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—¿Que ha hecho qué?

—Ha sentenciado al hermano Jouet a arresto domiciliario y ha devuelto a Marchant al púlpito de la catedral de Burdette, excelencia —repitió lord Prestwick.

—¡Arresto domic…! —Benjamín Mayhew trató de asimilar aquellas palabras antes de repetirlas de nuevo ante el canciller como un idiota. La insolencia de Burdette le había dejado petrificado, y su mirada se volvió dura y agresiva—. ¿Deduzco que hizo uso de sus propios guardaespaldas para ello?

—Sí, excelencia —Prestwick se limitaba tan solo a contestar, cosa que le resultaba muy difícil. La voz de Benjamín se correspondía con su mirada, y su frío timbre de voz le recordó al canciller que la dinastía de los Mayhew había reinado durante casi mil años-T. No todos habían sido agradables… debido a los protectores a los que se había tenido que enfrentar.

—Ya veo. —La tensión en el tono de Benjamín se podía incluso palpar en el ambiente—. ¿Y se puede saber cómo ha justificado sus acciones?

—Como usted sabe —dijo Prestwick con precaución—, siempre ha mantenido que la Sacristía se equivocó al instigar la expulsión de Marchant. Ahora ha ratificado su postura basándose en que, dejando a un lado la rectitud de la decisión de la Sacristía, usted no contaba con la autoridad legal para implementarla.

—¿Sí? —aquella sola palabra indicaba que requería una explicación, y Prestwick suspiró.

—Básicamente, ha declarado su decisión de inconstitucional, excelencia, lo cual es preocupante. Sé que las Cortes no están de acuerdo, pero a pesar de que los gobernadores no se han manifestado al respecto, nunca la han aceptado de manera formal. Si los reaccionarios hacen uso de sus armas religiosas para provocarle, pueden incluso discutirle si todas las acciones que usted ha tomado desde que retomó el poder han sido o no ilegales.

Mayhew apretó los dientes con fuerza y el aspecto frío de sus ojos se volvió fuego, pero a Prestwick le disgustaba mucho hablar del tema y no le apetecía tomarla con el canciller. Además, la actitud de Burdette colocaba a Prestwick en una posición muy desagradable.

—Por favor siéntate, Henry —se forzó a decir con tranquilidad e incluso sonrió un poco mientras Prestwick se sentaba en el cómodo sillón frente a su escritorio. El canciller era un buen hombre, pensó, pero se encontraba ante una difícil situación. Había heredado el destacamento de Prestwick de su sobrino hacía dos años, y aquel hecho tan inesperado le había hecho miembro del cónclave y al mismo tiempo canciller, ambas figuras rendían lealtad a la nueva situación política de Grayson. Siempre le incomodaba tratar a los otros gobernadores como colegas, e incluso en ocasiones parecía no acordarse de que era la cabeza reinante del primer ministro del Estado, cuya función era establecer la ley en vez de aceptar las pautas de los gobernadores. Es posible que fuera algo exigente en algunos detalles protocolarios, pero era formal, fiable y sobre todo un hombre de principios. Muchos en su situación habrían abandonado para evitar servir al hombre que le había sustraído el mando de su gobierno bajo la denominada Restauración Mayhew, sobre todo cuando tuvo que continuar compaginando los títulos de canciller y gobernador complicando aún más su existencia. Pero Prestwick no lo había hecho y se había convertido en una figura muy valiosa a lo largo de estos cuatro años.

—Dime Henry. ¿Cuál es tu opinión sobre el tema? —preguntó Benjamin de forma más natural y Prestwick se encogió de hombros.

—Creo que se basan en criterios legales muy precarios, excelencia.

—¿Cómo de precarios? —dijo Mayhew.

—Muy precarios —respondió Prestwick con una pequeña sonrisa—. Excelencia, si mis antecesores y yo pretendíamos establecer el control ministerial permanente del gobierno, hemos cometido un grave error, tal y como nos ha recordado la Corte, al no modificar la Constitución —su sonrisa era ahora más amplia y Benjamin se la devolvió, pero Prestwick se acercó a él con un aire más serio.

»El problema, excelencia, es que durante más de cien años, el protector solía simbolizar una garantía de continuidad y la tarea de gobernar era cosa del Consejo, mientras la Constitución exponía que él era la cabeza del Gobierno, no solo del Estado. —Se encogió de hombros—. Cuando reconfirmó su autoridad, violó claramente este precedente, pero la Constitución, sobre la cual juran obediencia todos los gobernadores de Grayson, le daba pleno derecho de hacerlo. Simplemente nunca contamos con que lo haría.

