos esquemas esa misma mañana, y el corazón se le subió a la garganta al comprobar que… ¡se estaba desplazando!

La observó por un instante, su mente vaticinaba ya la catástrofe. Fue un momento, no más de cuatro segundos, quizá cinco, pero no más de seis. Aquel silencio previo marcará a Adam Gerrick de por vida. Pasara lo que pasara. Lo sabía, no lo pensaba, sino que estaba seguro de ello. Había demasiada masa en movimiento. Nadie podría parar aquella cadena de sucesos encadenados, y nada que él hiciera o dejara de hacer evitaría tal accidente. Sin embargo, Gerrick nunca se perdonaría por haberse quedado estático ante el peligro.

Un suave y casi inaudible crujido comenzó a escucharse desde los muros de apoyo y uno de los paneles de cristoplast se desprendió. La enorme pieza comenzó a desprenderse lentamente de los apoyos de antigravedad y se precipitó hacia abajo como si de una guillotina gigantesca se tratara. Adam Gerrick comenzó a correr.

Se subió al andamiaje, advirtiendo a gritos y dirigiéndose hacia el lugar del suceso. Era una locura —una carrera que fácilmente podría acabar con su vida si conseguía llegar—, pero no pensaba en ello. Solo podía pensar en todos aquellos niños, situados donde se suponía era el lugar más seguro de toda la obra… debajo de aquellos apoyos que no paraban de crujir y desplazarse lentamente.

Quizá, se dijo a sí mismo más tarde, si hubiera reaccionado con más rapidez, habría empezado a correr antes y si hubiera gritado más fuerte, quizá alguien le habría oído. El ingeniero que había en él, la parte de su cerebro que controlaba los números y los factores y vectores de carga no podía creer lo que estaba ocurriendo, pero Gerrick como padre que era de dos hijos nunca podría perdonarse a sí mismo por no haber podido hacer nada por evitar la catástrofe.

Pudo ver como uno de los niños se giró y le miró. Era una niña, no tenía más de once años, y Adam Gerrick la vio sonreír, ajena a lo que estaba ocurriendo. Vio como le saludaba, alegre e ilusionada…, y, acto seguido, vio como ochenta mil toneladas de acero y cristoplast se estrellaban contra el suelo, grabando en su mente aquella sonrisa para siempre.