—¿Y crees que fue una buena idea? —Benjamin nunca había hecho esta pregunta hasta ahora, al menos con esas palabras, y Prestwick hizo una pausa—. Bien…

—Sí, excelencia, lo creo —contesto él.

—¿Por qué? —preguntó Benjamin.

—Porque estaba en lo cierto: necesitamos un Ejecutivo más fuerte. —El canciller apartó la mirada y miró por la ventana de la oficina mientras continuara—. Apoyé su posición del tratado con Mantícora incluso antes que usted, reclamé su autoridad porque sabía que necesitábamos contar con ventajas industriales y económicas, y para qué decir las militares. Pero a pesar de ello, por aquel entonces desconocía la manera en que los gobernadores dominaban el Consejo. Debí saberlo, ya que yo era parte del sistema, pero estaba demasiado ocupado con el día a día para ver más allá. Y por ello no me daba cuenta del peligro que corríamos.

Benjamin suspiró aliviado y el canciller sonrió de nuevo. La verdad, la cual ambos empezaban a vislumbrar, era que los gobernadores de Grayson se estaban acercando a un terreno peligroso a lo largo del último siglo y medio: una autonomía autocrática. No se trataba de algo obvio, ya que el proceso había sido muy gradual, pero estos grandes loores feudales se habían encaminado muy lentamente y de forma inevitable hacia la autocracia.

Era comprensible, si teníamos en cuenta la historia de Grayson, ya que la lucha entre la Espada y la Llave había sido siempre dura y amarga, y los gobernadores gozaban de varias ventajas. Desde el principio de las colonias, los gobernadores habían conducido al hombre en la lucha por la supervivencia. Alguien tenía que tomar las decisiones difíciles, para determinar quienes debían ser sacrificados para que otros sobrevivieran, y ese alguien era el gobernador. Incluso hoy en día, el decreto de un gobernador tiene vigor dentro de su propio destacamento, siempre y cuando no entre en conflicto con la Constitución. Hace un tiempo sucedió lo que los historiadores de Grayson denominaron la Era de las Cinco Llaves, durante la cual no existía la Constitución. Cuando los gobernadores, dominados por los lores de los cinco destacamentos originales: Mayhew, Burdette, Mackenzie, Yakanov y Bancroft gobernaban como reinos independientes bajo el mismo nombre. Pero su poder solo era supervisado por la Iglesia y el protector era tratado como un igual, sin ni siquiera una armada bajo su mando. Al ser gobernador Mayhew, además de protector (un cargo que raramente le correspondía a un gobernador), entonces podría utilizar la Guardia de Mayhew, pero esa era toda la fuerza militar a la que podía aspirar el protector más poderoso, la cual no era suficiente para desafiar al grupo de gobernadores.

Se decretó que el protector debía de ser un Mayhew, ya que al fin y al cabo Oliver Mayhew había evitado la destrucción de la colonia original. Durante cuatro siglos, el protector siempre había sido elegido de entre todos los hombres adultos en el cónclave de gobernadores, y siempre se habían decantado por el más débil. Querían a un protector incapaz de desafiar su autoridad, y si accidentalmente eligieran a alguien que fuera demasiado fuerte y decidido, siempre había maneras de cambiar la situación. Benjamin II, Oliver IV y Bernard III murieron asesinados y Ciro el Débil había sido encarcelado por una alianza de gobernadores. Todo protector era consciente de que solo podría reinar si los portadores de las llaves lo permitían, y después de cuatrocientos años-T, y la sangrienta carnicería que fue la guerra civil de Grayson, llegó el momento del cambio. Los portadores de las llaves habían sido aniquilados durante la primera hora de la guerra civil. Cincuenta y tres de los cincuenta y seis gobernadores de Grayson, junto con sus herederos, se reunieron para el cónclave, dirigido por el protector John II bajo la petición de Jeremías Bancroft. Había habido una gran conmoción cuando el gobernador Bancroft informó a todo el mundo de que él y sus dos compañeros llegarían tarde, pero nadie conocía el motivo de su retraso. La gente conocía a Bancroft por su espíritu de fanatismo, pero nadie habría adivinado que en verdad era un traidor y por este motivo todos ellos murieron cuando los guardaespaldas de los fieles abandonaron la cámara. De todos los gobernadores de Grayson, solo Bancroft, Oswald y Simonds, los líderes de los Fieles, habían sobrevivido, y ya no quedaba nadie que se interpusiera entre ellos. Nadie salvo Benjamin, el hijo del protector.

Los guardaespaldas de Mayhew estaba sorprendidos, pero de alguna manera, a día de hoy todos lo desconocen, muchos de ellos se habían librado del hijo de John. La introducción fue breve, fuera como fuese, pero los guardaespaldas de John habían muerto por un hombre, con el protector a la cabeza, para cubrir la huida de Benjamin IV de los asesinos de los cincuenta y tres y sus herederos.

Pero ahora solo era un fugitivo, y el destacamento de Mayhew era el primero que los fieles habían ocupado. Tan solo tenía diecisiete años, un niño que ni siquiera contaba con un solo guardaespaldas y los fieles le habían expulsado por considerarlo una amenaza… pero la historia de Grayson hizo que este niño de diecisiete años fuera para siempre conocido como Benjamin el Grande. Se fue al destacamento Mackenzie y de alguna manera acabó con los vestigios de la Guardia de los otros gobernadores. Los fieles controlaban más de dos tercios del planeta, pero él consiguió reunir un ejército de hombres que no respondían ante ningún líder. Era su ejército, y le habría seguido hasta las entrañas del infierno si hiciera falta, y después de catorce años de duras guerras, él y su ejército recuperaron el planeta de forma gradual hasta que consiguieron que los Fieles se vinieran abajo y se exiliaran a Masada.

Fue un éxito increíble y la Constitución escrita que surgió de los horrores de la guerra reconoce la deuda que tiene Grayson con el hombre que logró su creación. Concentró en uno los destacamentos confiscados de Bancroft, Oswald y Simonds, bajo las normas del protector (no del gobernador de Mayhew), convirtió su título en hereditario, restringió el número de los guardaespaldas de los gobernadores y creó un ejército planetario permanente bajo su control.

Benjamin IV juró sobre la tumba de su padre honrar su investidura oficial como protector hasta que los Fieles fueran derrotados y, como todas las promesas que había hecho, la mantuvo. Pero cuando por fin fue proclamado protector, no fue por aprobación del cónclave, sino por la Gracia de Dios, y en su investidura le concedió la Llave de Mayhew a su hijo mayor y eligió un nuevo símbolo para designarlo. La Llave siempre había simbolizado la autoridad del gobernador y el hecho de que el protector la llevara tan solo enfatizaba la situación de igualdad con respecto a sus compañeros. Pero la situación del protector había cambiado, y por eso todo el mundo supo el significado de Benjamin IV cuando sustituyó la Llave por la Espada.

Sin embargo, aquello había sucedido hacia seiscientos años-T, y los gobernadores habían sido humillados, pero no destruidos. No todos los protectores habían estado a la altura de Benjamin el Grande, y con el nacimiento de Benjamin IX, los gobernadores, a través del Consejo, habían reafirmado su control sobre Grayson.

Durante sus años en el Campus Bogotá de Universidad de Harvard, Benjamin recordaba haber leído acerca del parlamento del antiguo Reino de Polonia donde cada barón contaba con un escaño y las decisiones tenían que ser unánimes, con un predecible resultado: nadie lograba tomar decisiones. La situación de Grayson no era tan desastrosa, pero poco le faltaba ya que las decisiones de los miembros del Consejo del protector debían ser aprobadas por el cónclave de gobernadores. Aquel antiguo derecho era recogido por la Constitución y con el tiempo un sinnúmero de débiles protectores habían permitido que los gobernadores asumieran el control sobre los miembros del Consejo. Los grandes gobernadores del momento, gente como Burdette, Mueller, Mackenzie y Garth, se habían dividido el Consejo entre ellos convirtiendo a los ministerios en feudos conquistados. Cada uno de ellos, junto con un grupo de aliados, había controlado el nombramiento de Consejero encargado de su ministerio, y estos ministros, cada uno responsable de su grupo de gobernadores, controlaba el nombramiento de los hombres que trabajaban en los ministerios. Se trataba de una simple progresión, para decidir quién controlaba los cargos de cada estrato del gobierno y su burocracia, la cual se había extendido insidiosamente, hasta que el protector acabó controlando solo su propia casa. Al igual que durante la Era de las Cinco Llaves, eran los gobernadores los que formulaban las leyes de la política interior, y estas habían sido concebidas para preservar su propia autonomía. En cuanto a política exterior, no existía ninguna ley al respecto —además de la ya tradicional enemistad con Masada—, ya que nadie se había interesado por ello hasta la confrontación entre Mantícora y Haven comenzó a darle una importancia estratégica crucial.

Pero los gobernadores no habían enmendado la Constitución… y tampoco habían reconocido el prestigio que representaba el nombre de Mayhew entre la población. Cuando el Consejo se vio paralizado debido al intento de Haven de conquistar la Estrella de Yeltsin gracias a los de Masada, fue un Mayhew el que dio con la solución. Además, aquel acto había hecho a Benjamin, el protector de Grayson, el hombre que es hoy.

La Espada había recuperado su fuerza, y legalmente no había nada que los portadores de las llaves pudieran hacer al respecto. Hubo una vez en que la Iglesia de Grayson y la ley iban a la par, con la Sacristía como las Altas Cortes Planetarias. Pero la carnicería que produjo la Constitución había enseñado a la Iglesia una dolorosa lección sobre las consecuencias de la interferencia de la Iglesia en asuntos seculares. La ley de Grayson aún estaba consagrada a los principios teocráticos, pero desde hacía seis siglos a la Iglesia no se le permitía actuar de juez. Como resultado, un elemento propiamente secular había acaparado la ley, aunque la Iglesia aún preparaba a los juristas del planeta. Asimismo, retenían el derecho a aprobar actos en la Corte, lo cual, entre otras cosas, ejercía un poder judicial en asuntos relacionados con la Constitución.

Aquel derecho de aprobación había sido crítico de cara a los eventos de hacía cuatro años, ya que Julius Hanks había sido la fuerza que guiaba a la Sacristía —primero, como segundo anciano y después como reverendo y primer anciano— a lo largo de las tres últimas décadas, y la arrogancia con la que actuaban los gobernadores le preocupaba. Sus opciones estaban muy limitadas, pero había hecho buen uso de sus posibilidades, y los jueces de la Corte que ejercían bajo su mando eran puros construccionalistas. Los gobernadores no lo tenían en cuenta. Quizá no habían considerado las consecuencias… hasta la Restauración de Mayhew, cuando la Corte decidió que la Constitución, no el precedente que la había incumplido durante más de cien años, era la ley de Grayson.

Esta situación había bloqueado la oposición legal de los gobernadores, y aunque muchos lo estaban deseando, nadie se atrevía a hacer uso de medidas no legales. El protector contaba con el apoyo total de la Marina y la Armada de Grayson, las cuales eran más poderosas que nunca, incluso que en tiempos de Benjamin el Grande. Apreciaba el apoyo de los destacamentos comunes de Grayson, y el cónclave de gobernadores —después de un siglo en el que su poder se había visto supeditado al de la Espada— había redescubierto su equidad legal con los portadores de la llave. También disfrutaban del apoyo del reverendo Hanks y la Iglesia de la Humanidad Libre, lo cual les daba la licencia de imprimátur. Poderoso como cualquier gobernador dentro de su propio destacamento, la autoridad central de Grayson dependía de Benjamin Mayhew, y él no tenía intención de rendirse hasta que consiguiera sacar a su planeta de regreso al presente.

Desafortunadamente, lord Burdette sabía muy bien cuál era la situación. Y si esta era su oportunidad para acabar con la Restauración de Mayhew, era más peligroso de lo que parecía a simple vista. Al fin y al cabo la Corte había sido aprobada no por la Convocatoria General de la Iglesia, sino por la Sacristía, que era con quien Burdette había elegido su afrenta. Si pudiera convencer a suficientes personas en la Sacristía de que se habían equivocado con Marchant, la decisión de la Corte a favor de Benjamin podía llegar a ser sospechosa. Y si eso sucedía…

A pesar de las palabras de ánimo que le dedicó a lady Harrington, Benjamin Mayhew sabía muy bien cuál era el juego que le tocaba jugar. La mayoría de los graysonianos estaban preparados para seguirle donde fuera, pero si tropezaba, si el destino al que les conducía explotaba en sus narices o si un gran número de aquellos que temían al cambio se oponían, entonces todo cambiaría. En última instancia, su autoridad se basaba en que aquellos a los que gobernaba decidían si estaba o no capacitado para ello, e incluso si él creía en su capacidad para dirigir, no tenía ninguna intención de hacer uso del poder militar para cambiar las tornas a su favor. Y ello mismo, junto con todo el fanatismo que le rodeaba, hacía de Burdette una terrible amenaza. El gobernador hablaba en representación de una gran minoría que temía al cambio y al hablar de esta oposición en términos religiosos, rogaba a Dios. Los graysonianos creían que cada hombre debía enfrentarse a su propio destino, según la voluntad que Dios le había encomendado, costara lo que costara, le otorgaban total legitimidad y si decidía hacer uso de otra arma, su lucha sería aun más sonada de cara a personajes públicos como lord Mueller. Tanto si actuaban de acuerdo a sus convicciones religiosas o llevados por un cínico intento por recuperar el poder que habían perdido, una oposición organizada por los gobernadores, especialmente esta que, al fin y al cabo, era legítima, era sin duda un adversario muy arriesgado.

Sin embargo, Benjamin tenía varias cartas bajo la manga. La amenaza de Masada ya había terminado, después de media docena de guerras (que solo podían considerarse «menores» basándose en los estándares de grandes naciones) a lo largo de más de dos siglos. A pesar de las tensiones sociales ocasionadas por las reformas y la guerra contra los repos, la economía de Grayson estaba más consolidada que nunca y mejoraba cada semana. Mejor aún, la medicina moderna —quizá menos llamativa que la pomposa maquinaria de los avances tecnológicos— había llegado a Grayson, y la gente que vivía en la actualidad, como su hermano Michael y sus hijas, lo haría durante dos o incluso tres siglos. Benjamin IX tenía menos de cuarenta, pero con todo, era demasiado mayor para que las intervenciones de prolongación fueran efectivas, pero a pesar de sus lamentos, debía aceptar que no viviría para ver los resultados de sus reformas. Pero su hermano y sus hijos si lo harían, y las implicaciones eran asombrosas.

Todo aquello era fruto del sistema político creado por Benjamin, y la gente de Grayson lo sabía muy bien. Además, sabían que les había tocado vivir tiempos tumultuosos de temor e inestabilidad y, como dicen los graysonianos, confiaban en la Iglesia y en la dinastía de Mayhew para su protección. Si lord Burdette decidía ignorar estos hechos, pensaba Benjamin, las consecuencias de cara a su posición serían considerables.

Pero por ahora…

—De acuerdo, Henry. ¿Lo que ocurre es que Burdette insinúa que mi «usurpación» de poder justifica el que haya vuelto a todo su destacamento en contra de la Sacristía?

—Sí, excelencia.

—Y basándose en esto, ¿hizo uso de sus propios guardaespaldas para arrestar al hermano Jouet? —Prestwick asintió y Benjamin resopló indignado—. Supongo que lo que no ha mencionado es que yo, usurpador o no, fui el que emití la orden para expulsar a Marchant después de que la Sacristía me lo solicitara, ¿verdad?

—Lo cierto es que sí, excelencia —Mayhew levantó una ceja y Prestwick levantó la mano, con la palma hacia arriba.

—Como le he dicho, insiste en que la Sacristía cometió un error. De hecho, ha llegado más allá en sus declaraciones. Insinúa que el apoyo de la Sacristía en relación a los cambios heréticos que envenenan nuestra fe y nuestra sociedad le priva de su derecho a enjuiciar a un auténtico siervo de Dios por denunciar la perversión adultera de una extranjera de la dignidad que supone portar la Llave del gobernador —el canciller hizo una mueca—. Lo siento, excelencia, pero esas fueron sus palabras exactas.

—Ya veo —Benjamin miraba al infinito mientras pensaba en todo aquello. La nueva retórica correspondía perfectamente con las sospechas que guardaba Benjamin sobre lo que él pretendía, pero la rapidez con la que el gobernador estaba moviendo ficha ponía en peligro su estrategia.

—Supongo —dijo el protector después de unos segundos de silencio—, que es consciente de que el reverendo Hanks me apoya de todas formas, así que quizá quiera intentar matar dos pájaros de un tiro. Pero incluso aquellos gobernadores a los que les gustaría verme fuera de juego van a negarse a plantarle cara a la Sacristía, lo que significa que ha dividido a nuestros enemigos potenciales.

—Bien, así es, excelencia, pero también es posible que haya dividido a aquellos que os apoyan. Como usted demostró hace cuatro años, la lealtad hacia el nombre de Mayhew ha tenido mucha importancia entre nuestros habitantes más tradicionales y conservadores. Esto significa que aquellos que le apoyen pueden dudar si deben o no estar de acuerdo con las reformas que usted ha iniciado.

—Bueno. —Benjamin tiró de su silla hacia atrás. Para alguien que está demasiado acostumbrado a preocuparse por los pequeños detalles, Prestwick había desarrollado una habilidad impresionante para comprender la situación—. Sigo pensando que le hará más daño a él que a nosotros —dijo después de una pausa—. Para poder utilizar el tema de la religión a nuestro favor, debe de convencer a la gente de que la Sacristía ha «traicionado» su fe. Generará una especie de grupo de oposición contra el reverendo Hanks en cuestión de días, pero hasta que llegue ese momento, él y sus amiguitos deberán tener cuidado de no parecer más unidos de la cuenta. Si salen a la luz demasiado pronto y me dan la oportunidad de atacarles como grupo, con la Iglesia de mi parte, les haré desaparecer antes de que se den cuenta.

—Hasta ahora han sido muy precavidos con ese tema, excelencia —destacó Prestwick—, y la manera en la que están usando a Burdette me preocupa. Ese hombre se parece mucho a uno de los antiguos fieles, pero tiene una reputación intachable de humanidad. Si le perjudica a él, quizá se concentre en los aspectos religiosos, ¡y solo Dios sabe en qué puede terminar esto!

—Es cierto —Benjamin golpeó el escritorio con sus nudillos, después miró hacia arriba bruscamente—. ¿Ha hecho algo más después de reemplazar al hermano Jouet por Marchant?

—Aún no. Claramente, se ha pasado de la raya al arrestar al hermano Jouet, pero tan solo dio la orden cuando este se negó a abandonar la catedral, y todas mis fuentes me han informado de que los guardaespaldas de Burdette le trataron con mucho respeto. Hasta ahora, lord Burdette está basando esta afrenta en su fe personal, y a pesar de las acusaciones contra usted por ejercer el poder de forma ilegal, ha sido muy cuidadoso al no molestar a ningún secular de la Espada dentro del destacamento de Burdette.

—Vaya —dijo Benjamin. Su táctica era mejor de lo que esperaba. De hecho, era lo suficientemente buena como para preguntarse si habría alguien más detrás de todo esto. Pero fuera quien fuera, las acciones de Burdette indicaban que le tocaba a él mover ficha. Podía, y no hay duda de que debía, imponer la autoridad de la religión de la Espada como la guardiana de la Iglesia para invertir las acciones de Burdette. Pero si lo hiciera, se arriesgaba a intensificar el conflicto, sobre todo si Burdette estaba dispuesto a ofrecer resistencia. La imagen de un hombre enfrentándose a su destino, oponiéndose a la supresión de su fe personal, era un hecho muy trascendente en Grayson. Si Benjamin usaba todo el peso de su Espada sobre un solo gobernador, este desequilibrio podría convertir a Burdette en una especie de héroe… y si algunos de los otros gobernadores se agrupaban en su contra, colaborarían para defender a Burdette en defensa de la autoridad tradicional de la figura del gobernador dentro de su propio destacamento. Pero si no actuaba, entonces Burdette y sus secuaces habían ganado la primera fase de la batalla, lo cual aumentaría su prestigio para la siguiente.

—De acuerdo, Henry. Estoy de acuerdo en que debemos movernos con cuidado. Si por el momento se está limitando solamente a una confrontación puramente religiosa, entonces el reverendo Hanks y la Sacristía se convierten en nuestra arma más poderosa.

—Sí excelencia.

—De acuerdo —repitió Benjamin—. En ese caso, pídale al reverendo que se acerque al palacio del protector tan pronto como le sea posible. Después elabora un comunicado condenando las acciones de Burdette al asediar a la madre Iglesia. Necesito algo que critique su comportamiento, pero sin atacarle abiertamente. Algo que haga hincapié en nuestro sentido de la moderación y que lamente su error y su imprudencia, pero sin lanzarle ningún palo al que se pueda agarrar. Nuestra oposición se basará en el hecho de que ha hecho algo mal, pero indicando que la fe es demasiado importante como para utilizarla como pretexto para confrontaciones seculares. Si el reverendo Hanks está de acuerdo, quizá debamos organizar una convocatoria general para que toda la Iglesia condene sus actos, para convertir a Burdette en una figura en contra de todo el cuerpo de la Iglesia, no solo de la Sacristía.

—Me parece algo arriesgado, excelencia —asintió Prestwick preocupado—. Los ancianos de la Sacristía son un grupo muy unido; no estoy seguro de que una convocatoria general sea una buena idea, y si una considerable minoría apoyara a Marchant, esto reforzaría la estrategia de Burdette.

—El reverendo Hanks será nuestro mejor juez —contestó Benjamin—, pero, por el momento, creo que el odio con el cual el hermano Marchant —y en consecuencia el mismo Burdette— ha atacado a lady Harrington, actuará en nuestro favor. Burdette la ha colocado en el centro de atención para basar su oposición al cambio, pero ella sigue siendo muy popular. Dadas las circunstancias, creo que lo que debemos hacer es utilizar esa popularidad a nuestro favor.

—¿Utilizarla, excelencia?

—Por supuesto. Es una heroína militar y dado que su destacamento está consiguiendo grandes logros, especialmente con las Cúpulas Celestes y su impacto en todo el planeta, estamos ante el mejor testimonio posible de cara a plasmar las consecuencias positivas de la Alianza y las reformas. Además, Marchant y Burdette cometieron un terrible error al atacarla. No solo se atrevieron a asediar a una gobernadora en público, acto que utilizaremos contra los aliados de Burdette, si es que tiene algunos, y contra el resto, sino que además han insultado a una mujer. Esto creará un serio problema para los tradicionalistas en relación a los cambios sociales, con todo lo que los odian. —El protector sonrió fríamente—. Si Burdette quiere arremeter contra lady Harrington para ganar apoyo, entonces hagamos que su propia táctica le explote en sus narices.

* * *

Samuel M. Harding era nuevo en su trabajo, pero no era el único. A lo largo de los últimos tres meses, mientras recibía órdenes de trabajo de otros destacamentos, Cúpulas Celestes de Grayson S. A., había cuadriplicado su volumen de trabajo. La compañía se había visto obligada a contratar a más gente con unos salarios increíbles para formar a los empleados sobre el equipamiento necesario, y aquello les dejaba muy poco tiempo para relacionarse con sus nuevos empleados.

Afortunadamente, el trabajo de Harding no era demasiado complicado, ya que su maquinaria construida en Mantícora resultaba muy sencilla de manejar. El software fue diseñado para proporcionar un control rápido y positivo, con dispositivos de seguridad muy sencillos para su fácil manejo, y Harding era un alumno muy aventajado. Había necesitado menos de dos semanas para aprender cuáles eran sus nuevas responsabilidades y había pasado el examen final que le permitía manejar la maquinaria por sí solo justo a tiempo para dirigir el último proyecto del equipo de Cúpulas Celestes.

Ahora estaba sentado en su cómoda silla de control, supervisando la operación que estaba realizando su máquina de doscientos cincuenta mil austins y observaba de lejos como las cabezas cortantes de aleación y refractarias de la perforadora número cuatro, penetraba en los cimientos como si fuera mantequilla. El ruido era ensordecedor —lo sabía porque parte de su trabajo de entrenamiento había incluido una observación directa en el sitio, aunque su puesto de trabajo actual se encontraba a unos tres kilómetros del lugar de la obra— y observaba impávido el visualizador que estaba a su lado. La perforadora taladraba un agujero de un metro de ancho a casi diez centímetros por minuto, y en ese momento había aminorado la velocidad al sesenta por ciento al alcanzar roca sólida.

Era realmente un aparato magnífico, pensaba, fijando la vista en la nube de polvo, los escombros salían despedidos por el tubo de desecho mientras la perforadora parecía masticar la piedra. Los trozos de piedra salían despedidos del tubo como balas; finos y ágiles «dedos» de batalla que se movían a la velocidad del rayo con una precisión micrométrica, cogiendo los dientes de las cabezas cortantes al vuelo por miedo a que su voraz apetito las aplastara convirtiéndolas en polvo de roca; un refrigerante de alta presión circulaba por los tubos del aparato para evitar que se recalentara y estallara. Los dientes se movían más deprisa que la turbina del coche nuevo de Harding, construido en Mantícora. Giró la cabeza un poco hacia su ordenador para comprobar la actuación de la perforadora en números.

Había algo de irreal en aquella tarea. Tan solo debía observar su visualizador para controlar la alta intensidad de la máquina y darse cuenta del inmenso poder que tenía en sus manos. Sin embargo, la comodidad de la cabina de control acondicionada en la que se encontraba era casi relajante, lejos del inmenso monstruo que manejaba, y solamente él sabía —o se preocupaba— por lo que ocurría en cada momento.

Media docena de trabajadores se sentaba en cabinas de mando similares en la misma habitación, pero no tenía ni un segundo que perder. Cada uno de ellos era encargado de la parte de la máquina que controlaba, todos ellos eran hombres con una misión. Estaban incorporando a su mundo una nueva maravilla de la cornucopia de Mantícora de alta tecnología, y a lo largo del proceso, aportando un crecimiento que el Destacamento Harrington necesitaba desesperadamente. Era una oportunidad muy emocionante y los trabajadores de Cúpulas Celestiales era increíblemente fieles a su gobernadora por haberles hecho formar parte de este gran proyecto.

Samuel Harding comprendía la situación, y él también estaba agradecido por la oportunidad que le había brindado ya que él también tenía una misión, aunque quizá era algo diferente que la de los trabajadores de Cúpulas Celestes. Tecleó una breve corrección en su monitor, para ajustar los parámetros de la máquina. No era un cambio muy brusco, pero era suficiente. El agujero que Harding estaba excavando establecería la base de uno de los muros de carga primarios de la nueva cúpula…, pero el agujero no era exactamente correcto. Por muy poco. De hecho, requeriría una medición muy exacta realizada por alguien que estuviera buscando imperfecciones para darse cuenta del error.

Aquella discrepancia importaba muy poco ahora, pero Samuel Harding se dispondría a realizar dos agujeros más esa misma tarde y cinco más al día siguiente, hasta que el proyecto estuviera terminado. Cada uno de ellos tenía también un pequeño defecto, y Harding sabía que no era el único hombre que conocía este hecho. Cuando el equipo responsable de colocar los enclaves de apoyo se trasladó al lugar de la obra, algunos de sus miembros contaban con una lista que detallaba los agujeros que Harding había excavado y como cada uno de ellos difería de las especificaciones originales. Aquellos enclaves fueron fabricados usando otra de las maravillas de la aleación de Mantícora, y cada una de ellas era una pieza muy precisa dentro de la complicada estructura entrelazada que Adam Gerrick y su equipo había diseñado. Una vez colocadas, apuntaladas a base de calcular minuciosamente la tensión sobre ellos, esta estructura proporcionaría a la cúpula unos muros más resistentes que el acero. Y como estos muros eran elásticos, con varios enclaves de apoyo entretejidos en un solo agujero, tendrían la suficiente flexibilidad como para sobrevivir ante cualquier terremoto sin que la cúpula sufriera un solo rasguño en el cristoplast.

Sin embargo, los enclaves de apoyo situados en los agujeros que Harding había excavado, donde los soportes de ceramacrete serían insertados casi correctamente en los agujeros que estaban casi perfectamente alineados. La habilidad de carga de estos, había sido calculada de la misma manera que el resto, pero con un resultado completamente diferente.

Samuel Harding desconocía si se derrumbaría mientras colocaban la cúpula o después de que llevara instalada un tiempo, pero estaba seguro de que ocurriría tarde o temprano. Una parte de él esperaba que no hubiera que lamentar muchas desgracias cuando llegara el momento, pero a veces sacrificios como estos eran necesarios para hacer cumplir la voluntad de Dios. Su mayor pesar, por el cual suplicaba a Dios cada noche, era que aquellos que murieran lo harían fuera del estado de gracia, arrastrados hacia el pecado por una ramera extranjera a la cual habían jurado lealtad. El precio que estas almas debían pagar le pesaba en su conciencia, pero se consolaba al pensar que Dios conocía quienes eran los hombres que habían sido engañados y arrastrados al pecado. El Señor era tan misericordioso como castigador. Quizá tendría en consideración cómo había sido traicionado por falsos pastores que se apartaron de su doctrina.

Pero al margen de lo que ocurriera, Samuel Harding tenía una responsabilidad de cara a su Dios, y sabía que Él le protegería a la hora de cumplir con la tarea que le habían encomendado ya que nadie sospechaba lo que realmente estaba tramando. Sus compañeros le habían aceptado como uno más del equipo, ya que desconocían la verdadera naturaleza de la falsa señora a la que servían y la amenaza que tanto ella como su Reino Estelar representaba para los seguidores de Dios. No se habían dado cuenta de que el nombre que les había proporcionado era falso, y en consecuencia, nadie sospechaba que su verdadero apellido era Marchant.